30 de abril: Caracas en primera persona

01/05/2019
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venezuela instituciones
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Contar la historia en primera persona es un ejercicio complejo. Por eso antes de empezar aclaro las siguientes líneas no se escriben aspirando a lograr un ejercicio de rigurosidad histórica ni para convencer a ningún lector. Lo que escribo llega a esta hoja con la fuerza que camino y sobretodo con las imágenes de esta Caracas que vivo.

 

Hace un par de años que habito Caracas y la conocí en mejores épocas. Cuando el dinero salía de las matas y los izquierdistas del mundo querían tomarse una foto con Chávez. La he visto convertirse en una ciudad sancionada, con la depresión de sus mercados y con su cada vez más tenue vida nocturna. A veces esa levedad, esa merma, me crea verdaderas dudas porque no logro determinar si es mía o es realmente de la ciudad. Ayer justo pasaba por un Centro Comercial que lucía mejor que en los últimos años y la gente compraba cosas, relojes, zapatos y dulces.

 

La escena se me hacía indescifrable pues la gente con la que vivo, los sitios a los que me habitué parecen vivir en una angustia económica permanente. Por lo que vale el dólar, por lo que les falta en Bolívares, por los huecos que quedan en el presupuesto y las cosas que se dañan pero evidentemente la realidad supera la percepción y hay otras dinámicas que ocurren. Seguramente se sujetan de remesas, de reventas o de alguna de esas artes…

 

Lo cierto es que cada vez me preocupan más los efectos psicológicos de lo que vivimos. Primero era el plano económico. Entiendo todo en una sola cosa, la gente trabajando lo mismo o aún más, gana menos. Esa es una lógica que viene en contra de lo habitual y además de los esquemas sobre cómo vivir con los que nos criaron y eso crea angustia, resentimiento y rabia. Sentimientos que además van perforando el autoestima individual y colectivo hasta hacernos sentir que no valemos nada, que los esfuerzos dan lo mismo, que trabajar en vez de ser ganancia es pérdida y que la mejor suerte es la de devenir un migrante económico.

 

Ahora, el problema no se agota allí. ¿Cuál es la consecuencia de amanecer todos los días con una nueva amenaza de invasión o de guerra? ¿Cuál es el efecto que tiene en una población que todos los días le digan que tiene un precio porque si hace A será sancionado, si hace B será perdonado y si hace C será recompensado? Para mí esto es un problema muy grave porque cualquier situación política en Venezuela tiene que medir que la decisión, por ejemplo, de los soldados de ir en contra de las leyes no pasa por la voluntad de hacer un golpe de Estado sino por la de recibir un pago. Por eso fracasaron de nuevo porque hay una noción de dignidad que evita que mayoritariamente la gente se sume a esta práctica.

 

Desde enero la cosa está peor. Después de la autoproclamación hemos venido viviendo un ritmo que cada dos o tres semanas consigue un pico: una situación de batalla en la frontera, un atentado terrorista al Servicio Eléctrico Nacional del que aún no nos reponemos del todo y ahora una fuga disfrazada de Golpe de Estado.

 

En algún momento entendí que el tiempo es un factor importantísimo para la economía. Producir tarda, distribuir tarda, comerciar tarda. Las cosas se mueven por esos pasos, los anaqueles se llenan y se vacían, las cosas se agotan… El tiempo en Venezuela avanza un paso tiene en frente un abismo y luego dos pasos y luego otro abismo. Es decir, la línea recta que media entre producir y tener bienes está cortada.

 

¿Cómo funciona así la economía de un país? ¿Qué consecuencias tiene para la garantía de los derechos que a los escasos bienes que llegan y se producen se les alteren los ciclos básicos? ¿Cuál será la incidencia de esta locura en el PIB? Los apagones nos sumieron en una delicada situación para la conformación de los indicadores sociales, la falta de servicios básicos es traducida en un nivel grave de pobreza.

 

Por ende, estamos ante un escenario que fuerza que sus designios se hagan realidad. Como se dice muchas veces, que se den profecías autocumplidas: que avancemos hacia una crisis humanitaria.

 

Pero hay algo que me asusta aún más ¿cuáles son las consecuencias políticas de esto? ¿Dónde está el proyecto de país que queremos y el marco del acuerdo de convivencia mínima, los límites que nadie puede cruzar y el deseo común de bienestar? La gente, entre otras cosas o la falta de números y la estruendosa realidad de las consecuencias ubica en buena parte lo que vive como responsabilidad de decisiones políticas ¿pero es posible semejante situación tan sólo por mala administración? ¿Por qué no miramos que tanto estrés dispara nuestra incapacidad de ver las cosas de modo lineal al tiempo que sólo toca sobrevivir cada prueba, de nuevo?

 

Esos discursos son peligrosos. Buscan que entendamos que necesitamos un tutelaje, que hemos nacido genéticamente dispuestos a ser corruptos o torpes. Que no podemos salvarnos ni nuestro propio pellejo.

 

Ahora si semejante cosa hubiese logrado plenamente sus objetivos las escenas de hoy en Miraflores serían imposibles. La gente volvió a vivir un 13 de abril, con el cuerpo desnudo ante la intentona golpista. Un grito recorrió aquellas calles, enlazó los dos momentos y es la demanda encendida de un pueblo que exige justicia y para mí, al cierre de esta nota, la palabra justicia tan sólo significa que exige que lo dejen vivir.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/199609
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