¿Quiénes son los violentos?

15/11/2019
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Durante 17 años se nos impidió la libre expresión de nuestras ideas. Después se nos impuso una Constitución diseñada para impedir que nuestras visiones de mundo y nuestros proyectos políticos pudiesen abrirse paso y plasmarse en realidades. El ideólogo de este proyecto, fundador de la UDI, Jaime Guzmán lo señaló explícitamente: normas constitucionales que impidan que quienes quieran modificarlas puedan hacerlo. Esa es la camisa de fuerza en que hemos vivido desde que se acabó la dictadura. Hemos tomado por fin conciencia, como pueblo, que la institución que impide avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria es la Constitución que nos rige.

 

¿Por qué el Presidente Piñera en su reciente discurso no dijo nada? Al parecer tenía preparado otro discurso y no lo pudo decir. Esto es, improvisó. No es necesario ser muy agudo para darse cuenta que no pudo declarar el Estado de Emergencia porque las Fuerzas Armadas le hicieron saber que salir a las calles a enfrentar a su propio pueblo no era algo conveniente para el país. La razón: muchos objetores de conciencia, como el conscripto de Antofagasta, harían tambalear un elemento sustantivo de su propia institucionalidad: la verticalidad del mando. Y los costos para ella serían irreparables. Más aún cuando todavía no se curan las heridas generadas por el golpe militar y la dictadura de Pinochet.

 

Se va haciendo cada vez más evidente, que quienes frenan cualquier posibilidad de enfrentar adecuadamente una salida a la más grande crisis política y social que hemos vivido como sociedad, desde hace varias décadas, son los herederos de Jaime Guzmán, asilados en su mayor parte en la UDI y obviamente en Kast y sus seguidores. Pero principalmente es por la ceguera y sordera de los seguidores de la "religión neoliberal", quienes, en su fanatismo, en realidad “talibanismo”, son incapaces de entender lo que está pasando. Para ellos si la realidad no cuadra con su modelación del mundo, no hay que cambiar el modelo, sino que la realidad. De allí que crean saber y en realidad no saben nada. En su visión alienada (y casi paranoica) todo lo malo que sucede es culpa de los comunistas. Al parecer no saben aún, que el muro de Berlín cayó en 1989 y que la Guerra Fría se acabó hace varias décadas. Su dogmatismo, expresado en una insensibilidad absoluta a los clamores ciudadanos, los lleva a seguir ocultando la llave para desmontar las trampas constitucionales ideadas por su fundador, presionando a sus socios de coalición y al propio presidente Piñera, pues pretenden evitar a toda costa una asamblea constituyente porque eso eliminaría las restricciones impuestas a la soberanía popular. Su único argumento racional es la seguridad jurídica requerida para atraer la inversión extranjera. Han sido incapaces de darse cuenta que estábamos sentados en un polvorín y pretenden que todos sigamos en lo mismo.

 

La propuesta de un Congreso constituyente hecha por el Gobierno, sigue siendo la típica trampa en la cual se logró involucrar a todos los actores políticos durante casi tres décadas. En un Congreso constituyente ellos dispondrían del tercio que impida responder adecuadamente a las demandas ciudadanas. Legitimando lo obrado con la presencia de los otros actores políticos. Aunque tienen claro que existe un descrédito de la política y los políticos producto del permanente discurso de desvaloración de ella, desde la época del golpe militar e instalado sistemáticamente en el imaginario de nuestra sociedad, no les importa ahora ni antes que la población haya salido a las calles a manifestar su descontento, su malestar, su indignación e incluso su rabia, contra los abusos "naturalizados" en nuestra sociedad. Su propuesta es y ha sido responder con creciente represión al reclamo ciudadano. Sin embargo, las cotidianas manifestaciones masivas extendidas a lo largo de todo Chile son una demostración del profundo malestar y rabia acumulados durante décadas, las que siguen expresadas con humor, creatividad, imaginación, y hasta ahora una incansable perseverancia, pese a la represión descargada por los responsables del orden público de manera indiscriminada sobre esta manifestación legítima de una ciudadanía que se expresa en las calles.

 

En medio de esta ciudadanía protestando, en sus márgenes propiamente, operan personas y grupos violentos que aprovechando la masividad manifiestan su rabia y rencor anti sistémico, mediante acciones vandálicas de todo tipo, saqueos, atentados incendiarios, destrucción del mobiliario urbano, del patrimonio cultural y de servicios, enfrentamientos con la policía e incluso golpizas a personas. Para muchos de ellos es la confrontación con el poder y la destrucción de elementos simbólicos del orden social, la forma de hacer manifiesto su malestar, su rabia hacia una sociedad que los excluye y margina. Como lo señalaba un adolescente de Sename, en la protesta, por primera vez, “se siente parte de”, se siente construyendo así una identidad negada por la sociedad de la cual es parte, buscando “dejar de ser noticia y hacer historia”. Estos grupos persiguen provocar el descontrol del accionar de la policía, y lo logran, para justificar así sus actuaciones destructivas e incrementar el descrédito de las fuerzas policiales.

 

Paralelamente actúan grupos de delincuentes que aprovechan el desborde multitudinario y el copamiento de la capacidad represiva de la policía para efectuar de manera organizada saqueos y robos a supermercados, farmacias y todo tipo de comercio.

 

Un sentimiento crecientemente generalizado en nuestra sociedad es que para salir de esta crisis es imprescindible aislar a los violentos. Pero ¿quiénes son los violentos? Es evidente que hay presente, entonces, una violencia activa. Las acciones vandálicas de grupos descontentos y anti sistémicos (lo que en la jerga policial y periodística se denomina como “encapuchados”), siendo este es un primer tipo. El segundo, es la delincuencia organizada capaz de saquear sistemáticamente, durante las noches o mientras se efectúan manifestaciones de protesta, supermercados, cadenas comerciales, farmacias y otro tipo de negocios incluso usando vehículos.

 

 

Pero hay también, y es necesario hacerlo evidente. Otro tipo de violencia, la violencia pasiva. La violencia que ejerce una minoría que se ha apropiado de la capacidad para poder vetar cualquier avance hacia una sociedad más democrática y justa. Son los seguidores de Jaime Guzmán, aquellos que han hecho uso durante tres décadas de los enclaves autoritarios diseñados por su gurú, para impedir la expresión auténtica de la soberanía popular. Aquellos que se niegan a un plebiscito, aquellos que se niegan a una Asamblea Constituyente, aquellos que se refugian y acuden al Tribunal Constitucional para impedirnos avanzar hacia una sociedad más justa, recordemos su oposición y argumentos contra la Ley de Divorcio, la Ley de Unión Civil, la Ley de Aborto en tres causales. Ejercen una violencia encubierta, sibilina e incluso perversa, al pretender imponernos sus valores, su moralidad (¿o inmoralidad?), su visión de mundo, que puede ser la visión de una minoría que legítimamente opta por esos valores y normas para sí mismos, pero que abusa y violenta a quienes no comparten esos valores y normas. En sociedades pluriculturales, en las cuales coexisten cosmovisiones diferentes la ética compartida debe ser una ética de mínimos, una ética de la cooperación, una ética para muchos y no la ética de unos pocos. Y recordemos también que cuando ven afectados sus privilegios no trepidan en recurrir al poder militar, como ya lo han hecho varias veces en nuestra historia.

 

Termino citando textualmente a Jaime Guzmán, autor intelectual de la actual Constitución y de sus trampas “Ningún derecho humano es absoluto, porque el ser humano no es absoluto (…) los únicos derechos absolutos son los derechos de Dios, de un ser absoluto. Los derechos del hombre, todos, son susceptibles de limitación, sin excepción; partiendo por el derecho a la vida que puede ser limitado o restringido por la pena de muerte, cuya conveniencia o inconveniencia se podrá discutir (…) al ser limitable o restringible el derecho a la vida es evidente que todos los demás pueden serlo.”

 

No comparto en nada la anterior afirmación, estoy en sus antípodas. El principal avance civilizatorio de la especie humana ha sido el reconocimiento universal de los Derechos Humanos y el reconocimiento del valor absoluto de la dignidad (vida) humana. En función de esa dignidad que todos tenemos, denuncio como una violación de mi dignidad que haya quienes me han impuesto un pacto social que no suscribo y exijo ejercer mi derecho a determinar el cómo y cuándo establezcamos en un diálogo civilizado, mediante un debate democrático, ese nuevo pacto que nos represente e incluya a todos y todas.

 

¡Por un plebiscito de entrada y por una Asamblea Constituyente!

 

Antonio Elizalde Hevia

Sociólogo chileno. Miembro del directorio de Chile Sustentable y de El Canelo de Nos. Director fundador de Revista Polis y Revista Sustentabilidad(es).

https://www.alainet.org/es/articulo/203274
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