Los Fernández en la Argentina un año después

Una eternidad de doce meses

10/12/2020
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El 10 de diciembre de 2019 la Argentina estalló de alivio, alegría y esperanza. La asunción de presidencial de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner fue la llegada al oasis soñado en pleno cruce del peor de los desiertos. Gol y desahogo, cuando la agonía apretaba el cuello. En el país de Mauricio Macri no había trabajo, ni alcanzaba para comer. La destrucción causada por el gobierno constitucional que generó más daño en menos tiempo (cuyas consecuencias van a durar muchos años) hasta hacía difícil pensar en “algún” futuro.

 

Las multitudes felices de aquellos días, la totalidad de la población y el mundo entero, no sabían que, además del FMI, a la vuelta de la esquina acechaba una peste socio-sanitaria destructiva como nunca en más de un siglo: la Covid-19 que, al cierre de esta nota, afectó a 191 de los 194 países soberanos reconocidos por Naciones Unidas, produjo unos 69.000.000 de contagios globales y supero el millón 600.000 muertos, mientras en lo local avanzaba hacia el millón y medio de casos con más de 40.000 decesos.

 

La construcción de la fiesta

 

La fiesta compartida del 10 de diciembre de 2019, las marchas, cantos y banderas, el humo de los choripanes, dieron sabor y color a aquel pedido estampado sobre los pechos de las pibas que reclamaban “abrazame hasta que vuelva”. Cristina, el peronismo, la esperanza… cada quien pudo completar la frase con sus propias definiciones, con sus amores. Un año atrás, hace apenas doce meses, todo fue canto y consigna, un mar de alegrías compartidas, una puerta que se cerraba y un cielo que se abría.

 

En medio de las protestas en otros países de la región también descarrilados al compás de la batuta del Fondo Monetario, la Argentina caminaba al borde del precipicio; las luces de alarma se encendían a cada hora y cualquier depósito de alimentos era la promesa de un bocado para quienes nada tenían. Llegaron las decisiones: unidad de los peronismos, organización de los movimientos sociales, presencia constante en las calles junto a los sindicatos de todos los colores y, al fin, “el estallido” se dio en las urnas de las elecciones “internas”, un portazo al intento reeleccionario del régimen neoliberal apoyado con decenas de miles de millones de dólares desde Washington y bailado con deleite por los gerentes de las corporaciones vestidos de ministros.

 

Los comicios de agosto y octubre fueron dique y trinchera contra la continuidad de un ajuste imposible de soportar por quienes navegaban entre la pobreza, la indigencia o, directamente, la calle sin techo, También por los sobrevivientes de un aparato productivo mermado, masacrado por las políticas de fronteras abiertas a la destrucción de la industria, las economías regionales, la agricultura familiar.

 

Las urnas pusieron las cosas en el lugar electoral que correspondía, corrigieron la opción de una propuesta de minorías avalada por una mayoría en 2015 y la reemplazó por el apoyo del 49% de votantes a un programa para el conjunto del país, impulsado por la coalición partidaria, social y sindical más grande de la historia electoral argentina.

 

Lluvia ácida

 

Durante los cortísimos 60 días que Fernández y Fernández tuvieron para planificar sus gestiones, debieron enfrentar la negociación con un FMI que, para el “caso argentino” venía siendo manejado de manera directa por el presidente de los Estados Unidos, quien le obligó a entregarle a Macri un crédito de volumen “histórico” de u$s 57.000 millones, a sabiendas de que sería imposible de pagar, con la fracasada fantasía de que su ficha antivenezolana del Sur de las Américas se mantuviese en la oficina principal de la Casa Rosada. Los datos no solo fueron confirmados por el por entonces representante de Donald Trump en el Fondo, Mauricio Claver, sino que, incluso, los usó como parte de su campaña hacia la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que hoy ocupa como muestra del rechazo geopolítico al “populismo” justicialista y al “eje” Venezuela-Cuba.

 

La dupla debió soportar, incluso antes de sus asunciones formales, la campaña desestabilizadora de las corporaciones y su sistema privado de medios propagandísticos. La pobre imitación macrista de la despedida del 9 de diciembre de 2015 frente a una Plaza de Mayo con una multitud incomparable, de la hoy Vicepresidenta, lejos de constituir el compromiso de reconstrucción de su fuerza política para intentar el regreso al gobierno en períodos futuros, constituyó el grito de guerra del proceso de descalificación de las opciones mayoritarias y de deterioro de la legitimidad de sus representantes.

 

La nueva gestión arrancó sin recursos, con su principal socio regional y con la superpotencia hemisférica (Bolsonaro+Trump) ubicados en las antípodas de su imaginario social y de su visión latinoamericanista. La coyuntura y sus carencias no ayudaban a encontrar las banderas de una épica que despertase entusiasmos subjetivos. La Argentina de comienzos del 2020, era la saga del país de Macri y su plan de negocios, construido a la inaudita velocidad de un vendaval de cuatro años; quienes vivían el día a día de los barrios, frente a las góndolas del supermercado o del “chino de la vuelta” miraban un litro de leche, un kilo de asado o un paquete de medio kilo de yerba, con la misma distancia que si fuesen joyas para millonarios.