Lo que el feminismo no entiende

07/02/2019
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Las feministas no se dan cuenta que los primeros afectados por el machismo y el patriarcalismo (que no es lo mismo) no son las mujeres, sino los niños hombres. Los que tienen que dejar de ser varones para convertirse en machos, los que deben aprender a dominar sus emociones y afectos para poder someterse a sí mismos, y luego poder hacerlo con las mujeres, los demás varones y la naturaleza-no-humana.

 

Christian Bronstein dice: “En la cultura patriarcal, irónicamente, el hombre ha sido forzado a ajustarse a una imagen extremadamente estrecha y mutilada de sí mismo: la de una virilidad fuerte, inflexiblemente segura, exclusivamente racional, con la que no son compatibles la debilidad, ni el miedo, ni la tristeza, ni la sensibilidad emocional, ni la empatía, ni la expresión estética, ni las demostraciones profundas de afecto. En la mística de la masculinidad patriarcal, todos estos rasgos son considerados implícitamente femeninos y, por lo tanto, degradantes. “Este código ético es interiorizado desde la infancia por los varones desde distintos ámbitos [...]: el familiar, el educativo, el de las relaciones entre iguales, el deportivo y el de la cultura de masas. Por mandato social, el hombre tiene que aprender a reprimir y ocultar sentimientos […] Para construir esta personalidad el hombre “no llora”, no siente miedo, se controla y evita caer en debilidades afectivas [...] Transgredir cualquiera de los preceptos sociales que le califican como “hombre de verdad”, puede suponer poner en duda su masculinidad y ser tratado como no masculino o afeminado con el carácter de inferioridad que ello conlleva. Por eso, si hay algo peor que “no ser hombre” es ser homosexual, porque esto le acercaría mucho más a ser femenino, que es la mayor categoría de inferioridad.”[1]. El hombre patriarcal, además, para consolidarse como tal, debe ser un conquistador, debe competir y triunfar en la guerra individualista por conquistar espacios de poder (donde poder equivale a acumulación de dinero y status social). En términos económicos, esa guerra se ha traducido en capitalismo global.”[2]

 

Abundando sobre el tema, Margaret Corvid escribiendo para la revista The New Statesman, dice: “Se espera que pueda presentar un aspecto masculino en su apariencia, gusto y hábitos. Se espera que sea seguro de sí mismo, extrovertido, social y que sepa pelear. Los hombres son socializados para desear un tipo específico de mujer, casarse, tener hijos y ser los proveedores de una familia. Se espera de un hombre que sea completamente heterosexual y monógamo. Y aunque la sociedad le tiende una rienda más suelta que a las mujeres... sólo se le permite penetrar, no ser penetrado; controlar, pero no entregarse; disfrutar de la gracia y de la sensualidad femenina, pero nunca mostrar esas características él mismo. (…) En el famoso libro The Femenine Mystique de Betty Friedan, se dice: "me di cuenta que los hombres no eran los enemigos eran víctimas también, sufriendo de modos obsoletos de mística masculina que los hacían sentir innecesariamente inadecuados cuando no había osos que matar". Corvid recoge esta idea de pareja, un modelo de pareja con diferenciación: "Las feministas deben de hacer saber esto... sólo cuando el feminismo logré canalizar la ansiedad masculina, en vez de convertirla en enojo, la podremos transformar en solidaridad y esperanza".”[3]

 

El hombre tiene que pasarse demostrando toda su vida, que no es mujer y que no es marica como signo de feminidad, debilidad e inferioridad. Y las que les educan así, son sus propias madres, y obviamente sus padres. Porque -como dice Rita Segato- dentro de esa corporación, como en todas, hay hombres que son más hombres y hombres que son menos hombres, es jerárquica, es maligna, obliga a dar pruebas de narcisismo y de crueldad todo el tiempo. El mandato de la masculinidad (impuesta por el génesis), los mata primero, los enferma primero.[4] Segato se refiere al mito de Caín y Abel, en que la vida es la lucha entre hombres fuertes, exitosos, superiores; en la que el objetivo de vivir es derrotar al otro, eso actualmente se llama “ley de la competencia”.

 

Ellos tienen que pasar toda su vida demostrando que son “bien hombres”, y en su frustración, violentan y asesinan, a mujeres y hombres. No es casual, que según el último estudio mundial sobre el homicidio de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), publicado en 2014, cerca de 95% de los homicidas a nivel global son hombres. Y de ellos, la violencia es perpetrada predominantemente por hombres jóvenes menores de 30 años. Y la mayoría de víctimas también son hombres, en un informe publicado en marzo del 2018 por el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas sobre las tendencias de la delincuencia a nivel mundial, se afirma que alrededor del 80% de las víctimas de homicidio intencional en todo el planeta son hombres. Mientras los hombres son asesinados por alguien que ni siquiera conocen, casi la mitad de todas las mujeres víctimas son asesinadas por las personas más cercanas a ellas, según un comunicado de la UNODC[5].

 

La Asociación Estadounidense de Psicología (APA) fue la primera -como institución oficial- en haberse percatado de esta situación, pues se consideraba que el hombre (especialmente blanco, heterosexual) era parte de la norma, es decir, que se había establecido o naturalizado al hombre como lo “normal” (machismo) y dentro de lo “normal” a todos los blancos y heterosexuales, quienes eran sobrerrepresentados en los estudios occidentales (eurocentrismo), creyendo que las necesidades y hábitos psicológicos de los hombres eran universales, cuando no lo eran.

 

En agosto de 2018, la asociación aprobó por primera vez un conjunto oficial de guías para trabajar con niños y hombres, señalando que los hombres configurados para adaptarse socialmente a la “ideología tradicional de masculinidad” se ven, a menudo, afectados en su salud física y mental, siendo temas comunes “la antifeminidad, los logros, no dar la impresión de ser débil, así como la aventura, el riesgo y la violencia”. Uno de los principales autores de este informe de APA, el profesor de Psicología Fredric Rabinowitz, de la Universidad de Redlands, dice: “Vemos que los hombres tienen tasas más altas de suicidio, más enfermedades cardiovasculares y se encuentran más solos cuanto más envejecen”. “Estamos tratando de ayudarlos a ampliar su repertorio emocional, no estamos tratando de quitarles las fortalezas que puedan tener”. También anotan que ellos mueren antes que las mujeres, en parte debido a dietas más deficientes y comportamientos más riesgosos como el tabaquismo. Las guías dicen, además, que los hombres cometen la gran mayoría de los crímenes violentos en Estados Unidos (y son la mayoría de las víctimas reportadas) aunque tengan “mayores ventajas socioeconómicas que las mujeres en todos los grupos étnicos”. Rabinowitz en forma tajante dice: “Queremos que la gente esté consciente de que los hombres son seres complejos”, termina acotando un reportaje del New York Times[6].

 

Entonces, no es que las mujeres maten menos por ser mujeres y los hombres por ser hombres, sino porque el machismo y el patriarcalismo les ha afectado más a los hombres. Ellos son los más deformados por el patriarcalismo y luego lo manifiestan en todo y con todos. Los hombres son los que más deberían luchar contra el machismo y el patriarcalismo, pero ellos no pueden ver porque viven dentro y están más enceguecidos. Si los hombres se despatriarcalizan, sería más fácil terminar con la auto explotación y toda forma de sometimiento. De hecho, algunos hombres despatriarcalizados tienen más bien que enfrentarse en sus hogares con mujeres patriarcales, y terminan separándose. Pero algunas feministas anti-androcentristas o de género adoctrinadas en el patriarcalismo femenino, solo ven falos perversos y en venganza se vuelven lesbianas.

 

La mayoría de feministas tampoco han llegado a interiorizar el largo recorrido de mutación del patriarcalismo y de cómo se ha ido consolidando hasta llegar a esta época. Las feministas de género no pueden ver todo el conjunto económico, político, social, cultural, que lo envuelve y que es, lo principal. No entienden que el capitalismo, el racismo, la xenofobia, la homofobia, el antropocentrismo, el colonialismo, el racionalismo, el consumismo, etc., es el conjunto creado por el patriarcalismo. Ellas son educadas por el conjunto patriarcal y reproducen sus teorías. Están orgullosas de que ahora hay un 22% de parlamentarias en el mundo, frente al 13,1% que había en el año 2000[7]. Cuando esos datos, ejemplifican como el patriarcalismo sigue absorbiendo más mujeres a su proyecto anti-femenino o anti-madre naturaleza, que es la destrucción de la vida. El feminismo que quiere cambiar su situación particular, sin cambiar la situación de todo lo femenino de la vida, no es feminismo, es patriarcalismo anti machista empujado por mujeres.

 

Feministas que se enfrentan a los varones y no a las mujeres patriarcales, que las defienden a ellas solo por el hecho de ser mujer y al hombre le atacan solo por esa condición. Lo primero que hacen es ver su presentación física y no su conciencia, para desde ahí procesarlo. Es como que el hombre tiene en su genética el machismo. Creen que luchando contra el androcentrismo están luchando contra el patriarcalismo, cuando están reforzándolo al verlo solo por el género. El mayor peligro para el feminismo, no son los hombres patriarcales sino las mujeres patriarcales, porque ellas defienden el patriarcalismo desde su condición de mujeres, es decir, pueden ser anti machistas pero no necesariamente anti patriarcales. Es más fácil desenmascarar el patriarcalismo en un hombre, que en una mujer.

 

Como consecuencia se ha generado una confusión total sobre qué es el feminismo, y las luchas entre ellas se han acelerado. Las feministas patriarcales son las que tienen más responsabilidad al respecto. No son los varones los causantes, es el pensamiento patriarcal imbuido en muchas de ellas. El varón no ha tenido que intervenir directamente, la mente oscurantista se ha abierto paso por todas ellas, y las ha ido dividiendo, confundiendo, destruyendo; y consecuentemente siguen creyendo que la culpa es del varón como tal. Su discurso no es en contra del patriarcalismo y todos sus componentes, sino contra los varones en sí mismo como “los malos de la película”. Este anti-androcentrismo no es anti-patriarcalismo, es más de lo mismo, lamentablemente. Feministas que no honran al feminismo sino que se aprovechan de él, que lo perjudican y que crean animadversiones. Es la mente patriar-capitalista en ellas, la que dirige.

 

Ellas hablan en nombre de todas las mujeres, aunque no las representen a todas, pero ya dejan una imagen negativa sobre lo que busca el feminismo. Hablan en nombre del feminismo con diferentes argumentos, pero a veces lo único que logran es críticas al feminismo en general, y de ello se aprovechan algunos patriarcales -hombres y mujeres- para acusarlas de feminazis. Por unas, pagan todas.

 

 

[1] López Castro, Cómo influye el patriarcado en la masculinidad arquetípica, 2007

[2] https://bit.ly/2GFBliW

[3] https://bit.ly/2SnZH2a

[4] https://bit.ly/2GojAVj

[5] https://bbc.in/2yquP8Z

[6] https://nyti.ms/2Rc5CG1

[7] https://bit.ly/2PIS1Gm

 

https://www.alainet.org/es/articulo/198014
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