Ataque de coronavirus en China: Los síntomas del gigante infectado
- Opinión
La aparición de una nueva epidemia provocada por un tipo de coronavirus, conocida como “Neumonía de Wuhan” -debido a que los primeros casos aparecieron en esa ciudad de la provincia china de Hubei- está provocando una gran conmoción en todo el mundo. Ante la emergencia de este brote aparecen en escena explicaciones apocalípticas que exacerban el miedo a la muerte y hacen reinar el caos a escala mundial. Recuerda escenas de las megaproducciones de Hollywood.
Los medios de comunicación globales alimentan el pánico y la incertidumbre con su bombardeo de información, complicando la posibilidad de una reflexión sobre el fenómeno, sus causas y consecuencias en el contexto económico y político actual.
Las epidemias son tan viejas como la humanidad, pero centrándonos en los años que llevamos recorridos del siglo XXI, podemos encontrar varios ejemplos de enfermedades infecciosas que han causado alertas a nivel internacional: el brote de SARS en el año 2002; la Gripe Aviar durante el 2003– 2008; la Gripe Porcina en 2009, y finalmente, el Ébola, que encendió las alarmas en el 2011 hasta el 2016.
En la era de la cuarta revolución industrial, parece una paradoja que nuestras poblaciones sigan siendo azotadas por “pestes”, al mejor estilo de los tiempos bíblicos. El problema es que hoy, en un mundo interconectado, estas pestes también se expanden a un ritmo más acelerado por todo el globo, ampliando exponencialmente sus consecuencias.
Los grandes avances de la humanidad en materia de ciencia y biotecnología deberían traernos bienestar y soluciones inmediatas, pero éstos son utilizados para crear armas biológicas y especular con la salud, más que para el beneficio del conjunto de la población.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha decretado frente a la epidemia causada por el coronavirus la “emergencia de salud pública de importancia internacional”. Su rol ante la aparición de este tipo de epidemias no es ingenuo ni azaroso.
Un antecedente de ello se observa en el caso del virus H1N1, donde la OMS actuó en complicidad con las grandes farmacéuticas Roche y Glaxo Smith Kline, recomendando a los gobiernos abastecerse de Tamiflúy Relenza –los medicamentos creados por ambos laboratorios respectivamente- bajo la afirmación de que eran los “únicos antivirales efectivos”, apoyándose en la investigación de tres científicos asesores que casualmente estaban financiados por los laboratorios antes mencionados, cerrando el círculo vicioso de la especulación y la desidia.
Detrás de estas maniobras se encuentran siempre las corporaciones vinculadas a los intereses transnacionales, junto a la infraestructura mediática, financiera y comercial; quienes seguramente aparecerán en breve y por nuestras pantallas, con la vacuna salvadora. El detalle es que el antídoto costará billones de dólares a los países afectados, que “casualmente”, gozan de la capacidad de pagarlo, aumentando exponencialmente las ganancias de los héroes de la película. Final conocido.