Afganistán, entre el COVID-19 y la guerra

06/05/2020
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Afganistán es el país al que las pandemias llegan para quedarse, como sucede con la guerra que desde los años setenta, no se ha detenido, y sigue estando tan activa como desde siempre, solo cambiando apenas nombres y bandos, aunque, los muertos siempre siguen siendo del mismo bando: el pueblo afgano. La poliomielitis, este país, junto a Pakistán y Nigeria, siguen siendo los únicos en el mundo donde la enfermedad sigue siendo considerada endémica.

 

En 2020, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el poliovirus salvaje 1 (WPVI) ha tenido un significativo aumento, debido a la imposibilidad de que los agentes sanitarios puedan llegar con sus campañas de vacunación a cubrir la totalidad del territorio, particularmente, ahora en las provincias del sur, dado el incremento de la guerra

 

Otra de las alarmas que no deja de sonar en Afganistán es el aumento constante de los adictos al opio, dada la facilidad para conseguirlo ya que Afganistán es el mayor productor mundial, con un 92 a un 95 por ciento de la producción mundial. Según las últimas estadísticas disponibles del 2015, los adictos son cerca de tres millones, un número sumamente importante, si se considera que la población total del país es de unos 37 millones. Verificándose en proporciones muy altas entre menores y mujeres. A esta cifra de adictos habría que agregarle los usuarios de cristal o shisha (metanfetamina), que en los últimos años parece estar desplazando al opio en las preferencias de los afectados.

 

Con este paneo superficial a la problemática afgana, sin olvidar los altos índices de pobreza, cerca del 80 por ciento de la población viven con 1.25 dólar por día,  y la desocupación, hacen que la esperada llegada del COVID-19 pueda producir estragos en la población. Los largos años de guerra han hecho colapsar la economía, sin industrias, sus exportaciones se limitan fundamentalmente al opio, obviamente ilegal, y cuyo mayor beneficiario es el Talibán o Emirato Islámico de Afganistán que,  con sus dividendos,  financia su guerra. El otro producto exportable es la miel, gracias a la profusión de plantíos de adormidera o amapola, por lo que la organización terrorista también embolsa esas ganancias.

 

La semana pasada,  diferentes organizaciones internacionales de control sanitario alertaron que , dada la situación interna, Afganistán es particularmente vulnerable, ya que la imposibilidad financiera y técnica para enfrentar la pandemia es notoria. A pesar de que los números son relativamente bajos,  el domingo tres de abril se contabilizaban 2704 casos confirmados y 85 muertos, aunque,  como sucede en la gran mayoría de los países donde se ha extendido la enfermedad,  los chequeos no son suficientes para tener una cifra exacta. Si embargo, la gran ventaja de Afganistán quizás resida en la extrema juventud de la población dado que más de la mitad es menor de 25 años, lo que alienta, muy aleatoriamente, de que las tasas de mortalidad sean más bajas que en otros países. , El ministro de salud afgano, Feroz Ferozuddin, declaró que  “No se han detectado muertes masivas”.

 

Hay que considerar que Afganistán cuenta con una frontera de casi mil kilómetros con Irán, país en que la pandemia golpeó extremadamente duro, produciendo hasta la fecha casi 100 mil infectados y cerca de 6500 muertos. Desde hace cuarenta años, Irán ha sido el lugar de acceso inmediato para el exilio afgano, alcanzado en la actualidad a los casi tres millones de refugiados. Cerca de 240 mil afganos, sin conocerse su estado de salud, una vez declarada la epidemia, lograron retornar a su país entre enero y abril,  saltando  los controles de las guardias fronterizas y convirtiéndose de hecho, cada uno de ellos, en una potencial fuente de contagio.

 

Frente a la inminencia de la llegada de la COVID-19, el talibán, ha permitido que  los  agentes sanitarios del Ministerio de Salud del gobierno central puedan acceder a las comunidades rurales, fundamentalmente a las del sur del país para que se pueda impartir métodos de profilaxis e información a esas poblaciones,  además de practicar algunos controles, pero como la comunicación entre los hombres del mullah Hibatullah Akhundzada viaja mucho más lenta que la pandemia hasta las aldeas, bajo control de los muyahidines, quizá sea demasiado tarde para advertir sobre la enfermedad.

 

En vastas regiones del país, el informe de los médicos resulta prácticamente calcados: en términos de equipamiento, carecen absolutamente de todo, sin laboratorios para hacer análisis, sin kits de pruebas ni lugar para someter a los sospechosos a aislamientos preventivos. Sin máscaras, ni guantes para los profesionales y la gente en general, con poco acceso a agua, la situación parece particularmente acordada para generar una tragedia mayúscula.

 

Entre los tantísimos padecimientos, la llegada del coronavirus les sorprende a los afganos, con una profunda crisis política, que ha estancado al gobierno central, por la disputa entre el actual presidente Ashraf Ghani y lo que de alguna manera se podría considerar su segundo al mando, aunque en términos legales no es así, el actual Jefe Ejecutivo Abdullah-Abdullah. Ambos se han enfrentado en las elecciones presidenciales del pasado mes de septiembre, cuyos resultados se conocieron recién en febrero, lo que provocó una multitud de acusaciones cruzadas, con la consiguiente paralización del ejecutivo, cuya principal consecuencia ha sido que los Estados Unidos retuvieran unos mil millones de dólares en concepto de los permanentes préstamos  que significan para el país la única entrada “genuina” de divisas, vitales para el funcionamiento de un país con una economía reducida a cenizas.

 

Las disputas entre la casta política del país se han incrementado tras el acuerdo firmado en Doha (Qatar) el 29 de febrero pasado (hoy en dudas) entre Estados Unidos y Talibán para la retirada de los militares de EEUU con el que se abría la posibilidad cierta del fin de las hostilidades y la llegada de la paz al país centroasiático (Ver: Afganistán: ¿Acuerdo o salvoconducto para Trump?).

 

La paz atragantada

 

Mientras el coronavirus se extiende por el mundo,  el presidente afgano Ashraf Ghani ha hecho un nuevo llamado al Talibán a abandonar temporalmente la guerra, lo que los fundamentalistas se han negado, arguyendo que el acuerdo fue firmado con Washington y no con Kabul, ya que el gobierno de Ghani no participó en el mismo ni en las negociaciones previas que concluyeron en la firma del 29 de febrero, ya que el talibán sostiene que el Emirato Islámico es el “único partido legítimo”.

 

A fines de abril, se ha conocido un informe de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA) que señala un incremento en las acciones terroristas después de lo firmado en Doha.

 

Aunque el número de muertos y heridos, en el primer trimestre fue menor al de 2019, se registró un incremento en el número de civiles asesinados por los terroristas:  unos quinientos,  entre muertos y heridos. Entre los muertos, hay 150 menores. Así y todo, es el trimestre más bajo en víctimas civiles desde 2012. Más de la mitad de esas víctimas han sido producidas por acciones de talibanes y la Willat Khorasan adscrita al Daesh global,  un 32 por ciento por fuerzas de seguridad (ejército y policías) y un 8 por ciento por fuerzas de los Estados Unidos y aliados occidentales todavía presentes en el país.

 

El pasado sábado dos,  el Departamento de Estado norteamericano advirtió al Talibán, que debe frenar los ataques dentro de Afganistán y que,  según lo acordado en Doha de manera informal, para la retirada de sus tropas los takfiristas deberían disminuir sus acciones en un ochenta por ciento. Esto no fue respetado, porque,  desde que fue firmado,  se sucedió una escalada cada vez más importante de violencia por parte del Talibán, de la que ya tomó nota los Estados Unidos advirtiendo que de no detenerse habrá represarías.

 

Al tiempo que los muyahidines sostienen que los ataques han disminuido desde la firma, a pesar de que Washington no ha cumplido con su promesa de presionar a Ghani para que libere a los 5 mil prisioneros talibanes que mantiene en sus cárceles, entre quienes,  según información adjudicada al talibán,  ya se ha registrado 46 casos de coronavirus.

 

Los integristas han pedido a sus “hermanos” que tengan confianza en Allah y que sigan cuidado las normativas de salubridad lo mejor que puedan, una recomendación que nos viene bien a todos.

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/206389
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