A veces El Capital de Marx es una almohada, otras veces nos obliga a profundizar nuestras luchas

Hoy en día, el estudio comprometido sigue siendo un pilar para nuestros movimientos y para nuestras esperanzas de construir un futuro mejor.

19/02/2021
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En 1911, un joven Ho Chi Minh (1890-1969) llegó a Francia, país que había colonizado su tierra natal, Vietnam. Aunque había sido criado con un espíritu patriótico comprometido con el anticolonialismo, el temperamento de Ho Chi Mihn no le permitía refugiarse en un romanticismo nostálgico. Comprendía que el pueblo vietnamita debía inspirarse en su propia historia y tradiciones así como también en las corrientes democráticas que se habían desarrollado en los movimientos revolucionarios de todo el mundo. En Francia, se involucró en el movimiento socialista, que le enseñó sobre las luchas obreras en Europa, aunque lxs socialistas franceses no se decidían a romper con las políticas coloniales de su país. Esto frustraba a Ho Chi Mihn. Cuando el socialista Jean Longuet le dijo que lea El Capital de Karl Marx, Ho Chi Mihn lo encontró difícil y más tarde dijo que lo usaba principalmente de almohada.

 

 

La Revolución de Octubre de 1917 que inauguró la República Soviética levantó el espíritu de Ho Chi Mihn. No solo la clase trabajadora y el campesinado se habían tomado el Estado para intentar remodelarlo, sino que la dirección del nuevo Estado ofrecía una fuerte defensa a los movimientos anticoloniales. Con mucho gusto, Ho Chi Minh leyó las “Tesis sobre la cuestión nacional y colonial” de V. I. Lenin, texto que había sido escrito para la reunión de 1920 de la Internacional Comunista. Este joven radical vietnamita, cuyo país había estado sometido desde 1887, encontró en este y otros textos las bases teóricas y prácticas para construir su propio movimiento. Ho Chi Minh fue a Moscú, luego a China, y finalmente regresó a Vietnam para sacar a su país de la opresión colonial y de una guerra que le habían impuesto Francia y Estados Unidos (guerra que terminó con la victoria vietnamita seis años después de la muerte de Ho Chi Minh).

 

En 1929, Ho Chi Minh dijo que “la lucha de clases no se manifiesta como lo hace en Occidente”. No quería decir que la brecha entre Occidente y Oriente fuera cultural, sino que las luchas en lugares como el ex Imperio Ruso e Indochina debían tener en consideración una serie de factores únicos de esas partes del mundo: la estructura de dominación colonial, el deliberado subdesarrollo de las fuerzas productivas, la abundancia de campesinxs y trabajadorxs agrícolas sin tierra, y las miserables jerarquías heredadas y reproducidas del pasado feudal (como la casta y el patriarcado). Era necesaria la creatividad, y eso hizo que el marxismo en las zonas colonizadas construyera su teoría de lucha a partir del trabajo concreto en sus propias y complejas realidades. Los textos escritos por personas como Ho Chi Mihn parecen ser meros comentarios sobre la situación actual, pero en realidad estos marxistas estaban construyendo sus teorías de lucha a partir de contextos específicos que no eran inmediatamente evidentes para Marx y sus principales sucesores dentro de Europa (como Karl Kautsky y Eduard Bernstein).

 

El dossier 37 del Instituto Tricontinental de Investigación Social, Amanecer: marxismo y liberación nacional, explora la interpretación creativa del marxismo en todo el Sur Global, desde el Perú de José Carlos Mariátegui hasta el Líbano de Mahdi Amel. El dossier es una invitación al diálogo, a una conversación sobre la intrincada tradición del marxismo y los movimientos de liberación nacional, una tradición que emerge de la Revolución de Octubre de 1917 y que tiene sus raíces en los conflictos anticoloniales de los siglos XX y XXI.

 

Cuando las categorías del marxismo salieron de las fronteras del Atlántico Norte tuvieron que ser “ligeramente estiradas”, como escribió Frantz Fanon en Los condenados de la tierra (1963), y la narrativa del materialismo histórico tuvo que ser enriquecida. Ciertamente estas categorías tienen una aplicación universal, pero no pueden aplicarse del mismo modo en todas partes. Cada uno de los movimientos que asumieron el marxismo —como el movimiento por la liberación de Vietnam liderado por Ho Chi Minh— primero tuvo que traducir esas categorías a su propio contexto. El problema central del marxismo en las colonias era que las fuerzas productivas en estas partes del mundo habían sido sistemáticamente debilitadas por el imperialismo, y las viejas jerarquías sociales no habían sido barridas por las corrientes democráticas. ¿Cómo se puede hacer una revolución en un lugar sin riqueza social?

 

Las lecciones de Lenin resonaron en personas como Ho Chi Minh, porque Lenin sostenía que el imperialismo no permitiría el desarrollo de las fuerzas productivas en lugares como India y Egipto; estas eran regiones cuyo rol en el sistema global era producir materias primas y comprar productos manufacturados de las fábricas de Europa. En estas regiones del mundo no surgió ninguna élite liberal que estuviera realmente comprometida con el anticolonialismo o la emancipación humana. En las colonias, fue la izquierda la que tuvo que impulsar la lucha contra el colonialismo y por la revolución social. Esto significó que tuvo que crear la base para la igualdad social, incluyendo el desarrollo de las fuerzas productivas; fue la izquierda la que tuvo que usar los escasos recursos que quedaban tras el saqueo colonial, amplificados por el entusiasmo y el compromiso de los pueblos, para socializar la producción a través del uso de maquinarias y de una mejor organización del trabajo, y socializar la riqueza para avanzar en el desarrollo de la educación, la salud, la nutrición y la cultura.

 

Cada una de las revoluciones socialistas posteriores a Octubre de 1917 sucedió en una zona empobrecida por el colonialismo, como Mongolia (1921), Vietnam (1945), China (1949), Cuba (1959), Guinea Bissau y Cabo Verde (1975) y Burkina Faso (1983). Estas eran sociedades principalmente campesinas, cuyo capital fue robado por las potencias coloniales que los dominaban, y cuyas fuerzas productivas se desarrollaron solo para permitir la exportación de materias primas y la importación de bienes manufacturados. Cada revolución fue enfrentada con una violencia brutal por parte de sus gobernantes coloniales, quienes se enfocaban en destruir lo que quedaba de riqueza de la sociedad.

 

La guerra contra Vietnam es emblemática por su violencia. Una campaña, la Operación Hades (o Ranch Hand), ilustra lo suficiente: entre 1961 y 1971, el gobierno de Estados Unidos roció 73 millones de litros de armas químicas para destruir toda la vegetación de Vietnam. El agente naranja, el arma química más terrible de su tiempo, fue usado en casi todo el cinturón agrícola del país. Este armamento no solo mató a los millones de personas que murieron en la guerra, sino que dejó un terrible legado para el Vietnam socialista: decenas de miles de niñxs vietnamitas nacieron con graves condiciones (espina bífida, parálisis cerebral) y millones de kilómetros de tierra fértil se volvieron tóxicos por estas armas. Tanto la devastación médica como agrícola han durado al menos cinco generaciones, y todo indica que persistirán por varias más. Lxs socialistas de Vietnam tuvieron que construir su país no a partir de un modelo socialista tomado de libros, sino enfrentando los males infligidos sobre su país por el imperialismo. Su camino socialista tuvo que atravesar la terrible realidad que era específica de su propia historia y contexto.

 

Nuestro dossier argumenta que muchxs marxistas en el mundo colonial nunca leyeron a Marx. Leyeron sobre el marxismo en varios panfletos baratos y se encontraron de ese mismo modo con Lenin: los libros eran muy caros, y a menudo era difícil acceder a ellos. Personas como el cubano Carlos Baliño (1848-1926) y la sudafricana Josie Palmer (1903-1979) provenían de entornos humildes con poco acceso a las tradiciones intelectuales de las que emergió la crítica de Marx. Pero conocían su esencia a través de sus luchas, y a través de la lectura y de sus propias experiencias construyeron teorías que fueron apropiadas para su contexto.

 

Hoy en día, el estudio comprometido sigue siendo un pilar para nuestros movimientos y para nuestras esperanzas de construir un futuro mejor. Por esta razón, cada año, el 21 de febrero, el Instituto Tricontinental de Investigación Social participa del Día de los Libros Rojos. El año pasado, más de sesenta mil personas acudieron a lugares públicos a leer el Manifiesto Comunista en el 172º aniversario de su publicación, el 21 de febrero de 1848. Este año, debido a la pandemia, los eventos tendrán lugar de manera virtual. Les animamos a buscar a editoriales y organizaciones en tu región que puedan estar organizando un evento para el Día de los Libros Rojos y participar. Si no hay eventos cerca tuyo, puedes realizar tu propio evento o utilizar las redes sociales para hablar sobre tus libros rojos favoritos y lo que significan para tus luchas. Esperamos que el Día de los Libros Rojos se vuelva un hito tan central en nuestro calendario como el Primero de Mayo.

 

A Ho Chi Minh —cuyo nombre significa “fuente de luz”— se le veía casi siempre con su paquete de cigarrillos Lucky Strike y un libro. Amaba leer y amaba conversar, pues ambas cosas le ayudaban a desarrollar su comprensión sobre la marcha del mundo. ¿Qué libros rojos están cerca de ti mientras lees este boletín? ¿Te unirás a nosotrxs en el Día de los libros rojos y agregarás nuestro nuevo dossier a tu lista de lectura de libros rojos?

 

Fuente: Instituto Tricontinental de Investigación Social.


 

https://www.alainet.org/es/articulo/211041
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