La Washington Trump Party: ¿Intento de golpe de estado fallido o inicio de una nueva guerra civil?

Ahora en este nuevo periodo post-Trump se abre una fase de incertidumbre donde todo es posible, tanto lo peor como lo mejor.

19/01/2021
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Foto: https://www.todojujuy.com
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Un fantasma recorre las calles de la capital imperial. Este es el fantasma de la fractura social tal y como no lo había conocido el país desde 1861 cuando los siete Estados separatistas proclamaron su Confederación de Estados Americanos en rebelión contra la Unión Americana. Una fractura de clases.  Como una mordedura del pasado, las banderas confederadas fueron nuevamente colgadas en el Congreso Federal aquel 6 de enero 2021. ¿Pero qué ha pasado? ¿Cómo fue posible aquel acontecimiento y que consecuencias podría tener en el futuro? ¿Realmente se trató de un intento de golpe de estado en las reglas del arte? ¿Podrían los Estados Unidos volver a caer en una guerra civil?

 

El 6 de enero, cuando el Congreso Federal en Washington procedía a la validación del resultado de las elecciones presidenciales recién estrenadas a finales de 2020, una muchedumbre de partidarios de Trump, respaldando su llamado, se juntaron en el capitolio y deciden interrumpir la sesión de la Cámara de Representantes con la complicidad de los policías del perímetro exterior, como se pudo apreciar gustosamente en los numerosos videos viralizados en las redes sociales. Frente a la violencia de los seguidores del magnate, los policías en el perímetro interior respondieron con disparos, el saldo es de cinco muertos y decenas de heridos y más de 61 arrestos. 

 

Aunque el saldo puede parecer considerable, estamos lejos de la violencia ejercida contra la población por parte del gobierno de Trump en las recientes revueltas estalladas a raíz del asesinato de George Floyd por policías de la ciudad de Minneapolis. Cuando se tratan de protestas violentas de supremacistas blancos, la policía y la guardia nacional miden sus golpes contrariamente cuando son los barrios afroamericanos los que se sublevan. Esto no es una novedad. Lo que sí lo es, es que grupos de las ultraderechas hayan podido organizarse a tal punto, detrás de la figura del liderazgo de Trump, como para invadir el Capitolio. El evento no fue fortuito o el fruto de la espontaneidad pura de los electores de Trump sino un eslabón en una campaña planificada por él y su equipo en un intento desesperado de mantenerse en el poder después del fracaso de la estrategia de refutación de los resultados de las elecciones.

 

En la época de memorialización en la que vive occidente, nos es muy fácil tratar de interpretar los acontecimientos actuales a la luz de los acontecimientos pasados a tal punto que siempre llegamos a comparar tal hecho con uno ocurrido en el pasado como si de una repetición se tratara, pero la verdad, los nuevos acontecimientos han mostrado su naturaleza caprichosa y su complejidad frente a los esquemas históricos clásicos. Muchos han denunciado el acto del 6 de enero como un intento de golpe de estado fascista, pero ¿realmente se trata de eso?

 

Si hay una clara presencia de sectores de la extrema derecha, no son los únicos, la mayoría de los votantes de Trump en los hechos no se asocian a tal corriente. Pero si examinamos las diferencias podemos encontrar un gran número de ellas pues generalmente los fascistas llegaron al poder o por medio de un golpe de estado o incluso en la mayoría de los casos por medio de las elecciones, pero siempre con el apoyo de la elite capitalista. En su caso Trump siempre tuvo el establishment liberal en su contra desde su primera candidatura.

 

Posteriormente fue tolerado siempre y cuando se cuadró con los intereses de la elite, lo cual hizo traicionando su propio electorado. Al acercarse las elecciones estaba claro que el establishment no iba a permitir que pudiera ser reelegido por su inestabilidad y sus políticas de corte proteccionista. También se puede considerar que Trump siendo el líder de esta nueva derecha populista no podía ni pretendía desaparecer la democracia representativa para instalar una autocracia como lo hacían los movimientos fascistas en el siglo pasado. Su estrategia era mantener su popularidad con base a desacreditar constantemente el sistema político estadounidense. Funcionó mientras podía mantener la ilusión de ser un marginal u “outsider” del Estado profundo o “Deep State” y estar en conflicto con el establishment liberal. Sin embargo, frente a las amenazas, presiones, el fracaso del intento de desestabilización y el abandono de sus propios aliados republicanos y miembros del gobierno Trump tuvo que aceptar la ineluctable transición del poder, y eso para preservar su propia posibilidad de volver a presentarse en 2024, pero está claro que muchos quedaron decepcionados por su sumisión al orden establecido y ya no votaran por él. Traicionó definitivamente las aspiraciones de socavar el sistema desde su interior.  Por lo tanto, no se puede considerar lo ocurrido el 6 de enero como un golpe de estado y mucho menos fascista, sino como un intento desesperado de desestabilización del poder legislativo para ganar tiempo e interponer más trabas en la transición del poder, lo cual sigue constituyendo un acto simbólicamente muy impactante y que dejará marcada la inestabilidad política del país. 

 

Además, parece fundamentada la protesta, aunque no sea por las buenas razones (querer cancelar las elecciones ninguneando el voto de circunscripciones en mayoría afroamericana pro-demócrata), pues el sistema político es tan monolítico que prácticamente no ha cambiado desde su establecimiento a finales del siglo XVIII después de la guerra de independencia. 

 

Al igual que un viejo fósil polvoriento, olvidado en la bodega de museo que nadie visita, de vez en cuando necesita una limpieza con una reforma por aquí y otra por acá. Pero, fundamentalmente el sistema no ha cambiado, se ha mantenido en la forma de una proto-democracia, un eslabón perdido de la evolución, como las viejas y ya extintas repúblicas oligarcas de mercaderes en la Europa medieval, que a duras penas se ha mantenido vivo hasta en la actualidad sino solo con la ayuda de un monstruoso aparato burocrático y de represión policiaca y militar. Pues el voto de los ciudadanos no cuenta, porque un colegio de grandes electores decide quien gobierna o no el país, y precisamente es lo que tanto aqueja y sigue aquejando muchos de los que votaron por Trump (excepto cuando el mismo fue elegido gracias a ese truco antidemocrático en 2016), o al lado opuesto por los que votaron por Sanders. Definitivamente las instituciones del Estado Norteamericano ya se han vuelto totalmente obsoletas y no habrá estabilidad hasta que un cambio más profundo opere. La crisis política no ha terminado, sino que solo está empezando como reflejo de la profunda crisis social y económica del sistema capitalista financiero.

 

Hace unos días numerosas agencias de seguridad como el FBI han reportado la posibilidad de protestas, e inclusive enfrentamientos armados en numerosos estados del país entre el 16 y 20 de enero. Por ahora no se sabe la magnitud que tomarán esas protestas, aunque parece difícil la posibilidad de que estalle una guerra civil de manera inmediata (pues se necesitaría la fractura total del ejército e instituciones políticas generando un enfrentamiento militar directo), el país quedará profundamente dividido, lo cual a mediano o largo plazo puede tener consecuencias mucho más graves. Con o sin Trump la polarización provocada por la propia crisis economía, social y política que viven los Estados Unidos seguirá presente y podrá radicalizarse aún más con la llegada de nuevos liderazgos más fuertes y radicales. La cuestión sería que la izquierda radical de Sanders (socialdemócrata) pueda capitalizar la derrota y traición de Trump hacia su propio electorado para preparar el terreno para una victoria en 2024, pero esto sería entrar ya en el dominio de la especulación.

 

Pero cuando crece lo que nos salva, también crece el peligro. La gran amenaza que pesa ahora es precisamente el desarrollo importante de los movimientos y organizaciones de extrema derecha como Oath Keepers o Qanon, algunas incluso de obediencia fascista como los Proud Boys dirigidos por Gavin McInnes (fundador) y Enrique Tarrio (arrestado) un cubano proveniente de Florida, que gracias al asalto del 6 de enero al capitolio han podido reclutar numerosos miembros nuevos entre sus filas. Si estas organizaciones han permanecido minoritarias en la sociedad estadounidense la actuación en el acto insurgente, aunque haya fracasado en su finalidad, les ha puesto en el centro de la atención y atraído numerosos perfiles hacia sus filas. 

 

Otra cuestión de gran importancia sobre la cual prácticamente pocos han reaccionado y que parecía importante tratar es la censura de las principales empresas de redes sociales como Facebook y Twitter en contra de las cuentas de Donald Trump aun siendo el presidente en función de los Estados Unidos. Esta acción constituye un sin precedente dado que una decisión de esta magnitud compete normalmente a órganos públicos como tribunales y en este caso al mismo congreso federal con el procedimiento de impeachment (ya aprobado en el congreso, hace pocos días, por segunda vez contra Trump) y destitución contra el presidente. Para nadie es noticia que las grandes multinacionales tienen más poder que muchos gobiernos, pero muy pocos sospechaban que ese poder sería por encima del propio gobierno de los estados unidos, hoy lo han sacado a la luz del día con todas las miradas puestas, demostrando que tienen todo el poder de ser jueces para silenciar la manera en la que un presidente puede expresarse con el pueblo que lo ha votado. Si puede parecer justificado contra Trump, el problema reside en la posibilidad que este poder sea utilizado contra cualquier movimiento o figura pública opositores al establishment y no solo en los EE.UU sino en todo el mundo.

 

Al final se ha evidenciado que Trump no representó ninguna ruptura real con el viejo sistema político y el establishment liberal. Después de todo se ha sometido a su lógica, salvo casos excepcionales, ha aprobado las políticas que las grandes empresas deseaban, no ha alcanzado sus objetivos ni cumplido con sus promesas salvo por el show barato constante en Twitter y los grandes medios de comunicación. Lo único que ha logrado es agudizar aún más la fractura social y llevar hasta un estado de crisis terminal a las instituciones políticas del país. Ahora en este nuevo periodo post-Trump se abre una fase de incertidumbre donde todo es posible, tanto lo peor como lo mejor. De esto dependerán las dinámicas de lucha de clases, más presentes que nunca en el país guía de occidente. 

 

Boris Differ

Maestro en Historia de México por la Universidad de Guadalajara, Licenciado en Geografía por la Universidad de Toulouse. Miembro del Observatorio de Movimientos Sociales - Universidad de Guadalajara.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/210574
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