Jornada electoral sin precedente

04/07/2018
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El impresionante triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el Movimiento Regeneración Nacional y sus aliados en la coalición Juntos Haremos Historia en la tenaz y hasta terca puja del tabasqueño de Macuspana durante 18 años por conquistar la Presidencia de la República, a partir de que fue electo como jefe de Gobierno del Distrito Federal, estaba básicamente delineada en sus tendencias desde enero del presente año.

 

Por supuesto que variaron los porcentajes hacia el alza para la coalición integrada por Morena, los partidos Del Trabajo y Encuentro Social, en puntos porcentuales nada despreciables, pero con toda anticipación fueron avizorados por casi todas las muestras demoscópicas a cargo las casas más profesionales del país. Pero las tendencias fueron las mismas a lo largo del primer semestre de 2018, como si los millones de anuncios televisivos y radiofónicos, los tres debates organizados por el Instituto Nacional Electoral con sus altos niveles de audiencia televisiva, la propaganda negra y las “benditas redes sociales” (como las llama AMLO) no influyeran en la voluntad y en la convicción de los votantes, incluidos los primerizos, y los seguidores, adherentes y activistas de las tres coaliciones.

 

Cierto es que no deja de impresionar el tsunami de votos, como lo bautizó Roy Campos, obtenidos por Obrador y con el ganó en todos los estados, menos Guanajuato; más cinco de las nueve gubernaturas y todo indica que la mayoría en la Cámara de Diputados y la de Senadores; cientos de diputados locales y alcaldes.

 

¡Impresionante! Sin embargo aún impresiona más que con todo y las encuestas en juego, colegas, analistas y consultores aseguraran abiertamente el triunfo de José Meade y Ricardo Anaya, como si los anhelos, entiendo que no los compromisos políticos y/o mercantiles, pudieran ignorar la realidad.

 

Importa lo anterior porque permite comprender un poco más el fenómeno demasiado importante de la realidad y la percepción que se tiene de ella. Y con frecuencia el divorcio entre realidad y percepción está a la orden del día en la vida política, por lo menos en el caso mexicano que es el que conozco un poco más, hasta el punto de que enuncian sin atenuantes “Percepción mata realidad”. Harto trabajo tienen los psicólogos sociales y sin su auxilio existen temas difíciles de comprender en el tiempo político que vivimos.

 

En la ponderación de los resultados que arrojó la jornada dominical y que sólo fue un momento importantísimo, pero un momento al fin, de un proceso de lucha social y política de varias generaciones de mexicanos, tiende a valorarse más el enojo, la irritación y hasta el encabronamiento sociales, en demérito de cómo esos estados de ánimo realmente existentes, se transformaron en identificación con un liderazgo social y político, significado por la tenacidad e intransigencia –por ejemplo ante prácticas políticas aborrecidas por buena parte del electorado y que acaso podría sintetizar la frase “El que no transa no avanza”, tan extendida y vigente–, para dar paso a la esperanza de amplias franjas del electorado.

 

La evolución y desembocadura de la esperanza que anida en más de 30 millones de electores o el 53 por ciento del total de acuerdo con datos preliminares, fenómeno político sin precedente, es un asunto aparte y formará parte de la disputa que ya comenzó por enterrar algunas franquicias; reconstituir, refundar partidos y liderazgos, entre los cuales el de Ricardo Anaya tiene un futuro muy negro para un político de apenas 40 años de edad.

 

Finalmente, llama mucho la atención la intransigencia del antiobradorismo dogmático por convicción y/o comisión. Al primero lo respeto, del segundo comprendo que es un modus vivendi para el que a partir del 1 de diciembre habrá menos recursos públicos para reproducirlo como hasta hoy.

 

 

 

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