Resistencias, consolidaciones y confirmaciones de las alternativas populares

22/01/2019
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Qué bueno estar en la playa cuando se han ido

los que tapan toda la arena con celofán,

recordar las estrellas que hemos perdido

y pensar a ciencia y verdad nuestro porvenir

¿Será como lo imagino o será un mundo feliz?

Charly García

 

Durante el mes de octubre del año 2019 en Bolivia y Uruguay, dos de los procesos políticos posneoliberales más duraderos e interesantes de la región, deberán revalidar su continuidad; a su vez, en la Argentina, se elegirá por la continuidad o el abrupto final de una de las experiencias de las nuevas derechas, que empezaron a instalar la idea del final de ciclo progresista. Así de complejo y contradictorio se presenta el panorama político electoral en América Latina.

 

Raros peinados nuevos

 

El año no comenzó de la mejor manera: a la asunción en Brasil del presidente Jair Bolsonaro -expresión más radical, homofóbica y machista de las derechas latinoamericanas-, le sigue ahora una fuerte y sostenida campaña de deslegitimación del proceso electoral venezolano, ante la reelección de Nicolás Maduro, aprovechando para hacer extensiva la ofensiva hacia los sectores del campo progresista de todo el continente.

 

Este nuevo resurgir de las ideas conservadoras se da en un marco donde, en los últimos años, una combinación de factores desgastaron el consenso de los gobiernos posneoliberales, mientras que en paralelo la derecha se recompuso promoviendo propuestas electorales con posibilidades de ganar.

 

Los procesos electorales en América Latina, que se sucedieron desde la victoria de Mauricio Macri a fines de 2015 en la Argentina, acompañaron en gran medida al proceso de restauración conservadora. Y allí donde los caminos democráticos se estancaron, los sectores dominantes no dudaron en apelar a mecanismos golpistas, como en el caso de la transición brasilera realizada por Michel Temer.

 

Sin embargo, esas conquistas en el terreno electoral no fueron acompañados de la misma medida por los éxitos en la gestión de las administraciones. Los gobiernos neoliberales se encontraron con una gran cantidad de dificultades para desarrollar su plan económico y político de ajuste, entrega y liberalización de nuestros países.

 

Por una parte, por los problemas y/o límites que los procesos nacionales -ya sea por dificultades objetivas, por carencias de los gobiernos o por la resistencia social- encontraron para desplegar estas iniciativas.

 

Por la otra, por la reconfiguración del escenario político y económico global, teniendo en cuenta el retroceso relativo de las potencias capitalistas occidentales -desde la crisis del 2008 en adelante-, ante el crecimiento de los llamados “países emergentes” liderados por China, que continúan demandando abundantes materias primas y alimentos producidos en nuestra región -aunque a tasas menores que en los primeros años de este siglo-.

 

Ni los EEUU ni la Unión Europea están en condiciones de ofrecer un mercado alternativo al de los países asiáticos, lo que obliga a los gobiernos de derecha a seguir manteniendo estrechas relaciones con ellos. A todo esto hay que agregarle la irrupción de las orientaciones proteccionistas, que por parte de EEUU se acentuaron fuertemente en la etapa Trump.

 

Cerca de la revolución

 

Desde principios de este siglo en América Latina, irrumpieron gobiernos progresistas que llegaron como consecuencia del largo proceso de resistencia al neoliberalismo que se desarrolló durante la década del noventa. Al decir del expresidente ecuatoriano Rafael Correa, esto constituyó un verdadero “cambio de época”.

 

Época inaugurada en 1999 por Hugo Chávez en Venezuela, continuada por Lula en Brasil, Kirchner en Argentina, Tabaré Vázquez en Uruguay, Evo en Bolivia, Correa en Ecuador, Lugo en Paraguay, entre otros. Con el trasfondo común de las crisis económicas que se sucedían en los países de la región, afectando seriamente a millones de personas, surgieron alternativas que se expresaron primero desde la resistencia al neoliberalismo, para luego ser capaces de gobernar por varios años, renovando e incluso extendiendo el consenso a amplios sectores de sus sociedades.

 

Hubo casos que irrumpieron como corolario de una abrupta implosión del modelo en curso (Argentina, Venezuela); en unos alcanzaron consenso mayoritario como consecuencia de un largo proceso de acumulación política (Brasil, Uruguay); mientras que en otros ese crecimiento político bajo nuevos principios creció más rápido, y estuvo profundamente imbricado en las luchas sociales del país (Bolivia, Ecuador).

 

Las ideas y conceptos que se construyeron al calor de las luchas contra las administraciones neoliberales, se convirtieron en políticas públicas durante los gobiernos progresistas, o hubo intentos más o menos exitosos para llevarlas a cabo. Pasamos a un período en el que nuevas administraciones buscaron caminos para promover el desarrollo de nuestros países con una distribución más equitativa de la riqueza, produciéndose hechos que marcaron avances en el camino de la reducción de la desigualdad y la pobreza, y la recuperación de la soberanía política y económica.

 

Pero las dificultades económicas y políticas del ciclo regresivo neoliberal por el que estamos atravesando, no deben tapar algunas de las debilidades fundamentales de los procesos progresistas que nos trajeron hacia aquí.

 

La primera se refiere a la fragilidad de las estructuras productivas que no cambiaron en los años de abundantes recursos y que, si bien lograron modificar parte sustancial de la propiedad de la renta -y promover desde allí el desarrollo de políticas sociales de inclusión-, también le dieron continuidad, e incluso profundizaron, la dependencia de las exportaciones de productos primarios, lo cual atenta contra la posibilidad de construir un mercado interno nacional y regional dinámico que sea motor sustentable del crecimiento económico con más amplios márgenes de autonomía.

 

La segunda fragilidad se manifestó en el terreno político, especialmente en aquellos casos en los que los ritmos en los cambios de las estructuras políticas fueron más lentos que los cambios y las transformaciones en el conjunto de la sociedad. Aquí es donde aparecieron con más nitidez las debilidades del sistema representativo, que no sólo no promueve la participación, sino que la limita de distintas formas. La falta de participación durante la vigencia de los gobiernos populares, deja solos a sus funcionarios en la gestión de los asuntos de Estado, alejando a la sociedad de la defensa de lo público y la política, por un lado, y habilitando terrenos fértiles para desarrollar el crecimiento económico personal y la corrupción, por el otro.

 

La corrupción dentro de los procesos políticos posneoliberales fue promovida en un inicio por los detentadores del poder económico (para establecer los acuerdos que les permitieron ser parte importante del proceso de crecimiento en la región), y después difundida masivamente por ellos mismos (y los grandes grupos mediáticos que responden a sus intereses) para desprestigiar ante el conjunto de nuestras sociedades y desacreditar moralmente a los proyectos progresistas.

 

Si observamos detenidamente como se fueron desarrollando los acontecimientos, principalmente durante la primera década, se puede ver que a medida que fue descendiendo la participación y la movilización de los sectores sociales que habían sido protagonistas desde finales de los 90 hasta los primeros años del siglo XXI, también fue disminuyendo la intensidad de los cambios en sentido progresista.

 

Mientras miro las nuevas olas

 

El ciclo progresista que llegó a principios de siglo, fue consecuencia de un largo período de luchas y movilizaciones que abarcaron todo el continente, en la que los movimientos sociales, sindicales, de derechos humanos, de mujeres, de los pueblos originarios, de las fuerzas políticas progresistas y de izquierda, alcanzaron altos niveles de unidad, tanto en las ideas como en las acciones.

 

En los tiempos que corren, en que los derechos populares se encuentran amenazados por una fuerte ofensiva neoliberal en toda la región, vuelve a ser indispensable buscar espacios de confluencia entre los movimientos sociales y políticos que resisten y proponen alternativas.

 

El impacto en toda la región de los movimientos sociales bajo el reclamo de Tierra, Techo y Trabajo -necesidades esenciales que están siendo azotadas por las ideas y la acción conservadoras-; el masivo y amplio movimiento de mujeres y disidencias sexuales que luchan por igualdad, derechos y libertades; la aparición de expresiones políticas de una nueva generación de dirigentes de izquierda y progresistas -que no cargan responsabilidad alguna sobre las dificultades y los límites de la década anterior-; son algunos de los nuevos fenómenos sociales y políticos a los que se debe tomar en cuenta a la hora de reconstruir las alternativas populares, para volver a los caminos de la victoria en nuestro continente.

 

Para ello, es ineludible promover espacios amplios de unidad, participación y debate, que logren superar la etapa impugnatoria de los gobiernos neoliberales en la que muchos cayeron, y sean capaces de construir nuevas mayorías progresistas. Se hace cada vez más urgente rediscutir la agenda económica y social sobre las características de los modelos políticos y de desarrollo económico y productivo que vamos a proponer; volver a pensar la integración regional en términos reales y no meramente simbólicos; incorporar las nuevas demandas de las generaciones que crecieron durante la década posneoliberal; y fortalecer herramientas políticas verdaderamente democráticas y participativas que den cuenta de los nuevos fenómenos sociales.

 

La continuidad de la resistencia de los sectores populares que todos los días ocupan calles y plazas, visibilizando injusticias y reclamos en la vía pública y las redes sociales, instalando los cimientos de una construcción que crecerá y se fortalecerá en la medida que se desarrollen espacios de articulación, es un elemento sustancial para enfrentar esta contraofensiva neoliberal acelerando los procesos de confirmación y consolidación de nuevas alternativas políticas populares.

 

Ariel Navarro

Relaciones Internacionales SOMOS

internacional@somos.org.ar

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/197688
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