La ambivalencia de iniciativas antirracistas y anticolonialistas en Europa

01/07/2020
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  • Opinión
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Foto: http://noviolenciactiva.blogspot.com
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La muerte, ocurrida el pasado 25 de mayo de 2020 en Minneapolis, del afro-estadunidense George Flyod, asfixiado bajo las rodillas de un policía blanco, ha dado la vuelta al mundo. Al parecer, este hecho y los impactos globales que provocó están socavando poco a poco el fundamento de la supremacía blanca, a saber, el colonialismo y, lo que fue una de sus máximas “justificaciones”, el racismo.

 

Además de las manifestaciones multitudinarias y derribamientos de estatuas y otros monumentos dedicados a figuras históricas de ambos males, éstos se han visto atacar por las mismas instituciones de países ex colonialistas, en particular, en Europa. He allí algunos ejemplos: sólo en el anterior mes de junio, Bélgica lanzó una comisión parlamentaria que debe trabajar sobre la memoria de la esclavitud en las antiguas colonias1, Alemania retomó las negociaciones con Namibia sobre el genocidio contra los herrero y los nama2, el Parlamento Europeo declaró la esclavitud como un crimen contra la humanidad3.

 

Sin embargo, la forma en que se formulan varias de estas loables iniciativas antirracistas y anticolonialistas europeas tiende paradójicamente a cierta banalización, des-responsabilización, impersonalización e incluso una obliteración del problema del racismo y del colonialismo; lo que constituye una ambivalencia.

 

A continuación, intentaremos una criptografía de dos de estas formulaciones para mostrar su ambivalencia.

 

El Parlamento Europeo y su resolución del 19 de junio

 

El Parlamento europeo adoptó el pasado viernes 19 de junio una resolución sobre “las protestas antirracistas tras la muerte de George Floyd”.

 

¿Por qué este título a una resolución, cuyo objeto es convocar a los Estados europeos a luchar contra el racismo? Es como si este Parlamento viera finalmente “la viga en el propio ojo”, sólo después de ver “la paja en el ojo ajeno”, parodiando este conocido refrán bíblico, sin minimizar evidentemente el horror de este homicidio. El título transparenta claramente cierta hipocresía, dirían las malas lenguas.

 

A tenor de lo anterior, está bien detallado el contexto, en el que el Parlamento europeo dice inspirarse para escribir la resolución, y los “considerandos” están también claramente planteados y orientados todos a justificar la pertinencia del documento para todos los Estados de la Unión Europea; sin embargo, uno no acaba de entender cuál es la relación interna o intrínseca entre una cosa y la otra. En concreto, ¿en qué el contexto de la muerte de Floyd obliga necesariamente a la Unión Europea a luchar ahora sí contra el racismo? Antes de ello, ¿no era necesario?

 

Es como si el racismo en los Estados Unidos de América fuera el principal o uno de los principales motivos que debería empujar a los Estados europeos a mirar de frente el problema del racismo en la Unión Europea y a tomar la correspondiente decisión de luchar contra él en esta región del mundo. Si bien la esencia o la brutalidad del racismo es el mismo en todos los contextos; sin embargo, uno se podría preguntar: ¿Por qué había que esperar que ocurriera tal horroroso evento en los Estados Unidos de América para reconocer finalmente que “las vidas negras importan” en Europa y hasta entonces “declarar la esclavitud como un crimen contra la humanidad” en cuanto bloque regional?

 

Es como si la espectacularidad mundial de este evento fuera el fundamento de esta tan interesante resolución, y no tanto el problema del racismo en sí en Europa. En este caso, al mirarse en el espejo de los Estados Unidos de América, se estaría insistiendo más en lo sucio que está el espejo que en lo sucia que Europa, reflejada en él, se ve en cuanto a sus prácticas racistas; pero, la duda es cuál suciedad se quiere mirar de manera real y honesta, ¿la propia o la ajena? ¿O más bien la suciedad ajena sirve para esconder y/o minimizar y relativizar la propia?

 

Por otro lado, en los “considerandos” (de A. a I) de la mencionada resolución, se habla primero de la muerte de George Floyd, de la manera horrorosa cómo el policía blanco lo mató y de las desatinadas decisiones del presidente Donald Trump a raíz de ello: es como si, para este Parlamento, los Estados europeos no supieran nada de esta noticia y, por lo tanto, él tuviera que volver a espectacularizarla. Sin embargo, esto es una estrategia porque, en los siguientes “considerandos” (de J. a Z hasta A.E.), en los que se pasa a la realidad de la Unión Europea, se subraya en primer lugar el compromiso de la UE a favor de la “libertad de expresión y de información”, “la libertad de reunión y asociación” y las tantas leyes y acciones de la Corte Europea de Derechos Humanos y de la Corte de Justicia de la Unión Europea en torno a los derechos fundamentales. Es como si se hiciera un contraste, evidentemente tendencioso, entre el Estado de no Derecho en los Estados Unidos, que el caso de George Floyd saca a flote, y el supuesto Estado de Derecho de la Unión Europea que este Parlamento también “europeo” reafirma con el “ritual” de su resolución.

 

Además, una vez establecido el contraste que busca evidenciar que el otro (los Estados Unidos) está peor, el Parlamento reconoce algunas formas de racismo que practican ciertas instituciones europeas, tales como la policía, así como algunos políticos y líderes de opinión del viejo continente. El contraste sirve también para insistir en la necesidad de emprender unas acciones urgentes contra la supremacía blanca, la xenofobia y la sistematicidad del racismo en Europa; pero, esta necesidad se plantea con la conciencia tranquila o, al menos, no tan intranquila porque Europa no está tan mal como el otro.

 

Por todo lo anterior, se escoge para esta resolución un título puramente informativo, meramente noticioso, francamente banal. Con este título y, sobre todo, con esta forma de estructurar la resolución, se oblitera el trasfondo político, jurídico y ético del asunto grave que la resolución quiere abordar. De allí la ambivalencia de esta tan loable iniciativa parlamentaria: se quiere llamar a todos los Estados de la Unión Europea y sus instituciones a tomar conciencia y responsabilidad en la lucha contra el racismo, pero esto se hace en una forma neutra, impersonal e incluso banal; es como si, ya que todo mundo está hablando de la muerte de George Floyd y las protestas antirracistas, debiéramos también hablar de la lucha contra el racismo. Entonces, la lucha contra el racismo, lucha con la que el Parlamento Europeo invita valiente y oportunamente a los Estados de la Unión Europa a comprometerse, termina siendo paradójicamente banalizada por la misma forma en que se titula y se estructura esa resolución.

 

Carta del rey belga con motivo por aniversario de la independencia del Congo

 

Otro documento que merece la pena mirar con lupa es la carta de felicitación4 que el actual rey Felipe de Bélgica envió, el pasado 30 de junio, al presidente de la República Democrática del Congo, Félix Antoine Tshisekedi Tshilombo, por el sexagésimo aniversario de la independencia de esta antigua colonia belga. Esta carta toma su sentido tanto en el contexto de la revisión de la memoria de la esclavitud que el Parlamento belga acaba de lanzar como en la coyuntura de la muerte de George Flyod y de los ataques a las estatuas de colonizadores y pensadores racistas en Europa, entre otros, las de Leopoldo II, pariente del actual monarca belga.

 

Esta carta, al igual que la mencionada resolución del Parlamento Europeo, marca un hecho trascendental en la historia de la lucha contra el racismo en este país y en Europa. Además, en ella el Rey Felipe se mostró cordial, hablando de “nuestros sentimientos de amistad profunda” con el Congo, de “la cooperación intensa que existe entre nuestros dos países” y de “nuestra larga historia común”. Es como si no bastaran las ya de por sí bellas palabras “amistad”, “cooperación” e “historia común” y fuera necesario sobredimensionarlas; la razón de ello es porque, inmediatamente después, el rey va a intentar hacer un breve balance de “nuestra historia”, “hecha de realizaciones comunes”, “pero que también conoció episodios dolorosos”. Igual que en el anterior caso de la resolución, la carta utiliza el contexto, en este caso, el sexagésimo aniversario de la independencia del Congo e incluso la pandemia del Covid-19, para introducir con toda suavidad el incómodo tema de los “episodios dolorosos”.

 

Sin embargo, lo que llama la atención en esa carta del Rey Felipe es el contraste tan marcado entre la forma personal en que él expresa lo positivo o lo bello de esta historia común entre los dos países y la manera impersonal en que subraya lo negativo o lo feo que ocurrió en ésta.

 

Por ejemplo, habla de “nuestros sentimientos de amistad profunda”, “nuestros lazos”, “nuestra historia común”; aunque refiere a “mi más profundo pesar” (original en francés, “mes plus profonds regrets”), pero despersonaliza los hechos que provocan este supuesto pesar suyo, a saber: “los actos de violencia y crueldad que fueron cometidos” en la época del Estado Libre del Congo, “los sufrimientos y las humillaciones” que fueron causados en el periodo colonial. Es como si el actual Rey sufriera tanto como (o incluso más que) los mismos descendientes de los congoleses que fueron esclavizados de manera férrea; con la diferencia de que en esta historia común uno ganó, se hizo rico y construyó un país opulento a expensas del otro que este pasado sigue hasta ahora hundiendo en la miseria y desarraigando de su propia tierra.

 

Pero, esto sí, insiste el Rey: “Yo seguiré luchando contra todas las formas de racismo”. Que se entienda entonces que “él” en persona quiere cambiar y seguir cambiando estas cosas negativas que hieren. Menos mal. Y, de allí para adelante, el monarca belga se pone a pontificar, como buen Rey: “Los retos globales exigen que miremos hacia el futuro en un espíritu de cooperación y de mutuo respeto. La lucha contra la dignidad humana y por el desarrollo sostenible requiere que unamos nuestras fuerzas. Es este deseo que formulo para nuestros dos países y nuestros dos continentes”. Es como si los congoleses debieran agradecer de antemano a este Rey visionario que ve tan claro el futuro y que los va a llevar hasta allá, pero, en cambio, es tan taciturno con respecto al pasado, a los horrores y crímenes de esta historia común y, desde luego, no expresa ninguna responsabilidad de su parte o de la de sus antecesores: nos quedamos entonces con su “más profundo pesar” y nada más, por el momento.

 

Esta carta del Rey Felipe no deja de recordarnos un poco el discurso de su predecesor Balduino, hace 60 años, con motivo de la independencia de Congo: “África y Europa se complementan mutuamente y están llamadas a lograr el más brillante porvenir por medio de la cooperación”; dijo esto, evidentemente, después de haber dejado claro al mundo que “la independencia de Congo era la prolongación de la obra que fue concebida por el Rey Leopoldo II.” Esto es el colmo del cinismo: ¿cómo presentar al considerado “genocida” Leopoldo II como liberador de un pueblo que él sometió a las más atroces crueldades? El actual Rey Felipe aborda en su carta de manera diferente la historia, mostrando un poco de respeto.

 

Sin embargo, todos estos discursos de la monarquía belga, desde el rey Balduino hasta el actual rey Felipe, sobre la independencia del Congo, dejan una inmensa zona de sombra sobre la responsabilidad del antiguo colonizador y, en concreto, la del Rey Leopoldo II en las barbaries coloniales. Es como si se tratara siempre de obliterar el meollo del problema del colonialismo, que es el racismo contra los negros. Esta obliteración se contrapone, por ejemplo, contra la claridad de la relación entre racismo y colonialismo, desde el primer discurso de independencia de este país africano en 1960, pronunciado por su primer ministro Patrice Lumumba: “Conocimos burlas, insultos, golpes que tuvimos que sufrir por la mañana, a mediodía y por la noche porque éramos unos negros.”5

 

¿Las autoridades europeas no deberían escuchar un poco más a África y a las víctimas y/o descendientes de las víctimas del colonialismo y del racismo para no caer y seguir cayendo en esta ambivalencia?

 

1ero de julio de 2020

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/207597
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