Breve crónica sobre mi 'puta vida'
28/11/2004
- Opinión
“Yo soy indio de los puros (...) Yo soy indio chato, cholo y
chiquitín. Esta tierra es mi tierra y este cielo es mi cielo”.
Canta: Máximo Jiménez
La vida de mi familia transcurría normalmente, visitando parientes
en las rancherías, llevando a los chivos a los jagüeyes, bailando
la yonna al ritmo de kasha, departiendo chirrinche y wisky en las
fiestas, hablando con nuestros muertos en los cementerios,
sacándole frutos a nuestras tierras, comerciando con Venezuela.
Éramos infinitamente felices. Pero la vida cambió cuando llegaron
alijunas que nunca antes habíamos visto y que poco tiempo después
supimos que les decían paramilitares.
Nosotros los Wayúu tenemos fama de arreglar nuestros problemas a
bala, cosa que no es tan cierta, pero esa es la fama que se ha
creado en todo el país. Y digo que no es tan cierta, porque aunque
a veces han ocurrido enfrentamientos, también cuando se presenta un
problema se puede solucionar pagando una indemnización o
palabreando, para lo cual, dentro de la cultura Wayúu, existen
leyes muy estrictas al respecto.Por la vía de La Majayura, en donde
quedan las tierras de mi familia, hace más o menos tres años,
comenzaron los problemas. Empezaron a robar y a asesinar a muchas
personas que se movilizaban por la zona. Este territorio lo ha
ocupado ancestralmente mi familia durante muchas generaciones, pero
como la vía es una zona estratégica por la cual se transporta
libremente desde contrabando, hasta drogas y armamento, porque por
aquí no existe control de ningún tipo, comenzó una lucha que en ese
momento no era clara para ninguno de los involucrados.
Aparentemente una familia Wayúu de Venezuela le declaró la guerra a
mi familia y comenzaron los problemas. En julio de 2001, viajaban
de Maicao hacia una de las fincas para la celebración del día de la
Virgen del Carmen, dos carros con las mujeres y niños de la familia
y fueron retenidos por algunas personas desconocidas, que
definitivamente lo que querían dar a entender era que ellos tenían
el poder cuando quisieran. Ese día solo fue un susto que no se pudo
perdonar, porque en la ley Wayúu, cuando hay guerra, los niños son
sagrados, pero más aún las mujeres, y se metieron con las mujeres
de la familia.
Se pensó que estas personas eran contratadas por una familia Wayúu
de Venezuela, que querían controlar la vía. Lo pensamos, porque
luego nos dimos cuenta que todo fue manipulación por parte de los
paramilitares para apoderarse del territorio.
Nuestra familia trató de arreglar el asunto, palabreando. Sin
embargo, las amenazas, continuaron, varios de mis tíos tuvieron que
esconderse mucho tiempo, mientras al pueblo comenzaron a llegar
carros extraños que desaparecía en segundos, lo que producía pánico
entre la gente.
Un día recuerdo que estábamos con un primo en la puerta de la casa
y vimos pasar muchas veces un Toyota con carrocería blanca y
vidrios oscuros, y mi primo como buen Wayúu, malició que algo
pasaba y me dijo que tenía sospechas de algo. Subimos al segundo
piso de la casa y nos escondimos en una terraza que allí hay, y
esperamos a que pasara el carro. Cuando volvió, habían como diez
hombres, todos vestidos de negro, con pasamontañas que apenas
dejaban ver los ojos, y todos con armas largas. Nosotros,
simplemente los miramos, mientras ellos trataron de pasar
desapercibidos Ese día me asusté mucho y como mujer no pude hacer
nada, aunque quise. Los hombres de la familia, fueron informados
por mi primo, y de inmediato comenzaron a buscar un carro que nunca
más apareció. Desde ahí, sabíamos que estaban buscando a mi tío
para matarlo.
Durante cinco meses, las cosas pasaron sin novedad, hasta que
mataron a dos de mis familiares. Los persiguieron por todo el
pueblo. La familia no estaba preparada para reaccionar ante un
atentado de tremenda magnitud, todos los intentos de mis otros tíos
por evitar las muertes fueron inútiles y fue cuando comenzó este
tormento que aún no termina.
Al parecer una familia quería quitarnos un territorio que costaba
mucho para ellos. Pero para mi familia costaba mucho más, era la
tierra que desde siempre nos había pertenecido, ganada por mis
ancestros con esfuerzo y tesón de maneras tradicionales. Y con
muertos de por medio, tan sagrados como son nuestros muertos, no
estaban dispuestos a dejar las cosas así. Esas cosas han pasado en
La Guajira por años, pero siempre o se acaban los hombres de una
familia, o simplemente se arreglan, pero nunca, nunca se producían
desplazamientos de tipo alguno.
Con lo que no contaban mis tíos era con que este conflicto ya
estaba permeado por los paramilitares quienes lo manipularon para
quedarse con nuestro territorio, sin que se supiera realmente
quienes eran los que estaban detrás de todo esto.
Una noche, en el pueblo se fue la luz un minuto, mi mamá comenzó a
sentir mucho ruido en la calle y cuando nos asomamos en la ventana,
vimos a muchos hombres armados hasta el cuello, vestidos con
prendas camufladas y con pasamontañas, brincando de techo en techo
para entrar a una de nuestras viviendas.
Los que nos encontrábamos en la casa tratamos de llamar, pero no
había comunicación y mi mamá desesperada por la situación, salió
como loca a la calle a gritarle a mi tío que se protegiera, pero
por la distancia, mi tío no la oía, y además, de inmediato, un tipo
de esos la agarró y la empujó hasta la casa, y la amenazó con su
arma, mientras mi hermana cerraba la puerta atemorizada. Intentamos
llamar por celular, pero los intentos fueron inútiles, comenzamos a
oír disparos durante una eternidad, y finalmente, sin otra cosa que
hacer sino llorar de rabia, miedo y tristeza, cuando todo quedó en
silencio, nos asomamos y salimos a la calle cuando nos dimos cuenta
que ya no había nadie. Mi tío se salvó de milagro, pero le mataron
a la mujer.
Después de esto mis tíos tuvieron que salir de La Guajira, porque
fueron amenazados y les pusieron precio a sus cabezas. Yo también
comencé a recibir amenazas, solo por decir cosas en la calle en
contra de esa gente. Luego, mis tíos pusieron denuncias y las
amenazas se intensificaron.
Ocurrieron otros hechos como el de un primo, quien trabajaba en una
empresa privada encargada de mantener las bocatomas del acueducto
que surte de agua a Maicao. A él, le tocaba ir casi todos los días
a la sierra a hacer mantenimiento a los ductos de las bocatomas, y
todos los días miembros de los paramilitares le hacían retén, hasta
que un día le pidieron todos los datos como: con quién vivía, en
dónde vivía, teléfonos, y otros más. Luego de confirmar estos datos
lo responsabilizaron a él de cualquier cosa que pudiera pasarles en
la zona. Además, le quitaban el carro y se lo devolvían a las pocas
horas. Un día, le pidieron el carro para "hacer una vuelta", a él y
a los que viajaban con él los dejaron en el pueblo, y los paras, se
fueron con el carro. Llegaron a una finca de la vía de La Majayura,
en donde se encontraban algunas familias Wayúu. Como el carro que
llegaba era conocido, lo dejaron entrar a la finca, y los paras se
llevaron a cinco hombres y a una mujer que se encontraban allí.
Luego aparecieron muertos por la carretera, con señales de haber
sido antes torturados.
Además, en ese momento no sospechábamos que el ejército estaba
involucrado, pero los paras, llamaron a mi primo y le dijeron que
fuera a la base del ejercito para que le entregaran el carro. Mi
primo fue y se lo entregaron sin ninguna pregunta, sin ningún
papel, sin ninguna firma.
Además comenzaron a aparecer muertos de otras familias, lo que
llevó a que se responsabilizaran mutuamente de estos asesinatos.
Nuevamente, caímos en el juego de los paras que se aprovecharon de
la cultura de guerra que nos afama, pero hasta ese momento no nos
habíamos dado cuenta de nada.
En mayo de este año un tío, reconocido Araurayú, decidió que
viajaría a la finca con un primo que estaba por graduarse y él le
quería regalar dos chivos para la fiesta. Mi tío se fue con dos
primos y tres personas más. Tres de ellos nunca volvieron porque
quince personas uniformadas y armadas, los secuestraron. Mi tío, mi
primo y uno de los acompañantes fueron asesinados, los otros tres
se escaparon. Cuando se enteraron del secuestro, algunas mujeres de
la familia se metieron al monte con el ejército, porque ellas
podían guiarlos por las tierras que bien conocen y porque además
pensábamos que por ser mujeres no se meterían con nosotras, pero
nos amenazaron.
Cuando mi tío apareció muerto y vi que la familia ya estaba cansada
de la lucha y que estaban esperando a ver que muerto tendrían que
llorar después, todos anestesiados por los dolores acumulados,
decidimos que no podíamos parar y que teníamos que denunciar, pero
continuaron los hostigamientos y nos dijeron que no podíamos poner
denuncia alguna porque comenzarían a matar a las mujeres. Entonces,
decidimos que en Bogotá nos escucharían, y algo se podría hacer,
pero cuando vinimos aquí, nos encontramos con la verdad del asunto.
Fue un golpe duro darnos cuenta que no éramos los únicos en la
región pasando por la misma situación y que otros también habían
caído en el juego de los paras. Las amenazas llegaron hasta Bogotá.
Querían llenarnos de miedo para evitar que se hicieran las
denuncias que a nivel nacional e internacional se estaban haciendo
sobre la presencia de ellos y los crímenes cometidos en nuestro
territorio. Pero el golpe fue aun más duro cuando tuvimos
conocimiento de los proyectos que el gobierno tiene para La Guajira
y en donde los Wayúu somos incómodos. Por ello es tal vez que el
gobierno insiste en que son guerras entre familias. Si hubiera sido
así, ya lo hubiéramos solucionado a nuestra Sükua’ipa Wayúu, es
decir, a la manera Wayúu.
Claramente los paras han aprovechado los enfrentamientos
tradicionales entre familias Wayúu, para poner a pelear a todo el
mundo. Como por ejemplo, a nosotros, intentan enfrentarnos con
otras familias, pero todo ha sido una trampa, tras la cual
ocultaron durante un tiempo su presencia en la región, para
intervenir sin que fueran responsabilizados.
Hoy, la situación de mi familia es bastante dramática. Muchos de
mis familiares han tenido que abandonar la región dejándolo todo,
haciendo esfuerzos por rehacer sus vidas en tierras extrañas. Los
que se han arriesgado a quedarse, insistiendo en que la tierra es
todo lo que se tiene, no han podido volver a trabajar y viven en
constante zozobra y temor, incluso algunos no comparten la idea de
que se hagan denuncias por miedo a las represalias de los
paramilitares. Las tierras se encuentran en total abandono y con
riesgo de perderse, debido a que han aparecido extraños para hacer
ofertas irrisorias.
El abandono del territorio no ha significado el cese de los
hostigamientos y las amenazas por qué estas se han incrementado,
sobre todo para aquellas personas que nos hemos unido con otros
Wayúu para adelantar acciones de denuncias conjuntas. De momento un
encuentro familiar en La Guajira para visitar los cementerios y
honrar a nuestros muertos, que son parte sagrada de nuestra vida
cotidiana, es bastante improbable, porque no existen las garantías
para un retorno seguro. Nuestros muertos tendrán que esperar
mejores tiempos para encontrarse nuevamente con toda la familia
reunida y nosotros seguiremos añorando poder volver a trabajar en
nuestras tierras.
Mientras tanto siguen su curso las cuestionables negociaciones que
adelanta el gobierno nacional con los grupos paramilitares que, con
toda seguridad, culminarán con la legalización de la impunidad. Los
líderes paramilitares han pedido perdón a Estados Unidos, pero
nadie se ha acercado a preguntarnos si quiera por nuestro dolor.
Nuestros victimarios, que ahora están apareciendo como héroes en
los medios de comunicación, están recibiendo la ayuda económica que
nos han negado a las víctimas de la violencia paramilitar.
Pensamos que la paz solo es posible si los que hoy se desmovilizan,
confiesan en donde están nuestros desaparecidos, por qué mataron a
nuestra gente, quienes ordenaron estos asesinatos, por qué sacaron
a nuestra gente del territorio tradicional, quiénes los
financiaron, quiénes se han beneficiado con todo lo que ha venido
ocurriendo, cuáles son las relaciones que han tenido con la fuerza
pública y con funcionarios gubernamentales.
Finalmente, nosotros los Wayúu pensamos que mientras a las
negociaciones que el gobierno nacional palabrea con los grupos
paramilitares no pueda ir un pütchipü’u llevando la palabra en
representación de las víctimas de la violencia, la paz que
sobrevendrá carecerá de credibilidad.
Carmen Ramírez Boscán
Directora Asociación Wayúu Munserrat
https://www.alainet.org/de/node/111088
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