China: recuerdos del futuro

03/12/2018
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Al presidente Xi Jinping, en su primera visita a Panamá

 

El conocimiento sin reflexión es inútil. La reflexión sin conocimiento es peligrosa', Confucio

 

Tributo a mis antepasados— Mi abuelo materno, Manuel Ho (Ho Cho Kai), vino (circa 1875) desde Hunan, provincia de Mao Tsé Tung, y se fue al campo, donde se casó con Segunda Villalaz, de La Villa de Los Santos. Mis abuelos se internaron en las montañas de Tonosí, huyéndole a las tropas colombianas que saqueaban a los comerciantes chinos durante la Guerra de los Mil Días (1899 - 1902). Ella era sobrina del creador del Escudo Nacional de Panamá, Nicanor Villalaz, alcalde de Tonosí.

 

Mi padre, Carlos Yau (Yau Ka Shung), vino en 1926 con su hermano, Alfonso Yau (Yau Ka Hing), padre del ex ministro de Seguridad, Alcibíades Bethancourt Yau. Llegaron desde Hocksang (Kwantung), donde nació Wong Kong Yee (según el cónsul de EE.UU.), única víctima de la Separación de Panamá de Colombia, quien no ha sido aún reconocido como tal.

 

Mi padre pertenecía a los Hakka, pueblo que tuvo un rol militar destacado en las Guerras del Opio en el siglo XIX, en rechazo a las intervenciones de Europa. Deng Xiao Ping, de la Apertura y Reforma, era un Hakka, al igual que mi hermano, Yau A Mak, Héroe de la República Popular China durante la Guerra de Corea (1953).

 

Mi abuelo y mi padre venían de provincias distantes y hablaban idiomas diferentes, por lo cual nuestros padres se comunicaban en español y sus hijos también. Sin embargo, mi padre me educó, más que con la palabra, con la mirada y con su ejemplo, tanto en lo moral, lo ético como en lo espiritual. Jamás me castigó físicamente, pero era estricto con la disciplina.

 

En cierta ocasión, le pregunté: ‘¿Qué me regalarás en las navidades?'. Mi padre me preguntó: ‘¿Cuántos años tienes?'. ‘Cinco', le dije. ‘¿Así que ya puedes pensar?'. ‘Sí, papá'. ‘Y si ya puedes pensar, ¿para qué quieres un juguete? Usa tu mente y no pierdas tiempo con cosas externas, porque todo está dentro de ti', dijo. Fue mi primera lección sobre la relación cuerpo-mente-espíritu, pues mi padre me enseñó a meditar desde temprana edad y a no temer, a no quebrarme y a mantenerme íntegro en medio de amenazas y peligros.

 

La autoconfianza inculcada me permitió participar a los ocho años en contra del Tratado sobre bases militares (1947). Sobre todo, para enfrentar una horrible tragedia a los once años de edad: el perro pastor alemán de un alto militar de EE.UU. me atacó salvajemente y sin razón alguna entre la Zona del Canal y Panamá, arrancándome trozos de carne. Hubo que operarme de emergencia y sin anestesia durante horas, inmovilizado por ocho hombres y mi madre, que me sujetaba la cabeza para que no me diera cuenta. ¡Los dolores eran espantosos!

 

No pude caminar ni ir a la escuela durante cuatro meses y ni el Gobierno nacional ni el de la Zona del Canal (EEUU) atendieron nuestras quejas. Los norteamericanos nos dijeron a mi madre y a mí que ya habían sacrificado al perro, lo cual resultó ser falso, y por ese engaño y la indiferencia de ambos Gobiernos juré que dedicaría mi vida a luchar por la independencia de Panamá y a expulsar a los intrusos.

 

Contrario a mi padre, mi madre me facilitó juguetes y me enseñó a ayudar a los demás, a cantar coplas y décimas, y a ser compasivo. A principios de siglo, mi mamá fue enviada a Hunan, donde fue educada. Allí vio cómo las guerras arrasaban con los jóvenes en las aldeas y los obligaban a pelear; cómo los piratas y salteadores de caminos secuestraban a las mujeres, que debían trasladarse de noche disfrazadas como hombres. De modo que, mientras mi padre aceraba mi espíritu como a un discípulo Shaolin, mi madre me enseñó a entender a la China y a amar a Panamá.

 

Pero de nada valió que mis padres fueran laboriosos ciudadanos: un presidente fascista expropió todos sus negocios en Pocrí de Aguadulce en 1941 y nos condenó al hambre hasta que mi padre, forzado a esconderse en las montañas de Veraguas, nuevamente se abrió paso.

 

Consciente de mi formación política, mi padre me llevó desde los seis años a ver documentales sobre las matanzas que realizaron los japoneses durante la ocupación en Nanjing, lo que me sirvió para comprender la revolución de Mao y la Guerra de Corea, también bajo ocupación.

 

Después del incidente con el perro, la segunda lección que aprendí en la Zona de Canal fue a los doce años. Acostumbraba ir a pescar con mi hermano Carlos a los Muelles 6 y 18 del Canal, donde EE.UU. nos prohibía entrar, igual que en China los ingleses impedían la presencia de ‘chinos y perros' en las plazas. En los muelles había cafeterías donde nos despachaban café y dulces a escondidas. Al final de la tarde, cuando llevábamos algunos pescados, la policía de la Zona aparecía de repente, nos los quitaba, los devolvían al mar o se los apropiaban bajo amenazas de encarcelarnos.

 

A esa edad, el Tratado de 1903 me era ajeno, y yo ignoraba que nuestras aventuras fuesen una recuperación práctica de soberanía. Robar nuestros pescados es exactamente lo que hicieron los constructores del Canal desde 1903. Pero ya el excelente embajador de China Popular, Wei Qiang, ha declarado que no nos regalarán pescados ni anzuelos, pero sí nos prestarán algunas redes.

 

Pasar la página — Pese a que viví junto al monstruo, nunca he sido antinorteamericano. Habiendo sido víctima directa de Washington desde 1950 en Panamá, Holanda y Estados Unidos y, por ende, un sobreviviente del imperialismo, no me quedaría otra que exclamar, como Regino Pedroso (el primer poeta proletario de Cuba) lo siguiente: ‘Siendo de origen chino, negro y proletario, ¿qué otra cosa puedo ser si no antiimperialista?' (El Ciruelo de Yuan Pei Fu, Poemas Chinos, La Habana, 1955). Y es que son dos cosas muy distintas: ser antinorteamericano o ser antiimperialista.

 

Ser antiimperialista debe ser la condición natural de todo pueblo. Las Naciones Unidas deben ser, en esencia, antiimperialistas, porque así lo mandata el Derecho Internacional. Lo justo es que los pueblos se rebelen ante sus opresores. ¿Será casualidad que China Popular, junto a Rusia, sean los países más respetuosos del Derecho Internacional, mientras que los dueños del mundo lo abandonan y apartan?

 

No puede ser antinorteamericano quien fue educado como yo por cinco años en un colegio regentado por profesores de la Iglesia Metodista de Estados Unidos (tal como Huang Hua), que nos recalcaban el significado de la justicia. Fue por ello motivo de orgullo para mí leer en el diario La Estrella de Panamá , a raíz de la agresión de enero de 1964, que mi profesor de Grammar y director del Instituto Panamericano, Kenneth Darg, exclamara: ‘¡La Zona del Canal es una anomalía en el siglo XX!'. Fue el único norteamericano que denunció la matanza de nuestro pueblo.

 

Además de recibir una educación pronorteamericana, mi primer trabajo me lo ofreció la Embajada de Estados Unidos (que rechacé) y mis empleos posteriores fueron en empresas emblemáticas de ese país: Ford Motor Company, IBM Corporation y Gulf Oil Corporation.

 

Admiramos a Estados Unidos por sus aportes a la civilización, por ayudar en la derrota del fascismo, a la construcción del Canal y a partearnos como República, aunque nuestra independencia murió estrangulada en el cordón umbilical durante la cesárea. Pero le reclamamos haber actuado por intereses egoístas y no por altruismo. Ahora, en el umbral de una nueva era de relaciones con la República Popular China, los panameños debemos pasar la página.

 

Los primeros visitantes de China: el Ferrocarril de Panamá

 

Los chinos vinieron (los trajeron) en los mismos barcos que llevaron a los africanos como esclavos a América para construir el primer ferrocarril interoceánico y transcontinental del mundo, por una empresa de Nueva York.

 

Huían de las Guerras del Opio (1842) que sometieron al pueblo chino y le arrancaron ventajas comerciales y concesiones territoriales. Huían de las inundaciones y la hambruna, producto del ‘caos constructivo' de los europeos, en nada diferente del actual, que destruye lo que sobrevive del ‘orden mundial'.

 

Aunque millones se apuntaron en distintos puertos de China para venir a Panamá, solo se reportaron mil trabajadores para construir la vía férrea en 1854, ya que muchos quedaron en el camino. Al llegar, encontraron a otros de sus paisanos aquí. Los culíes vinieron engañados como esclavos a enfrentar las selvas más inhóspitas del mundo, sin alojamiento, alimentos o medicinas; y a construir, sin sospecharlo, un ramal marítimo de la antigua Ruta de la Seda. Murieron agotados por sobreexplotación, reptiles, alimañas, cocodrilos y un clima hostil, en vista de que la empresa enfrentaba un ultimátum y solo los chinos podían salvarla de caer en manos colombianas.

 

Los que no murieron por lo señalado fueron asesinados por agentes de EE.UU. que mantenían la ‘neutralidad'; se suicidaron colgados por sus coletas; se lanzaron a las aguas atados a rocas o pagaron a malayos para que les quitaran la vida con lanzas y espadas. Era mejor morir en un acto de liberación que seguir martirizados. ¿Cuánto habría que sufrir para preferir quitarse la vida a razón de 33 trabajadores al día durante un mes? El martirologio de los chinos, que encararon lo que obreros de diferentes nacionalidades rehuyeron, es un episodio de la historia que no ha sido correctamente valorado por nuestro pueblo. Murieron, es verdad, pero cumplieron y construyeron el ferrocarril.

 

Los chinos y sus descendientes conocemos mejor que nadie el día a día de los panameños pobres. Los sobrevivientes del Ferrocarril se casaron y levantaron familias con panameñas; fundaron la primera sociedad extranjera de Panamá en 1873; diseminaron sus valores y su cultura; integraron junto a otros la nacionalidad panameña y aportaron al desarrollo nacional.

 

Los chinos nos legaron el ‘mafá', la ‘pezuña', el ‘cuartillo', el respeto a los ancianos y su conducta ejemplarizante. Hasta la década de 1970, el pueblo panameño nunca supo de un solo delincuente chino. Recuerdo al embajador de China Popular en las Naciones Unidas y luego canciller, Huang Hua, cuando aconsejó (1973) a la comunidad china que adoptaran a Panamá como su Patria y trabajaran para engrandecerla, sin pedir nada para la China.

 

China ha aportado más que otros a la civilización: la seda, la tinta, el papel, el papel moneda, la imprenta

 

Ruta de la Seda, recuerdos del futuro— ‘No nací en posesión del conocimiento. Amo la antigüedad, y es allí donde lo busco y lo encuentro', Gautama Buda.

 

China ha aportado más que otros a la civilización: la seda, la tinta, el papel, el papel moneda, la imprenta, el ábaco, la acupuntura, la carretilla, el timón, la brújula, el sismógrafo, los fuegos artificiales, la pólvora, el acero, el reloj, la circulación sanguínea, el cometa, la navegación en el hemisferio sur, la astronomía, etc.

 

La antigua Ruta de la Seda (‘Seidenstrasse' – literalmente, ‘Calle de la Seda'), bautizada así por el geógrafo alemán, Barón von Richthofen (Viejas y nuevas aproximaciones a la Ruta de la Seda, 1877) que unía a Europa con Eurasia, Oriente Medio y África, era el proyecto más sabio, ambicioso y generoso de la historia. No tenía fines de conquista y proclamaba la igualdad, la cooperación y el respeto entre los pueblos.

 

Desde que China inauguró las exploraciones marítimas en el siglo XV con las Flotas del Tesoro, sus almirantes - diplomáticos, como Zheng He, extendían sus respetos a los pueblos visitados en representación del ‘Reino del Medio' (‘Middle Kingdom'), a la vez que protegían a las comunidades débiles ante los piratas que asolaban los mares.

 

Por la Ruta transitaban la seda, piedras y metales preciosos, pero también ideas, soldados y filósofos. ¡Cuánto me hubiese gustado encontrarme en un recodo del camino con Platón, Buda, Jesús (que llegó a Mesopotamia, la India y Egipto por la Ruta), Cleopatra, Sun Tzú, Mahoma, Alejandro Magno, Hipócrates o Maimónides!

 

El pasado es maestro del presente y espejo del futuro. ‘No es posible conocer el presente, si no conocemos el pasado', sentenció Confucio. El pasado habla más que la ideología, y su historia de 6000 años nos dice que China impulsó la civilización hasta el siglo XIX, cuando Inglaterra la venció y la debilitó con el opio impuesto de la India.

 

La Doctrina Monroe (América para los ‘americanos') y el Destino Manifiesto (civilizar a los salvajes) son parte de los siglos XIX, XX y aún en el XXI, cuando algunos de los agentes de Estados Unidos aconsejaron ‘hablar suavemente, pero llevar un garrote' (‘speak softly but carry a big stick'). La Ruta de la Seda, que propició la mayor convivencia pacífica del planeta, inspirada en la sabiduría histórica de China y que respetó soberanías y culturas de la más variada índole durante 1700 años, ¿por qué habría de ser ‘imperialista' en el siglo XXI?

 

El nuevo rol de China en el mundo

 

El secreto de la Ruta de la Seda fue la conectividad o capacidad de relacionarse armónicamente con los otros para beneficio recíproco. ¿Por qué habría de cambiar China su rol en el mundo, si lo hizo bien desde el más remoto pasado? Un país que fue humillado y explotado por potencias coloniales, ¿por qué querría oprimir, anexar o ‘comprar' a otros pueblos – Panamá, por ejemplo, cuyo pueblo no quiere ni puede vender su Canal? El imperialismo no está en el ADN de China. Si así fuera, China no tendría que venir de tan lejos a buscar sus presas. Más a la mano están Corea del Norte, Corea del Sur, Japón (enemigo histórico), Guam, las Filipinas, Vietnam, Malasia, Indonesia, Singapur y vastas regiones de Rusia, para no mencionar al Oriente Medio.

 

China lucha por construir un mundo multipolar junto a Rusia en el marco de BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y otras organizaciones internacionales para crear un mundo no sometido a la tiranía de una oligarquía, porque, contrario a propaganda malsana, China sí respeta la igualdad soberana de los Estados y ensaya fórmulas para desarrollarse y compartir con todos sus experiencias.

 

No ha sido fácil para China sacar a 600 millones de personas de la pobreza entre 1975 y 2005, sin llevar a cabo una equitativa distribución de los ingresos bajo una meritocracia. Como ha dicho el presidente Xi Jinping, el socialismo con características chinas busca asegurar ‘una vida modestamente cómoda' para todas las personas, una tarea nada fácil en un país de 1400 millones de habitantes. En palabras de Mahatma Gandhi, China aspira a ‘Vivir más sencillamente para que otros puedan sencillamente vivir'.

 

Si a lo anterior se le añade que China combate exitosamente el cambio climático, embellece al país y lucha para que el sistema democrático diseñado por su pueblo encapsule al poder para domarlo, podremos comprender por qué Henry Kissinger manifestó que China no es un país imperialista y por qué un acucioso corresponsal de prensa catalán, Rafael Poch, manifestó, desde Pekín, que ‘China tiene el mejor Gobierno del mundo'.

 

Presidente Xi: El Canal de Panamá era una noción abstracta para los panameños hasta 1999. En manos de Estados Unidos, sirvió para dividirnos y separarnos de América Latina y del mundo. Ahora que la vía acuática está en nuestras manos, luchemos para que el Canal sea ‘Pro Mundi Beneficio', como lo soñaron el Libertador Simón Bolívar y lo visualizó en nuestro Escudo Nacional don Nicanor Villalaz; que nuestro Canal no nos ocasione enemigos ni sirva para secuestrar nuestra Independencia o amenazar a nuestro pueblo con pretextos intervencionistas. ¡Bienvenido a América Latina y el Caribe!

 

Julio Yao Villalaz es analista internacional y exasesor de política exterior.

 

Publicado en La Estrella de Panamá

 

https://www.alainet.org/es/articulo/196918
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