Ciudades creativas

14/09/2018
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Foto: www.quorum.net.uy
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El mundo tiende a la urbanización, es decir, crece y lo hace sobre todo en las ciudades. En 1950, sólo el 30% de los habitantes del planeta vivían en ciudades. 100 años después, esto es, en 2050, será el 70%. En 1990, según Naciones Unidas, existían en el planeta 10 megaciudades, es decir, zonas urbanas con más de 10 millones de habitantes, donde se asentaba el 7% de los residentes del orbe. En la actualidad hay 33 megaciudades, con el 13% de la demografía global y para 2030 se calcula que existirán 43 megaciudades, con las consecuentes aglomeraciones de habitantes.

 

La urbanización ha sido especialmente pronunciada en los países en desarrollo, sobre todo en Asia y África donde, en muchos casos, ha estado alejada de políticas públicas adecuadas de ordenamiento territorial y planeación. Sus implicaciones demandan estudios y diseños de gestión que garanticen calidad de vida, seguridad y prosperidad, pero sin excluir, marginar ni denostar a los residentes de las zonas rurales.

 

Ciudad de México se ubica en la quinta posición entre las mayores urbes del planeta. Es un buen ejemplo de los desafíos que encara la urbanización para satisfacer cabalmente el abastecimiento de servicios, empleos, transporte, alimentos, salud, sustentabilidad ambiental, educación y seguridad. Dado que la ciudad se asienta en una zona expuesta a fenómenos hidrometeorológicos, terremotos y erupciones volcánicas, sus vulnerabilidades es múltiple, y prueba de ello fueron los dramáticos acontecimientos de septiembre de 2017. Y éste es sólo un ejemplo.

 

Pero las ciudades, al margen de esos desafíos, tienen enormes oportunidades. Al respecto, es pertinente valorar la propuesta de las ciudades creativas, la cual, aunque más estudiada y debatida en el mundo anglosajón, poco a poco va asentándose en las políticas públicas.

 

El concepto de ciudades creativas apela a la relevancia que las urbes tienen. La idea de conjuntar la creatividad con la urbanización apunta a entender la manera en que las grandes transformaciones en las ciudades son incentivadas por el talento de sus habitantes en ámbitos tradicionalmente soslayados por la ciencia económica –como la cultura.

 

La noción de ciudades creativas deriva del de economías creativas, donde la cultura y la creatividad se conjuntan para posicionar a las naciones en las relaciones económicas internacionales en condiciones ventajosas. De aquí emana igualmente el concepto de industrias creativas, mismo que no ha estado exento de polémica, por dimensionar a la cultura en función del mercado. Las industrias creativas se definen como ciclos de creación, producción y distribución de los bienes y servicios que se apoyan en la creatividad y el capital intelectual. Son actividades amparadas en el conocimiento, pero que no se limitan a las artes tradicionales, y que generan ingresos a partir de su vinculación con el comercio y los derechos de propiedad intelectual. Incluye productos tangibles e intangibles, o bien servicios artísticos con contenido creativo, valor económico y dirigidos al mercado y es, además, un sector muy dinámico en el comercio. Aunque es en Australia, en 1994, donde se acuñó por vez primera el concepto de industrias creativas, fue en la Reino Unido, en 1997, donde se le caracterizó como una alternativa ante el agotamiento del modelo industrial de esa nación.

 

Así, la economía creativa, que es un concepto más general, fue la punta de lanza del debate sobre las industrias creativas y éstas, a su vez, han encontrado la necesidad de territorializar su propuesta a través de las ciudades creativas.

 

Ciudades creativas

 

 

La premisa de las ciudades creativas –y, en general, de la llamada economía creativa– es que la creatividad es fuente de la riqueza en el siglo XXI. Seguramente los economistas clásicos discreparían, toda vez que se ha asumido que es el trabajo la fuente de la riqueza. Con todo, la creatividad implica trabajo, si bien, por mucho tiempo se le consideró más como una suerte de pieza de museo o como una tarea encargada a artistas financiados por sus mecenas, susceptible de apreciación/contemplación, y menos por su potencial contribución al desarrollo.

 

El concepto de ciudad creativa se atribuye al economista sueco Ake E. Anderson, quien en 1985 publicó un artículo titulado “Kreativitet. Storstadens framtid”, o bien, “Creatividad. La ciudad futura”. Su reflexión no tuvo la resonancia esperada debido a que fue publicado en sueco, una lengua que se habla o se entiende sobre todo en Escandinavia. Anderson hablaba en su propuesta de una red de conectividad interregional a través de infraestructura con la debida planeación urbana.

 

Al igual que ocurre con el concepto de industrias creativas, el de ciudad creativa es desarrollado ampliamente en Reino Unido por Charles Landry al lado de Franco Bianchini, quienes combinaron sus respectivos campos de especialización –el primero, abocado a la planeación, el segundo, docto en políticas culturales– en la obra La ciudad creativa, de 1995. Para ellos, la ciudad creativa debe ponderar tres consideraciones, a saber:

 

• El impacto social, cultural y económico que surge de la creatividad en las ciudades;
• La necesidad de enriquecer y estimular la planeación urbana incorporando conocimientos de otras disciplinas como la economía, la sociología, la ecología, la psicología, etcétera; y
• La inclusión, en los procesos de planificación urbana, de personas o grupos sociales marginados, como inmigrantes, minorías étnicas, discapacitados, adultos mayores, etcétera

 

 

Siete años después, el economista estadounidense Richard Florida en su obra La clase creativa pone el acento en las personas que llevan a cabo actividades creativas en las urbes. Para él es necesario que las ciudades desarrollen políticas para que esta suerte de “nueva clase social” –integrada por pintores, escultores, músicos, escritores, actores, bailarines, cineastas, arquitectos, urbanistas, paisajistas, diseñadores industriales, gráficos de modas, diseñadores de interiores, galeristas, curadores, críticos, editores, productores de cine y discográficos, científicos, investigadores, periodistas, médicos, etcétera– se mude a ellas y desde ahí se desenvuelvan profesionalmente. Esta propuesta pareciera desafiar a la diversidad y la tolerancia, toda vez que al favorecer a sectores particulares de la población en los entramados urbanos, se corre el riesgo de dejar fuera las capacidades creativas de las mayorías. La fórmula que propone Florida para evitar este escenario es el de las tres T: tecnología, talento y tolerancia.

 

La ciudad creativa tiene múltiples significados y se interpreta o imagina de formas diversas. Por ejemplo, en 2004, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) creó la Red de Ciudades Creativas con el propósito de incentivar la cooperación internacional entre las ciudades participantes haciendo de la creatividad urbana un vehículo para el desarrollo sustentable, la integración social y el fomento de la cultura. Hacia 2017, la red contaba con la participación de 72 países que registraban 180 ciudades creativas. En el caso de México, forman parte de la red de la UNESCO: Ciudad de México, Guadalajara, Puebla, Morelia y San Cristóbal de las Casas. La pertenencia a esta red obliga a las ciudades a colaborar y desarrollar alianzas para fomentar las industrias culturales y la creatividad, integrando a la cultura en sus planes de desarrollo económico y social.

 

 

La UNESCO estableció siete campos creativos que debe tener toda ciudad creativa o aspirante a serlo:

 

• artesanía y arte popular;
• diseño;
• cine;
• gastronomía;
• arte digital;
• literatura; y
• música.

 

Implicaciones de las ciudades creativas

 

En Boston, los parquímetros cuentan con sensores que monitorean unas 600 áreas de estacionamiento y ajustan el precio por minuto dependiendo de la demanda y la disponibilidad de espacio. En Braunschweig los semáforos calculan el atraso de los vehículos en tramos determinados y los que más se ven afectados reciben la prioridad del semáforo en verde. En la ciudad chilena de Concepción, las autoridades colocaron semáforos en el suelo para que los adictos al celular, esos que jamás despegan la vista de su gadget, sepan cuándo pueden cruzar la calle. En la ciudad china de Daye, las autoridades instalaron en las avenidas bloques con sensores inteligentes, de manera que un peatón que pretende cruzar la calle con el semáforo en rojo, activa un mecanismo que le lanza agua.

 

Los ejemplos referidos denotan cuánto pueden cambiar las zonas urbanas a partir de los usos y costumbres de las sociedades. Algunas disposiciones parecen francamente absurdas, pero el funcionamiento de las urbes debe evolucionar. En Daye, la razón por la que se puso en marcha el mecanismo de chorro de agua contra las personas que ignoran el semáforo en rojo apunta a reducir los decesos y accidentes provocados por la imprudencia de los peatones. En Concepción, los semáforos en el suelo existen por razones similares, donde el peatón no se despega de su teléfono móvil cuando camina por las vialidades y se olvida del entorno y los peligros a que se expone. A los absurdos de las sociedades modernas, se suman “soluciones” igualmente absurdas que ignoran el origen de los problemas. ¿Sería necesario recurrir a esas “soluciones” si los modelos educativos fueran eficientes y coadyuvaran a fomentar el civismo y la sana convivencia entre las personas?

 

Si bien las ciudades creativas son distintas de las tecnópolis y de las llamadas ciudades inteligentes, la urbanización se enfrenta a problemáticas cuya solución demanda acciones urgentes. El problema, por supuesto, radica en que tal y como lo plantea Florida, el crédito del funcionamiento o viabilidad de las ciudades creativa no puede recaer sólo en la inmigración de “talentos” a las urbes, dado que son las condiciones socioeconómicas, políticas y culturales de todos los miembros de las sociedades las que generan y utilizan el complejo aparato productivo urbano. Otra dificultad es el tono excluyente que subyace a la propuesta del autor, quien, de manera implícita establece categorías de residentes, donde, aquellos que son “creativos” en el sentido más hedonista y bohemio del término, importan más que el resto de la comunidad. La realidad es que pese a que ciertamente hay personas poseedoras de calificaciones y talentos extraordinarios que, incluso pueden darse el lujo de vivir donde quieran, hay muchas más que se asientan en las urbes en un intento por escapar de la exclusión, la marginación y las escasas posibilidades de progreso en sus lugares de origen –ejemplos sobran, pero el caso de Shanghái, corazón financiero de la República Popular China con enormes rascacielos y un dinamismo económico envidiable, suele dejar de lado los cinturones de miseria que rodean a la gigantesca urbe y donde decenas de personas, procedentes de las zonas rurales, viven hacinadas en viviendas y espacios reducidos sin los servicios más elementales–. Estas personas, evidentemente, parecerían no existir ni importar en el análisis sugerido por Florida. Así, la idea de ciudad creativa, al carecer de un sólido marco conceptual, aparece más como una moda que como un genuino paradigma de desarrollo.

 

 

Los modelos de desarrollo tradicionales han sido puestos en tela de juicio de cara a la globalización y la economía creativa aparece como la respuesta –o más bien, una propuesta– que, sin embargo, da prioridad a las zonas urbanas sobre las que no lo son. El propio Florida, en una reflexión más reciente publicada en 2017, reconoce la “nueva crisis urbana” caracterizada por el incremento de la desigualdad, la segregación y la decadencia de las clases medias, ante lo que propone un urbanismo inclusivo que fomente la innovación y la creación de riqueza con empleos bien pagados y mejores estándares de vida.9 Si bien Florida no está descubriendo el hilo negro, sus planteamientos parecen música para los oídos de figuras políticas como Donald Trump, quien, aparentemente aceptó el planteamiento –con fines electorales– de la “nueva crisis urbana” de la que habla el citado autor, y ha tomado cartas en el asunto culpando al mundo entero de los problemas que encara la sociedad del vecino país del norte, recurriendo para ello al proteccionismo, a la renegociación de tratados comerciales, a la construcción de muros y a la criminalización de la migración.

 

Ciertamente la creatividad es importante y puede tener efectos positivos en las economías, pero siempre que se le integra a políticas amplias. La crisis de la urbanización es también la crisis de lo rural y cualquier enfoque que niegue o ignore a la segunda, perece condenado al fracaso. Los gobiernos deben incentivar la creatividad pero como parte de planes de desarrollo integrales, mismos que, hay que asumirlo, tomarán tiempo antes de producir resultados. Problemas tan complejos demandan soluciones igualmente complejas.

 

María Cristina Rosas

Profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

 

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