Siria, un espejo que polariza al mundo

19/04/2018
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La reciente respuesta del trio occidental encabezada por los Estados Unidos sobre tres sitios militares y científicos en Siria ha vuelto a agitar el espectro de una escalada bélica en el Medio Oriente y reaviva la política de “línea roja” que Barack Obama había enunciado en 2013, implementada ahora por su sucesor en Washington. Fuertemente mediatizada, coordinada durante siete días para replicar a un nuevo uso de armas químicas en el noreste de Damasco (Duma), la operación no podía ir – en principio - mucho más allá de los escasos márgenes establecidos por las tensiones regionales y pretender modificar por sí sola la ecuación de fuerzas del conflicto sirio. Mientras tanto, el embrollo sirio sigue su curso, con un vertiginoso saldo de víctimas avecinando los 500 000 seres humanos, y un desenlace que emite una potente señal para reinterpretar la época.

 

¿Cuáles son los principales nodos del conflicto sirio hoy en día1?

 

Después de seis años de enfrentamiento, el régimen alauita encabezado por Bashar al-Ásad ha retomado el control de aproximadamente 70% de su población, en el marco de una guerra de desgaste y una compleja imbricación de alianzas. No se perfila por ahora una salida política del conflicto, sino una polarización que aventaja al chiísmo iraní en el plano regional. Consciente de la amenaza que representaba en 2011 una revuelta de su población con el 65% sunita - frente a una minoría 13% alauita al poder -, el régimen sirio, con un ejército inicial de 200 000 hombres, había tenido que retroceder frente a los avances de grupos armados opositores2 y de formaciones islamistas3, especialmente el Estado Islámico, el más dinámico y determinado, cuya expansión fue fulminante en el año 2014. En 2013, el involucramiento del Hezbolá libanés4, de pasdaranes iraníes (Al-Quds), de organizaciones paramilitares5, del régimen de Bagdad y de la República islámica de Irán, permitió a los oficialistas sirios mantener la iniciativa. En 2015, la participación directa de Rusia, deseosa de conservar una presencia en Siria luego de haber perdido a Ucrania y cuyo único aliado en el Medio Oriente es Siria, salvó el debilitamiento del gobierno sirio y marcó una inflexión importante.

 

Ya en el 2012, el conflicto se había polarizado entre el régimen de Bashar al-Ásad y una proliferación de movimientos islamistas (Frente Sirio de Liberación), dejando en un plano más secundario el Frente Democrático Sirio, conducido por los kurdos a lo largo de la frontera turca, varios grupos político-civiles de oposición relativamente dispersos, así como también el Ejército sirio libre, una formación de oposición moderada de procedencia sunita. De hecho, los Estados Unidos dejaron de apoyar esta formación en octubre 2015, después de haber fracasado en armar un Frente revolucionario sirio, también con elementos sunitas moderados. En cambio, Rusia tuvo hasta la fecha una mayor libertad de acción para contrarrestar directamente en el terreno el Frente sirio de liberación que agrupa a 17 organizaciones islamistas de obediencia sunita más radicalizada. No fue el caso de los actores occidentales, globalmente limitados por el involucramiento indirecto de sus aliados, en particular Arabia Saudita, Qatar y Turquía, que además de perseguir objetivos opuestos a los occidentales, sostienen varias de estas organizaciones. No esta demás recordar que el Estado islámico6, lejos de ser una formación islámica al servicio de tal o cual agencia de inteligencia7, surge como consecuencia del fiasco estadounidense en Irak y lleva adelante un proyecto de carácter revolucionario, con recursos genuinos y una doble vocación de territorialización y expansión.

 

En la práctica, una de las alertas que despertó en su momento una posible intervención externa, a saber el ataque químico de marzo 2013 en Alepo atribuido al gobierno sirio en medio de acusaciones mutuas, no había dado lugar a una respuesta estadounidense apuntando a un cambio de régimen, la cual hubiese probablemente generado un caos similar al de Libia. Es sólo en agosto 2014 que, al margen de tener fuerzas especiales de entrenamiento en el suelo sirio8, los Estados Unidos intervienen directamente y tardíamente para interrumpir el avance del Estado islámico cerca de Erbil, capital del Kurdistán irakí. En ocasiones anteriores, en Palmira, Mosul, Sinjar, pocas acciones directas, salvo bombardeos focalizados y una cobertura aérea en apoyo a las fuerzas kurdas, fueron emprendidos por los aliados occidentales para contrarrestar a los islamistas. Ese mismo año, el Estado islámico se había apoderado de la ciudad irakí de Mosul, sin encontrar resistencia del ejército chiíta de Nouri al-Maliki. El régimen corrupto de este último formaba parte de los serios errores estratégicos estadounidenses acumulados en el escenario irakí. Este triunfo marcó el auge del avance del Estado islámico ante una notoria pasividad de la coalición occidental y de ciertos grupos islamistas rivalizando con él.

 

Tal es así que Rusia aprovechó el relajo de los últimos meses del mandato de Barack Obama para fortalecer el régimen sirio y apoyar a los kurdos en pos de luchar contra el Estado islámico. Por otro lado, Francia se había involucrado a través de un apoyo a las fuerzas kurdas, en conjunto con Rusia y los Estados Unidos, para combatir el mismo Estado islámico. Los kurdos, luchando por su sobrevivencia y conocedores del terreno, ganaron varias batallas decisivas contra los islamistas en Tell Abyad, Hassaké, Kobane y Al Raqa, lo cual les permitía establecer una continuidad territorial entre los distritos de Kobane, Kameshli y Afrin. Esta continuidad territorial resultó intolerable para el líder turco Recep Tayyip Erdoğan, opuesto a la expansión kurda y quien desde el inicio pone recursos, inteligencia y su frontera al servicio de los islamistas más radicales. Muy recientemente, la región fronteriza de Afrin fue arrebatada por el ejército turco. Esto implicó el retiro de los rusos y de los occidentales que optaron por evitar la confrontación con Turquía y preservar una alianza circunstancial con ella, los kurdos estando condenados a resistir solos en esta zona. Ankara mantiene alianzas erráticas, sin disponer de verdaderos aliados en el mundo árabe, salvo Qatar, principal apoyo de la Hermandad musulmana.

 

Al final, todo indica que la guerra de desgaste en Siria va a durar, acompañada paralelamente por un proceso de recomposición demográfica y confesional de una parte significativa de Siria. En efecto, el régimen sirio está empujando continuamente a la población sunita fuera de las zonas occidentales del país para ser reemplazada por grupos chiítas. Varias fuentes locales indicaron que muchos ataques químicos fueron utilizados por el oficialismo sirio desde 2013 para provocar pánico entre las poblaciones y obligarlas a refugiarse en la región norteña de Idlib9. Recordemos que en su momento, Háfez al-Ásad, padre del actual mandatario, había implementado este tipo de deportación para substituir a la población kurda - 10% de la población siria - por una población árabe. Hoy, el Estado islámico se encuentra empujado en zonas residuales en el mapa sirio, pero todavía con una presencia vertebral en Irak donde se asienta su base territorial. Mientras tanto, el centro de gravedad del conflicto sirio se traslada en la zona noroeste, en el eje Aleppo-Menag-Azaz. Desde el principio, los movimientos islamistas han tenido rivalidades fuertes entre sí y la disminución de la influencia del Estado islámico ha fortalecido la formación más determinada a combatir el régimen oficialista: a saber Fateh al-Sham, ex Jabhat al-Nusra, ahora desafiliada de Al Qaeda.

 

Poco se puede esperar del proceso de negociaciones de Sotchi, impulsado por Rusia, teniendo en cuenta además que parte de la sociedad siria percibe la participación de Moscú como una injerencia. En general, los mecanismos de desescalación y cese del fuego fueron aprovechados para aumentar las ganancias militares en un marco de guerra sin concesión entre facciones. Los movimientos yihadistas poseen combatientes, voluntad de combate y apoyos. En el telón de fondo, se expresa una oposición religiosa regional entre el arco chiíta y sunita, encarnada por Irán para el primero y Arabia Saudita para el segundo. Estas dos corrientes seguirán coexistiendo por un tiempo largo y sería preferible que ningún de ellas se imponga sobre la otra de manera decisiva. Turquía apunta a nada menos que ser el Estado musulmán hegemónico en el Medio Oriente, teniendo como principal rival a Irán y manteniéndose con cierta distancia de Arabia Saudita, que mira con reojo a la Hermandad musulmana. A fines de diciembre 2015, para disimular su fracaso en Yemen frente a los Hutís chiítas, Arabia Saudita formó una coalición sunita, junto con 34 países afroasiáticos, en pos de “luchar contra el terrorismo”. La propuesta no carece de sarcasmo, lo cual no deja de remitir confusamente al proyecto de aislar o estigmatizar el rival iraní. Más allá de estos gestos, la ambigüedad de objetivos y de apreciación de los enemigos principales es un dato central de los errores estratégicos del campo occidental.

 

A fin de cuentas, en el escenario actual, Irán es el ganador en la región. Como consecuencia de la intervención estadounidense en 2003, Irak quedó bajo control de los chiítas y, además de Siria, Irán tiene una fuerte presencia indirecta en este país, entre otros elementos a través de la reorganización de su ejército y de sus milicias. Una clave del éxito iraní se encuentra en su clero chiíta, más cohesivo que el clero sunita. Habida cuenta dichas rivalidades y sumando a Israel en la balanza que refuerza con cautela sus apoyos a los rebeldes sirios en un momento de menor protagonismo de sus aliados, el disparador de una posible escalada bélica regional gira más alrededor del avance de la expansión iraní.

 

Un conflicto con ramificaciones

 

Este conflicto, cuyas variables se encuentran esencialmente a escala regional, no ha dejado de desarrollar ramificaciones profundas a nivel mundial, dándonos una fiel radiografía del sistema internacional en que evolucionamos. Primero, la crisis humanitaria y el flujo de desplazados sirios se encuentran globalmente desbordados y subatendidos, con un protagonismo más que tímido de la Unión Europa. Se podía esperar de esta última algo más en relación a su peso político y su potencial de acogimiento. Sobre los 11 millones de personas refugiadas desde marzo 2011, 6.6 millones se han desplazados al interior de Siria, un millón ha podido ingresar en Europa, mientras una mayoría de 4.8 millones ha migrado hacia Turquía, Líbano, Jordania, Egipto e Irak. Más que un mero flujo migratorio, este movimiento ha ido perturbando el centro del equilibrio político de las sociedades europeas, acostumbradas a un largo periodo de prosperidad. Las respuestas identitarias y emocionales se ven instrumentalizadas por narrativas xenófobas y ultranacionalistas. Asimismo, esta política migratoria no está elevada políticamente, desde una mirada integradora, como un vector de dinamización en Europa y de estabilización del Medio Oriente. Cada uno trata de sacar provecho de su negociación con el bloque europeo. Predomina un enfoque securitario y externo, como si la cuestión migratoria pudiera permanecer un tema periférico.

 

En segundo lugar, el escenario sirio ilustra de algún modo la vetustez de los mecanismos multilaterales y de los reflejos imperiales en un mundo que se ha vuelto aún más interdependiente e inclusive intolerante al uso monopólico de la fuerza bruta. El conflicto es centralmente el producto de la represión de una revuelta popular espontánea10, convertida en guerra civil y en confrontación política regional, a la cual se conectan algunos actores y procesos mundiales. Las fuerzas que se confrontan en el terreno lo hacen con una modalidad sobre todo irregular, donde la potencia bruta de por sí tiene resultados limitados. La presencia en el suelo es determinante. En el plano multilateral, se sigue tratando de afirmar las reglas del derecho internacional, con posturas que asocian un moralismo y una realpolitik. Más allá de los discursos, la existencia de una “diplomacia de negocios” entre los actores medio-orientales y el campo occidental hace que este último se encuentre marginalizado del juego político alrededor de Siria. Esto se debe por parte a su propia reticencia en involucrarse en el terreno como lo comentamos más arriba. Es manifiesta su escasez de potencia, en términos de consistencia estratégica, de aliados locales o de presencia territorial. Por otra parte, la dificultad para salir de un club reducido de potencias, organizado en torno a algunos actores europeos, agudiza las rivalidades. Esto se ve nítidamente en la parálisis del Consejo de seguridad con los vetos sucesivos de Rusia.

 

A la luz de los fiascos en Irak y en Libia, de la alianza anti-iraní establecida entre Washington, Riyad y Tel-Aviv y tomando en cuenta que Arabia Saudita preside la Comisión de derechos humanos de las Naciones Unidas, ¿cómo esperar que la demostración de potencia de abril 2018 genere algún resultado disciplinante sobre el régimen sirio, cuyo aliado es Irán? No se trata de evacuar el uso táctico de la fuerza – históricamente necesario en los episodios de Bosnia (1995) o del Kosovo (1999) para contener una amenaza -, ni de capitular frente a los crímenes de guerra y la violación del derecho internacional. Se trata esencialmente de adecuar un modus operandi a la naturaleza política del conflicto. Al estigmatizar las potencias del Medio Oriente o Rusia, negando esta lógica regional del conflicto, la demostración de potencia va sumando potencialmente nuevas fuentes de desestabilización en un escenario desde ya muy sensible. En definitiva, un nuevo tipo de diplomacia se torna necesaria. Esta debería estar más alejada de la lógica de negocios y de los reflejos policiales de un Donald Trump, que la de una Unión Europa que no dispone de una estrategia de defensa, pero que se muestra generalmente aferrada al derecho internacional y proclive a las relaciones cooperativas con las sociedades del Medio Oriente. Si bien el eje franco-alemán por ahora no ha dado los frutos esperados, Alemania por ejemplo, exhibe una política voluntarista para los refugiados y se distancia del uso clásico de la fuerza.

 

Tercero y finalmente, el conflicto sirio da lugar a un fenómeno probablemente nuevo, en materia de modalidad de comunicación global. La prensa tradicional que cubre el conflicto y los aparatos de propaganda cohabitan con una difusión en red, realizada por organismos civiles, investigadores o grupos de habitantes que describen su realidad vivida. Es notable observar como el espacio comunicacional adquiere mayor amplitud y saturación, reflejando inevitablemente una polarización. Una política de propaganda está hábilmente implementada por varios campos para fomentar un proceso de movilización social a raíz de las debilidades del adversario. El actor más eficaz en este terreno es sin lugar a dudas el yihadismo islámico, en particular el Estado islámico, quien ha sabido apropiarse de este vector de movilización. Su propaganda de teatralización del terror fascina a las sociedades occidentales. Éstas reproducen en bucle sus contenidos, en nombre de la libertad de prensa, contribuyendo paradojalmente a su difusión. El objetivo de esta propaganda consiste en exhibir los éxitos del grupo y exacerbar las divisiones comunitarias en pos de atraer nuevos militantes a la causa yihadista. Recordemos que 20 000 voluntarios internacionales se sumaron a la organización en agosto 2014 cuando el Estado islámico capturó Mosul y declaró su califa.

 

Otro actor que ha aceitado una estrategia en este sentido es la coalición oficialista en Siria. Su objetivo, además de publicitar sus logros, es construir un marco global de desinformación, explotando las contradicciones del sistema internacional en pos de debilitar la base social del arco occidental. Toda una gama de registros comunicacionales, desde las narrativas sesgadas o conspirativas, los falsos reportajes (combinados con verdaderos reportajes), la demonización de actores locales11 y el acoso digital a distintos grupos está desplegada en varios idiomas en las redes. En el fondo, es notable ver como una debilidad estructural en el terreno de la comunicación - Rusia, Irán, Siria no disponen de un soft power estructurado como el de los Estados Unidos y los países centrales - se intenta transformar en un vector de influencia psico-comunicacional. Para esto, se aprovechan las líneas divisorias que recorren las sensibilidades colectivas y la opinión internacional. Esta metodología ha tenido receptividad social y ha ido moldeando las percepciones. Muy en concreto, la esfera de sujetos escépticos y contestatarios del sistema internacional12 podrá encontrar pruebas de que estos ámbitos implementan un doble discurso y actúan en la sombra para conspirar contra el pueblo sirio, reiterando un esquema similar a los de Irak, Libia, Yemen o Ucrania. La familia ideológica afine a los anti-intervencionistas, anti-occidentales, anti-imperialistas o anti-establishments tendrá abono para exaltar el sentimiento de una lucha patriótica contra el poder colonial y el terrorismo, exhibido como un brazo derecho de las potencias centrales. Y así sucesivamente alrededor de distintas líneas polarizantes del tablero global. Podríamos agregar en la balanza las líneas propagandísticas que se emiten desde el arco occidental: foco excesivo en el terrorismo, proselitismo alrededor de los derechos humanos y la democracia formal, estigmatización de Rusia...etc.

 

No se trata aquí de desgastar las líneas ideológicas subyacentes a cada campo. Se trata sobre todo de evidenciar este movimiento de batalla globalizada para manipular la carga cognitivo-emocional inherente al conflicto. En este terreno también, la sed de sentidos está aprovechada por los actores más hábiles y dinámicos. La cuestión es que si bien el embrollo sirio es difícil de desgranar y saturado de señales informativos, los marcos de percepción revelan ser en muchos aspectos cercados, influenciables o anacrónicos. Al final ¿qué hace que, en una época de abundancia informativa, optamos por mirar más en el espejo deformante que en la realidad? Es cierto que la frontera entre realidad y ficción ha sido muchas veces tergiversada con antecedentes nefastos. Pensemos en la ofensiva neoconservadora en Irak en 2003 y el rol del canal CNN. O en los espectaculares atentados del 11 septiembre 2001 en los Estados Unidos que luego constituyeron una fuente central de narrativas conspirativas. Pero no perdamos de vista lo esencial. Nuevas modalidades de conflicto y de globalización de la violencia se están inventando en Siria y otros lugares. Es necesario actualizar un marco de comprensión de estas situaciones, descifrar las relaciones de fuerza en el terreno e indagar nuevas reglas de cooperación en el tablero global.

 

Abril de 2018

 

Notas

 

1 Esta parte de la nota retoma los datos de terreno provistos por el geopolitólogo Gérard Chaliand en ¿Por qué Occidente pierde la guerra?, Ciccus, 2018.

 

2 Aproximadamente 40 000-50 000 hombres en total.

 

3 50 000 hombres.

 

4 De 5 000 a 8 000 hombres.

 

5 Jaish al-Chaabi, 50 000 hombres.

 

6 En el año 2015, el Estado islámico contaba con 25 000 hombres solidamente entrenados.

 

7 Históricamente, los Estados Unidos y Arabia Saudita se apoyaron sobre grupos islamistas (Hezb-e-Islami) en la guerra de Afganistán para apoyar la resistencia en contra de la Unión Soviética. Los islamistas luego se volvieron en contra de ellos.

 

8 6 000 soldados en julio 2017.

 

9 Si bien las misiones internacionales han sido siempre obstaculizadas para determinar la responsabilidad de estos ataques. La organización Human Rights Watch precisa que el Estado islámico también recurrió a este tipo de armamento.

 

10 Una « revolución imposible » o una « revolución huérfana » como lo escriben varios autores sirios o libaneses.

 

11 Entre ellos, los Cascos blancos.

 

12 Consejo de seguridad, ONU, OTAN, Ongs humanitarias, comercio global de armas, grupos cerrados de potencias...etc.

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/192372
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