Lo que se espera de las mujeres en el siglo XXI

01/01/2019
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A

La presión se palpa, se respira, sales a la calle y sientes el constante bombardeo hacia tu cuerpo. ¿Qué tendrá que tanto les molesta? ¿qué tendrá que quieren controlarlo, modificarlo? ¿Por qué el cuerpo de las mujeres siempre necesita reparación? ¿Por qué se empeñan en hacernos creer que somos imperfectas? Esa cruel e insistente expectativa sobre cómo debemos parecer no sólo atañe al propio cuerpo al cuál se trata de controlar con todas las herramientas de las que dispone el patriarcado, sino que sigue apuntando en pleno siglo XXI y de forma muy contundente hacia cómo debemos comportarnos, actuar y tomar nuestras decisiones marcadas en todo momento por los dos mandatos de género más potentes que todavía las mujeres debemos cumplir: formar una familia y tener hijos. “¿Por qué no tienes pareja? ¿Cuándo vas a ser madre? ¿Vas a estar siempre sola? Una mujer sin hijos es un jardín sin flores. La maternidad la mejor cosa que te puede pasar en la vida, te realizas como mujer. Se te va a pasar el arroz”. Y por si no fuera poca la presión y el nivel de exigencia, una vez siendo madres se espera que lo seamos de manera eficiente e incondicional rozando la perfección y siendo capaces de conjugar estas tareas con la de buenas profesionales a riesgo de poner en peligro lo ya conseguido en el plano laboral.

 

Y es que pese al extraordinario cambio que han traído consigo nuestras democracias en los últimos años en términos de autonomía e independencia económica de la que gozan muchas mujeres, ninguna estamos ajena a tener que enfrentarnos con lo que se espera de nosotras en cada esfera de la vida y muy especialmente observadas y juzgadas por nuestras decisiones personales. Si cumples con tu asignado rol de género la sociedad y el entorno deja de molestarte por algunos años, pero nunca permanecerás exenta de ser juzgada por similares parámetros si decides en el camino cuestionar o cambiar parte de lo establecido. En cualquier momento de la vida de una mujer siempre deberá lidiar entre lo que se espera de ella, de su comportamiento, de su imagen, de sus elecciones y lo que realmente cada mujer necesita, le interesa o anhela en función de su condición sexual, su estatus económico, el color de su piel y, en definitiva, su realidad.

 

Lo que se espera de nuestro cuerpo; ¿volvemos a ser objetos?

 

El control sobre el propio cuerpo ha sido y sigue siendo uno de los elementos centrales de la agenda feminista y se constituye como en ese territorio privado y personal donde solo deben decidir las mujeres sin presiones ni coacciones por parte de ningún actor social. Así fue reconocido desde la Plataforma de Acción de Beijing en 1995 como derecho humano de las mujeres. El derecho al control de su sexualidad y la reproducción supusieron un paso fundamental como sujetas plenas de derechos. Sin embargo, nuestro cuerpo siempre fue tratado como objeto de deseo, poder y control por parte del patriarcado en su asalto contra la plena libertad y toma de decisiones de las mujeres. Como apunta Elisabeth Maier[1]: “el cuerpo de la mujer históricamente ha sido intervenido por leyes y pautas culturales que le impiden una autonomía de su propia geografía corporal, obstaculizando así la posibilidad de volverse sujetos plenos de sus vidas”.

 

El cuerpo así en pleno siglo XXI y, pese a los avances del movimiento feminista en occidente y al logro más o menos progresivo y consolidado de los derechos sexuales y reproductivos junto con un protagonismo femenino cada vez mayor en el mundo empresarial, político y social, continúa siendo mercancía y producto en vez de ser tratado como un todo que pertenece indisolublemente a unos sujetos autónomos, pensantes y sintientes que somos las mujeres. Si levantara la cabeza Simone de Beauvoir se daría cuenta de que sus pensamientos acerca de la liberación de la mujer, la reducción a objetos sexuales y la lucha por su consideración como seres humanos adquieren una vigencia extraordinaria en este siglo. Aspectos que se creían ya superados y que fueron férreamente luchados y conseguidos por el movimiento feminista en el siglo pasado han dado paso a otras formas de nuevos machismos, los denominados micromachismos que continúan legitimando el dominio, poder y control masculino no sólo hacia el comportamiento, opciones y elecciones de las mujeres sino también sobre nuestros cuerpos, por ejemplo, a través de la hipersexualización de niñas y adolescentes[2].

 

Eres imperfecta, de lo contrario no insistirían tanto en cambiarte. El martilleo continúa siendo constante: métodos para adelgazar porque tienes kilos de más, maquillaje para disimular arrugas, operaciones quirúrgicas o sin cirugía para eliminar las marcas de toda una vida de risas y tristezas, de aprendizajes. Somos analizadas y juzgadas constantemente por nuestro físico, incluso cuando las mujeres alcanzan cierto estatus económico y profesional son revisadas por el modelo cultural y los estereotipos de género imperantes en cada sociedad.  Demasiadas veces el cuerpo nos limita y condiciona más de lo que imaginamos. Si nuestros cuerpos no cumplen con el arquetipo femenino que impone la cultura occidental es bastante probable que exista una limitación a la hora de conseguir ciertos trabajos, una pareja, el éxito social o simplemente reconocimiento porque se sigue valorando la belleza corporal como resultado de éxito. Ya lo decía Foucault: “las relaciones de poder operan sobre el cuerpo, como una presa inmediata, lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas ceremonias, exigen de él unos signos”. La mercantilización del cuerpo, el culto a la homogeneidad y el rechazo a todo lo que se salga de la norma, únicamente persiguen la creación de nuevas necesidades que no hacen más que imponer unos parámetros de belleza inalcanzables e idealizados que, lejos de mejorar la autoestima de las mujeres, les hunde en la autocompasión, la desesperanza y la no aceptación, caldo de cultivo donde acampa a sus anchas el capitalismo estableciendo sociedades de consumo cada vez más despiadadas. Pero ¿dónde se han quedado las necesidades vitales de las mujeres?

 

Actualmente, el culto a la imagen y al propio cuerpo ha incrementado su protagonismo con las redes sociales y las nuevas tecnologías. El uso y abuso de la imagen en la cultura selfie sigue mercantilizando el cuerpo de los sujetos, especialmente de las mujeres y normalmente a través de un intercambio monetario. Hace algunos años ya que la publicidad dejó únicamente de vender productos para proyectar nuevas necesidades; esto es construir la propia imagen personal, la reputación, enseñar un perfil atractivo que demande valores reconocidos por la sociedad como exitosos pasando por una imagen de belleza donde las mujeres se encuentran más presionadas que los hombres a la hora de cumplir con los estándares y reconocimientos actuales. Y es que todo continúa encaminado a embellecer el cuerpo de las mujeres partiendo de la propia imperfección, asumiendo tal estado y proponiendo soluciones en su necesaria mejora a través de la venta de productos de consumo para perfeccionar lo que no resulta del todo aceptable. Tal y como apunta Verónica León[3] lejos quedó ese feminismo que trajo consigo la revolución sexual que: “llamaba a romper con los roles sociales y estéticos establecidos, a aceptar nuestros cuerpos, explorar nuestra sexualidad y vivir emociones fuertes, a través de relaciones entre iguales. Algo muy lejano al actual imaginario de consumo desenfrenado de relaciones sexuales desechables y sin involucramiento emocional, digno de la cultura del fast food”. ¿Seguimos como siempre?

 

Sin embargo, no podemos olvidar que en esta guerra las que más pierden son las mujeres pobres y sin recursos, especialmente las que provienen de contextos deprimidos en el sur del mundo ya que para ellas la libertad individual se aplica con distinto rasero, siempre a expensas del poder que ejercen sobre sus cuerpos un patriarcado que se resiste a cambiar y controlar su voluntad y decisiones, por ejemplo, a la hora de tener o no hijos y de qué manera. Estados y democracias débiles con leyes que lejos de protegerlas lo que hacen son criminalizarlas y dejarlas en una situación de total desprotección, en definitiva, sociedades tradicionales donde la cultura patriarcal cumple un férreo papel de control conductual y opresivo sobre los cuerpos de las mujeres.

 

Lo que se espera que sigamos siendo: madres y cuidadoras

 

La lucha del feminismo porque las mujeres accedieran al voto, entraran en la universidad y ganaran autonomía individual y económica con su incorporación en el mercado de trabajo ha traído consigo unos avances sociales de extraordinario calado sobre todo en lo que respecta al cuestionamiento del rol masculino de único proveedor de alimento y poseedor del poder en todas las esferas de la vida. Sin embargo, pese a estos avances y en pleno siglo XXI la valoración y el reconocimiento social femenino continúa estando centrado en el rol tradicional de madre, esposa y cuidadora. Se sigue esperando que las mujeres aportemos ese elemento de emocionalidad y de amor incondicional donde nuestra identidad va unida indisolublemente a la innata aspiración de ser madres, esposas y eternas cuidadoras.

 

El ser de otros en vez de nosotras mismas sigue latente y es fácil observarlo en la cultura popular que nos rodea. La sociedad y el entorno cuestionan que no asumamos nuestro rol de madres y esposas, alimentando un discurso de egoísmo sutilmente construido en forma de mensajes orales donde se siembra la sospecha de la imperfección femenina: “¿Y no vas a ser madre? ¿No quieres ser mamá? ¿Para cuándo el bebé? Te lo vas a perder, es de las mejores cosas que te pueden pasar en la vida. Se te va a pasar el arroz”; y así un sinfín de mensajes presentes en conversaciones que martillean nuestras conciencias casi a diario. El sutil runrún de la espera absorbe cada conversación, cada programa televisivo, revista o canción aderezado con mensajes subliminales de culpa, egoísmo y la permanente sensación de nunca ser suficientes: ¿dónde está nuestra libertad individual para decidir quienes queremos ser y cómo poder lograrlo?

 

Esto nos llevaría indiscutiblemente a plantearnos el mito del amor maternal, mito que comenzaron a cuestionar y analizar algunas autoras como Betty Friedan[4] o Simone de Beauvoir y especialmente de manera muy crítica la filósofa francesa Elisabeth Badinter[5]. La maternidad según la autora no sería más que una construcción cultural, un mandato de género y obligado cumplimiento por parte de las mujeres como sublime realización personal pudiendo ser vista incluso como una forma de esclavitud y de pérdida de independencia. Y es que según Badinter este discurso de revalorización del amor maternal fue construido en el siglo XVIII más bien como respuesta a los intereses demográficos y económicos del momento sin tener en cuenta los intereses y elecciones de las mujeres. La filósofa apela a la libre elección de las mujeres de tener hijos e incide en la necesidad de romper con el estereotipo de la mujer perfecta del siglo XXI, eficiente trabajadora y madre[6] que se encuentra en nuestro imaginario social. En esa misma línea apunta Laura Flores en su investigación sobre la mercantilización de la maternidad[7], señalando que la forma de llegar al ideal hegemónico de la maternidad se produce apelando a la biología femenina como ideal constitutivo de la feminidad presente en el ADN de todas las mujeres. Según la investigadora: “Actualmente el mito del amor maternal se sigue alimentando, construyendo y mutando y nos sigue interpelando a través de diferentes productos culturales, del cine, la literatura y de la biotecnología retratándose la maternidad como un paso esencial a dar en la vida, mientras que la no maternidad o la maternidad disidente se retrata por la sociedad como algo intrínsecamente no deseable”.

 

Nos dicen que la maternidad no es una opción sino un mandato si queremos ser reconocidas socialmente o al menos relativamente aceptadas sin excesivos juicios. Y esto es así en la mayor parte de las culturas y sociedades del mundo donde el patriarcado que está presente en todas ellas sin apenas excepciones ofrece a las mujeres lo que algunas expertas como Beatriz Gimeno denomina, espacios de compensación[8] donde las mujeres pueden realizarse en su papel de madres y cuidadoras mitificando el amor maternal como logro de felicidad y plenitud. Otras investigadoras consideran incluso que “la maternidad es un instrumento muy útil para el patriarcado”[9], ya que se construye como el terreno de lo indispensable para las mujeres donde poder realizarse y ser plenamente felices e incluso como categoría identitaria de su ser mujer, no ocurriendo lo mismo para los hombres ya que la paternidad es concebida más como una opción y no como algo que los defina en sí mismos”.

 

Lo que está claro es que no podemos dejar de reconocer que el ser mujer siempre ha traído consigo una serie de valoraciones sociales que han ido construyendo a lo largo de los siglos un modelo de feminidad que apela indiscutiblemente a nuestra naturaleza intrínseca hacia la maternidad con la que hemos sido construidas socialmente y de la que difícilmente podemos escapar de ser juzgadas. Tal y como apunta Esperanza Bosch[10], grandes pensadores como Aristóteles, Darwin o Rousseau alimentaron la creación de un arquetipo de mujeres “brujas” sin hombres, viudas o solteras, mayores y poco atractivas, un modelo de mujer malo por naturaleza, erróneo y no racional al que poder infringir un castigo por no cumplir con las expectativas asignadas a su rol de madres en contraposición con el modelo maternal de la Virgen María. Ese estereotipo según Bosch se acabaría filtrando en los cuentos infantiles construyendo el propio yo de niños y niñas que ha llegado hasta nuestros días. Como apunta la activista feminista Ángeles Álvarez[11]: “no ser madre acarrea aún hoy rechazo social y te convierte en sospechosa” y es que nos guste o no de las mujeres del siglo XXI todavía se espera que cumplan con el rol de madres y esposas. 

 

Paralelamente y como consecuencia de la intensa presión y exigencia social han emergido en los últimos años movimientos que reivindican no tener hijos como opción de vida, como es el caso de Mujeres no madre (NoMo), Childfree[12] o blogs como: Sin hijos hay paraíso, movimientos que tratan de ampliar el espectro de las vidas de las mujeres no limitándolas a un único papel de cuidadoras y ampliando el discurso cultural con la creación de mensajes que cuestionan estereotipos de género y el mito de la maternidad. Estas mujeres no son ni mucho menos la mayoría y aún son necesarias varias generaciones que ayuden a alimentar otro tipo de discurso que acabe con ese construido fantasma de egoísmo y que permita en pleno siglo XXI salvarse de la quema y el prejuicio. 

 

Sin embargo, la presión social no es únicamente hacia las mujeres que no han sido madres o no sienten el deseo de serlo, sino que también es ejercida por las decidieron serlo más o menos con cierta libertad. En la actualidad, las madres españolas se enfrentan a la escasa corresponsabilidad en las tareas del hogar unido al débil apoyo gubernamental. Según un informe reciente del Instituto Nacional de Estadística (INE)[13]: “En la Unión Europea en 2016, el 92 % de las mujeres de 25 a 49 años (con hijos menores de 18 años) cuidaba a sus hijos diariamente, en comparación con el 68 % de los hombres”. [14]Estos datos junto con el papel protagónico de las mujeres como cuidadoras de mayores[15], traerían como resultado mujeres estresadas por no llegar a tiempo a todo, culpables por no estar cuando los hijos o los padres las necesitan, con la eterna y redundante sensación de perderse parte de la vida de su prole e indirectamente de la suya. El no cumplimiento efectivo de este rol, la escasez de tiempo para dedicarse a sus aficiones y pasiones mientras la sociedad de consumo y la cultura les va dictando que deben seguir estando atractivas y deseables para sus maridos, pone en peligro su propia salud y felicidad. En este sentido y comprometidas con la conciliación han surgido movimientos recientes como el de las “Malas madres”[16] cuya lucha viene de la mano de no perder su identidad como mujeres en su intento por romper el mito de las madres perfectas y sin renunciar al resto de las esferas personales y profesionales.

 

Así pues no es raro que en el panorama de falta de comprensión de los procesos femeninos y de la elección propia de cada mujer emergen casi en contraposición otros movimientos, en algunos caso controvertidos, como el de la “crianza con apego”, que supone potenciar el rol de la maternidad como movimiento que desafía al capitalismo patriarcal en vez de cuestionarlo desde el punto de vista de la división sexual del trabajo. Este movimiento nace como rechazo a la falta de conciliación de la vida personal y profesional, la falta de apoyo gubernamental a través de políticas de apoyo a las mujeres y familias con hijos donde estas salen mayormente perjudicadas con trabajos precarios y contratos más inestables y temporales que los hombres. Y es que el sentimiento de culpa por no terminar de ser buenas madres, buenas profesionales, las expectativas por alcanzar los ideales de parte de ese amor romántico en el que la mayoría de las mujeres han sido socializadas y que se consolida con el logro de una pareja, deja a las mujeres en una situación de indefensión que de no ser bien manejada puede colapsar y traer como consecuencia, lo que ya se ha denominado como: depresión de género[17]. Este tipo de depresión afecta exclusivamente a las mujeres y su origen hay que buscarlo en la cultura de desigualdad y socialización sexista que provoca en las mujeres vivir en una sociedad patriarcal. Según Mujeres para la salud: “La Depresión de Género no es una enfermedad mental ni biológica, sino un conjunto de sufrimientos y malestares físicos y psicológicos que experimentan las mujeres cuando padecen una crisis de identidad de género, por su forma de ser mujer, pueden producirse por la acumulación de los efectos negativos en la salud de las micro violencias, por las contradicciones y frustraciones de practicar los múltiples roles y mandatos y/o por la vivencia de crisis vitales o como consecuencia de algún hecho traumático[18]. Las expectativas sociales y del entorno y la presión social confluyen con las propias aspiraciones internas de las mujeres que se encuentran a su vez marcadas por su propia construcción como mujeres lo que dificulta en algunos casos procesos de empoderamiento, mejora de autoestima y autonomía personales y, en definitiva, ponen en peligro su salud mental y psicológica.

 

La necesidad de un nuevo discurso: la construcción de un relato propio de las mujeres

 

Las mujeres del siglo XXI han cambiado. Encabezan cada vez más hogares monoparentales enfrentándose con escasas ayudas gubernamentales, deciden desarrollarse en la esfera de lo personal y luchar por su valía y reconocimiento profesional, quieren sentirse libres para elegir su destino sin presiones externas, juicios o expectativas. Hay otra forma de ser, de sentir y de vivir. No es un camino sencillo por lo que no depende únicamente de cómo nos miremos a nosotras mismas sino qué estrategias creamos para que la sociedad también nos mire y reconozca de forma diferente, a través de la narración de otras historias sobre nuestra vida que den cabida a los tipos diversos de mujeres que somos.

 

Existen varios ejemplos de mujeres que hartas de la presión por el obligado cumplimiento de sus roles tradicionales se han retado a sí mismas y a la sociedad entera cuestionando su papel de mujeres atractivas, madres y esposas. Mujeres que rompen con estereotipos de género y que están empezando a narrar otro discurso como la escritora y periodista Kate Bolick que a través de sus libros y conferencias está creando todo un movimiento de mujeres solteras, felices y sin complejos. Bolick quiere romper con los roles estereotipados de género que siguen reproduciendo los medios de comunicación, las revistas o el cine, reivindicando otra narrativa donde los medios reflejen a mujeres solteras y felices transmitiendo la idea de que la maternidad y los cuidados no sean una obligación sino una opción. Según sus palabras[19]: “Para acabar con el estigma necesitamos que los medios reflejen a mujeres solteras viviendo vidas enriquecedoras y significativas”.  

 

Partiendo de ese modelo de mujer construido socialmente y siendo conscientes de sus limitaciones y peligros para nuestra identidad y desarrollo personal, será necesario crear un nuevo discurso, un relato que cuente otras realidades, otras necesidades, a través de diferentes mujeres haciendo diferentes cosas: incorporar a las mujeres negras, a las que tienen alguna minusvalía, las indígenas, las mayores, las mujeres con sobrepeso, las ancianas entre otras, con el fin de visibilizar y crear un relato donde todas podamos estar. Y ese camino de nueva construcción debe pasar por la ruptura con la imagen que se supone debemos tener como mujeres y la aceptación del propio cuerpo, la no esclavización como objetos sexuales y de consumo con el nacimiento de otros modelos de diversidad que sean capaces de romper con estereotipos y permitan  transformar los roles de género. En este sentido las redes sociales están permitiendo que mujeres jóvenes utilicen estos soportes como mecanismo de empoderamiento, tanto en el terreno del activismo feminista, como es el caso de la joven activista en las redes Feminista Ilustrada[20], como en el del arte donde nos encontramos, por ejemplo, jóvenes mujeres artistas que parten del reconocimiento del propio cuerpo para expresar otras formas de ser y amarse como mujeres.

 

La belleza de lo imperfecto en cuerpos con marcas, pelos, cicatrices, arrugas, estrías, señales, la diversidad del color de la piel, la reivindicación del propio cuerpo, la lucha contra la estereotipación de género y la ruptura con los tradicionales cánones de belleza están presentes en las propuestas de artistas jóvenes como Zinteta[21] o Lubadalu[22], artistas que cuentan miles de seguidores en las redes sociales y que fomentan a través de sus obras un mensaje de aceptación personal donde no existe una norma de belleza sino múltiples formas de ser mujer y de comportarse. Definitivamente para que la sociedad nos vea de forma diferente y deje de esperar el mismo modelo, hoy más que nunca, urge otro relato de las mujeres.

 

 

 

[1] Elizabeth Maier: La disputa por el cuerpo de la mujer, la/as sexualidad/es y la/s familia/as en Estados Unidos y México. Frontera Norte, 2008.

[2] “Carrefour lanzó al mercado un bañador para niñas de 10 a 14 años con relleno”. Ver: “Micromachismo, cuatro muestras sutiles de machismo cotidiano”. https://psicologiaymente.com/social/micromachismos

[3] Más allá del cuerpo. El feminismo como proyecto emancipador. Verónica León Burch, FEDAEPS http://www.fedaeps.org/spip.php?article549

[4] Ver: Betty Friedam: La mística de la maternidad. Editorial Cátedra, 2016.

[5] Elisabeth Badinter: ¿Existe el amor maternal? Editorial Paidós, 1981.

[6] “Elisabeth Badinter protesta por la idea actual de la maternidad”. Ver noticia en: https://www.unomasenlafamilia.com/elisabeth-badinter-protesta-idea-actua...

[7]Flores Anarte, Laura: Las técnicas de reproducción asistida en España ¿Mercantilización de la maternidad o empoderamiento femenino?, Ed. Tirant lo Blanch, Valencia, España, 2016, 140 pp.

[8] Se recomienda la lectura del artículo de Beatriz Gimeno, ”Madres en la trampa del amor romántico”: http://revistaanfibia.com/ensayo/madres-la-trampa-del-amor-romantico/

[9] Conversatorio Maternidades. Naturalmente construidas. Intervención de Cristina Bajo. Ver en línea: https://www.youtube.com/watch?v=-rY12NPqIh4

[10] Mesa redonda Amelia Valcárcel, Esperanza Bosch y Alicia Puleo. XII Escuela Feminista Rosario de Acuña. Ver en línea: https://www.youtube.com/watch?v=RXF2aYEGmuA

[11] Ángeles Álvarez. Escuela Feminista Rosario de Acuña: Consulta en línea: https://www.youtube.com/watch?v=7xITzvROWlg

[13] el informe sobre La vida de las mujeres y los hombres en Europa, un retrato estadístico, INE, Instituto nacional de estadística, 2017

[14] Además, según ese mismo estudio: el 79 % de las mujeres cocinaban y/o realizaba tareas domésticas diariamente, en comparación con el 34 % de los hombres.”

[15] Según datos de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), el 89% de las cuidadoras en España son mujeres de mediana edad.

[16] Club de las malas madres.com

[17] Concepto acuñado por organizaciones como “Mujeres para la salud” después de años de trabajo y experiencia.

https://www.alainet.org/es/articulo/197332
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS