El país donde la libertad es una estatua

En vez de enfrentar los enormes desafíos sociales y económicos dentro de EE. UU., su clase dominante se ha refugiado en la retórica anti China.

15/01/2021
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El 6 de enero, el mundo fue testigo de un espectáculo interesante, un grupo de lo que parecían ser personajes de un programa de fantasía de televisión tomaron posesión del Capitolio, que alberga al Congreso de Estados Unidos. A pesar de gastar más de un billón de dólares en su ejército, servicios de inteligencia y policía, su gobierno se vio invadido por la horda de fanáticos de Donald Trump. Llegaron sin un plan o programa preciso y no fueron capaces de levantar una verdadera revuelta en el país. Lo que mostraron claramente es que hay una grave división en Estados Unidos, que debilita la capacidad de las elites para ejercer su dominio sobre el planeta.

 

Alrededor del mundo, la gente se quedó boquiabierta ante el bizarro desfile del ejército de Trump haciendo disturbios en las dependencias de un órgano que se llama a sí mismo “la democracia más antigua del mundo”. Con gran precisión, el presidente de Zimbabue, Emmerson Mnangagwa, publicó un tuit que vinculaba las sanciones económicas estadounidenses contra su país y el caos en Washington, DC. Los eventos en el Capitolio, escribió el 7 de enero, “mostraron que EE. UU. no tiene ningún derecho moral para castigar a otra nación bajo el pretexto de defender la democracia. Estas sanciones deben terminar”. El gobierno de Venezuela manifestó su preocupación por “la polarización política y el espiral de violencia” y explicó que “Estados Unidos padece lo mismo que han generado en otros países con sus políticas de agresión”.

 

El término “derecho moral” utilizado por el presidente Mnangagwa ha resonado en todo el mundo: ¿cómo puede una sociedad que enfrenta graves desafíos a sus propias instituciones políticas sentir que tiene el derecho de “promover” la democracia en otros países, mediante los diversos instrumentos de una guerra híbrida?

 

Estados Unidos —como otras democracias capitalistas— se ha enfrentado a desafíos insuperables para su economía y sociedad, con altos índices de desigualdad de la riqueza aplastados por la precariedad a gran escala y la deflación de los ingresos. Entre 1990 y 2020, los multimillonarios estadounidenses aumentaron su riqueza en 1.130%, mientras la riqueza media en el país aumentó solo 5,37% (este aumento fue aún más marcado durante la pandemia). La clase dominante del país no ofrece ninguna salida a esta crisis social y económica, porque parecen no importarles los grandes dilemas de su propia población y del mundo. Un ejemplo de esto es el escaso apoyo a los ingresos que se ha proporcionado durante la pandemia, mientras el gobierno corre a proteger el valor de la riqueza de una pequeña minoría que posee una parte obscena de la riqueza y los ingresos nacionales.

 

Más que buscar una solución a la crisis económica y social —que no puede resolver—, la clase dominante estadounidense proyecta su problema como uno de legitimidad política. Está instalada la falsa sensación de que el principal problema del país es Donald Trump y su ejército improvisado, pero Trump es simplemente el síntoma del problema, no su causa. El electorado que ha convocado seguirá intacto y continuará creciendo mientras el espiral de la crisis siga fuera de control. Grandes franjas de la elite estadounidense se han alineado con Joe Biden, esperando que él —como representante de la estabilidad— sea capaz de mantener el orden y restaurar la legitimidad de Estados Unidos. Su visión es que el país está pasando por una crisis socioeconómica y de legitimidad política para la que no tienen respuestas.

 

 El dossier de enero del Instituto Tricontinental de Investigación Social, Ocaso: la erosión del control de Estados Unidos y el futuro multipolar, aborda la cuestión del ocaso de la autoridad estadounidense. Desde la guerra contra Irak (2003) y la crisis crediticia (2010), se ha previsto el deterioro del poder de Estados Unidos y su proyecto. Al mismo tiempo, el país sigue ejerciendo un enorme poder a través de su superioridad militar, su control sobre grandes secciones del sistema financiero y de comercio (el complejo dólar-Wall Street), y sobre grandes redes de información. Desde fines de la década de 1940, Estados Unidos ha declarado que cualquier cosa “inferior a un poder preponderante sería optar por la derrota”. Este objetivo político ha sido reforzado en cada Estrategia de Seguridad Nacional del gobierno. La crisis socioeconómica de las últimas dos décadas ha debilitado la autoridad estadounidense, pero no ha erosionado su poder. Por eso nuestro dossier se titula Ocaso: estamos en medio de un proceso de disminución de la autoridad estadounidense, pero no de pérdida de poder.

 

Durante las últimas dos décadas, China ha perfeccionado su capacidad científica y tecnológica, lo que produjo un rápido avance del desarrollo del país. En los últimos años, lxs científicxs de China han publicado más artículos revisados por pares que lxs de cualquier otro país, y las empresas y científicxs chinxs han registrado más patentes que lxs de cualquier otro lugar. Producto de estos avances intelectuales, las empresas chinas han logrado innovaciones tecnológicas fundamentales en áreas como la energía solar, la robótica y las telecomunicaciones. La elevada tasa de ahorro de la población ha permitido al Estado y el capital privado chino hacer importantes inversiones en el área de la manufactura: esto ha impulsado a las industrias de alta tecnología, que representan una amenaza real para las empresas de Sillicon Valley. En el dossier sostenemos que este desafío ha provocado que la clase dirigente estadounidense instigue una confrontación peligrosa con China. Tanto el “giro hacia Asia” de Obama como la “guerra comercial” de Trump han tenido un componente militar, que incluye el despliegue de ojivas nucleares tácticas en las aguas de Asia.

 

En vez de enfrentar los enormes desafíos sociales y económicos dentro de EE. UU., su clase dominante se ha refugiado en la retórica anti China. ¿Por qué está tan mal el desempleo en Estados Unidos?, se pregunta la gente. Por culpa de China, responden las elites, ya sea quienes apoyan a Trump o quienes miran con nostalgia los tiempos de Obama. ¿Por qué la covid-19 produjo tantos estragos en Estados Unidos, que sigue teniendo el mayor número de muertes en el mundo? Por culpa de China, dice Trump. Biden, más sutil, hace ruidos similares. La orientación general de la clase dominante estadounidense es culpar a China por cada problema al interior de Estados Unidos, hacer del ascenso de China la excusa de cualquier fracaso de EE. UU.

 

Trump utilizó el Quad (Australia, India, Japón y Estados Unidos) de la era de Obama contra China, mientras Biden promete construir una “coalición de democracias” más amplia (Quad más Europa) contra China. Sin importar qué fragmento de la clase dominante estadounidense gobierne el país, sus líderes buscarán transferir toda la responsabilidad por sus fracaso a China. Esta es una estrategia hipócrita y peligrosa —como señalamos en el dossier—, porque las élites de EE. UU. saben bien que el desarrollo económico de China representa una amenaza real para su país, pero que China no tiene la ambición militar ni política de dominar el mundo. Sin embargo, la clase dominante estadounidense está dispuesta a arriesgar el cataclismo de una guerra de esas dimensiones para proteger su “poder preponderante”.