A 25 años de la puesta en marcha de la Unión Europea

09/11/2018
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El primero de noviembre de 1993, 25 años atrás, entró en vigencia el Tratado de la Unión Europea (TUE), también conocido como Tratado de Maastricht, por haber sido firmado en esa ciudad de los Países Bajos el 7 de febrero de 1992 sobre la base de otros tres acuerdos prexistentes entre diferentes países del llamado “Viejo Continente” como eran el “Tratado Constitutivo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero”, el “Tratado Constitutivo de la Comunidad Europea de la Energía Atómica” y el “Tratado Constitutivo de la Comunidad Económica Europea”.

 

El TUE fue suscripto originalmente por Alemania, Bélgica, Dinamarca, España, Francia, Grecia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Portugal y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, a los que en 1994 se sumaron Austria, Finlandia y Suecia, en tanto que Noruega, a la que su gobierno también intentó incorporarla, no pudo hacerlo ya que la población lo rechazó mediante un plebiscito.

 

Posteriormente, en 2004, se agregaron varios países de Europa del Este que habían sido parte del socialismo real, como la República Checa, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania y Polonia; a los que se adicionaron Bulgaria y Rumania en 2007; en 2008 las no ex socialistas Chipre y Malta; y en 2009 Eslovaquia y en 2013 Croacia, estas últimas sí ex socialistas, con lo que se llegó a la actualidad de 28 miembros.

 

El TUE recibió algunas modificaciones a partir del primero de mayo de 1999 con el Tratado de Ámsterdam, al año siguiente con el Tratado de Niza y desde el primero de diciembre de 2009 con el Tratado de Lisboa, siendo éste el más importante.

 

Como contrapartida el 23 de junio de 2016 la población del Reino Unido plebiscitó favorablemente el Brexit, o sea el abandono de la Unión Europea por parte de su país, algo que hasta el presente no se ha concretado en el marco de los más de dos años de negociaciones entre las partes.

 

Hasta aquí la cronología del proceso formal de conformación de la UE a lo largo del cuarto de siglo transcurrido desde el primero de noviembre de 1993 hasta la fecha pero dicha formalidad se inscribe en un recorrido histórico de más larga duración y a lo largo de cuyo transcurso se fueron dando resultados contradictorios que han dado lugar, entre otras cosas, al creciente desarrollo de los duros nacionalismos surgidos en varios de sus países miembros, el último de ellos en Italia.

 

Tomada como un bloque económico, durante algunos años la UE constituyó la primera potencia mundial con un Producto Interno Bruto por Poder de Compra (PIB PPP) pero en los últimos años ha sido superado por el crecimiento de China que pasó a 20,3 billones de dólares estadounidenses en 2015; 21,7 en 2016 y 23,16 en 2017, que dejó atrás los 19,98 de la UE en 2015, los 20,38 en 2016 y los 20,85 de 2017, quedando en el tercer lugar la economía de los Estados Unidos de América con 18,58 en 2015, 19,11 en 2016 y 19,39 en 2017.

 

Ese enfriamiento del crecimiento de la UE, como el de los EUA, se relaciona con los cambios de parámetros en buena parte de sus países miembros que han sufrido un importante proceso de desindustrialización del que se ha beneficiado, fundamentalmente, China y por cuya razón, ante la caída de las oportunidades de trabajo, acentuada por la llegada de una masiva llegada de inmigrantes africanos, la desocupación haya llegado al 21 por ciento entre los menores de 24 años (21,3 entre los varones y 20,6 entre las mujeres); un elemento clave para la expansión de la xenofobia.

 

Un elemento clave a tener en cuenta como un desequilibrador hacia el interior de la UE, aunque a muchos en su momento pudo parecernos como positivo, fue la implementación, a partir del acuerdo del primero de enero de 1999, y terminada de efectivizar desde 2002 con la desaparición de las viejas monedas, del euro, la moneda común de la denominada eurozona, adoptada por la mayor parte de sus miembros y algunos pequeños estados asociados. Son ellos: Alemania, Andorra, Austria, Bélgica, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, España, Estonia, Finlandia, Francia, Grecia, Irlanda, Italia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Malta, Mónaco, Países Bajos, Portugal, San Marino y Vaticano, algunos de éstos incorporados más tardíamente. Y fuera de todo convenio se utiliza en Kosovo y Montenegro, además de existir acuerdos con países extra continentales, ex colonias europeas.

 

Como se observa, entre los no adheridos a esa moneda, manejada realmente desde Alemania, está el Reino Unido que se mantuvo firme con su moneda, la libra esterlina; país que ya ab initio del proceso de unificación europea mantuvo sus diferencias, sobre todo en Gales e Inglaterra, no así en Escocia e Irlanda, lo cual ahora quedó ratificado con la aprobación plebiscitaria del Brexit.

 

El desequilibrio entre los países europeos, ya tradicional, sobre todo a partir del desarrollo industrialista, siglos atrás, en el Reino Unido, los Países Bajos, Alemania y algunos otros, se acrecentó a partir de la implementación de una moneda común que no refleja el verdadero sustento económico de cada uno de ellos por lo que la mayoría de los mismos se quedó sin elementos claves para el manejo de sus finanzas como son la emisión y el tipo de cambio con lo cual se han generado inflaciones encubiertas.

 

Ya desde 2009, a raíz de estos problemas se firmó un acuerdo para el eventual abandono del euro y el restablecimiento de una moneda nacional por parte de aquellos países que lo consideren conveniente pero ese papel escrito perdió realidad cuando ante la primera, de las cuatro etapas, de la crisis griega de ese mismo año se inició un rescate de la economía de ese país y que en 2014 llevó a que el partido populista Syriza, encabezado por Alexis Tsipras amenazase durante la campaña electoral a restablecer el histórico dracma, creado en Atenas como tetradracma en el Siglo V Antes de Nuestra Era, cosa que no cumpliera al hacerse cargo del gobierno cuando concluyó un nuevo salvataje con los acreedores que ejercieron su presión y no hubo nuevo dracma.

 

El euro desequilibró el sistema monetario creado en 1979 denominado European Currency Unity (ECU), una moneda común de cuenta, no acuñable, que servía para el comercio intrazona con la cual cada país podía, de convenirle, ajustar la paridad cambiaria con la suya propia, de manera que, por ejemplo, Italia realizaba una importación desde Alemania, se la cotizaba en ecus pero se la abonada en liras. Algo que daba verdadero equilibrio a la región permitiendo que cada miembro pudiera desarrollar su propio plan estratégico algo ahora poco viable.

 

Todo ello, apuntalado por las migraciones africanas, ha facilitado la reaparición de ultranacionalismos en Europa, tanto dentro de la UE, como fuera de ella, como en los casos de Hungría y Polonia, bien señalados por el ex canciller israelí Shlomo ben-Amí en una reciente publicación del pasado 29 de octubre en el matutino Clarín en la que remarcó los graves peligros que se ciernen sobre la humanidad.

 

Algo muy diferente a lo que proyectase el 9 de mayo de 1950 el entonces Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Robert Schuman, durante la presidencia de Charles André De Gaulle, acerca de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), para lo cual fue designado Jean Monnet como negociador, y que diera como resultado la firma del acuerdo el 18 de abril de 1851 entre la entonces República Federal de Alemania, cuyo primer ministro Konrad Adenauer fuese otro gran impulsor, Francia, Italia y los tres países del Benelux (Bélgica, Nederland y Luxemburgo) y de hecho por Argelia que por entonces era territorio francés; tratado puesto en vigencia el 23 de junio de 1952 y dado por expirado el 23 de julio de 2002 en el marco de la consolidación del euro papel.

 

De Gaulle y su equipo tenían claro la necesidad de reparar la situación europea de post guerra, más allá de los beneficios vía subsidios agrícolas del Plan Marshall estadounidense de 1948, sobre la base de una auténtica recuperación económica impulsando proyectos de interés común, como los del acero y el carbón, un mineral éste, cuya abundancia en la Cuenca del Ruhr, en el estado alemán de Renania, resultó clave para el proceso de la industrialización a gran escala, hoy pasada al olvido.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/196421
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