Espiritualidad, política y poder

05/06/2018
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Soy de los que creen que el ser humano debe apostar siempre a tener esperanza, que sin ella no es posible sobrevivir a nada. También soy de los que creen que es absurdo preguntarse si existe Dios o no, que dios sencillamente está ahí siempre (y no precisamente haciendo el papel de juez universal de nuestros actos); esta entidad superior que llamamos Dios es sencillamente el sol, el cielo, el aire y los elementos, los animales y los árboles, que Dios está en los ríos, mares, luz, aire, tierra, fuego, y que por esa razón todos nosotros somos, de una forma u otra, dioses o hijos de dioses.

 

Creo que la fe y la esperanza son como las herramientas para acceder a esas distintas formas de Dios, o para estar cerca de Madre Natura, cualquiera que sea la forma que estos sentimientos o pensamientos adopten, o la religión bajo la cual se abriguen. Toda religión implicaría una espiritualidad, pero la espiritualidad no implica necesariamente abrazar una religión, pues las religiones pueden derivar en formas extremas del fundamentalismo que, a su vez, pueden devenir en fanatismos y una vez convertidas en fanatismos, no presentan salidas para ningún diálogo fructífero del ser humano para la convivencia social. Hoy día, por ejemplo, vemos cómo existe una pugna entre dos fundamentalismos: el de religiones que se apoyan en el poder económico, como el sionismo; y entre el islamismo y un fundamentalismo económico basado en un especie de teología del Dios Dinero propugnada por el capitalismo, que usa a veces a la iglesia católica para proteger sus intereses.

 

También creo que la humanidad está hoy cada vez más lejos de la espiritualidad, provenga ésta de la religión, el arte o la belleza, de la armonía con la unidad primordial que alguna vez perdimos, y que buscamos afanosamente directa o indirectamente a través de varias formas de cultura, ya sea a través de la ciencia, el arte, la literatura, la música, la oración, la ética o la técnica. Estamos perdiendo los vínculos esenciales de la amistad y el amor, de la piedad y la solidaridad, debido a una manera errada de hacer política, y de seguir unos parámetros de convivencia donde el competir está por encima del compartir, un modo bastante destructivo de acercarnos a nuestros semejantes. La mayoría de los líderes de hoy han perdido el camino, enfrascados como nunca en una carrera bélica por el poder, para asegurarse recursos naturales y riquezas energéticas usando para ello del poder ficticio que otorga el dinero y el poder destructivo basado en la guerra, o en las ganancias aceleradas de riqueza monetaria a toda costa, convertidas luego en esa cosa fatua y vacía que llaman el progreso, o peor aún, el desarrollo. Ambos conceptos vienen empotrados a la peor forma de hacer política: la del crecimiento cuantitativo sin otro norte como no sea el de seguir hinchándose hasta el infinito, sin ninguna racionalidad.

 

Los principales países de Occidente están embarcados en una guerra para apoderarse de la formas de energía y del agua, estén donde estén, debido precisamente al modo irracional que han hecho de estos recursos no renovables. Las guerras del petróleo son el ejemplo más fehaciente de esta cultura depredadora que crea a su vez una cultura rentista, la cual a su vez extermina con la cultura basada en el aprovechamiento y respeto de la tierra, en la cultura del agua y en la cultura ecológica que surgió en el siglo XX, otorgándole otro contenido filosófico a la interpretación de nuestro mundo.

 

Estados Unidos son el ejemplo más claro de una contracultura. Esta nación está embarcada desde hace tiempo en el proyecto de explotar a otros países para su propio provecho, tomando las ventajas del caso. Se ha llegado a un punto delirante de unos liderazgos políticos completamente ineptos para ejercer el mando de ese país, así como ocurre en otros países de Europa como Alemania, Francia o España; pero también en Asia, China, Japón, Corea. Parece no haber país “civilizado” que no se haya propuesto convertirse en “potencia” por encima de todo, acumulando armas y a la vez grandes sumas de dinero que le aseguren la “compra” de recursos, cuando sabemos perfectamente que los recursos no están ahí para ser comprados, sino para ser protegidos y aprovechados racionalmente. Se ha desatado una escalada de apropiación de recursos de los países pequeños y pacíficos, para usarlos como carne de cañón y así cometer tropelías de todo tipo. Se han quitado la máscara: corrupción, lavado de dinero, intervenciones militares, hipócritas acuerdos en asambleas internacionales como la OEA (el Ministerio de las Colonias, según Fidel Castro) o la OTAN para justificar intervenciones militares, todo en una brutal escalada hacia la nada, un vacío, un estado de destrucción pura que nos conduce invariablemente a erradas políticas públicas donde no se vislumbra la esperanza, sino más bien medidas de recortes laborales e impuestos exorbitantes, que nos conducirán tarde o temprano a pelearnos por raciones de agua, pan, carne o aire limpio. La mejor ciencia ficción nos ha advertido todo esto desde hace tiempo, y hemos llegado al punto de que ya no es necesario escribir ciencia ficción, porque ya el nefasto futuro descrito y anticipado en las utopías negativas, nos ha alcanzado de manera irreversible.

 

El destino de los principales países de Europa, Asia y América se encuentra en manos de políticos incapaces, títeres de bancos o de las fuerzas armadas, que negocian con los recursos de la tierra como si se tratara de golosinas o de juguetes para divertirse. Es triste ver cómo líderes de estas potencias bélicas, como Barack Obama y Juan Manuel Santos, fueron galardonados por premios para la paz (como el Premio Nobel, antaño un galardón de prestigio, hoy inmerso en una red de corrupción –agravado por penosos episodios de acoso sexual a jovencitas-- ha originado la renuncia de su directorio, y que por primera vez en decenas de años no se pueda conceder el Premio Nobel de Literatura) y cómo compran reconocimientos sociales y prestigios con dinero, y cómo siguen disfrutando del aplauso y del apoyo de la alta sociedad, de la banca internacional y de los negociadores de las reservas públicas de oro (como la Reserva Federal de EEUU), con la complicidad tácita de muchos medios de comunicación, logrando así penetrar en las instituciones educativas y universitarias, hasta adulterar completamente el significado y misión de la educación, y los aportes reales de la ciencia y la cultura a las comunidades.

 

Desde la primera semana de su mandato, Donald Trump no ha cesado en su arremetida contra México, continuando con otros países como Corea y Venezuela. Logró hacerse de “amigos” en la región como Macri, Temer y Santos para arremeter contra el gobierno de Venezuela. La embestida no se detendrá, como tampoco la de los gobiernos corruptos e incapaces como el de Rajoy en España y o el Macri en Argentina, donde están sucediendo cosas que recuerdan a Francisco Franco, como la encarcelación del líder Carles Puigdemont en Cataluña, en un gobierno que ha aspirado deslastrarse más temprano que tarde de la esclerosada monarquía y de la corrupta gestión de Rajoy, como lo acaba de demostrar hoy en el seno del parlamento español, donde se ha aprobado una moción de censura por corrupción contra el nefasto hoy expresidente, lo cual ha marcado un precedente importante en ese país hacia una nueva democracia socialista liderada por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias; Rajoy fue uno de los más furibundos atacantes al gobierno de Venezuela, y es juzgado ahora por corrupción, de modo que su moral es falsa. Recuerdo también cómo se empecinaba contra Rodríguez Zapatero hace una década en el Congreso de los Diputados, y cómo Rodríguez Zapatero le da ahora una lección política haciendo de mediador de paz ante el gobierno de Venezuela.

 

Vemos todo tipo de abusos en Colombia, Brasil, Argentina y Perú con la mirada cómplice e impasible de España, Francia y Estados Unidos. Vemos los asesinatos de líderes campesinos, luchadores sociales, mujeres, sexo-diversos, guerrilleros (a quienes se da el horrible calificativo de “terroristas”, cuando sabemos dónde está el verdadero terror) y de otras minorías que luchan por su dignidad.

 

Nunca antes Venezuela había estado en tal punto de amenaza política y de sanciones injustas por parte del gobierno de EEUU, sometida a un bloqueo económico y a un escamoteo político permanente por parte de la derecha internacional. Independientemente de nuestros errores o desaciertos, nadie tiene el derecho, fuera de nosotros mismos, de decidir nuestro destino, como lo hicimos en el mes de mayo de este año a través de un proceso electoral transparente e inobjetable, que dio una nueva victoria al chavismo.

 

Por otra parte, el desgaste ecológico y el cambio climático se hacen cada día más acentuados, la contaminación en todas sus formas arrasa con el planeta, mientras el consumismo masivo continúa su cauce compulsivo, como si nada estuviera sucediendo. Esta manera de vivir ha convertido a Occidente en una especie de basurero de lujo, y a sus habitantes en unos sobrevivientes de las ciudades pánico. Al ritmo que vamos, en veinte años más el planeta colapsará por falta de agua, aire y árboles, y habrá por otro lado una saturación de automóviles y máquinas, motores y aviones que demandarán cantidades enormes de combustible, que no se podrán pagar, e irán a dar todos a un gigantesco cementerio de basura electrónica. La tecnología y la cibernética nos proveerán sólo de aparatos y más aparatos, objetos y más objetos desechables e inútiles, y de mucho menos afecto, espíritu, belleza y naturaleza.

 

© Copyright 2018 Gabriel Jiménez Emán

 

Gabriel Jiménez Emán es narrador, poeta y ensayista venezolano. Estudió Letras en la Universidad de los Andes, donde fue profesor, y en la Universidad Central de Venezuela. Diplomado Internacional en Participación Ciudadana en las Naciones Unidas. Premio Nacional del Libro, Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal, Premio Monte Ávila de Poesía y Premio Nacional de Narrativa Orlando Araujo. Director y editor de las revistas Imagen (Celarg, Ministerio de la Cultura), Imaginaria y Fábula.

https://www.alainet.org/es/articulo/193318
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