El 2019 en las urnas del mundo

08/01/2019
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Si en 2018 las sorpresas electorales acapararon buena parte de la atención en los análisis en política internacional –alcanzaría con nombrar los resultados de los comicios en México y Brasil, para dar un ejemplo–, el 2019 se presenta como un año particularmente cargado. En más de 60 Estados a lo largo y a lo ancho del mundo están previstas para este año elecciones generales o presidenciales. Algunas de ellas van a tener un fuerte impacto sobre los equilibrios de la política internacional por su peso, como el caso de la Unión Europea, que cambiará sus autoridades en mayo, o por su especial condición actual, como es el caso de Ucrania o Israel, territorios inmersos en tensiones regionales de alto voltaje.

 

Proponemos aquí un breve repaso por las disputas electorales que pueden llegar a atraer particularmente la atención a nivel internacional, para entender cuáles son los intereses en juego.

 

Conservadores y progresistas en América Latina

 

En el continente, marcado por un reacomodamiento de las fuerzas conservadoras y un agotamiento del regionalismo latinoamericano, este año se disputarán elecciones generales o presidenciales en El Salvador, Bolivia, Guatemala, Argentina, Panamá y Uruguay.

 

Nayib Bukele, favorito en las encuestas para las elecciones en El Salvador, durante un acto partidario (José Cabezas/Reuters)

 

El Salvador será el primer escenario electoral para el continente, donde la ola de cambios hacia la derecha parece mantener su continuidad. Luego de la victoria de la derecha de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) en las legislativas del año pasado, que le dieron la mayoría en el Congreso, otra fuerza conservadora aparece como favorita para hacerse con la presidencia en los comicios del 3 de febrero. La Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), creada en 2017 por el exalcalde de San Salvador, Nayib Bukele, es hoy la primera fuerza en todas las encuestas. Expulsado del Frente Farabundo Martí para la Liberación (FMLN) –fue acusado de “actos difamatorios, irrespeto a los derechos de las mujeres, personalismo e irrespeto a los principios del partido”–, que gobierna el país desde 2009, Bukele logró seducir a un electorado aparentemente desilusionado por el alto nivel de violencia callejera y los casos de corrupción que los medios difunden sin parar. Cansados de la ya histórica polarización entre el FMLN y la ARENA, los salvadoreños podrían optar por este tercer partido que apuesta por “la renovación”, con un candidato de tan solo 37 años y una popular campaña a través de redes sociales, basada en la lucha a la criminalidad y a los corruptos.

 

El 5 de mayo Panamá definirá su presidente en unas elecciones que se presentan como las más reñidas desde la vuelta a la democracia en 1989. Varios precandidatos se acusaron mutuamente de haber violado las nuevas normas electorales, y por primera vez mujeres de diferentes partidos reclamaron con fuerza el respeto de los cupos de género en la confección de las listas. También en Guatemala la campaña hacia el 19 de junio está plagada de polémicas. El actual presidente, el ex comediante y pastor evangélico Jimmy Morales, enfrenta una oleada de protestas tras su decisión de expulsar del país a la Comisión Internacional contra la Impunidad (CICIG), auspiciada por la ONU para investigar casos de corrupción, y quien acusó al mandatario y su familia por diferentes ilícitos. Morales llegó al poder en 2015 favorecido por el enorme escándalo de corrupción desatado justamente por la CICIG en contra del entonces presidente Otto Perez Molina y su esposa. Hoy penden sobre él acusaciones muy similares a su predecesor, incluso hasta dos denuncias por abuso sexual presentadas por trabajadoras del estado guatemalteco. De hecho, la principal candidata a sucederlo es la ex fiscal general Thelma Aldana, quien en 2017 ganó el Right Livelihood Award, conocido como el “premio Nobel alternativo”, y principal impulsora de las investigaciones contra exponentes del gobierno y empresarios. Aldana, quien se define como “de derecha progresista”, ya ha sido puesta bajo investigación por la compra de un inmueble, y sin embargo sigue siendo la mujer con más altas probabilidades de llegar a la segunda vuelta del 18 de agosto frente al actual presidente.

 

El 27 de octubre se celebrarán tres elecciones importantísimas en América del Sur: Argentina, Bolivia y Uruguay. El de Evo Morales es seguramente el gobierno que mejor llega a su cita electoral. Bolivia es el país de mayor crecimiento de América Latina y, según estimaciones del Banco Mundial, lo va a seguir siendo durante este 2019. Desde la llegada al poder del Movimiento Al Socialismo (MAS), los indicadores sociales bolivianos han mejorado sensiblemente, sin sufrir los retrocesos que han tenido los demás países de la región a partir del derrumbe de los precios de las materias primas: se ha disminuido la pobreza (del 59,9% al 34,4%), el salario mínimo pasó de 57 a 298 dólares, se triplicó el PBI y aumentó la esperanza de vida. Sin embargo, la negativa por parte del binomio Morales-Linera a respetar el resultado del referendo de febrero de 2016, con el cual más del 51% del electorado expresó su contrariedad a un cuarto mandato consecutivopara el actual presidente, podrían jugarle en contra en las próximas elecciones, a pesar del fallo favorable del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP). Inclusive varias comunidades indígenas, verdadero punto de fuerza del crecimiento del MAS, han expresado su desconcierto y hasta rechazo a una nueva candidatura de Morales, reafirmando su principio ancestral de desapego a los puestos de poder. Una disconformidad que podría ser aprovechada por el principal candidato opositor, Carlos Mesa, ex presidente y ex funcionario del gobierno de Morales. Arropado por movimientos de izquierda y liberales, Mesa lanzó su campaña haciendo hincapié en los problemas medioambientales del modelo extractivo actual en Bolivia y la lucha por la igualdad de género, dos ejes que a pesar de formar parte del acerbo ideológico del MAS, quedan aún pendientes de revisión en su actuación como gobierno.

 

 


Juan Sartori, dueño del club inglés de fútbol Sunderland AFC, y precandidato a la presidencia de Uruguay por el Partido Nacional

 

El panorama de Uruguay, en cambio, está aún en construcción. Pocas certezas tenemos acerca de quién va a suceder a Tabaré Vázquez luego de su segunda presidencia no consecutiva. Si bien los binomios se conocerán oficialmente recién el 30 de junio próximo, tras las internas obligatorias en cada fuerza, el plenario del Frente Amplio de diciembre de 2018 proclamó como precandidatos a la ministra de industria Carolina Cosse, el ex ministro de economía y ex presidente del Banco Central Mario Bergara, el intendente de Montevideo Daniel Martínez y a Óscar Andrade, secretario del gremio de la construcción. Por el lado opositor, además del ya conocido Luis Lacalle Pou, se destaca la presencia del multimillonario Juan Sartori entre los precandidatos del Partido Nacional. Sartori, empresario ligado al agronegocio, se destacó a nivel internacional por convertirse en dueño del club inglés de fútbol Sunderland, y casarse con la multimillonaria rusa Ekaterina Rybolovleva, hija del magnate Dmitri Rybolovlev, dueño del club Mónaco de Francia. Todo indica que entre Sartori y Lacalle Pou se va a definir quién va a disputar el ballottage en noviembre contra el Frente Amplio.

 

Más allá del resultado electoral parece que, una vez más, sigue habiendo un hilo conductor en las campañas electorales latinoamericanas. El eje de la corrupción –hoy esgrimido principalmente por los sectores de la derecha para denostar a sus adversarios progresistas que mantuvieron el poder en la década anterior–, la violencia e inseguridad, el crecimiento económico y el lugar del Estado en la economía parecen ser ejes generales de discusión política. Sin embargo, existe otro eje que ha sido y seguramente seguirá siendo fundamental en la construcción del discurso político latinoamericano durante este 2019 que es el de las políticas de género. Tanto en su rechazo –veanse la campaña contra la “ideología de género” de Bolsonaro en Brasil, de las iglesias evangelistas en Colombia, Costa Rica, Paraguay–, como en su defensa, principalmente por parte de los movimientos progresistas y de izquierda, la ampliación de los derechos de las mujeres y la población LGTB+, serán temas a tener en cuenta en la observación de las elecciones latinoamericanas.

 

La ola post-fascista preocupa a Europa

 

Mural de Bransky, alusivo al Brexit, en la ciudad inglesa de Dover.

 

El escenario más caliente para este año es, seguramente, el europeo. Aquí, además de definirse los acuerdos del Brexit para marzo, y de las elecciones claves en algunos Estados nacionales, todos los ciudadanos de la Unión Europea estarán llamados a votar entre el 23 y el 26 de mayo, para renovar a los representantes del Parlamento Europeo. En función de la distribución de escaños en el Parlamento, se definirá la composición de la Comisión Europea, brazo ejecutivo de la UE. Desde su fundación, la Unión ha sido gobernada alternativamente por dos familias políticas: los Populares, que reúnen a los partidos nacionales de tendencia liberal-conservadora y de centro-derecha, y los Socialistas, adonde se encuentran los partidos social demócratas y fuerzas de centro-izquierda de los países miembros. Los dos grandes grupos moderados han visto en los últimos años disminuir su capacidad de acción y número de escaños frente al crecimiento de los partidos soberanistas, xenófobos, anti-establishment y, en algunos casos, de la izquierda radical. Las elecciones de mayo de 2019 representan un verdadero rompecabezas para las fuerzas que tradicionalmente llevaron la rienda de la política europea. Todo indica que, a partir de junio, Populares y Socialistas deberán llegar a un gran acuerdo entre fuerzas moderadas –como ya sucede en varios Estados nacionales como en Alemania– para garantizar su supervivencia en el poder de la Unión, frente al crecimiento de otras fuerzas. Los grupos de mayor acumulación en los últimos años han sido el Grupo Europa de la Libertad y la Democracia Directa (EFDD, por su nombre en inglés) y Europa de las Naciones y de la Libertad (ENF), que reúnen a los partidos de la extrema derecha euro-escéptica y xenófoba de todo el continente y que, de mantener el rumbo logrado en sus estados nacionales, podrían obtener un resultado que sería una gran paliza a las políticas actuales de la UE. Mientras la izquierda, representada en el Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea/Izquierda Verde Nórdica (GUE-NGL), en medio de una fuerte crisis interna de los partidos que la componen, apuesta todo a la conducción de los franceses de La France Insoummise de Jean-Luc Melenchon.

 

En 2019, también habrá importantísimas elecciones nacionales en diferentes países europeos. Entre ellas se destacan las de Portugal, Grecia y Polonia, las tres en octubre. El gobierno portugués es, hasta ahora, el único gobierno de izquierda que ha logrado proponer una salida sólida a la crisis económica que embistió al continente desde 2008, y evitó el crecimiento de derivas neo-fascistas que hoy surgen en toda Europa. La coalición entre el Partido Socialista, el Partido Comunista y el Blocco de Esquerda, que lidera el socialista Antonio Costa, ha logrado desde su llegada al gobierno en 2015, deshacerse del FMI, de la deuda e impulsar nuevamente el crecimiento económico, sin afectar duramente al estado social portugués, y plantando cara frente a las exigencias de los acreedores en defensa de los derechos ciudadanos. Un modelo que se ha convertido en todo un éxito, y que tendrá en las elecciones de octubre su primera prueba de fuego, aunque los resultados electorales de las elecciones locales y administrativas le han sido favorables hasta ahora.

 

En Grecia, en cambio, el gobierno de Syriza enfrenta una elección muy complicada. La Coalición de la Izquierda Radical que lidera el primer ministro Alexis Tsipras ha desilusionado a buena parte de sus votantes. Tras roturas internas, divisiones y acusaciones cruzadas, Tsipras llega a los comicios de octubre muy rezagado frente a los liberal-conservadores de Nueva Democracia, principales responsables de la crisis que condenó a Grecia a casi 10 años de recesión y recortes. Sobre Syriza pesa la durísima derrota política que la UE –con Merkel a la cabeza– le infligió en 2014, cuando a pesar de haber recibido el mandato popular por referéndum para rechazar el plan de ajuste de la Troika (formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI), inclusive a costa de amenazar el futuro del Euro, el gobierno de Tsipras aceptó el diktat y las imposiciones de ajuste que sumieron a Grecia en una situación de calamidad económica y en una deuda que va a pesar sobre las próximas generaciones durante décadas. A pesar de haber terminado ya la intervención del FMI en las cuentas griegas, todo indica que el costo político por los millones de jóvenes que emigraron, y los años de penuria y de reducción de gasto social va a ser muy duro en las urnas para el que fue la esperanza de la izquierda europea en 2013 y 2014.

 

Manifestación neo-fascista en Varsovia durante la celebración del centenario de Polonia el 11 de noviembre de 2018 (Sean Gallup/Getty Images)

 

Por último, es necesario subrayar la importancia de las elecciones de fines de octubre en Polonia. Desde 2015, el partido ultra-conservador Derecho y Justicia gobierna el país con una serie de medidas que le han valido varias amonestaciones por parte de la UE y las organizaciones internacionales. En Polonia se ha hecho el primer paro de mujeres de la historia moderna, el “lunes negro” de octubre de 2016, frente a las limitaciones impuestas al derecho a abortar de las polacas; varias instituciones internacionales rechazaron el sometimiento del Poder Judicial a las decisiones del gobierno; también han habido denuncias de censura y falta de libertad de expresión. La derecha neonazi polaca es de las más organizadas y numerosas, con marchas multitudinarias en defensa de las raíces blancas y cristianas de la población. Un fenómeno que ha generado serias preocupaciones, frente a cierto beneplácito gubernamental ante las expresiones racistas y xenófobas de este tipo de grupos. El objetivo del gobierno es transformar las elecciones de 2019 en un plebiscito que le otorgue la mayoría necesaria para acallar las críticas internacionales y seguir con un programa de reformas francamente autoritario. Otros países como Hungría, Austria o Italia, gobernados también por fuerza filo-fascistas, esperan en esa cita electoral, y en las elecciones europeas de mayo, conseguir el respaldo necesario para continuar con sus programas sin que las instituciones internacionales, consideradas ya como un enemigo de sus pueblos, les estorben.

 

Resto del mundo

 

El actual primer ministro indio, Narendra Modi (Getty Images)

 

Entre abril y mayo se llevarán a cabo las elecciones más largas del mundo. Más de 900 millones de indios deberán elegir los 543 miembros del parlamento encargados de nombrar al primer ministro, en un proceso que puede llegar a durar semanas. El actual premier Narendra Modi es el favorito, a pesar de que buena parte de las esperanzas de cambio y promesas de reforma que giraban alrededor de su figura en la elección de 2014 fueron desatendidas durante su gobierno. Nacionalista hindú, Modi es el primer mandatario nacido luego de la independencia india. Su partido, el derechista Bharatiya Janata Party (BJP), rompió con el secularismo de los gobiernos anteriores, causando inclusive tensiones con los representantes de las demás religiones y generando fuertes preocupaciones en las regiones más densamente pobladas. Así ha resurgido una oposición que hasta hace cuatro años parecía impensada, cuando el BJP se hizo con la mayoría absoluta en el Lok Sabha (el Parlamento indio), llegando casi a los dos tercios con sus aliados de la Alianza Democrática Nacional (NDA). Sin embargo, las recientes elecciones estatales hicieron resurgir la oposición secular del Congreso Nacional Indio (INC) guiado por Rahul Gandhi, que puede contar con el apoyo de algunos sectores de los agricultores, jóvenes y comerciantes, descontentos por las promesas incumplidas del actual gobierno.

 

Por otro lado, en Canadá también habrá elecciones parlamentarias en octubre. Si bien el actual primer ministro Justin Troudeau se encuentra en su nivel más bajo de popularidad desde su llegada al poder en 2015, todo indica que debería retener la mayoría que le permita perpetuarse en el cargo. Sin embargo, y por primera vez en muchos años, la elección canadiense se presenta más reñida de lo previsto. En las encuestas, los social-liberales de Troudeau y el conservador  Andrew Scheer se enfrentan en un virtual empate con el 35% de los votos. En tercer lugar con unos 20 puntos está el recién nacido Nuevo Parido Democrático (NDP), liderado por Jagmeet Singh, de origen indio, que se ubica a la izquierda del actual gobierno. Y el resto del panorama electoral se lo disputarían otros partidos más pequeños, entre los que se destaca la coalición de ultra derecha formada entre el flamante primer ministro de Ontario, Rob Ford, y el líder de la oposición en el estado de Alberta, Jason Kenney. No se descarta la posibilidad de una cierta apertura hacia la izquierda por parte de Troudeau para incluir las demandas del NDP y ampliar su base de votantes, como se vislumbró a partir de los cambios de gabinete realizados en julio pasado.

 

Yulia Timoshenko, la “Juana de Arco de la Revolución Naranja” de 2005 y principal candidata a suceder al primer ministro ucraniano Poroshenko

 

Por fuera de la UE pero con una relevancia mayúscula en la política exterior europea, Ucrania se ubica como uno de los escenarios electorales más interesantes de 2019. Si todo sigue como lo previsto, ya que las tensiones que la fecha genera llevó a muchos a pensar en postergar las elecciones, el próximo 31 de marzo Ucrania deberá elegir su próximo presidente y en octubre renovar el Parlamento. Se trata de la segunda elección democrática luego de la “revolución” de 2014, cuando enormes manifestaciones que unieron a sectores pro-occidentales, liberales europeistas, cristianos y neonazi, obligaron al entonces presidente Viktor Yanukovich, aliado de Moscú, a exiliarse. Desde ese momento, Ucrania vive una crisis económica sin precedentes, con sus cuentas intervenidas por el FMI y el Banco Mundial y con un plan de ajuste que generó un enorme descontento en la población, y una guerra civil donde se mezcla el nacionalismo ucraniano, bandas nacionalistas y fascistas e intereses estratégicos de la OTAN y la Unión Europea, frente a los sectores pro-rusos, nostálgicos de la Unión Soviética y la intervención más o menos directa del pragmatismo autárquico de Putin. Desde la caída de Yanukovich, Ucrania perdió la península de Crimea, anexada a Rusia tras un referéndum considerado ilegal por buena parte del mundo occidental, a la vez que perdió el control sobre dos de sus provincias orientales controladas por grupos armados pro-rusos. La importancia estratégica de la doble cita electoral de este 2019 queda entonces a las claras. El actual presidente Poroshenko logró recuperarse en las encuestas tras declarar, en noviembre pasado, el Estado de Excepción tras un incidente con la marina rusa en el Mar de Azov. Hasta ese momento su popularidad caía en picada ante la incontrolada crisis económica y el crecimiento de la deuda, y su principal contrincante, la ex primera ministra conservadora y pro-europea Yulia Timoshenko, tenía grandes chances de quedarse con la presidencia en segunda vuelta. Si bien ahora el panorama no parece tan claro, todo se encamina hacia un ballotage entre dos candidatos que serían del agrado de la OTAN y la Unión Europea. El único pro-ruso con posibilidades de sumar un buen número de voluntades es el exministro de Energía, Yuri Boiko, que logró crecer gracias a la generalizada oposición a los acuerdos entre Ucrania y el FMI.

 

Una joven palestina ante la represión del ejército israelí durante una de las jornadas de la Gran Marcha del Retorno (Mohamed Salem/Reuters)

 

Otro país de cuyas elecciones depende la estabilidad de una región es Israel. El actual primer ministro Benjamin Netanyahu decidió convocar a elecciones anticipadas, previstas para el próximo 9 de abril, tras la crisis de gobierno desatada por la renuncia de su ministro de defensa, Avigdor Lieberman, que acusó a Netanyahu de “favorecer a los terroristas” por pactar un cese al fuego en la Franja de Gaza con Hamas, en noviembre pasado. Luego de esa decisión, la extrema derecha de Hogar Hebreo abandonó la coalición de gobierno, obligando al partido de Netanyahu, el Likud, a llamar a nuevas elecciones. Si bien el Likud sigue siendo el primer partido en intención de votos, la campaña de Netanyahu no se presenta nada fácil. A pesar de una situación interna muy favorable desde lo económico, el actual primer ministro está acusado de favorecer con exenciones impositivas a ricos judíos que se establecieron en Israel provenientes de EEUU, a cambio de recibir joyas y dinero durante años. El primer ministro también debe responder de la acusación de usar su cargo para limitar la circulación del diario Israel Hayom, para favorecer a su competidor, el Yediot Ahronot, a cambio de un trato más favorable por parte de sus periodistas. Además de estos escándalos siguen las críticas por la conducción de la guerra contra los palestinos. Desde marzo de 2019, la Gran Marcha del Retorno organizada por las comunidades palestinas desde la Franja de Gaza hasta los territorios ocupados por Israel, ha sido brutalmente reprimida por las fuerzas armadas israelíes que han asesinado a más de 400 palestinos, la mayoría de los cuales eran civiles. A pesar de la indignación y la protesta internacional, Netanyahu cuenta con el apoyo total de la administración Trump, y planea expandir su influencia en el mundo. Un nuevo gran aliado es, por ejemplo, Jair Bolsonaro, que se deshizo en elogios hacia su invitado de honor en su asunción a la presidencia del Brasil el pasado 1 de enero. Para mantenerse en el poder, sin embargo, Netanyahu deberá lograr un mayor equilibrio entre los pedidos de los sectores seculares y religiosos, entre liberales y nacionalistas. Al perder el apoyo de un sector importante de la extrema derecha, el Likud podría recurrir a una alianza más centrista para contrarrestar a su principal rival para el próximo 9 de abril, el recién creado partido “Resiliencia” del ex general Benny Gantz.

 

La policía tunecina reprime las manifestaciones del pasado 25 de diciembre en Kasserine, donde el periodista Abderrazak Zorgui se prendió fuego por protesta (AP Photo/Walid Ben Sassi)

 

Entre noviembre y diciembre deberían celebrarse también la esperadísimas elecciones tunecinas. Túnez fue, en 2011, el primer país del Maghreb en protagonizar lo que luego se llamó la primavera árabe. Y fue también el único país en el cual ese proceso de derrocamiento de regímenes autoritarios no concluyó en un desastre orquestado por occidente como en Libia, Siria o Egipto. Luego del gesto extremo de Mohamed Bouazizi, vendedor de fruta que se prendió fuego para protestar contra las condiciones inhumanas de vida de los tunecinos, manifestaciones multitudinarias lograron derrocar el régimen de Ben Ali, comenzando un proceso de democratización extremadamente complejo. Cuando todo parecía convertirse en un caos por la falta de acuerdos entre islamistas moderados y secularistas, cuatro organizaciones de la sociedad civil lograron un acuerdo que permitió la redacción de la primera constitución democrática del país: la Unión General Tunecina de Trabajo (UGTT), la Unión Tunecina de Industria, Comercio y Artesanía (UTICA), la liga Tunecina de Defensa de los Derechos del Hombre (LTDH) y la Orden de Abogados de Túnez. El “Cuarteto para el Diálogo Nacional de Túnez”, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 2014, y sentó una base institucional consensuada para el desarrollo de una vida política liberal y democrática en el país. Pero las condiciones económicas, la seguidilla de atentados perpetrados por facciones armadas del salafismo en 2015, y la inestabilidad política generada por la fragilidad institucional del renovado estado tunecino, han hecho que el nuevo sistema constitucional aún no se haya asentado. El 24 de diciembre de 2018, un periodista de 32 años, Abderrazak Zorgui, volvió a prenderse fuego públicamente para protestar contra las condiciones de vida de los jóvenes en la “nueva” Túnez. Al gesto le siguieron nuevamente duras protestas que ponen en jaque la continuidad del proceso democrático. A tal punto que, a enero de 2019, aún no está claro quienes serán los principales candidatos para la elección a presidente y para la renovación del Parlamento.

 

Fuente: https://ombelico.com.ar/2019/01/06/el-2019-en-las-urnas-del-mundo/ 

 

 

 

 

https://www.alainet.org/pt/node/197419
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