Epidemias, pandemias y cultura popular
- Opinión
Tom Hanks y su esposa Rita Wilson; Plácido Domingo; Dwayne Johnson y su esposa Lauren Hashian; Antonio Banderas; Doja Cat; Kanye West; Idris Elba; Tom Chaplin; Robert Pattinson; Jim Parsons y su esposo Todd Spiewak; Bryan Cranston; Mel Gibson; Andrea Bocelli; Marianne Faithfull; Madonna; John Prine; Sturgill Simpson; Christopher Cross; Ray Benson; Adam Schlesinger y Kalie Shorr son algunos nombres de celebridades del mundo del espectáculo que han contraído el COVID-19, provocado por el SARSCoV2, saliendo bien librados o, parafraseando a García Márquez, “viven para contarla”. No ha sido el caso de personas menos afortunadas, celebridades o no, que lamentablemente han fallecido a causa de la citada enfermedad. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se tienen en este momento más de un millón de defunciones en todo el planeta a causa de la enfermedad y 35 millones y medio de casos confirmados.
A propósito de celebridades aquejadas por el COVID-19, el caso del Presidente de Estados Unidos es uno de los más comentados en fechas recientes. Donald Trump, como se recordará, fue el conductor, por catorce temporadas, del reality The Apprentice, un programa de televisión en que en que se medían las habilidades empresariales de los concursantes y donde su protagonista popularizó la expresión “¡estás despedido!.” The Apprentice, una suerte de Shark Tank –pero con el control absoluto de las decisiones por parte del magnate neoyorquino- colocó a Trump en la atención de los estadunidenses y fue una plataforma que, sin duda, le ayudó a ganar popularidad y lo catapultó hasta convertirlo en inquilino de la Casa Blanca. Este recuento viene al caso porque, como celebridad del mundo del espectáculo que saltó a la jefatura política de Estados Unidos, ejemplifica la relevancia de la cultura popular más allá del simple entretenimiento, como se verá a continuación.
Las tecnologías de la información y la comunicación han modificado la manera en que las personas acceden a temas de interés. Hoy se sabe que antes de recurrir a un médico, el 80 por ciento de los usuarios de internet buscan información médica en la red.[1] Ya mucho se ha hablado de la otra pandemia, la infodemia, resultado de opiniones difundidas por personas que no necesariamente son especialistas en los temas que abordan. Hoy, por ejemplo, sobre el COVID-19 hay información proporcionada por la OMS, la Organización Panamericana de la Salud (OPS), ministerios de salud de los países, institutos de investigación y universidades y empresas farmacéuticas que compiten directamente con opiniones de celebridades de la industria del entretenimiento, que suelen trascender y tener mayor impacto en las audiencias. Las celebridades son admiradas y quizá ahora, en el confinamiento, sus dichos y comentarios tienen más resonancia al navegar en el ciberespacio de la información y también de la desinformación.
En momentos en que la credibilidad de las sociedades en las instituciones y gobiernos se tambalea, sobre todo por las dificultades de estos para actuar con celeridad y/o coordinar una respuesta global a la crisis pandémica, es frecuente que el ciudadano de calle se pregunte por qué existe el COVID-19. Al no proveer una respuesta clara y comprensible/accesible para el común de las personas, gobiernos y organismos internacionales dejan la puerta abierta a conspiracionistas y explicaciones que, sin contar con ninguna referencia ni sustento científicos se colocan rápidamente en el gusto del público, ávido de información.
Epidemias y cultura popular
Un recuento de los productos que la industria del entretenimiento de Hollywood ha generado a propósito del tema de las epidemias y las pandemias revela, en términos generales, una apuesta por el catastrofismo que, al final, por lo general, tiene un final feliz. El propósito de las tramas de recordadas películas y series es entretener, aunque queda la sensación de que podrían hacer algo más a favor, por ejemplo, de la alfabetización en materia de salud para la población. Empero, cuando los guionistas tienen que elegir entre el drama y la ciencia, rara vez la segunda prevalece y las narrativas sólo la aluden con fines sobre todo decorativos.
En El fugitivo (The Fugitive), película de 1993 que dirigió Andrew Davis, protagonizada por Harrison Ford y Tommy Lee Jones, la esposa del Doctor Richard Kimble (Ford) es brutalmente asesinada. Kimble es acusado de homicidio y condenado a morir por inyección letal, pero cuando es trasladado a prisión, un accidente le permite huir y descifrar el ataque contra su esposa. A medida que se desarrolla la trama se descubre que una empresa farmacéutica había desarrollado un medicamento, provasic, aparentemente inocuo, pero que, en realidad, provocaba terribles daños en el hígado. Kimble había encontrado evidencia de ello en pruebas de laboratorio y el desarrollador del medicamento mintió a las autoridades sanitarias sobre ello, decidiendo asesinar a Kimble para ocultar la verdad. Al no encontrar a Kimble en su domicilio fue que su mujer fue victimada. Esta película deja muy mal paradas a las empresas farmacéuticas y transmite el mensaje de que lo único que buscan es hacer dinero, sin importar los efectos secundarios en las personas, de los medicamentos que desarrollan.
Las primeras imágenes de Epidemia (Outbreak), película de 1995 dirigida por Wolfgang Petersen y estelarizada por un pléyade de prestigiados actores como Dustin Hoffman, Morgan Freeman, Donald Sutherland, Kevin Spacey y Rene Russo son impactantes. Una aldea en algún lugar de África es incinerada por decisión de las autoridades estadunidenses, luego de que nativos y soldados estadunidenses se contagiaran del letal virus motaba -similar al ébola- ante el que no hay cura alguna, esto en 1967. 28 años después el virus llega desde el entonces Zaire a Estados Unidos a través del tráfico ilícito de un mono capuchino, portador de la enfermedad, que transmite a los humanos con los que tiene contacto y genera una dramática epidemia. Esta película abona a las teorías conspirativas acerca de lo que ocurre cuando un virus -o bacteria o toxina- se sale del control de las autoridades, las que presumiblemente podrían optar por el asesinato de comunidades enteras en aras de evitar la propagación de la enfermedad o padecimiento de que se trate.
El jardinero fiel (The Constant Garneder), película de 2005 dirigida por Fernando Meirelles con Ralph Fiennes y Rachel Weisz como protagonistas, arranca con la noticia que recibe un diplomático británico emplazado en Kenia, Justin Quayle (Fiennes) de que su esposa Tessa (Weisz), activista de Amnistía Internacional, fue asesinada junto con el chofer que la acompañaba. Justin, decidido a averiguar por qué murió su esposa, descubre que una corporación farmacéutica prueba un medicamento contra la tuberculosis, dypraxa, en comunidades de Kenia, que provoca serios efectos secundarios en las personas a quienes se les aplicó. Tessa confrontó a la empresa farmacéutica, exigiendo el cese de las pruebas y la reconfiguración del medicamento, lo que habría costa millones a la empresa y la habría colocado en desventaja respecto a otras corporaciones que también estaban desarrollando tratamientos para la tuberculosis, por lo que, los ejecutivos de la empresa decidieron asesinar a la mujer y más tarde a Quayle una vez que descubre todo el complot. Al igual que en El fugitivo, la moraleja de esta película es que las empresas farmacéuticas operan sin escrúpulos y experimentan en comunidades, sin su permiso ni conocimiento -como si se tratara de conejillos de indias-, medicamentos cuyas secuelas son devastadoras, siendo capaces de asesinar a quien descubra lo que hacen.