Afganistán: ¿Acuerdo o salvoconducto para Trump?

03/03/2020
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Finalmente Estados Unidos logró un acuerdo de paz con el Talibán, después de un muy largo y convulso año de reuniones en Qatar y casi veinte de guerra. En un acto protocolar realizado en Doha, la capital qatarí, el pasado sábado 29 de febrero, con la presencia del Secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, y el segundo en la escala de mandos de la organización insurgente el mullah, Abdul Ghani Baradar, los discursos para la ocasión se dirigieron a una importante cantidad de representantes de gobiernos extranjeros como Noruega, Turquía, Uzbekistán, Rusia, Indonesia y otras naciones vecinas que daban marco a un acuerdo de extremada dificultad para cumplir.

 

El 9 de septiembre del año pasado, la paz estuvo tan cerca como ahora, aunque Trump canceló el acuerdo que se firmaría en Camp David, tras un ataque que le costó la vida a un soldado norteamericano, pero los diálogos se volvieron a reanudaron en noviembre, hasta que el 13 de febrero pareció todo listo para la firma de los enviados de Trump y el mullah Hibatullah Akhundzada.

 

Este final para una de las guerras más devastadora y la más larga que han librado en su historia los Estados Unidos, no deja de despertar muchas dudas para los observadores y fundamentalmente para el gobierno de Kabul.

 

Estados Unidos finalmente han concretado dicho acuerdo, que podría estar enmascarando una nueva derrota de Washington, al estilo Vietnam, ya que los talibán describen el acontecimiento como una “victoria” contundente, mientras nadie los desdice;  al tiempo que no hubo ninguna presencia del gobierno de Kabul ni la de ningún otro afgano salvo los talibanes, a lo largo de las conversaciones de Doha, que se iniciaron en septiembre de 2018, por lo que son muchos los que temen que Estados Unidos pueda usar el acuerdo como cobertura para abandonar a su suerte no solo al gobierno del presidente Ashraf Ghani, sino a toda la clase política, el ejército y las fuerzas de seguridad creadas al influjo de los Estados Unidos y a millones de ciudadanos afganos que eligieron el bando norteamericano, que hoy podría estar utilizando el acuerdo de Doha como un simple salvoconducto para no asumir una derrota y mucho menos a nueve meses de unas presidenciables en las que hasta hoy un invencible Donald Trump se juega su reelección.

 

A partir de ahora, Estados Unidos se compromete, en el término de catorce meses, a abandonar el territorio afgano, que invadió en 2001, retirando a la totalidad de sus 12 mil efectivos de manera gradual. Lo acordado indica que en los próximos cuatro meses deberán ser retirados unos 8500 hombres, prácticamente la totalidad de las fuerzas que el presidente Barack Obama había dejado al finalizar su gobierno en enero de 2016, lo que acredita el fracaso de Trump. Estados Unidos también deberá cerrar las cinco bases que mantiene en el país centroasiático. Los plazos estipulan que a mediados de 2021 todas las fuerzas militares de Estados Unidos y la del resto de sus aliados, fundamentalmente europeos, habrán sido retiradas, lo que ha sido la demanda permanente del Talibán, aunque se cree que Washington, mantendría una dotación importante de agentes de inteligencia, para monitorear los avances en la guerra contra el Daesh Khorasan y al-Qaeda, en el terreno, de las que el talibán deberá tomar parte.

 

Además,  el convenio propicia las conversaciones inter afganas, que hasta ahora habían sido prácticamente inexistentes entre el poder político de Kabul, encabezado por el presidente Ghani, y la banda insurgente, que desde siempre ha considerado a la clase política de su país como títere de los norteamericanos.

 

Las conversaciones que se iniciarán el próximo 10 de marzo tienen, entre varios puntos muy conflictivos a resolver, el del intercambio de prisioneros, el que resulta el más urgente y el más difícil ya que la diferencia de prisioneros por bandos es muy notoria. Kabul mantiene unos cinco mil muyahidines en sus cárceles, mientras el Talibán tiene solo unos mil. La discusión se centrará en ese punto, ya que el domingo 1 de marzo, el presidente Ghani, declaró que: “El gobierno de Afganistán no se ha comprometido a liberar a los 5 mil”. Una decisión a la que no le falta lógica, si se tiene en cuenta que, de hecho, todavía la guerra está activa y no sería extraño que se intensifique a medida que los Estados Unidos se vayan retirando.

 

El talibán por su parte, con este alto al fuego, en procura de una paz definitiva, podría conocer en verdad cuanta fidelidad tienen sus bases a la cúpula, que les está impidiendo, con esta decisión,  la posibilidad de una victoria indiscutible, después de veinte años de guerra, innumerables sacrificios y miles de hermanos muertos en combate y tortura.  Esto pero permitirá conocer cuántos de los mandos medios del talibán, que han llevado el curso de una guerra en que la que no dejan de anotarse avances, estarán de acuerdo con la firmar de este convenio, que podría producir un sisma en la fuerza comandadas por el mullah Hibatullah Akhundzada al mando de la organización desde 2016, tras la muerte de mullah Akhtar Mansour, alcanzado por un dron norteamericano, en Dhal Bandin, cerca de la ciudad de Queta, capital del Baluchistán pakistaní.

 

Un desfiladero demasiado estrecho

 

Sabemos que la geografía afgana está construida por cordilleras, valles y desfiladeros, a veces demasiado estrechos para que la paz pueda cruzarlos, sin desbarrancarse como casi siempre. Y como sucede, desde hace más de cuarenta años, es difícil saber si éste es el fin de una guerra o el comienzo de otra.

 

La mayoría de los 36 millones de afganos es menor de treinta años, por lo que ninguno de ellos ha vivido un solo día de su vida en paz, y si se confirma que Estados Unidos ha conseguido escapar de esta guerra sin pagar el costo político, Afganistán se precipitará a un nuevo colapso bélico. Los taliban, desde las redes sociales no hacen más que anunciar su victoria, lo que confirma la peor de las teorías. Y el punto crítico de este acuerdo, por el que puede derrumbarse todo el andamiaje levantado en Doha,  está en los 5 mil prisioneros talibanes, que según el senador demócrata Tom Malinowski, si o si deben ser liberados.

 

Por su parte, el poder político de Kabul, más que en revisar el acuerdo de Doha, está concentrado en la discusión acerca de quién ganó las presidenciables del año pasado: el actual presidente Ghani o su presidente ejecutivo y archienemigo, Abdullah-Abdullah, como ignorando los viejos antecedentes del país que rememoran la suerte corrida por Mohammad Najibullah, brutalmente torturado y finalmente ejecutado por el talibán en 1996.

 

Aunque el único peligro no es el Talibán, pues, según un comandante del Daesh Khorasan, el acuerdo de paz redundará en su beneficio, ya que hay muchos efectivos talibán han prometido unirse al Daesh, si este se implementa finalmente.

 

En una demostración de buena voluntad, el 22 de febrero Estados Unidos y los Talibán, comenzaron una reducción voluntaria de operaciones durante siete días, lo que se ha logrado, sin conocerse que sucederá una vez vencida el plazo.

 

De todos modos, de la paz o el salvoconducto están demasiado lejos jugadores importantes en la región, como Pakistán, que ha tenido una injerencia fundamental en su vecino del norte, desde los años de la guerra antisoviética, temeroso de la posible injerencia en Kabul de la India. Esto podría llevar a presionar o extorsionar a los talibán con información muy delicada que dispone de sus líderes, o directamente a financiar a los talibán díscolos a los mandos o a jugar con el Daesh o al-Qaeda, que podrían llegar a unirse, como lo acaban de hacer la semana pasada en África occidental, para que la paz no sea posible, como siempre, en Afganistán.

 

-Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

https://www.alainet.org/es/articulo/205010
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