Soy mis libros

23/12/2019
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Gabriel Jiménez Emán
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Palabras con motivo de la concesión del Premio Nacional de Literatura de Venezuela, 2019

 

Tengo en mi cuarto una fotografía de Alberto Korda donde se hallan sentados en una habitación conversando Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre y Ernesto Che Guevara. En ese momento Sartre parece estar hablando mientras sostiene en sus manos un lápiz y una libreta y el Che Guevara le escucha con una taza de café en la mano derecha y Simone los escucha con una crispada atención, elegantemente vestida con una blusa de flores. No puedo saber de qué están hablando pero me hubiera gustado estar ahí para narrarlo: quizás de las expectativas de un nuevo modo de convivencia para el mundo, o de la lucha que debía hacerse para cambiar radicalmente el funcionamiento de las sociedades convulsas de aquellos años, aunque de seguro no más convulsas de lo que hoy se encuentran.

 

Sartre fue y será siempre uno de los grandes novelistas y filósofos de aquellos tiempos. La náusea y El ser y la nada fueron libros en donde Sartre nos muestra que el existencialismo también puede ser un humanismo; sólo que un humanismo escéptico con una de las más poderosas influencias en el pensamiento del siglo XX; una de sus ideas centrales fue la de poder llegar a conformar un ser humano realmente libre. Parejo a este horizonte existencialista, Sartre se asimiló también a las ideas marxistas, buscando quizá un elemento de equilibrio para abogar por lo social con basamentos económicos sólidos, y viendo la posibilidad de ayudar a fundar una sociedad más justa. Por su parte, el Che Guevara venía de librar unas cuantas batallas contra el imperialismo norteamericano en Cuba en a través de una guerra de guerrillas; mientras Simone de Beauvoir había causado revuelo con sus extraordinarios alegatos en favor del papel fundamental de la mujer en las luchas políticas y sociales, y de causar revuelo con libros como El tercer sexo. Simone encarnó uno de los mejores símbolos de lucha que caracterizaron los primeros intentos de liberación femenina de los yugos contra el machismo, la violencia de género y la sumisión, y en pro del trabajo productivo de la mujer en la sociedad.

 

Traigo a colación estas tres personalidades de la cultura porque ellas encarnan un diálogo de la cultura entre Europa y Latinoamérica, y porque de algún modo los ideales de revolución se dieron cita en ellos: la revolución rusa, la revolución china, la revolución mexicana y, de esta, a la revolución cubana, que a su vez estaban inspiradas en la revolución francesa. Pero había también otras revoluciones como la revolución surrealista, que tuvo el coraje de enfrentarse al existencialismo de Sartre dando origen a una de las polémicas sustanciales de la vanguardia del siglo XX, que cambiaron para siempre el rostro de la cultura en el mundo: la cultura beatnik, el jazz, los nuevos trovadores y cantautores del siglo XX se deslindaron de la música comercial para mostrar un nuevo modo de hacer arte con altos contenidos sociales como Atahualpa Yupanqui,  Víctor Jara, Violeta Parra, Mercedes Sosa, Alí Primera, Gloria Martín, Silvio Rodríguez, en América Latina; en Europa Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Georges Moustaki, Jacques Brel y tantos otros. No debemos olvidar a los trovadores norteamericanos y británicos que también participaron de esta canción rebelde y crítica que subvirtió el orden social imperante en las voces de Woody Guthrie, Johnny Cash, Bob Dylan, Janis Joplin, John Lennon Joan Baez, Leonard Cohen, y Tom Waits; de los grupos sobresalían Los Rolling Stones, Los Beatles, Credence Clear Water Revival, Crosby, Stills, Nash and Young, Pink Floyd, Led Zeppeling y la guitarra eléctrica de Jimmy Hendrix. Me estoy refiriendo a músicos y escritores contemporáneos nuestros y que destacaron en el momento, no a figuras de otros tiempos, y eso marca la diferencia: las huellas fueron directas, en tiempo real. Otras expresiones musicales como el tango y la milonga argentinos, la ranchera y el corrido mexicanos, el bolero cubano, dominicano o puertorriqueño también tuvieron positivos ecos en nosotros, y otras formas musicales anteriores como los valses o pasillos criollos, de gran aliento romántico, lo cual produjo una confluencia maravillosa de estilos y formas nuevas.

 

También en aquellos años habíamos sido fuertemente impresionados por los poetas combatientes de América como Roque Dalton, Javier Heraud, Nicanor Parra, Juan Gelman, Mario Benedetti, o Víctor Valera Mora que hacían una poesía de gran altura verbal heredada en buena parte de Nicolás Guillén, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, César Vallejo o Pablo de Rohka. Todos estos movimientos comenzaron a generar en nuestro país distintas tendencias de una vanguardia crítica como Sardio y El Techo de la Ballena en Venezuela que, junto a modalidades musicales populares como el bolero, el tango, la salsa, el jazz, el rock, la música y el arte pop y la nueva figuración, abrieron un sinfín de posibilidades a las expresiones literarias, artísticas y sociales no sólo de América, sino de todo el mundo. Se trataba, en efecto, de una nueva sensibilidad y posibilidad de hacer arte para cambiar la sociedad, con la celebración de grandes festivales de música, cine y poesía en varias ciudades de América y de los Estados Unidos, de donde sobresale el gran Festival de Woodstock en los Estados Unidos, a partir del cual se produjo un vuelco social en la cultura mundial.

 

En Venezuela muchas actitudes contestatarias tuvieron lugar, exposiciones y eventos protagonizados por escritores como Juan Calzadilla, Edmundo Aray, Francisco Pérez Perdomo, Caupolicán Ovalles, Renato Rodríguez, Salvador Garmendia o Adriano González León marcaban las pautas de la nueva literatura. Con casi todos estos escritores tuve relaciones de amistad en aquel océano de confluencias llamado la República de Este, mientras que en otras ciudades como San Felipe, Mérida, Barquisimeto o Barinas fui teniendo contacto con numerosos escritores y artistas en este mismo espíritu de revolución literaria de los que puedo nombrar a Edgar Giménez Peraza, Vladimir Puche, Rafael Zárraga, Lázaro Álvarez, Rafael Garrido, Orlando Barreto, Orlando Pichardo, Álvaro Montero, Tito Núñez, Eddy Rafael Pérez, Jesús Enrique Barrios, Laurencio Zambrano, Alberto José Pérez, Arnulfo Quintero, Livio Delgado. A lo largo de todo el país se fue tejiendo una red de poetas, narradores, ensayistas y músicos dotados de una voluntad de transformar el mundo, o al menos las realidades inmediatas que nos había tocado vivir. Yo provengo precisamente de esta generación de rebeldes, de disconformes con el estado social y político de aquellos años, que alimentaba a una sociedad profundamente injusta para la gente trabajadora, los campesinos, obreros y artistas víctimas de la injusticia y a veces de la miseria. No podíamos tolerar a una sociedad montada sobre una montaña de mentiras y hechos falseados, una sociedad golpeada por la violencia, la persecución política y estudiantil que ocasionó tantas muertes injustas. No podíamos ignorar estos hechos. Quizá por ello llevábamos una vida desordenada, bohemia, disipada a veces, un poco loca y a veces hasta delirante que nos condujo a bastantes conflictos y contrariedades sociales y familiares. Teníamos que escribir y luchar defendiendo nuestras ideas, y eso no fue nada fácil dentro de los esquemas elitistas de convivencia, dentro del conformismo consumista a donde nos quería conducir el más craso capitalismo.

 

Al llegar a la Universidad nos pusimos a leer como locos marxismo, existencialismo, surrealismo, vanguardia, poesía beatnik y anti-poesía, nos maravillamos con el cine francés y el cine de Buñuel, Fellini, Antonioni, Bertolucci, Orson Welles, Kubrick. Nuestra cultura se nutrió alternativamente del surrealismo y de los muralistas mexicanos y venezolanos Siqueiros, Diego Rivera, Rufino Tamayo, César Rengifo, y del cubismo, la contracultura, el teatro político de Brecht, de la poesía coloquial de los Estados Unidos, del realismo mágico de Juan Rulfo y Gabriel García Márquez y también de la poesía mágica de Ramón Palomares y de Juan Gelman, pero también de la poética neobarroca de José Lezama Lima o de Álvaro Mutis, o de la narrativa de Alejo Carpentier. Y también por supuesto de todos aquellos narradores que hicieron eclosión en los años 60 y 70 como Julio Ramón Ribeyro, Carlos Fuentes, Roberto Arlt, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, José Donoso, Mario Benedetti o Gabriel García Márquez.

 

Éstos fueron los terrenos donde muchos abonamos nuestra formación y de los cuales yo me siento heredero. Esta cultura le salió al frente a la cultura oficialista, a esa cultura que consistía en que los escritores y artistas siempre salían en los periódicos diciendo cuantos libros habían vendido aquí y allá, o cuánto dinero habían ganado los pintores del status y cuantos países habían visitado, sin hacer ningún tipo de crítica ni un llamado a la conciencia social. También le salimos al frente a la cultura cómoda del status norteamericano, cuyos valores eran la propiedad privada, los programas bobos de la televisión y la concentración de dinero y poder, mientras el pueblo se moría de hambre y vivía en ranchos destartalados. Entonces comenzamos a tener un conocimiento político y a hacer una literatura más revulsiva, digamos, sin caer en el panfleto ni en el facilismo, pero tampoco en la elementalidad ni el contenidismo, sino que las mismas obras fuesen revolucionarias en su forma, en su modo de plantear los problemas humanos, como lo hacían, por ejemplo, dos grandes escritores nuestros, como lo son Salvador Garmendia y Ramón Palomares.

 

En mi caso yo me he esforzado en hacer una literatura minimalista, lúdica, llena de humor corrosivo y a veces tierno, de juegos con el tiempo y la alteridad, una literatura que le diera lugar al asombro, a la sorpresa, a la osadía formal, a la fractura del lenguaje, a lo fragmentario o lo inacabado. Me negué a seguir la tradición del realismo, tradición que por cierto es muy buena y consistente en nuestro país, no la desdeño para nada. Al contrario, me negué a seguirla justamente por eso. Seguí en cambio otro tipo de modelos como el de Franz Kafka, que fue para mí la mayor revelación. Pero yo no podía ponerme a escribir como Kafka, yo tenía que inventarme un mundo y un lenguaje. Comencé a descubrir a escritores como Felisberto Hernández y como Julio Garmendia; después leí a Jorge Luis Borges, Bioy Casares y Julio Cortázar, y después me fui más atrás y leí a Quiroga y a Machado de Assis, los fundadores del cuento americano. De entre todos ellos, Borges y Cortázar nos abrieron nuevos horizontes, en nuestra investigación literaria, por la libertad que mostraban para comprender a tantos autores universales.

 

Entonces me di cuenta de que nosotros aquí en América teníamos escritores de primera magnitud, tan buenos y hasta mejores que los de otros países de Europa. Descubrí a Augusto Monterroso y a Juan José Arreola, Pablo Palacio, Virgilio Piñera, Julio Ramón Ribeyro, Alfredo Bryce Echenique, quienes me abrieron nuevos horizontes.

 

No ha habido nada más maravilloso para mí que el mundo de la literatura, pues es un universo que se renueva a diario, te produce un asombro continuo. A través de la literatura reconstruimos la conciencia, recuperamos la lucidez y le otorgamos valor al hombre en tanto ser colectivo, porque para mí ella teje y sustenta la historia como ningún otro fenómeno. Me atrevería a decir que sin la literatura la historia sería algo insípido, una colección fría de hechos, y nada más. Ella puede recrearse en muchos mundos y hacer de la vida algo más rico, más diverso y más amplio. La imaginación literaria es poderosa e indetenible, y no tiene límites. Un buen libro puede salvarle la vida a una persona; establece con el lector una comunicación íntima, secreta, como ningún otro arte. Construye un vínculo que permanece siempre y hasta se renueva. Las obras literarias, cuando son de calidad, se crecen en una segunda y una tercera lectura, tienen esa característica de revelarle al lector nuevos aspectos en cada nueva visita.

 

Yo leí libros desde que estaba muy joven, pues mi casa estaba siempre llena de libros porque mi padre era un gran escritor y lector y siempre tuvo una buena biblioteca en casa y la compartía con nosotros, de modo que todos mis hermanos también han sido buenos lectores, así como mi madre, Narcisa. Ella siempre fue una gran echadora de cuentos, narradora oral, y yo me quedaba maravillado oyéndole, y creo que esa vena narrativa que yo tengo la heredé un poco de ella, pues siempre me inspiraba con sus cuentos. Además, en el mundo de San Felipe mis tíos y tías eran muy cuenteros, como mi tía Leticia Emán, que mientras hacía sus longanizas picantes narraba unos cuentos fabulosos. También el pueblo de mi padre, una aldea llamada Atarigua, estaba llena de personas que echaban cuentos: bodegueros, arrieros, artesanos, cazadores, jinetes narraban cuentos de fantasmas y aparecidos por las noches en los portones de las casas, tanto en Atarigua como en San Felipe; la gente se reunía a contar historias de miedo y de terror y aquello era emocionante porque nos ponía a volar la imaginación.

 

De esos pueblos pequeños de Lara y Yaracuy yo he aprendido mucho porque la magia verdadera habita en ellos. De todos esos pueblos surgieron esas grandes obras como las de Gallegos, Uslar Pietri y Otero Silva, de Salvador y Julio Garmendia y de González León y Pocaterra, por ejemplo. También en el pueblo de Caraballeda en el estado Vargas tengo muy buenos recuerdos, pues allá mi infancia se nutrió de la cultura negra de origen africano que es tan importante; con sus tambores y sones, con la sensualidad de sus mujeres y el mar, y todo eso me nutrió a mí, se metió en mis poros, en mi sangre y en mi memoria, pues yo viví feliz en esos pueblos siendo niño y joven, y luego después de adulto volví a esos lugares y el encuentro con esos paisajes fue conmovedor, porque todo eso se había transfigurado en mi memoria y yo no lo sabía.

 

Después cuando fui a la Universidad de los Andes a estudiar Letras me fui con todos esos paisajes por dentro y entonces me puse a escribir cuentos y poemas y también me dediqué a estudiar la literatura de manera más organizada y descubría cosas; también descubrí el amor de las mujeres que es algo mágico y terrible a la vez y hay que vivirlo intensamente porque es una experiencia que no se compara con nada. Allá en la Universidad de los Andes descubrí el talento de tantos escritores y de tantos profesores: Hernando Track, Lubio Cardozo, Alfonso Cuesta y Cuesta, Domingo Miliani, Guillermo Thiele, Miguel Marciales y Jesús Serra y de otros tantos poetas como José Barroeta, Ángel Eduardo Acevedo, Arnaldo Acosta Bello, José Manuel Briceño Guerrero, Víctor Valera Mora y Carlos Contramaestre, que eran todos unos poetas tocados por una musa maravillosa. El Chino Valera Mora se hizo amigo mío y siempre me buscaba para hablar y beber y eso me asombraba; a veces llegaba a mi casa con una botella de whisky, tanto en Mérida como en Caracas y nos poníamos a beber, a leer poesía y a hablar sobre mujeres, porque el Chino era un tipo muy enamoradizo y metido siempre en líos de faldas. Fue una amistad que duró mucho tiempo, y cuando él murió yo lloré a mares porque yo lo sentía como a un hermano mayor.

 

Yo quería tanto al Chino Valera y a Salvador Garmendia que cuando ellos se fueron de Mérida a Caracas, yo no podía vivir sin ellos y me les pegué como un chicle en los zapatos, para estar cerca de ellos, pues eran unos tipos espléndidos, unos seres especiales, como de otro planeta. Me puse a trabajar en Caracas en instituciones culturales y en ministerios y entonces me dediqué a investigar para hacer antologías y también aprendí a editar. Hice antologías para editoriales de cuento y poesía y textos para enciclopedias, para poder tener más plata y así poder invitar a más chicas a salir. Aprendí mucho con ese trabajo y quedé sorprendido con la cantidad y calidad de escritores extraordinarios que ha habido en Venezuela, es asombrosa la cantidad de hombres de letras geniales que hemos tenido. Creo que debemos sentirnos orgullosos los venezolanos de ello, de nuestra tradición literaria. Entonces hice antologías para tener más entradas económicas; me puse a escribir para los periódicos, publiqué en casi todos, “El Nacional”, “El Universal”, “El Mundo”, “Últimas Noticias”, El Globo”, “El Diario de Caracas” y otros: me pagaban algunas de esas columnas; era poco, pero me alcanzaba para cubrir otros gastos y beber más cervezas, porque yo siempre he sido amante de las cervezas y hasta les escribí un poema.

 

La poesía la he escrito quizá para liberarme de la asfixia de la rutina, no para huir de la cotidianidad. Hago versos desgarrados, imperfectos, prosaicos incluso, para expresar mi desazón o mi alegría íntima, y no para ganarme un lugar en el parnaso de la poesía. Otro de mis grandes pasiones ha sido la música, pues tengo por ahí una raíz paterna musical del estado Lara; siempre me ha gustado cantar y tocar el cuatro y la guitarra, interpretar boleros, valses, baladas y canciones de cualquier país. Las canciones inglesas y norteamericanas, al ser arpegiadas a través de la guitarra me causan mucha alegría y me permiten compartir con los amigos. Del cine y la pintura soy un simple espectador, y apenas me he acercado a ellos intentando buscar algunos sentidos.

 

Yo desde pequeño me he sentido muy cercano a la gente del pueblo, me fascinan las aldeas –pienso que la palabra aldea es una de las palabras más bellas que existen— y cerca del trabajo de la gente humilde y de la gente del campo, que es la que posee los secretos de la tierra.  Así me ha pasado con la gente de los pueblos de Yaracuy y de Lara, de Mérida, Trujillo y Falcón, de esa gente de los pueblitos he aprendido cosas hermosas, cosas generosas que no existen en las ciudades. Las luchas sociales y políticas que libramos en nuestro país las libramos por gente como esa, por ese pueblo tan generoso, trabajador y noble, un pueblo que ha soportado malos tratos de déspotas y gobernantes, un pueblo que ha dado un ejemplo de resistencia y de dignidad ante tantos desmanes.

 

Yo nunca he sido activista político ni he trabajado en partidos, pero sí he participado de iniciativas sociales y asistido a muchas marchas y manifestaciones contra el imperialismo. Durante los gobiernos represores de AD y Copei, fuimos a centrales obreras y apoyamos a trabajadores, a visitar presos políticos y realizamos asambleas, firmé exhortos y declaraciones públicas en favor de movimientos progresistas. Yo presencié la represión policial en la Universidad Central de Venezuela y en la Universidad de los Andes en la época de Caldera y salí a la calle a unirme a las marchas estudiantiles. Mis primeros votos en unas elecciones los di por Luis Beltrán Prieto Figueroa, José Vicente Rangel, el Indio Paz Galarraga y Héctor Mujica. Tuve muchos amigos en el MAS y el MIR y admiré la verba de líderes de entonces, como el bohemio Moisés Moleiro, que era un tipo muy divertido, qué tipazo. Después trabé una gran amistad con Ludovico Silva, de quien aprendí buena parte del poco marxismo que sé. Ludovico fue un marxista sui generis, pues era un poeta, un bohemio, un idealista, pero a la vez tenía los pies muy puestos en la tierra, de él aprendí muchas lecciones éticas, su obra y amistad siempre me nutrieron. También aprendí mucho de la obra crítica de Orlando Araujo, sobre todo de ese libro que se llama Venezuela violenta que me enseñó muchas verdades políticas, económicas y sociales sobre mi país, así como de sus cuentos de Compañero de viaje y de sus libros de crítica literaria. Después del fracaso de la guerrilla venezolana me desilusioné luego de ver tantos socialistas conversos al liberalismo y a otros oportunistas y acomodaticios que apenas llegaron al poder, cambiaron sus comportamientos.

 

Cuando surgió Chávez como candidato a la presidencia de la República, luego de los gobiernos de Acción Democrática y Copei que ya estaban desgastados y se estaban desmoronando solos, yo percibí en las palabras de aquel hombre, de aquel soldado, un buen trozo de autenticidad y de honestidad política y eso lo apreciaron miles de personas que le dieron un voto de confianza y le confirieron una victoria abrumadora. Chávez llegó replanteando las ideas del Libertador y quiso contemporizarlas y activarlas para que el pueblo de Venezuela tuviera una nueva oportunidad en el siglo XXI. Además, fue un hombre que siempre abogó por los más necesitados y lo hizo con una coherencia de pensamiento que yo califico de notable. Muchos escritores le dimos nuestro apoyo, no para convertirnos en intelectuales orgánicos ni en oportunistas políticos, sino por pura convicción. Pero fue extremadamente difícil organizar un gobierno socialista en un país navegando en un gigantesco pozo de petróleo, un país que se convirtió en un botín mundial de riquezas naturales y minerales, y comenzaron las contradicciones y las traiciones. Cuando asumió su segundo mandato se preparó un complot internacional contra él por su filiación con Fidel Castro, hasta que lo tildaron de enemigo de la democracia y de amenaza para los EEUU. La guerra fue sin cuartel. Luego de su inesperada muerte física, los ataques de los imperios se hicieron aún más virulentos en el gobierno del presidente Maduro, quien ha tenido que soportar una verdadera guerra que ha tomado todas las formas posibles: económica, financiera, diplomática, mediática e ideológica que incluye intentos de magnicidio, falsificación de noticias y documentos, robos descarados de cuentas bancarias y empresas.  Los criminales gobernantes que han hecho esto han sobrepasado todos los parámetros de deshonestidad y de mediocridad política. No se trata de ser de izquierdas o de derechas, liberales o conservadores, demócratas o republicanos; en este caso se trata de gobiernos violatorios de las leyes internacionales, y que además de atentar contra la soberanía de otros países, atentan contra la ecología del medio ambiente causando deshielos polares, incendios de bosques, contaminación de mares, ríos y lagos. Gobiernos criminales que han llegado al tope de su ineptitud, logrando la repulsa de millones de personas.

 

Con lo que he expresado aquí se habrán percatado de que soy más un hombre del siglo XX que del siglo XXI, donde a mi modo de ver se ha conformado un hombre hiper-tecnologizado, un hombre alienado por las máquinas y las tecnologías digitales y virtuales, que está perdiendo el contacto real y directo con las cosas y las está suplantando por realidades preconcebidas por la tecnología y los formatos digitales y virtuales, en donde no ha salido bien parada la literatura, donde una babel posmoderna pretende dar al traste con el valor los textos literarios, ponerlos en un tercero o cuarto plano o convertirlos en simples apéndices mercantiles.

 

No luchamos pues, sólo para defender tal o cual bandera o partido político, sino contra los modos de vida degradantes e inhumanos, que además desean imponerse en el mundo a través de gobiernos sin credibilidad, que violan las más elementales reglas de la convivencia, creando alrededor de nosotros un mundo hostil. Creo que una forma de enfrentar ese mundo es a través de la lectura o la escritura de poesía, cuento, ensayo, novela, teatro, la literatura creativa que ha venido siendo una de las más dignas formas del humanismo, de acercar al ser humano a uno de los misterios de la existencia y de expandir sus sueños y sus ideales sociales para convivir mejor, y para lograr la mayor comprensión de cada época.

 

Para mí la literatura ha sido todo: en ella me veo a mi mismo mientras veo a los demás, porque la literatura es vida y si no es vida no es nada. Puedo decir que a la larga yo soy mis libros, ellos me contienen, hablan por mi mejor que yo, que mi persona humana, son más elocuentes que yo, me expresan mejor que nada o nadie. A veces veo mis libros y me parece casi un milagro que yo los pudiera haber escrito, son como hijos míos y a la vez yo soy hijo de ellos. Son mis modestos aportes a esa gran tradición de la literatura y sólo tendrían sentido en esta dirección, y acaso algún día puedan ser leídos más ampliamente por ese pueblo sencillo de donde provengo, el pueblo venezolano, al cual debo exactamente lo que soy y a cuya valentía y tesón por el trabajo y la vida, la alegría, la picardía y la creatividad que muestra a diario, quisiera dedicar hoy todo lo que he escrito y todo lo que he sido.

 

Gabriel Jiménez Emán (Caracas, Venezuela, 1950) ha repartido su vocación literaria entre el cuento y la novela, la poesía y el ensayo, así como entre una labor de antologista y editor que le ha merecido un reconocimiento crítico en varios países. Estudió Letras en la Universidad de los Andes, ULA (Mérida, Venezuela, 1970-1974), donde fue profesor entre 1983 y 1986. Profesor invitado de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, UCV (Caracas, 1980). Trabajó como docente en la Casa de la Poesía de la Universidad Yacambú (Barquisimeto, Venezuela, 2000-2002) y en el Centro de Estudios “Orlando Araujo” de la Universidad de los Llanos Ezequiel Zamora UNELLEZ, (Barinas, Venezuela, 2001-2003). Diplomado Internacional en Participación Ciudadana (Unesco, Ginebra, 2004). Entre sus libros de cuentos destacan Los dientes de Raquel (1973), Los 1001 cuentos de 1 línea (1982), La gran jaqueca y otros textos breves (2002), Relatos de otro mundo (1988), Tramas imaginarias (1990), El hombre de los pies perdidos (2005), La taberna de Vermeer y otras ficciones (2005), Había una vez… 101 fábulas posmodernas (2009), Divertimentos mínimos (2011) y Consuelo para moribundos y otros microrrelatos (2012). Sus principales novelas son Una fiesta memorable (1991), Sueños y guerras del Mariscal (2001), Paisaje con ángel caído (2002), Averno (2006), Limbo (2016), Hombre mirando al sur (2014), editada ésta en España con el título El último solo de Buddy Bolden y Ezequiel y sus batallas (2017). Monte Ávila Editores reunió su obra poética bajo el título Balada del bohemio místico (2009), así como una selección de sus Cuentos y microrrelatos (2012) mientras en el campo del ensayo sobresalen Diálogos con la página (1984), Provincias de la palabra (1995), Espectros del cine (1994), El espejo de tinta (2007), El contraescritor (2007), La palabra conjugada (2016) y Ser, dolor y utopía en César Vallejo (2017). De su obra de antologista pueden citarse Relatos venezolanos del siglo XX (Biblioteca Ayacucho, 1987), El ensayo literario en Venezuela (La Casa de Bello, 1989), Noticias del futuro. Clásicos literarios de la Ciencia Ficción (2010) y En Micro. Antología del microrrelato venezolano (Alfaguara, 2010). Ha recibido el Primer Premio de Poesía Lazo Martí de Calabozo , Guárico, (1979)) Premio Municipal de Narrativa del Distrito Federal (1993), Finalista en el Premio de Novela Miguel Otero Silva de Editorial Planeta (1995), el Premio Monte Ávila de Poesía (1982), El Premio Romero García de Narrativa del Consejo Nacional de Cultura (1988); Premio de Relato Histórico de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho por su novela Sueños y guerras del Mariscal (1995); Mención Honorífica Bienal Latinoamericana de Literatura "José Rafael Pocaterra" (Valencia, 2000) por su obra La taberna de Vermeer; El premio Nacional de Ensayo Solar de Mérida (2007), por su obra El espejo lúcido; el Premio Nacional de Narrativa Orlando Araujo (1994) y el Premio Nacional de Libro de Venezuela (Ministerio de la Cultura, Centro Nacional del Libro, 2004). Ha sido reconocido con la Orden José Joaquín Veroes en su Primera Clase del Estado Yaracuy (2007) y el Botón de Oro de la Universidad Centro Occidental Lisandro Alvarado (2016).  En 2012 Ediciones Imaginaria editó una valoración múltiple de su obra con el título de Literatura y Existencia. Escritor del mes por la Fundación Editorial El perro y La rana (Ministerio de la Cultura, 2018). Cuentos y poemas suyos han sido traducidos al alemán, francés, inglés y ruso, e incluidos en antologías de todo el mundo. Organiza en Coro (Estado Falcón) el Festival Internacional de Poesía Palabra en el Mundo desde el año 2012 y dirige las Ediciones digitales y la revista Fábula en Coro, Estado Falcón Venezuela.

 

En 2019 recibió el máximo galardón de las letras de su país, el Premio Nacional de Literatura.

 

www.gabrieljimenezeman.blogspot.com

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/203999
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