Lecciones y herencias del siglo XX: comentarios a la obra de Eric Hobsbawm (VII)

17/11/2014
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“La Gran Depresión de 1929”
 
El contexto histórico general:
 
Desde la perspectiva de nuestro historiador, los dos grandes factores macro que propiciaron la Gran depresión económica de fines de los años 20 fueron; los perniciosos efectos económicos directos heredados de la Primera Guerra Mundial, y la enorme inestabilidad socio-política que generaron tanto las consecuencias post-bélicas como la oleada revolucionaria posterior al triunfo de la revolución rusa (incluida la agitación social concomitante), que azotó múltiples zonas de Europa central, Asia (particularmente China) y en menor medida, algunos puntos de América Latina (México y Argentina entre otros) (1).
 
Algunos antecedentes inmediatos del “Crash económico”:
 
Tal y como lo sostiene Hobsbawm, la idea de que las economías atraviesan por ciclos cortos y largos de bonanza y posterior caída, existía ya desde el siglo XIX, es decir,  mucho antes de que estallara la crisis del 29 (2).
 
Sin embargo, el hecho mismo de que tanto EEUU e Inglaterra fueran las dos economías dominantes del capitalismo global de entonces, y que además, ambos países hubieran salido vencedores en la Primera Guerra Mundial, hacia poco previsible hasta muy poco antes de 1929, que el mundo estuviera a las puertas de una sacudida económica de alcance planetario.
 
He aquí una primera paradoja, dado que, siendo EEUU la única gran potencia cuya economía lejos de ser perjudicada salió fortalecida con la Primera Guerra Mundial (3), resultó ser el epicentro del terremoto económico mundial.
 
¿Qué había sucedido en realidad al centro del corazón del capitalismo global?
 
Algunos factores macro detrás del estallido del “Crash económico”.
 
En términos muy generales, podría decirse (siguiendo siempre a Hobsbawm), que la crisis bursátil y financiera que estalló en 1929 en la bolsa de valores de Nueva York, fue en gran parte producto de la abrupta caída de los precios (deflación), debido, entre otras cosas, a que se llegó al punto en el que la demanda estaba muy por debajo de la capacidad de producción (4).
 
En otras palabras, fue una típica crisis de sobreproducción acompañada con otra crisis (simultánea) de sub-consumo, fenómeno concomitante a la naturaleza y a la dinámica propia del sistema capitalista y a sus contradicciones innatas, algo que ya había sido extensamente analizado por diversos economistas marxistas y liberales desde mediados  del siglo XIX e inicios del XX; el propio Marx, Lenin y posteriormente, Kondratiev, en los años veinte (5) y Schumpeter, en los años treinta (6).
 
Visto desde otra perspectiva (introduciendo aquí algunos puntos de vista personales adicionales a lo expuesto por Hobsbawm), la Primera Guerra Mundial proporcionó a los Estados Unidos una extraordinaria oportunidad de desplegar muy tempranamente, en el siglo XX, una verdadera “economía de guerra” (unida a la masiva incorporación del “fordismo” en la producción industrial de gran escala), economía que por su propia naturaleza destructiva, disparó hasta el infinito, por una parte, la capacidad de EEUU de elevar su producción industrial y exportadora (incluyendo activos financieros y bursátiles), pero deprimió hasta niveles inconcebibles (en un mundo recién devastado por la Gran Guerra), la capacidad del mercado mundial de absorción de tales incrementos (la demanda).      
 
Algunos factores puntuales detrás del estallido de la debacle económica.
 
A continuación, una enumeración sumaria de los principales factores, que a criterio de Hobsbawm, propiciaron el estallido de la Gran depresión (algunos de ellos son tanto causa como efecto).
 
·         El incremento general de los costos de producción, en parte, por el empoderamiento de la clase obrera (vía presión sindical por aumento de salarios y la disminución de la jornada laboral) (7).
·         Disparo del desempleo, en particular, en Europa central (una consecuencia directa de los efectos post-Primera Guerra Mundial) y del auge unilateral del “capitalismo estadounidense” en detrimento del resto de economías del mundo (8).
·         Deflación y abandono del patrón oro (9).
·         Hundimiento generalizado del sistema monetario en extensas zonas afectadas por la oleada revolucionaria y la desestabilización política post-Primera Guerra Mundial y post-triunfo de la revolución rusa (10).
·         Desaparición y extinción súbita del ahorro privado y escasez de circulante para las empresas (11).
 
Algunas consecuencias para EEUU y su “periferia económica”.
 
En los Estados Unidos el estallido de la crisis produjo un inmediato desplome de la producción industrial (12), y con ello, de arrastre, produjo a su vez el desplome de los precios de las materias primas que este país importaba de su periferia dependiente (13)
 
En América Latina, por ejemplo, el deterioro de los términos del intercambio se agudizó aceleradamente. Derivado de ello, un conjunto grande de países de diversos continentes sufrieron un impacto desastroso sobre sus exportaciones de materias primas y productos primarios (agrícolas), cuyos precios cayeron estrepitosamente (14). 
 
En América Latina, tanto México, Argentina como Brasil (14), enormemente afectados por la caída de los precios de sus materias primas, tomaron algunas decisiones orientadas hacia cambios importantes en materia de política económica (15), que posteriormente (una década después), habrían de crear las condiciones para la puesta en marcha de una nueva etapa desarrollista latinoamericana, centrada en lo que se conoció ampliamente como “sustitución de importaciones” y/o “crecimiento hacia adentro” (16).   
 
Algunas consecuencias para Rusia y China.
 
Cuando se produjo el estallido de la Gran Depresión económica, al final de los años veinte e inicios de los treinta, tanto Rusia como China, al igual que el resto del mundo “sub-desarrollado”, se encontraban en los márgenes o periferia del capitalismo mundial.  Sin embargo, por varias razones especiales, el impacto de la crisis en esos dos países fue mucho menor que en las naciones mencionadas arriba.
 
En el caso de Rusia, la gran depresión económica la sorprendió concentrada de lleno en la reconstrucción de su economía y en la creación de condiciones para el desarrollo de su enorme (y atrasado) mercado interno. El fuerte aislacionismo al que fue sometido por el gran capital global desde el triunfo de la revolución, le ayudó enormemente para reducir su dependencia del comercio y los flujos monetarios externos, cosa que jugó a su favor a la hora de la catástrofe mundial (17).
 
En cuanto a China, relativamente “aislada” de los grandes cataclismos políticos y económicos de inicios del siglo XX (y, a pesar de haber vivido los años treinta desgarrada y territorialmente fragmentada por la guerra civil, los feudos guerreristas (“wardlords”) y la guerra contra el colonialismo japonés, salió fortalecida en el desarrollo de su propio comercio e industria, producto del efecto debilitador que la Primera Guerra Mundial y la gran depresión tuvo sobre Inglaterra, Francia, Italia y Estados Unidos, potencias con una larga tradición colonial y depredadora en ese país asiático (18). 
 
Algunas conclusiones provisionales;
 
En lo referente a la Gran Depresión económica de 1929-1932, podemos encontrar y resaltar al menos 6 consecuencias generales e inmediatas (directas e indirectas) de considerable importancia, siendo las siguientes:
 
·         Se produjo un estrepitoso derrumbe del viejo liberalismo decimonónico predominante en el siglo XIX, decayendo la influencia de su ideología de “libre mercado” y el resto de componentes de su ortodoxia económica.
 
·         Se produjo en todo el mundo occidental un inusitado y creciente prestigio e influencia del modelo de planificación económica centralizada, incorporado a la gestión estatal por la URSS (el famoso “plan quinquenal”). La “planificación económica” ingresó así al léxico de todos los estadistas del mundo occidental y anti-comunista.
 
·          Se propiciaron las condiciones para el surgimiento de  una poderosa corriente teórica (convertida luego en una política económica de Estado en el mundo desarrollado), acuñada y encabezada por el economista  J.M. Keynes, que sentaría las bases para la posterior instauración de lo que habría de conocerse varias décadas después como “Estado de Bienestar” (con sus conocidos componentes de “pleno empleo” y “seguridad social”).
 
·          Se propiciaron las condiciones para el surgimiento de una serie de políticas proteccionistas de las economías nacionales, que en el caso de varios países latinoamericanos, cristalizó en un giro hacia políticas económicas nacionalistas, orientadas hacia el desarrollo y protección del mercado y la industria interna. Nació así la política y la teoría de la sustitución de importaciones. Se acuño el concepto “intercambio desigual”, el germen de lo que varias décadas después se conocería como “Teoría de la dependencia”.
 
·         El desplome abrupto y generalizado de los precios de las materias primas y productos primarios (agrícolas), y la subsecuente profundización del empobrecimiento de extensas masas de productores, incidió de manera directa en el resurgimiento de la actividad anti-imperialista (y el sentimiento nacionalista) en el mundo colonial de Asia, África y el Caribe. Se inició así la tercera “oleada revolucionaria mundial”.
 
·         Propició de múltiples maneras (directas e indirectas), la creación de las condiciones socio-políticas para el surgimiento del fascismo y del Tercer Reich en Alemania. De manera asombrosamente paradójica, a través de la restricción de los flujos financieros y monetarios (préstamos), que EEUU se vio obligado a ejercer sobre Alemania por la crisis del 29, devolvió a Alemania –sin proponérselo ni imaginarlo- el poder que le había quitado por la vía de la derrota militar en la Primera Guerra Mundial (los detalles de esto vendrán en la siguiente entrega).
 
Y es precisamente sobre esta terrible experiencia y etapa de la historia de Europa y de la humanidad, en que he de centrarme en el próximo capítulo. Sin abordar la oscura etapa del Tercer Reich, no se puede explicar el origen de la Segunda Mundial.
 
Notas:
 
1.     En relación a la agitación socio-política de esa época, ver el capítulo VI de la presente serie.
2.      
3.     “De hecho, durante la época de bonanza (del capitalismo;  Nota  mía), la Internacional Comunista ya había profetizado una nueva crisis económica… (…) Sin embargo, lo que nadie esperaba, ni siquiera los revolucionarios en sus momentos de mayor optimismo, era la extraordinaria generalidad y profundidad de la crisis que se inició, como saben incluso los no historiadores, con el crac de la bolsa de valores de Nueva York el 29 de octubre de 1929. Fue un acontecimiento de extraordinaria magnitud, que supuso poco menos que el colapso de la economía capitalista mundial, que parecía atrapada en un círculo vicioso donde cada descenso de los índices económicos (exceptuando el del desempleo, que alcanzó cifras astronómicas), reforzaba la baja de todos los demás” (“Historia del Siglo XX”, Eric Hobsbawm, p. 98).
 
4.     Apenas un año antes de la debacle económica, el presidente Calvin Coolidge, el 4 de diciembre de 1928, se dirigía al Congreso de los EEUU en los siguientes términos: “Nunca el Congreso de los Estados Unidos, al analizar el estado de la Unión, se ha encontrado con una perspectiva más placentera que la que existe en este momento… La gran riqueza que han creado nuestras empresas y nuestras industrias, y que ha ahorrado nuestra economía, ha sido distribuida ampliamente entre nuestra población y ha salido del país en una corriente constante para servir a la actividad benéfica y económica en todo el mundo… (…) El aumento de la producción ha permitido atender una demanda creciente en el interior y un comercio más activo en el exterior. El país puede contemplar el presente con satisfacción y mirar hacia el futuro con optimismo” (Ibíd., p. 92).
 
5.     Ibíd., p. 97.
 
6.     Hobsbawm, citado textualmente: “A principios de los años veinte, un economista ruso, N. D. Kondratiev, que sería luego una de las primeras víctimas de Stalin, formuló las pautas a las que se había ajustado el desarrollo económico  desde finales del siglo XVIII, una serie de “ondas largas” de una duración aproximada de entre cincuenta y sesenta años, si bien ni él ni ningún otro economista pudo explicar satisfactoriamente esos ciclos y algunos estadísticos escépticos han negado su existencia. (…) Por cierto, Kondratiev afirmaba que en ese momento (años veinte; Nota mía), la onda larga de la economía mundial iba a comenzar su fase descendente. Estaba en lo cierto” (Ibíd., p. 94).
 
7.     Schumpeter, apenas mencionado por Hobsbawm en la obra aquí bajo análisis, no era un economista marxista. Más bien, fiel a su origen aristocrático, se situaba como un economista liberal, y sin embargo, con sus extraordinarias capacidades como estadístico-matemático, coincidió con Kondratiev, en cuanto a argumentar la existencia de los ciclos económicos cortos y largos. Paradójicamente, sin ser él mismo revolucionario, llegó exactamente a las mismas conclusiones de Marx, en cuanto a argumentar –con fundamentos econométricos- que finalmente el capitalismo terminaría destruyéndose así mismo (ver, por ejemplo, su obra; “Democracia, Capitalismo y Socialismo”).
 
8.     Ibíd., p. 96.
 
9.     Ibíd., p. 96-7 y pp. 106-107.
 
10. Ibíd., p. 96.
 
11. Ibíd., p. 96.
 
12. Ibíd., p. 97.
 
13.  Hobsbawm, citado textualmente: “Entre 1929 y 1931 la producción industrial disminuyó aproximadamente un tercio en los Estados Unidos… (…) En los Estados Unidos, la gran compañía del sector eléctrico, Westinghouse, perdió dos tercios de sus ventas entre 1929 y 1933 y sus ingresos netos descendieron el 76 por ciento en dos años…” (ibíd., p. 98).
 
14.  “Los precios del té y del trigo cayeron en dos tercios y el de la seda en bruto en tres cuartos.  Eso supuso el hundimiento de Argentina, Australia, Bolivia, Brasil, Canadá, Colombia, Cuba, Chile, Egipto, Ecuador, Finlandia, Hungría, India, Malasia, México, Nueva Zelanda, Países Bajos, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela, cuyo comercio exterior dependía de unos pocos productos primarios” (Ibíd., p. 98).
 
15.  “Brasil se convirtió en la ilustración perfecta del despilfarro capitalista y de la profundidad de la crisis, con sus plantadores que intentaban desesperadamente impedir el hundimiento de los precios quemando café en lugar de carbón en las locomotoras de los trenes” (Ibíd., p. 99).
 
16. Una perspectiva complementaria al asunto podemos obtener de un texto ajeno al de Hobsbawm: “En el caso argentino, las pérdidas de reservas condujeron al abandono del patrón oro en diciembre de 1929… (…) Brasil dejó el patrón oro en noviembre de 1930. México se mantuvo en la disciplina del patrón oro hasta julio de 1931; cabe considerar que este país contaba con beneficios de señorazgo por la acuñación de monedas de plata y oro…” (“Crisis y cambios estructurales en América Latina: Argentina, Brasil y México durante el período de entreguerras”: D. Díaz Fuentes; Fondo de Cultura Económica, México, 1994, p. 204).
 
17.  Raúl Prebisch, el primer presidente que tuvo el Banco Central Argentino, sería uno de los primeros economistas en teorizar acerca de este cambio de rumbo en las políticas económicas frente a la crisis provocada por la gran depresión en el llamado “Tercer Mundo”. Fue uno de los primeros (sino es que el primero) en acuñar los conceptos “deterioro de los términos del intercambio”, “desarrollo desigual”, “capitalismo periférico” y muchos otros más.
 
18.  “Mientras el resto del mundo, o al menos el capitalismo liberal occidental, se sumía en el estancamiento, la URSS estaba inmersa en un proceso de industrialización acelerada, con la aplicación de los planes quinquenales. Entre 1929 y 1940, la producción industrial se multiplicó al menos por tres en la Unión Soviética, cuya participación en la producción mundial de productos manufacturados pasó del 5 por ciento en 1929 al 18 por ciento en 1938” (Ibíd., p. 103).
 
19.  Al respecto, la sinóloga guatemalteca M. F. S. argumenta: “El efecto negativo de la Primera Guerra Mundial en las potencias europeas presentes en la China, hizo que el imperialismo empezara a decaer, de manera que en la China se pudieron desarrollar la industria y el comercio propios sin mayor interferencia” (“Rasgos de la cultura china”; Mayra Fernández de Schâfer, Ed. Serviprensa, Guatemala, 2000, pp. 393 – 397). Sin embargo, ese incipiente desarrollo industrial chino, hay que decirlo, fue muy modesto, entre otras cosas, por la falta de capital y por la baja de los precios internacionales de la plata, el patrón de su economía… (“Introducción a la Historia Económica”: G.D.H. Cole; Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 132).
 
 
- Sergio Barrios Escalantees Científico Social e Investigador. Escritor y Narrador. Editor de la Revista virtual Raf-Tulum. Activista por los derechos de la niñez y adolescencia a través de la Asociación para el Desarrollo Integral de la Niñez y Adolescencia (ADINA). Autor del libro “La Falsa Denuncia”. 
https://www.alainet.org/fr/node/165540
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