Pandemia: El giro del gobierno hacia el discurso del desastre
- Opinión

Los antecedentes se alinearon de manera natural con el pronóstico de que el tsunami de la pandemia golpearía hacia fines de abril o mediados de mayo, a despecho del bizarro y errático discurso oficial del aplanamiento de la curva, las cuarentenas dinámicas, la nueva normalidad y el retorno seguro, entre otros montajes comunicacionales, de dudosa justificación.
Atrapado entre su dependencia del interés de clase, el marketing político, el oportunismo, y el dogma neoliberal, el gobierno se ha dedicado más a administrar la crisis, con ventaja para los propios, que a conducirla, y menos, a resolverla.
De esa guisa, apenas la curva de contagio se aproximó al orden de crecimiento exponencial, debido a su propagación en comunas populosas y periféricas, donde se hacina el 70% de la pobreza estructural de la capital, lo cual, a su vez, multiplicará por sí misma la razón de contagios, el ministro de Salud, Jaime Mañalich, dio el enésimo giro en su discurso, para endosarle la responsabilidad al descuido de la población:
“Tenemos que decir que medidas tan estrictas como las que se han ordenado, no están siendo respetadas”; dijo en la ritual vocería del día 3 de mayo. (1)
Más inquietante y opaco, es lo que dijo a continuación:
«Perdón que lo diga con tanta claridad, pero vamos a acentuar el rol de la autoridad sanitaria que la ley nos confiere, nos obliga a tener, y es vigilar, sancionar, cerrar, pasar las multas, en un volumen que no lo hemos hecho hasta ahora”.
Aprovechamiento político
En otras palabras, apenas la pandemia se dispara -como no podía no ocurrir- el gobierno se despoja del discurso oportunista y distractivo de control de la pandemia, la nueva normalidad y el retorno seguro, para iniciar el paso a la fase de control manu militari, al amparo de una nebulosa autorización constitucional.
No es menor, al efecto de análisis de discurso, la prosopopeya militarizante:
“Si no damos en serio, con toda la energía, la batalla de Santiago, la guerra contra el Covid se va a perder».
En una ambientación política cuidadosamente diseñada, el día después fue el ministro de Defensa, Alberto Espina, el encargado de enhebrar la siguiente puntada: la «alianza estratégica» entre municipios con el Ejército, para encarar las infracciones sanitarias:
«Acordamos una alianza estratégica con los alcaldes, quienes tendrán un enlace directo con la jefatura de la Defensa Nacional de la RM. De tal manera que cuando un alcalde tenga información valiosa o importante, de que se están extendiendo las infracciones a la disposición de la autoridad sanitaria, se le comunique de inmediato a la guarnición de Santiago”. (2)
En la escena, atrás a la derecha, aparecía el ubicuo delfín del régimen, el incombustible alcalde de Las Condes, Joaquín Lavín, y detrás del ministro, el jefe de Defensa Nacional de la Región Metropolitana, general Carlos Ricotti.
La «invitación» había sido gestionada el domingo 3 de mayo por Lavín, e incluyó a otros cuatro alcaldes de derecha; de suerte que compartieron pantalla tres alcaldes de la UDI -Lavín, el alcalde de Estación Central, Rodrigo Delgado, y Nora Cuevas, alcaldesa de San Bernardo- y dos de Renovación Nacional: Felipe Alessandri, alcalde de Santiago, y el de Padre Hurtado, José Miguel Arellano. Pluralismo admirable.
Si eso no es grosero aprovechamiento político, entonces qué será.
En ambas ocasiones resalta como factor común el traspaso de la responsabilidad a la indisciplina de la gente.
El discurso de los dos ministros invocó la fiesta nocturna clandestina con 400 personas, en Maipú; las casi 8 mil personas que no han respetado vagos y cambiantes cordones sanitarios, y los 800 detenidos por infringir el toque de queda.
Días después, Espina reapareció en escena, para ufanarse del despliegue de las FF.AA. en las calles:
“Estamos con toda la carne en la parrilla, las fuerzas armadas y las policías, colaborando frente a este tremendo desafío que consiste en enfrentar el coronavirus y obviamente mantener el orden público y la seguridad ciudadana”. (3)
Las tres ramas de la Defensa han desplegado a 32.599 uniformados, entre personal del Ejército (19.708), Armada (9.057) y la Fach (3.834).
«A ellos, se suman otros 14 mil efectivos de las FF.AA., carabineros e investigaciones en labores distintas de patrullaje y cuyo propósito es resguardar a nuestros compatriotas de la contaminación del coronavirus y las materias de orden público y seguridad”, explicó Espina.
«Las FF.AA. han incrementado en más de 1/3 la cantidad de personal que estaba realizando labores de patrullaje. Y han recurrido a nuestras fuerzas de élite, Boinas Negras, para ir en apoyo de los chilenos frente al coronavirus”, concluyó.
El cuadro se completa con las ambiguas declaraciones de Piñera, el pasado 30 de abril, respecto al plebiscito del 25 de octubre:
«Tenemos que estar atentos a cómo evoluciona la pandemia del coronavirus y cómo evoluciona la pandemia de la crisis social”. (4)
Política fallida
En suma, fuera las caretas.
No bien comparece lo tan largamente anticipado, el gobierno, como tenía presupuestado desde el principio, se auto inviste del poder total.
Su estrategia se limita a sostener el control férreo en la fase más aguda de la crisis sanitaria, y a pretexto de ella, dirigir ese control al salvataje de la oligarquía; completar el modelo neoliberal en las relaciones laborales; maniatar la protesta social, y esperar el embate de la doble ola de la crisis sanitaria y la crisis económico atrincherado bajo la activación de todo el poder coercitivo del Estado.
Por el método del contraste, queda en evidencia la pequeñez de las tácticas de distracción, consistentes, primero, en una pretendida eficiencia técnica que habría permitido aplanar la curva, tema latamente debatido en los matinales de la televisión abierta; luego, en el extravagante sofisma de una «nueva normalidad» antes de la eclosión de la pandemia, lo cual presenta tanta consistencia lógica como pueden tenerla un día nocturno, un desierto densamente poblado, o un enano de gran tamaño; y para remate, un no menos peculiar e ilusorio ‘retorno seguro’ a la actividad laboral y educativa, sustentado, como es cada vez más evidente, en la manipulación estadística, especialidad en la que Mañalich se mueve con singular soltura.
El principal problema de ese errático comportamiento no radica, como pudiera pensarse, prima facie, en el costo en descrédito de nuevas políticas fallidas del gobierno -es solo el segundo- sino en lo que dejó de hacer durante los dos meses en que se dedicó a cultivar la pantomima.
El tiempo que se perdió en cuarentenas dinámicas; permeables aduanas y cordones sanitarios; testeos insuficientes y manipulación estadística, es irrecuperable.
Ampliar hoy el rigor del aislamiento con visible presencia militar, elevar el número de testeos e incluir en ellos los asintomáticos -como prescribe el protocolo de la OMS- cuando la pendiente ascendente de la pandemia ya está desatada, resulta, parafraseando a Churchill, demasiado poco, demasiado tarde.
La política del gobierno de Piñera carece de sentido estratégico distinto a la inmunización de manada, consistente como se sabe, en la exposición de la población al contagio, de manera gradual, de manera de evitar el colapso del sistema de salud, hasta conseguir la inmunidad natural de la misma.
El equipo político del gobierno está convencido de que la cuarentena total es un revulsivo peor que la enfermedad, pues, en ese criterio, interrumpe el funcionamiento de la economía, y en el mediano plazo, genera en la población estrés, sufrimiento e incluso muertes.
Es la misma política que siguieron, con dos meses de anticipación, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra e Italia, hoy en el dudoso podio de los cinco países con mayor número de contagios y tasa de letalidad.
Luego, el gobierno de Piñera tuvo evidencia sobre el fracaso de esa política con suficiente antelación.
La explicación de por qué no hizo nada para cambiar el rumbo, reside en que, a imagen y semejanza de los gobiernos de Johnson, Trump y Bolsonaro; no le importan los muertos ni el sufrimiento social; su prioridad es proteger a la plutocracia, mantener a todo trance la actividad productiva y defender, con todas las armas de lucha, el modelo neoliberal.
Las medidas para combatir los efectos de un imprevisto, como una pandemia, no se adoptan por razones humanitarias sino, fundamentalmente políticas.
El objetivo de ellas, en un gobierno empresarial, con el particular sello de Piñera, apunta a fortalecer el actual patrón de acumulación; asegurar ventajas y beneficios de los sectores hegemónicos, principalmente bancarios y financieros, y aprovechándose de la pandemia, remover obstáculos que obturen la acumulación estratégica, tales como aumentar las capacidades coactivas del Estado, o reducir los derechos del trabajo y la regulación laboral.
El gobierno se opone firmemente a cualquier iniciativa que irrogue gasto público.
Rehúsa utilizar el ahorro nacional en fondos soberanos o endeudarse, a contramano de lo que exige la tragedia de las familias chilenas, porque hacerlo obligaría, al término de la pandemia, a financiar el déficit con impuestos al capital y las mayores fortunas del país; a lo cual no está dispuesto.
Lo que no puede hacer es decir que no quiere hacerlo.
Ese contexto le deja un estrecho margen de movimiento; y de ahí la necesidad de simularlo, por medio de la caja de resonancia del sistema mediático.
Entonces, la manía exitista del gobierno: «somos los que más muestras tomamos en América Latina»; o «tenemos una tasa de letalidad entre las más bajas de los países de la OCDE», o «compramos ventiladores en enero, anticipándonos a los demás».
Cuestión distinta es que la estrategia el gobierno, esencialmente de clase, tenga el éxito pavimentado, en un escenario inestable y tornadizo, como pocas veces se ha dado en la historia del país.
Volveremos sobre esto.
¿Errático o equívoco?