América Latina: El imperio contraataca

03/04/2018
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nicaragua managua acto central 19 de julio 2016 p foto de sergio ferrari mobile
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Introducción e hipótesis de trabajo

 

Desde que nos independizamos de Europa hemos vivido políticamente un proceso constante de revoluciones y contrarrevoluciones de diferente envergadura, unas luchando contra las injusticias del orden establecido y otras a favor de la restauración de dicho orden.

 

Por revolución entendemos un proceso que se inicia a partir de un discurso y una gran voluntad política, encarnada en organizaciones y acciones encaminadas a cambiar, por la fuerza y/o la hegemonía, clases y regímenes políticos, sistemas socioeconómicos —y, en menor medida valores de la civilización patriarcal en que hemos vivido hace ya varios milenios.

 

La primera revolución de cuerpo entero que nació y que sobrevive hasta ahora es la revolución burguesa y capitalista, incubada entre los siglos XVI y XVII y que a partir de entonces no ha cesado su fase expansionista; es una revolución en marcha a pesar de las crisis generadas por sus fabulosos impulsos tecnológicos, competencia entre empresas y guerras entre naciones; crisis que de no progresar hacia otro sistema se convierten en oportunidades funcionales al propio sistema. El carácter expansivo de las revoluciones burguesas ha sido posible por un elemento que irrumpe a escala mundial en el siglo XVI llamado imperialismo, encargado de crear condiciones favorables para el capital y el mercado, así como velar y restaurar el orden burgués capitalista, allá donde se hubiera alterado.

 

La segunda revolución, nacida en el seno de la primera es la revolución socialista, la que tuvo su primera gran experiencia a lo largo de todo el siglo XX e inicios del siglo XXI; la misma logró desplazar a las burguesías nacionales donde se llevó a cabo y fortalecer el papel del Estado como organizador de las transformaciones y síntesis de las contradicciones del sistema imperante y de las relaciones internacionales. En todo este tiempo la revolución transitó tanto por súbitos cambios violentos, como lo hizo la revolución burguesa capitalista, como por cambios llevados a cabo en forma pacífica y progresiva, también utilizados por la revolución burguesa.

 

Un punto importante a destacar es que cada revolución se hace en contra del sistema anterior, tanto a nivel nacional como a nivel internacional: la revolución capitalista, contra el régimen feudal y los imperios anteriores; la revolución socialista, contra el régimen capitalista, los imperios occidentales y el imperialismo como fenómeno mundial en sus expresiones militares, políticas, económicas y culturales. De aquí se desprende que una revolución socialista no estará consolidada si no altera la correlación de fuerzas, tanto a nivel nacional como a nivel internacional.

 

En este momento asistimos a un contraataque del imperialismo norteamericano, que en América Latina y el Caribe nació con la Revolución Cubana en 1959 y hoy se apresta con la misma saña a erradicar todo movimiento, por muy modesto que sea, emprendido desde la otra acera de sus intereses. Y esta ofensiva no se manifiesta solamente con aquellos regímenes de orientación socialista o socialdemócrata, sino contra aquellas pretensiones de las clases políticas nacionales para completar la revolución burguesa. Cuando decimos que el imperio contraataca es porque los aparatos militares, políticos y económicos del imperialismo o régimen mundial de las corporaciones, está poniéndose al día en suelo latinoamericano caribeño, paralela y simultáneamente como lo está haciendo en el resto del mundo (Medio Oriente, Euro-Asia y Asia del Pacífico). Un contraataque contra los regímenes progresistas e izquierdistas, pero también contra los regímenes liberales y neoliberales que no han aceptado la nueva fase del imperialismo capitalista, como es la de borrar las fronteras nacionales que impiden al capital imperialista su acumulación infinita y donde no quede más que un solo gobierno mundial y unas cuantas instituciones y empresas mundiales encargadas de disciplinar las conductas colectivas. La diferencia está en que así como los ricos ya no se fían de confiar el gobierno a una burocracia civil o militar, haciéndose cargo ellos mismos de ocupar la silla presidencial y otras instituciones (Trump en Estados Unidos, Piñera en Chile), tampoco el Estado-imperial y las corporaciones económicas imperialistas se fían del control de las oligarquías locales (clanes minoritarios que controlan la vida nacional) para mantener y hacer progresar el orden interno a favor del orden imperial. Una contraparte que funciona a la altura de esta pretensión sería el poder de la Iglesia Católica, cuyas leyes y rituales funcionan en cada país como si estuvieran en Roma. Cada vez más, las leyes e instituciones estadounidenses valen al interior del resto de países; es como que si lo político se pusiera al día de la realidad económica imperante.

 

A partir de este razonamiento y en base a las experiencias nacionales sostendremos como principal hipótesis de trabajo que es el imperialismo capitalista el adversario principal de los pueblos nacionales, pues tal como están las cosas ninguna oligarquía, cada vez menos nacional, cuyos intereses todavía están tejidos en varios campos al interior de la nación, está en capacidad de sobrevivir o resistir, ya sea a la dinámica de acumulación del capitalismo mundial, como al hostigamiento de aquella fuerza social vinculada a una opción de orientación nacionalista o socialista. Esta hipótesis, cuya expresión histórica repasaremos en este artículo, puede corroborarse fácilmente a partir de aquellas experiencias donde se constata que frente a cualquier cambio nacional fueron las fuerzas del imperio las responsables y encargadas directamente de golpear a los regímenes y clases insubordinadas.

 

Este artículo, insertado en una antología de las experiencias latinoamericanas caribeñas de gobiernos progresistas y de izquierda, así como del impacto en ellas de la estrategia desestabilizadora desarrollada por el imperialismo y las oligarquías locales, está dedicado al proceso sandinista en Nicaragua; un fenómeno protagonizado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), quien cumpliendo casi 60 años de experiencia (1960-2018) ha pasado por casi todos los momentos históricos recorridos por los países que ensayaron la transición hacia un nuevo sistema socioeconómico llamado socialismo. Por lo dicho anteriormente y por demanda de los organizadores de la antología, el análisis de la experiencia nicaragüense lo haremos desde una perspectiva latinoamericana. Pero hay otra razón, como es que el campo de batalla de las revoluciones es tanto nacional como internacional.

 

A continuación anotamos los diferentes momentos de la Revolución Sandinista, cuya comprensión incluye no solamente la relación con los Estados Unidos, sino también con el quehacer político latinoamericano y caribeño, pues, como sabemos, la Revolución Sandinista, al igual que el resto de procesos políticos nacionales, no se explica fuera del contexto latinoamericano caribeño, pero mucho menos se explica sin la presencia y accionar de los Estados Unidos de América.

 

Antes de enlistar los acontecimientos contemporáneos de la Revolución Sandinista quisiera señalar como antecedente tres grandes intervenciones militares de las fuerzas norteamericanas desde que somos una república independiente, a saber: a) la intervención militar norteamericana a mediados del siglo XIX (1856-1857), cuando un grupo de filibusteros apoyados por el gobierno norteamericano y las élites libero-conservadoras locales se tomaron Nicaragua, pusieron a un presidente gringo que restableció la esclavitud, el que fue derrotado por fuerzas centroamericanas y fusilado en Honduras; en esa época las fuerzas patrióticas no fueron acusadas de comunistas ni de terroristas, pero sí de oponerse a la política expansionista de los Estados Unidos; b) la intervención militar norteamericana durante el primer tercio del siglo XX (1912-1933), cuando el gobierno gringo se hizo cargo de frustrar la revolución liberal (1893-1909) y finalmente administrar durante más de dos décadas el gobierno y la política de Nicaragua (1912-1933), hasta que las tropas extranjeras fueron adversadas y expulsadas por una lucha guerrillera encabezada por el general Sandino (1927-1934); antes de la intervención gringa el gobierno de Nicaragua de afiliación liberal fue acusado de buscar apoyo en otros países para construir el Canal Interoceánico; a su vez, el líder de la lucha por la soberanía (Sandino) fue acusado de bandolero y asesinado por mandato de la embajada norteamericana; c) la intervención de los Estados Unidos a finales del siglo XX, ocasión en que organizó, entrenó y financió a la contrarrevolución nicaragüense para luchar contra el gobierno revolucionario sandinista (1980-1990), época que terminó con el desarme de las tropas contrarrevolucionarias y la posterior derrota electoral del Frente Sandinista, quien era acusado de comunista. Al menos estas tres intervenciones militares que suman varios quinquenios muestran que el análisis de las contradicciones y limitaciones de las fuerzas nacionales, no son suficiente para explicar lo sucedido.

 

Ciertamente que Mesoamérica y el Caribe presentan un nivel de intervención militar directo mucho más pronunciado que en América del Sur. Sin embargo, la presencia de los aparatos de inteligencia gringa, las bases militares gringas instaladas en el subcontinente, las agencias internacionales gringas, los grandes medios de comunicación gringos, las medidas de política exterior del gobierno norteamericano, han sido y siguen siendo decisivos en los acontecimientos políticos nacionales. Piénsese por ejemplo, en el Plan Cóndor que apuntaló las dictaduras militares en Suramérica, la preparación militar gringa en Panamá de las fuerzas armadas nacionales, las políticas neoliberales impuestas por el gobierno gringo, los golpes de Estado organizados por la CIA, los tratados comerciales, las políticas de desestabilización de gobiernos progresistas, etc.

 

Momentos de la Revolución Sandinista

 

La Revolución Sandinista que tiene sus antecedentes en la guerra de Sandino (1927-1934) y en la guerrilla sandinista (1961-1979), se ha mantenido cerca de 30 años y dura hasta nuestros días (1979-2018), ha pasado por diferentes momentos, que de una u otra manera han vivido los diferentes movimientos revolucionarios latinoamericanos y caribeños, pero que como dijimos anteriormente expresan la vida y obra de la revolución y de la contrarrevolución en el continente. Una revolución se define no solamente por sus acciones para hacer avanzar la historia, sino también por aquellas acciones encaminadas a resistir la embestida de sus adversarios nacionales y mundiales.

 

  1. Nicaragua padeció una larga y sangrienta dictadura militar creada y apoyada por el gobierno de los Estados Unidos, la dictadura de los Somoza (1934-1979). La mayoría de los países latinoamericanos y caribeños han padecido similares dictaduras. Uno de los rasgos de la dictadura somocista es que sus dictadores no murieron en la cama, sino a manos de patriotas (1956) y revolucionarios (1980), en este último caso, el dictador fue ajusticiado por un comando latino-americano-caribeño.

 

  1. En Nicaragua se desencadenó una lucha revolucionaria, en el campo y en la ciudad, la que inspirada por el triunfo y la orientación socialista de la Revolución Cubana (1959), arrancó en los años sesenta (1961) y culminó con el triunfo militar del Frente Sandinista (1979). La lucha armada ha sido durante los últimos 50 años, el primer instrumento de la revolución latinoamericana y caribeña, momento que culmina cuando las guerrillas colombianas empiezan el proceso de desarme (2017-2018).

 

  1. En Nicaragua se vivió una década de cambios revolucionarios de orientación socialista (1979-1990), emprendidos en medio de una guerra de agresión militar por parte de los Estados Unidos, llamada Guerra de Baja Intensidad, caracterizada por la combinación de fuerzas locales y de fuerzas norteamericanas, engendrando una guerra de guerrillas de carácter contrarrevolucionario que fustigó y neutralizó las transformaciones sociales, al costo de miles de jóvenes muertos en los campos de batalla. Las medidas implementadas por la Revolución Sandinista fueron similares a la de los gobiernos socialistas del siglo XX, cuando el PIB estatal superó el 90%. Es obligado señalar la solidaridad latinoamericana y mundial que en los diferentes momentos y campos de la lucha tuvo la Revolución Sandinista, tanto por parte de gobiernos como de organizaciones de solidaridad, sin la cual la misma no hubiera sido posible.

 

  1. El Frente Sandinista sufrió una derrota electoral en 1990 que inició un período de 17 largos años de restauración conservadora, en que las fuerzas sandinistas pasaron a la oposición (1990-2006). En este período, mientras el pueblo nicaragüense padecía las políticas neoliberales, las fuerzas sandinistas se fogueaban, desde abajo, en una encarnizada lucha contra gobiernos contrarrevolucionarios apoyados por los Estados Unidos. A pesar del triunfo militar, la Revolución Sandinista opta por la democracia electoral, método que será emprendido posteriormente por la mayoría de los movimientos de izquierda latinoamericana y caribeña.

 

Gracias a la correlación de fuerzas heredada por la Revolución Sandinista, el Frente Sandinista logra tres acuerdos con el nuevo gobierno: la Constitución, el Ejército y la Reforma Agraria campesina, lo que permitió la recuperación de las fuerzas revolucionarias, desgastadas por la guerra, la intervención y la derrota electoral. El Frente Sandinista estaba inhibido de tomarse el gobierno por la fuerza, pero sí pudo utilizar su poder de veto a la gobernabilidad, sobre todo por una hegemónica fuerza popular que ocupaba las calles y campos del país.

 

  1. Tres intentos fallidos por mantener y recuperar el gobierno por los votos y cuyas derrotas electorales, reconocidas por el Frente Sandinista (1990-1996-2001), contribuyeron a alimentar una política de desprestigio que llegaba tanto del lado de la derecha como de la izquierda mundial. Posteriormente, los diferentes movimientos políticos de la izquierda latinoamericana caribeña que logran acceder al gobierno por los votos, también sufrieron derrotas electorales. Quiero recordar que las victorias y derrotas nacionales de ambos bandos no han significado ganar con el 100%, pero tampoco perder con el 100%, lo que implica que en ningún momento las posibilidades de la revolución o de la contrarrevolución están extinguidas. Esto es más cierto para la derecha, pues su principal fuerza contrarrevolucionaria está en los Estados Unidos.

 

  1. Tres victorias consecutivas por parte del Frente Sandinista (2006-2011-2016), en las que progresivamente aumentaba su porcentaje de votos, lo que permitió continuar en la medida de lo posible con las políticas de la década revolucionaria. Al igual que pasó con otros movimientos revolucionarios latinoamericanos-caribeños, las victorias electorales ganadas limpiamente son, cada vez más, desconocidas por la derecha continental y el imperialismo norteamericano. Vale la pena anotar que las victorias electorales por parte de un gobierno progresista no han tenido la legitimidad que tienen las fuerzas del orden, en parte debido a la aplastante propaganda de los medios internacionales controlados por un pensamiento y una militancia de derecha, en parte por una escéptica postura de lo que ha quedado de la izquierda que mantiene una crítica mayor contra los gobiernos progresistas o de izquierda que frente a los gobiernos de derecha.

 

Hoy, el Frente Sandinista de Liberación Nacional gobierna a través de una coalición denominada Unida Nicaragua Triunfa, en la cual participan movimientos políticos de todos los signos posibles. Junto a Nicaragua, se mantienen en el gobierno diversos movimientos de izquierda, a saber, Cuba, El Salvador, Venezuela y Bolivia; el resto han perdido el gobierno por los votos o por golpes de Estado. Como puede verse, la soberanía nacional, la democracia representativa inclusiva, así como la restitución de derechos básicos para los marginados del sistema, sobre todo en materia de justicia social, siguen siendo las principales banderas de la izquierda latinoamericana caribeña y que la derecha local e imperial quiere arriar.

 

Un primer balance o una primera constatación es la terquedad de las posibilidades. Fue posible que después del asesinato y desmovilización de las fuerzas de Sandino y a pesar de una férrea dictadura militar, resurgiera el sandinismo y alcanzara un triunfo militar. Fue posible una revolución armada aún después de la Revolución Cubana y de las reformas a la política exterior norteamericana. Fue posible resistir militarmente al imperialismo durante 10 años en una desgastadora guerra de baja intensidad. Fue posible recuperar el gobierno por los votos, después de haber perdido tres elecciones seguidas y teniendo en contra a todas las fuerzas políticas conservadoras (el capital, la iglesia, los medios de comunicación, una mayoría ciudadanía liberal y neoliberal). Fue posible retomar las políticas sociales, después de casi dos décadas de neoliberalismo. Fue posible recuperar y alcanzar un nivel de estabilización económica y política, con unas cuentas nacionales y una restitución de derechos ejemplares a nivel del continente. Fue posible mantener una seguridad ciudadana y una contención del narcotráfico y la delincuencia callejera. Fue posible un entendimiento con prácticamente todas las fuerzas políticas, ideológicas y económicas, con las cuáles nos habíamos enfrentado anteriormente. Fue posible construir un proyecto de unidad nacional para defender la soberanía nacional.

 

Claro está que nada de eso ha sido suficiente para contener la ofensiva del gobierno de los Estados Unidos, aun cuando los partidos de la derecha, liberal, conservadora y neoliberal, hayan colapsado o se hayan pasado al campo de la soberanía nacional liderada por el Frente Sandinista.

 

Dicho esto quisiéramos hacer un recuento histórico que permita un análisis comparativo entre los diferentes procesos de lucha y de cambio en América Latina y el Caribe, sean de carácter progresista o de izquierda, así como su enfrentamiento con las fuerzas desestabilizadoras del imperialismo y las oligarquías locales. Proceso que se encuentra en marcha y cuyo desenlace se mantiene en un equilibrio crítico, pues la historia ha sido terca en ambas direcciones.

 

Antecedentes de la revolución latinoamericana y caribeña

 

A partir de la Revolución Francesa de finales del siglo XVIII y después de cada revolución triunfante o derrotada aparece la tesis de que se trata de la última revolución y que a partir de entonces la historia continuaría por un camino evolutivo al que llamaron progreso. En estos últimos doscientos años, dos tipos de revolución acapararon el protagonismo social, a saber, la revolución burguesa y la revolución socialista, con cierto matiz intermedio, correspondiente a los procesos de cambio socialdemócratas.

 

La verdad es que a pesar de las crisis y de la hegemonía del capital sobre el trabajo, centenares de revoluciones de ambos signos han continuado apareciendo, en medio de triunfos y retrocesos. Entre las variables comunes que atraviesan los distintos fenómenos revolucionarios se encuentran, a) un beligerante impulso tecnológico en la economía, b) una mayor concentración y centralización empresarial y c) una polarización creciente de las fuerzas sociales en disputa.

 

1) Las revoluciones modernas o proyectos de emancipación violenta por parte de las clases subalternas nacieron como revoluciones burguesas emancipándose de los reinados o independientes, mientras que los movimientos de liberación anticolonialistas nacieron emancipándose de las metrópolis, a partir del siglo XVII y hasta nuestros días, en Inglaterra (1642-1689), Estados Unidos (1776), Francia (1789), Europa y en todo el llamado Tercer Mundo (siglos XIX-XX). Entre los casos paradigmáticos tenemos: a) la Revolución Inglesa por parte del parlamento contra la monarquía absoluta, b) La Revolución Independentista de las 13 colonias inglesas que conformaron la Unión Americana, frente al poder imperial de Inglaterra, c) La Revolución Francesa contra la monarquía, la nobleza, el clero y lo señores feudales; fueron estas revoluciones las que de-sencadenaron y alentaron el capitalismo como sistema y la burguesía como clase social dominante, teniendo como soporte el desarrollo tecnológico de las fuerzas productivas y el comportamiento de las masas anteriormente subordinadas, d) Las revoluciones independentistas de América Latina en el siglo XIX y el proceso de descolonización a lo largo de los siglos siguientes, XIX y XX; procesos que se llevaron a cabo precisamente contra los regímenes europeos y norteamericanos que habían salido triunfante de sus propias revoluciones y que rápidamente se encaminaron hacia la conformación de potencias coloniales e imperiales, d) Las revoluciones socialistas y antiimperialistas a lo largo de todo el siglo XX, tanto en Europa, como Asia, África y América Latina, e) Las revoluciones democráticas y antiimperialistas en América Latina y el Caribe, durante los primeros 20 años del siglo XXI.

 

Desde el nacimiento de los estados nacionales europeos y de los imperialismos posteriores, se generó una división internacional del trabajo que dura hasta nuestros días y que separó a las naciones como naciones imperiales e industrializadas y naciones periféricas dedicadas a la producción de alimentos y materias primas para la exportación a las potencias metropolitanas.

 

Todo este proceso ha venido conformando un sistema imperialista que proviniendo del imperialismo colonial, continúa como imperialismo de carácter comercial, industrial y financiero, hasta el actual imperialismo globalizado y neoliberal; sistema que mantiene subordinada e insubordinada a las clases subalternas del mundo metropolitano y a los países periféricos. Al interior de este proceso se mantienen dos fuerzas en permanente tensión: por un lado la competencia al interior de las fuerzas del capital y por otro lado la lucha entre el capital y el trabajo.

 

Uno de los elementos más importantes cuando de revolución hablamos es el que tiene que ver con el control del poder por una nueva clase política sobre la clase dominante anterior. En el caso de las revoluciones de orientación socialista se trata utilizar ese poder para destruir el sistema económico anterior, basado en la propiedad privada del capital y construir progresivamente un nuevo sistema económico, basado en la propiedad colectiva del capital —estatal, cooperativa y autogestionaria. Cuando se habla del poder hay que diferenciar tres aspecto, a saber, a) El Estado y sus instituciones, es decir, los aparatos políticos e ideológicos con los cuáles la nueva clase mantiene su hegemonía política e ideológica, b) La propiedad o el control sobre los medios de producción y de cambio, en función del crecimiento, la distribución y la cogestión entre el Estado y las nuevas fuerzas sociales c) las relaciones de poder o cadenas de acciones que inclinan la orientación social de la conducta cívica y política hacia uno de los polos de los proyectos en pugna.

 

2) A partir del marxismo y de las doctrinas socialistas y comunistas en el siglo XIX, los procesos sociales estuvieron acompañados de revoluciones independentistas frente a las potencias imperiales, así como revoluciones de orientación socialista al interior de las naciones. Este escenario tuvo uno de sus mayores escenarios y desenlaces a partir de la I y II Guerra Mundial, teniendo como protagonistas a Europa y los Estados Unidos, por un lado, y al resto de los pueblos periféricos por el otro lado.

 

Desde la Revolución Rusa en 1917, los procesos socialdemócratas europeos entre 1945 y 1973, la Revolución China en 1949 y un sinnúmero de revoluciones en el Tercer Mundo, se vivió una polarización entre un bloque capitalista de mercado por un lado y un bloque socialista que desplazó a las burguesías, por otro lado. Un espacio intermedio conformaron los países del norte europeo donde se combinó la presencia de una clase capitalista, una significativa incidencia de la clase obrera y de las cooperativas, construyendo tripartitamente los llamados regímenes socialdemócratas, donde se combinó y avanzó en construir una democracia incluyente de las tres fuerzas señaladas, amplias libertades públicas para toda la ciudadanía y un significativo bienestar social de la población.

 

A lo largo del siglo XX se vivió lo que se llamó la Guerra Fría donde los proyectos capitalistas y socialistas-comunistas se disputaban la hegemonía en el mercado mundial, el control de las innovaciones y aplicaciones de la tecnología, la fuerza armamentista, pero sobre todo la influencia sobre los poderes nacionales que salían de su estatus colonial.

 

El surgimiento de la Unión Soviética como segunda potencia mundial y la amenaza de que los países tercermundistas tomaran el camino del socialismo, atemperó la agresividad del imperialismo norteamericano a lo largo del siglo XX, no sin antes sufrir sendas derrotas militares en diferentes partes del mundo: Europa del Este después de la II Guerra Mundial, así como diversos movimientos de liberación nacional que desembocaron en regímenes socialistas en Asia, África y América Latina. Durante este siglo la izquierda avanzaba a través de la sindicalización de la clase obrera, la reforma agraria, la cooperativización campesina y una agenda revolucionaria antiimperialista y antiburguesa, con significativos éxitos en diferentes partes del mundo. Durante este tiempo se vivió una manifiesta lucha de clases a través de luchas populares y nacionales.

 

Las naciones tercermundistas mantuvieron una doble lucha por su liberación nacional hacia afuera y su emancipación social hacia adentro: a) la lucha contra el colonialismo europeo y la lucha contra el imperialismo norteamericano, b) la lucha contra las oligarquías o élites subordinadas a las metrópolis imperiales.

 

3) El éxito de las revoluciones en el ámbito de la soberanía, la democracia y la justicia social no se acompañó, en los países socialistas, de avances en los sistemas democráticos y de las libertades públicas para la amplia ciudadanía. La mayoría de estos países fueron gobernados por partidos comunistas en forma centralizada y con muy pocos espacios para la participación ciudadana. La lucha económica contra el capital, descuidó los mecanismos de mercado, la competencia por la productividad económica del capital y del trabajo, así como la competencia por la simpatía que las masas manifestaron por el consumo de bienes ligeros, lo que debilitó económica y políticamente la hegemonía de los gobiernos socialistas. Si a esto le añadimos una desgastadora competencia armamentista, no debiera sorprender el desenlace que el campo socialista tuvo a finales del siglo pasado.

 

A partir del proceso de desestalinización, con la muerte de Stalin en 1956, empezó una conciencia crítica en los países socialistas, y se comenzó a movilizar y a cuestionar las formas económicas y políticas de aquellos regímenes. A finales el siglo XX, el socialismo soviético se derrumbó desde adentro, no tanto por las fuerzas del capital o de la burguesía, como por las fuerzas del mercado, encarnadas en una población descontenta por la falta de democracia y de bienes de consumo cotidiano, situación que fue aprovechada por las fuerzas ideológicas, económicas y militares del imperialismo, hegemonizadas por el imperio norteamericano. La suerte del resto de países socialistas que no habían alcanzado una acumulación endógenas y que estuvieron en gran parte subsidiados militar y económicamente por la Unión Soviética, compartieron el derrumbe de la Unión Soviética. Los países que tuvieron mayor suerte fueron aquellos países que encabezaron la transformación hacia economías de mercado con un mayor o menor control por parte de los partidos comunistas, entre los de mayor éxito pueden citarse la China Comunista y Vietnam. El resto de países tuvieron que transitar hacia economías de mercado capitalista en peores condiciones, fuertemente presionados por una contraofensiva neoliberal que desbarató todo el andamiaje socioeconómico que los sustentaba.

 

Con el derrumbe de la Unión Soviética, las fuerzas de izquierda se dispersaron y perdieron fuerza, sobre todo los partidos comunistas, en la mayoría de los países del mundo. Gran parte de la intelectualidad de izquierda descubrió la democracia burguesa y apostó a una ruta democrática y reformista que apenas se diferencia del discurso y la práctica impuesta por los organismos internacionales occidentales.

 

4) En América Latina, los pueblos organizados como movimientos de liberación nacional habían alcanzado una significativa beligerancia, sobre todo a partir del triunfo armado de Argelia en África, Vietnam en Asia y Cuba en América Latina. A partir del triunfo de estas revoluciones, sobre todo en América Latina, se desencadenaron luchas guerrilleras contra los regímenes políticos colonizados y contra las dictaduras militares. Después de cinco décadas de lucha armada y del surgimiento de movimientos sociales que acompañaron a los partidos políticos, muchos países lograron alcanzar victorias que permitieron frenar la ofensiva imperialista y sus medidas neoliberales, regímenes que en la última década sucumbieron frente a la hegemonía del capital global, a la competencia del mercado y a la agresividad imperial, quien aprovechó la situación y se preparó para arrasar con todo gobierno inclinado a retomar por medios democráticos los viejos programas nacionalistas de redistribución de la riqueza y del poder.

 

En el ínterin muchos países, sobre todo asiáticos, lograron desarrollar significativos proceso de industrialización para sus países, tanto los que venían del socialismo como los que estaban alineados por el capitalismo de mercado abierto. Esta situación rompía el monopolio de un pensamiento independentista que daba por hecho que ningún país podría industrializarse mientras viviera bajo la influencia del imperialismo norteamericano.

 

5) A finales del siglo XX y primera década del siglo XXI, se desencadenó en América Latina un proceso de democratización sin precedentes, a pesar de la ofensiva neoliberal y quizás aprovechándose de los estragos causados por la misma sobre la población. Varias organizaciones de izquierda tomaron el gobierno, gran parte de los parlamentos, varias alcaldías y otros espacios institucionales. De esta manera, la izquierda se ponía al día con la democracia, una asignatura pendiente y cada vez más reclamada por la derecha y por la izquierda crítica.

 

En las primeras dos décadas del siglo XX, el panorama aparecía muy alentador para el destino de América Latina. Teníamos (y tenemos) en nuestro haber una Revolución Cubana que se mantiene incólume desde 1959, ejemplo revolucionario sin precedente en cuanto a la resistencia a la mayor embestida del imperialismo norteamericano después de la intervención armada en Vietnam, aunque con un desgaste económico y social inmenso.

 

Después de la Revolución Cubana, el anticomunismo arreció sus estragos contra una débil población ideologizada alrededor de la doctrina liberal, campaña que no logró impedir otra revolución armada, esta vez en Nicaragua, acaecida con el triunfo de Frente Sandinista de 1979. A partir del triunfo sandinista, renace la confianza en la posibilidad de emprender una revolución antiimperialista y de orientación socialista en América Latina, confianza que se había debilitado a raíz del golpe de Estado del ejército pinochetista contra la revolución chilena, la que había accedido a la presidencia a través de métodos electorales. Sin embargo, para entonces, la mayor parte de las guerrillas que habían atravesado el subcontinente estaban sufriendo una gran ofensiva que los marginó y exterminó.

 

En 1999, veinte años después de la revolución sandinista, toma posesión en Venezuela un gobierno electo por los votos. Desde entonces, diversas organizaciones de izquierda tomaron el gobierno por la vía electoral en El Salvador, Honduras, Nicaragua, Paraguay, Ecuador, Bolivia, Brasil, Uruguay, Argentina y Chile, en gran parte por la conciencia de una población tremendamente golpeada por las reformas neoliberales y en gran parte por la alianza entre organizaciones políticas de izquierda y movimientos sociales de tendencia izquierdista o nacionalista.

 

Con la Revolución Bolivariana, encabezada por el gobierno venezolano en 1999, una euforia revolucionaria recorría prácticamente todo el subcontinente, incluida muchas islas del Caribe, quienes al integrarse al programa de ayuda petrolera de Venezuela (Petrocaribe), alimentaron su patrimonio latinoamericanista.

 

Sin embargo, no es lo mismo acceder al gobierno por medio de elecciones que controlar todas las instituciones y sobre todo las fuerzas armadas. Como dijo una vez Hugo Chávez, hablando de la experiencia chilena, «las revoluciones pueden ser pacíficas, pero no desarmadas». Efectivamente, cuando la presidencia no tenía el control ni del resto de instituciones o el apoyo del ejército, estos gobiernos sucumbieron al contraataque imperialista.

 

Desde entonces el imperialismo pasó a la ofensiva con el ánimo de arrasar con todo gobierno u opción soberana. Los gringos renovaron sus viejos pasos, los que se están concretando con la política proteccionista para ellos e injerencista para nosotros por parte del gobierno de Donald Trump. El imperialismo está decidido a borrar la historia y a borrar la geografía de los otrora Estados nacionales, como sugerimos en la hipótesis planteada al inicio de este artículo.

 

6) Uno a uno los procesos nacionalistas fueron agredidos sin piedad y en forma sistemática en todos los países de la región. Golpe de Estado militar en Honduras por el delito de convocar a una referendo sobre la re-elección presidencial por parte del presidente Zelaya; golpe de Estado parlamentario en Paraguay contra el presidente Lugo y sus políticas de redistribución de la riqueza; golpe de Estado cívico-militar en Venezuela contra el presidente Hugo Chávez por sus tempranos y exitosos esfuerzos por la integración latinoamericana, así como por su acercamiento con la Revolución Cubana; Golpe de Estado parlamentario y judicial en Brasil contra la presidenta Dilma Rousseff por el alineamiento con el proceso de integración latinoamericana. Campaña de desprestigio y desestabilización política contra los gobiernos progresistas de Ecuador y Bolivia. Derrota electoral en Argentina, Chile y Honduras, división de la izquierda ecuatoriana después de haber logrado un triunfo electoral. Recrudecimiento de las medidas de desestabilización política y guerra económica contra los gobiernos de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Reforma de los tratados comerciales a favor de la economía norteamericana y en contra de países como México y Centroamérica. Despiadada agresión contra los migrantes latinoamericanos en Estados Unidos, con el fin de pisotear toda pretensión de coexistencia pacífica entre América Latina y los Estados Unidos. Últimamente, el gobierno de los Estados Unidos está decidido a que se cumpla la ley del Oeste: todo el poder al sheriff, a las infanterías y al juez federal, montando tribunales penales que tienen jurisdicción en todos y cada uno de los países bajo la influencia del gobierno de los Estados Unidos.

 

Uno de los rasgos de la ofensiva contrarrevolucionaria es que los clanes oligárquicos parecen haber decidido gobernar directamente, no solamente porque acusan de blandengue a los funcionarios gubernamentales, sino porque las corporaciones necesitan cada vez más del Estado para rescatar o recuperar viejos y nuevos beneficios para sus empresas, desde el multimillonario Donald Trump en los Estados Unidos hasta el multimillonario Sebastián Piñera en Chile, por solo citar a los más representativos, la derecha o los grupos corporativos parecen confiar más en los propios ricos que en un gobierno para los ricos.

 

¿Qué hacer?

 

¿Qué hacer, con una vía electoral que no parece tener oportunidad para la izquierda, pues el imperialismo gringo-europeo está decidido a no reconocer el triunfo electoral de ningún gobierno progresista o izquierdista, mucho menos a permitir la instauración de regímenes mínimamente nacionalistas en América Latina? En el caso de las elecciones en Venezuela, la Unión Europea y el gobierno de los Estados Unidos ya emitieron su juicio, desconociendo el resultado electoral. Para estas potencias, la única izquierda que aceptan es la izquierda muerta o derrotada.

 

¿Qué hacer frente a los descarados fraudes electorales de los partidos de la derecha? ¿Qué hacer cuando después de la victoria de un gobierno, apenas progresista, comienza un proceso de desestabilización política, recurriendo incluso a descarados golpes de Estado, militares, parlamentarios, judiciales, campañas mediáticas de desestabilización política, sanciones directas a los funcionarios democráticamente electos, como si viviéramos al interior del territorio norteamericano? Hasta ahora ningún golpe de Estado se ha llevado a cabo en América Latina sin el consentimiento, el apoyo o la decisión del gobierno de los Estados Unidos y sus agencias.

 

Y no estamos hablando de gobiernos comunistas, ni siquiera de gobiernos socialistas en la mayor parte de los casos, pues se gobierna sin poder salir de la economía de mercado, donde los capitales, sobre todo transnacionales, mantienen su hegemonía sobre las débiles y dependientes economías, apenas iniciando un incipiente proceso de disminución de la pobreza y de industrialización.

 

¿Qué hacer cuando las empresas transnacionales se están tomando la economía de nuestros países, sin ninguna consideración de orden ecológico o de despegue industrial? Empresas transnacionales extractivistas de minerales y otras materias primas, así como del excedente económico succionado por los grandes monopolios dedicados al consumismo, bancos comerciales que a la par que nos endeudan siguen desplazando a los limitados grupos de burguesías locales, convertidas cada vez más en testaferros de los monopolios extranjeros.

 

¿Qué hacer cuando después de cada derrota electoral de la izquierda, todos los avances en materia de disminución de la pobreza se revierten y la desigualdad social vuelve a remontar? ¿Qué hacer cuando no parece posible ni siquiera expropiar a los enclaves industriales, comerciales y bancarios, pues gran parte de su capital de operaciones se mantiene resguardado en los grandes bancos situados en la metrópolis? En una situación donde además nuestras economías apenas tienen excedentes, ya no digamos capital, para iniciar un proceso de acumulación endógena.

 

¿Qué hacer cuando el Estado Mundial de nacionalidad norteamericana y las grandes corporaciones del imperialismo, tanto políticas como económicas y mediáticas, ejercen una influencia devastadora en América Latina?

 

7) Siempre supimos que la democracia electoral representativa es una forma de dividir a nuestros pueblos. Mientras más partidos políticos participan en la contienda electoral más dividida y fragmentada queda la población, división que se lleva a cabo al interior de los mismos partidos, como vimos en las últimas elecciones donde perdió la izquierda en Chile, incluso en países donde ganó una coalición progresista, como es el caso del movimiento Alianza País en Ecuador.

 

Por eso es que a los revolucionarios del siglo pasado no se les ocurría optar por participar en las elecciones. Siempre hablamos de revoluciones armadas, donde se despojaba al capital privado de sus principales medios de producción, desplazando a la burguesía y entregando la administración del gobierno a una clase política revolucionaria, a cambio de que gobernara a favor de la soberanía nacional y la justicia social. Pero al mismo tiempo supimos que necesitábamos capital nacional y extranjero para desarrollarnos a pesar de la diferenciación social y la desacumulación económica que estos capitales infligían a nuestros países, situación que se volvió más crítica a partir de la implosión del régimen soviético.

 

Pero de pronto, comenzamos a hacer de la necesidad una virtud y nos volvimos más demócratas que los liberales y que los neoliberales. Gobernamos descuidando y debilitando la alianza y la participación de los movimientos sociales y populares. Gobernamos con las mismas instituciones de la democracia burguesa y a veces teníamos la impresión que lo que estábamos haciendo era administrar el sistema a favor de las grandes empresas transnacionales, intentando redistribuir un presupuesto a costa de entrar en un proceso de iliquidez y de endeudamiento que nos hizo perder el control de la economía, incluso en su forma liberal.

 

Mostramos un gran prejuicio y una falta de solidaridad con aquellos procesos revolucionarios que después de ganar las elecciones siguieron luchando por el control total de las instituciones, prefiriendo y optando por salvar la cara democrática, haciendo concesiones a una burguesía que había perdido toda base social en sus propios países.

 

8) Si ya sabemos el resultado del nuevo guión que estrenamos después del derrumbe de la Unión Soviética, ¿qué tenemos que hacer para avanzar en la soberanía nacional, iniciar la acumulación endógena y el despegue económico, al mismo tiempo que sentimos la presión de las masas populares por una mayor equidad social, una asignatura tan pendiente como la propia democracia?

 

La historia no ha clausurado las revoluciones

 

Una interpretación por parte de intelectuales y líderes políticos de derecha y hasta de tradición izquierdista es que ya las revoluciones fueron clausuradas por la historia, actualizando la tesis del fin de la historia, es decir, de las transformaciones sociales, fuera del imperialismo-capitalista.

 

Después de cada revolución política, victoriosa o derrotada, el adversario siempre concluye que asistimos al final de las revoluciones, afirmación que la historia se ha encargado de desmentir. Por lo tanto, no debiéramos de excluir de la agenda política la irrupción de nuevas formas revolucionarias para cambiar el mundo, por muy crítica que se encuentre la correlación de fuerzas a favor de los más desposeídos.

 

En el caso de las revoluciones políticas, el poder estatal y la voluntad política de las masas siguen siendo disputados por los procesos revolucionarios y contrarrevolucionarios. En el caso de las revoluciones sociales, burguesas o socialistas, el control de la tecnología y la creación-apropiación de riqueza siguen siendo el alma de la disputa.

 

Hoy en día, sobre todo a raíz de la implosión del bloque soviético, las revoluciones políticas de orientación socialista han girado hacia economías de mercado y aceptado la presencia de capital transnacional, como China o Vietnam; teniendo mucho éxito en cuanto a la producción y distribución de la riqueza. El único socialismo aceptado es un socialismo socialdemócrata que ofrezca las medidas neoliberales como solución a las crisis y que propone gobernar no solamente contra las masas empobrecidas, sino contra los empresarios (pequeños, medianos o grandes) locales o nacionales.

 

En el caso de América del Sur, varios gobiernos nacionalistas han sido desplazados de las principales instituciones de gobierno, precisamente por una voluntad y acción política consciente del gobierno de los Estados Unidos. En otras palabras, el imperialismo ha pasado a la ofensiva, ostentando su fuerza y mecanismos contrarrevolucionarios. Las últimas declaraciones y acciones políticas del presidente, la Cámara de Representantes y del Senado, las agencias financieras internacionales, incluido el Comando Sur de los Estados Unidos, están mostrando una voluntad y una agresividad contrarrevolucionaria sin precedentes, particularmente contra países que emprendieron de una u otra manera el camino de defender y sostener la soberanía, como Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia. A pesar de lo cual mantenemos la segunda hipótesis, afirmando que la historia no ha clausurado las revoluciones, por lo que deberemos inventariar las fuerzas políticas que nos pueden permitir frenar la contrarrevolución en marcha.

 

¿Con qué fuerzas se cuenta para hacer la revolución? Según los resultados de las elecciones presidenciales, parlamentarias o municipales, tanto la derecha como la izquierda latinoamericana han ganado o han perdido por una diferencia de 5% a 10%, es decir, que cuando cada una de las fuerzas en disputa pierde la presidencia se hace guardando alrededor del 45% de los votos de la población; con la ventaja histórica de que las luchas electorales ya no son entre liberales y conservadores, como en el siglo pasado, sino entre la derecha pro-imperialista y organizaciones que luchan por la soberanía nacional, la democracia participativa-representativa y por la redistribución de la riqueza, comenzando por disminuir los índices de pobreza y avanzando en disminuir la desigualdad social. No reparar en esta simple cifra es subestimar la fuerza que guarda la derecha en la población en cuanto a desestabilización respecta, pero también implica desestimar la fuerza política que guarda la izquierda, aun perdiendo las elecciones, para mejorar la concientización, organización y movilización de las masas en aras de frenar la embestida del imperialismo global y neoliberal.

 

Sabemos asimismo, que las revoluciones armadas a la vieja usanza, se hacían con menos del 20% de la población participando en las mismas. De donde se desprende que contar con un promedio del 45% de los votos es un patrimonio formidable, ya sea para construir el poder popular, como para frenar los ímpetos de la derecha en el gobierno.

 

¿Pero qué es lo que ha pasado? Que al igual que la democracia electoral representativa liberal, a los votantes solamente los invitamos a participar en política apenas un día cada cinco años. El resto del tiempo, esta masa popular queda esperando la próxima elección. En la mayoría de los casos no participa activamente en el gobierno ni en los programas de gobierno. Se queda en sus casas en forma pasiva, como si la lucha de clases se congelara o se terminara después del día de las votaciones.

 

Hay experiencias de países como Nicaragua que cuando perdieron las elecciones las fuerzas políticas y sociales de izquierda se mantuvieron movilizadas: primero para evitar su desaparición; segundo para defender las conquistas de la revolución; tercero para aspirar a vetar cualquier medida neoliberal que atentaba con retroceder la voluntad política y las instituciones hasta antes del somocismo y de la era liberal. La otra experiencia es la de Venezuela que después de haber perdido la Asamblea Nacional, mantuvo su movilización en las calles y logró ganar tres elecciones seguidas para la Asamblea Constituyente, para gobernadores y para gobiernos municipales, preparándose ahora para ganar las elecciones en el mes de abril del año 2018.

 

9) No todas las revoluciones han sido desencadenadas por revoluciones armadas desde abajo en contra del ejército. A mediados del siglo pasado hubo algunos cambios revolucionarios llamados populistas, como los de Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil, Juan Domingo Perón en Argentina, Juan José Torres en Bolivia, Jacobo Arbenz en Guatemala, Omar Torrijos en Panamá, Juan Velazco Alvarado en Perú y Hugo Chávez en Venezuela, emprendiendo reformas mucho más radicales que las emprendidas por algunos de los gobiernos denominados socialistas. Lo particular de estos casos es que tales movimientos y reformas radicales nacieron del seno de las propias fuerzas armadas, lo que parece paradójico, pues es en el seno de las fuerzas armadas de donde han salido las dictaduras militares más sangrientas y antipopulares de América Latina.

 

Por ende, no se puede ni se debe descartar a las propias fuerzas armadas como un potencial, más que progresista, para emprender un proceso de alianzas que permita resistir las embestidas del gobierno norteamericano. Los casos de Cuba, Venezuela y Nicaragua muestran la importancia que tiene una buena relación con las fuerzas armadas del ejército, la policía y los ministerios de gobernación. Lo que implica insertar en nuestra estrategia una política de alianza con las fuerzas armadas, precedidas en todo momento por un trabajo ideológico alrededor de la soberanía nacional, tema que ha sido tradición endosar su defensa a las fuerzas armadas.

 

En el caso de Cuba, sin la participación estratégica de las fuerzas armadas tanto a nivel político y social, incluso a nivel económico, la correlación de fuerzas para el régimen castrista sería diferente. En el caso de Nicaragua, la política del Frente Sandinista ha sido la de estrechar lazos fraternos y permanentes con las fuerzas armadas y la policía, a pesar de una crítica insistente de que los militares no deben meterse en política, argumento más que cínico viniendo de la derecha que precisamente ha utilizado múltiples veces las fuerzas armadas para tumbar a gobiernos de izquierda. En el caso de Venezuela, si no fuera por la lealtad de las fuerzas armadas se hubiera consumado el golpe de Estado contra el comandante Hugo Chávez y difícilmente la Revolución Bolivariana encabezada por el presidente Nicolás Maduro habría resistido el proceso de desestabilización económico y política.

 

10) Por otro lado, no todos los cambios revolucionarios tienen que hacerse desde el poder estatal, es decir, desde arriba. Hay políticas y cambios revolucionarios que también se hacen desde abajo. En primer lugar tenemos la lucha ideológica por parte de los partidos y movimientos sociales, trabajando en alianza orgánica para influenciar ideológicamente a la población alrededor de un programa político que tarde o temprano tendrá que encarnarse en acciones concretas. Pensemos por ejemplo en las tomas de tierra por parte de los campesinos; las huelgas activas de los sindicatos obreros, así como de su permanente presión para mejorar sus salarios, sus condiciones de trabajo y su nivel de vida; las luchas de las mujeres contra la desigualdad de oportunidades y contra el acoso, los abusos, la discriminación, la explotación sexual, la trata de mujeres, los feminicidios; los pobladores luchando por un presupuesto participativo; ya no digamos del estudiantado, gremio orgulloso de haber sido la conciencia crítica de la sociedad y una cantera de cuadros de las revoluciones.

 

En el caso de Nicaragua existe una política de diálogo vinculante entre el gobierno, los sindicatos y la empresa privada para discutir problemas del orden económico social, como el salario mínimo, el que se define en forma tripartita; esta es una manera de incorporar a los sindicatos en la gestión de la economía y de los asuntos sociales que les competen como trabajadores y como ciudadanos. Por supuesto que en este campo sobran las críticas de la derecha y de una parte de la vieja y nueva izquierda posmoderna que recomienda que los movimientos sociales se alejen de los partidos políticos y del ejercicio de los programas de gobierno para no contaminarse, como si no supiéramos nosotros que la derecha ha construido el fantasma de la sociedad civil precisamente para ganarse a estos sectores a favor de las políticas neoliberales.

 

Hoy en día, hay una serie de nuevas banderas, emprendidas desde el feminismo, los migrantes, los ecologistas, la frustración de los jóvenes, etc., que ameritan un programa especial por parte de la izquierda. Hay que resistir al prejuicio de que estas luchas deben de estar alejadas de la política, como si no supiéramos nosotros la utilización que hace el orden establecido para captar la energía juvenil a favor de los intereses comerciales e ideológicos del sistema imperante.

 

Existe un sector estratégico en toda revolución, como son los estudiantes y las organizaciones estudiantiles, desde donde han salido muchísimos movimientos políticos beligerantes, así como sobresalientes militantes revolucionarios, sin que hasta ahora los partidos los tengan en sus programas como aliados estratégicos en las luchas ideológicas y revolucionarias.

 

En el caso del gobierno sandinista, gran parte de la paz y la reconciliación lograda con la población ha sido a través del trabajo, la participación de los jóvenes, las mujeres, los sindicatos, las cooperativas, los movimientos sociales en general; incluyendo cargos de responsabilidad en las diferentes instituciones, a nivel de ministros, diputados, alcaldes y concejales; en el caso de las mujeres, Nicaragua está a la cabeza en el mundo en cuanto a la cantidad de mujeres, alcanzando más del 55% en los puestos públicos.

 

Hay que decir que parte del peso de los movimientos sociales en la cogestión del gobierno se inició cuando el Frente Sandinista estaba en la oposición, logrando desde entonces acuerdos con tales movimientos para acceder conjuntamente al poder. Claro está que una vez en el gobierno la participación se hace más orgánica y con mayor representatividad en las instituciones del Estado, tanto a nivel nacional como local. Existe una política llamada de responsabilidad compartida con todas las fuerzas de la nación donde no es extraño ver organizaciones sociales, trabajadores, estudiantes, campesinos, obreros, jóvenes trabajando con los ministerios en los diferentes programas de gobierno, incluyendo el trabajo con la policía para prevenir y combatir la drogadicción, la delincuencia, la inseguridad ciudadana, la llegada de los mareros de los países vecinos, que no hubiera sido posible sin esta simbiosis entre las estructuras gubernamentales y los movimientos sociales. En este sentido valga recordar que lo peor que puede hacer un gobierno progresista, izquierdista o revolucionario es llegar al poder y no cumplir con esta estrategia, como le pasó a algunos partidos políticos una vez llegados al gobierno, lo que los debilitó y tuvieron que hacer más concesiones de las necesarias a las fuerzas conservadoras.

 

Podemos decir que si algo le ha ayudado al Frente Sandinista para gobernar con una privilegiada estabilidad política ha sido la alianza con los movimientos sociales, una estabilidad y una seguridad ciudadana que es ejemplo a nivel de toda Mesoamérica (México y Centroamérica).

 

11) Si la alianza entre las organizaciones políticas y las organizaciones sociales es fundamental, no menos estratégica es la alianza con las fuerzas conservadoras que empiezan a ser conscientes que ese orden establecido no necesariamente les beneficia, aunque ideológicamente los mantiene orgánicamente cercanos. Nos referimos a los pequeños, medianos y grandes productores, tanto nacionales como regionales, así como a las fuerzas religiosas y del capital. Durante la Revolución Sandinista de los años ochenta, fueron las fuerzas de la Iglesia Católica y del capital, aliado con los parroquianos populares y una parte de los pequeños productores, quienes estuvieron a la cabeza de la contrarrevolución. Desde la derrota electoral en 1990, el Frente Sandinista montó un programa estratégico que todavía le presta su nombre al gobierno, como es la unidad y la reconciliación nacional, en primer lugar con las fuerzas populares de la contrarrevolución nicaragüense, en su mayoría campesinos que habían sido licenciados por los regímenes neoliberales. A estos campesinos e indígenas que se enrolaron en las filas contrarrevolucionarias, el Frente Sandinista les tendió la mano y los incorporó a su plan de lucha. Gracias a esta formidable fuerza combinada de sandinistas y contrarrevolucionarios, la reforma agraria continuó en los períodos de los gobiernos neoliberales, tanto fue así que cuando el Frente Sandinista retoma el poder continuó la titulación de tierras, consiguiendo tierras para los contras y un área para los gobiernos autonómicos de los pueblos indígenas y comunidades étnicas de la Costa Caribe que supera el área total de nuestro vecino país El Salvador.

 

En segundo lugar, la política de alianzas con las antiguas fuerzas contrarrevolucionarias (de origen somocista, liberal y conservador), se expresó también con la oferta de diputaciones y alcaldías para todas estas fuerzas que al final conformaron una coalición llamada Unida Nicaragua Triunfa, lo que ha permitido al Frente Sandinista dividir a la oposición hasta llevarla al colapso en que se encuentra hoy en día. Por supuesto que sobran las críticas al Frente Sandinista señalando que ha traicionado su legado histórico al incorporar a las viejas fuerzas conservadoras, pero populares, a su proyecto.

 

En tercer lugar se procuró enfriar la contradicción y el antagonismo con las iglesias católicas y evangélicas, apoyando las escuelas y colegios de las diferentes iglesias, alcanzando una distención muy alejada del enfrentamiento que se tuvo durante los años ochenta. Por supuesto que también a este respecto sobran las críticas por parte de intelectuales acusando al Frente Sandinista de pactar con sus antiguos enemigos, ignorando que lo que importa en una política de alianzas, para la cual no hay excepciones, es el control de la hegemonía.

 

Finalmente, llegó el momento de hacer las paces con el capital nacional e internacional. En primer lugar porque el nuevo gobierno sandinista encontró un gobierno completamente desmantelado por las políticas neoliberales, en segundo lugar porque la quiebra de las barreras arancelarias habían dejado al país casi sin mercado. En ese momento, lo primero que hizo el Frente Sandinista fue buscar mercado para una burguesía nacional que se había quedado prácticamente fuera de la competencia. Así nacieron nuevos mercados en Cuba, Venezuela, Centroamérica, Rusia, entre otros. Al igual que en los casos anteriores la crítica por parte de la izquierda posmoderna tildó al Frente tanto de pro-capitalista como de pro-comunista, como si tuviera opción para conseguir el capital que necesitaba para despegar económicamente al país o como si estuviéramos en la Guerra Fría en que no se podía comercializar con los antiguos países comunistas, cosa que dicho sea de paso están haciendo y en forma más beligerante el resto de países centroamericanos.

 

12) Otro factor estratégico, si de revolución latinoamericana hablamos, es la política de integración política y económica latinoamericana. La llegada del programa de intercambio de petróleo por alimentos entre Venezuela y más de 20 países del Caribe, fue el mejor ejemplo de lo que significa una relación comercial justa por complementaria. Esa alianza bolivariana permitió a Nicaragua alcanzar los mejores índices en infraestructura económica y social de la región, incluyendo el crecimiento económico. Se hicieron todas las carreteras programadas desde hace cincuenta años, se logró llevar la infraestructura de electrificación de 45% al inicio del gobierno sandinista a 95%, tanto a las zonas urbanas, periurbanas como rurales, lo que permitió por primera vez crear las condiciones para que el campesinado, principal productor de alimentos del país, tuvieran la posibilidad de acceder a los mercados nacionales, incluso internacionales, como no se había podido hacer en el pasado.

 

El aumento de las exportaciones se duplicó en los primeros años de gobierno y Centroamérica, junto con Venezuela, alcanzaron el segundo lugar, después de los Estados Unidos. Dicha política se criticó hasta la saciedad por parte de los sectores más allegados a los Estados Unidos, aludiendo que no había que confiar en un mercado emergente que pronto caería. Tal crítica se convirtió en una profecía auto-cumplida a partir de la caída de los precios del petróleo y de la guerra económica montada sobre la Revolución Bolivariana de Venezuela.

 

Por el lado de la integración política son manifiestos los logros frente a la ofensiva latinoamericana, al bloquear pretensiones estadunidenses de establecer un tratado comercial leonino entre los Estados Unidos y América Latina (ALCA), el levantamiento de la censura para que Cuba pudiera ser parte de la OEA, la condena latinoamericana al golpe de Estado en Honduras y últimamente la reciente condena de todos los países latinoamericanos, incluyendo los regímenes de derecha, frente a la amenaza del presidente de los Estados Unidos para invadir militarmente a Venezuela. A pesar de estos logros, la crítica de la derecha y de la izquierda posmoderna es una crítica combinada: por un lado se critica al régimen sandinista de seguir hostigando a los Estados Unidos, al mismo tiempo que se critica el mantener un decente nivel de acercamiento, con las agencias internacionales controladas por Washington, llámese FMI, BM. OMC, OEA. El caso de la OEA es paradigmático y paradójico, pues a raíz de las últimas elecciones en Nicaragua, la OEA aprobó los mecanismos electorales que refrendaron la legitimidad de las elecciones y de las victorias del Frente Sandinista y de las elecciones en Nicaragua, lo que no impidió que el gobierno de los Estados Unidos enviara como premio una enmienda que castiga a Nicaragua (Nica-Act) por no cumplir con los principios de la democracia electoral, declarando el mismo secretario Almagro que tal actitud no era lo más oportuno para seguir avanzando en las condiciones democráticas en que se desenvuelven el proceso democrático. Este mismo organismo, la OEA, reprueba las recientes elecciones en Honduras y se pronuncia para que se repitan, momento en el cual el gobierno de los Estados Unidos se precipita por reconocer al gobierno hondureño, surgido, dicho sea de paso del golpe de Estado contra el presidente Zelaya. Mostrando así el doble rasero del arbitrio del gobierno de los Estados Unidos.

 

13) La presidencia no detenta todo el poder, pero puede liderar las instituciones que se vayan ganando, no solamente cuando se está gobernando, sino incluso cuando se ha perdido la presidencia. Cuando la Revolución Sandinista perdió el gobierno en 1990, ofreció a sus partidarios gobernar desde abajo. Gobernar desde abajo significa juntar todos los representantes institucionales sandinistas en el nuevo gobierno (diputados, alcaldes, magistrados electorales, magistrados de la Corte de Justicia, jueces locales y nacionales, cuadros de las fuerzas armadas y de la policía, responsables de los tendidos electorales, periodistas de las emisoras de radio y televisión sandinistas, empresarios sandinistas, gremios de pequeños y medianos productores, sindicatos y asociaciones en general, embajadores destituidos, intelectuales y artistas organizados, asociación de mujeres. Con estos representantes se conformaron gabinetes donde el partido evalúa y diseña semanalmente la vida política del país, así como las luchas para frenar la ofensiva contrarrevolucionaria. Además de esas reuniones, el Frente Sandinista, a la cabeza de sus principales líderes siguieron recorriendo ciudades y comarcas del campo, manteniendo la esperanza. A la par que se lanzaba toda una campaña de reconciliación entre los desmovilizados del ejército sandinista y los desplazados miembros de los comandos contrarrevolucionarios. Política de alianza que se le ofreció a todos los otros partidos. El resultado fue que el Frente Sandinista mantuvo sus fuerzas intactas y las comenzó a foguear al calor de las protestas para frenar las medidas neoliberales.

 

Una actitud similar observamos en lo que queda del movimiento de la Revolución Ciudadana en Ecuador, liderada por el expresidente y líder de tal movimiento, Rafael Correa. Este ejemplo y las movilizaciones populares que observamos en Argentina, Chile, Brasil, nos muestran que ya la izquierda no se rinde por derrotas electorales, consciente de que la lucha electoral es una de tantas luchas posibles, manteniéndose las organizaciones políticas desplazadas de la presidencia junto y dentro de las organizaciones populares y los movimientos sociales para continuar la lucha.

 

14) Como corolario de lo que hemos dicho hasta ahora aparecen tres conclusiones: a) en primer lugar el desmentido de que ya se acabaron las revoluciones. Contra todo pronóstico y aunque la derecha mantenga todos los poderes, la izquierda mostró que se puede alcanzar una mayoría política electoral, aún bajo una correlación de fuerzas desfavorables: el apoyo gringo a los partidos de derecha, el apoyo del capital y la iglesia a los partidos de derecha, el apoyo de los medios de comunicación a los partidos de derecha, la influencia del consenso de Washington sobre la opinión pública, b) en segundo lugar que la lucha armada no es el único método de operar de las revoluciones, aunque es imprescindible contar con las fuerzas armadas, una vez que se haya accedido al gobierno, c) que independientemente de que se controlen todas las instituciones, sin una fuerza política organizada que combine la presencia en las instituciones públicas con las fuerzas sociales en el trabajo, en los centros estudiantiles, en los barrios y en las calles, los cambios emprendidos pueden volverse reversibles.

 

¿Y ahora cuál es el delito?

 

Con la presidencia de Trump, el imperialismo ha pasado a montar su nueva fase, gobernar dentro y fuera de los Estados Unidos, como si el mundo fuera una sola nación y el poder de Washington fuera una sola cabeza que gobierna con sus aparatos en función de sus empresas transnacionales. No se trata solamente de romper las fronteras arancelarias y el libre movimiento para los capitales, no se trata solamente de la globalización del mercado y del capital, no se trata solamente del ejercicio de las agencias internacionales gringas operando en suelos nacionales a lo largo del mundo. Se trata de que la ley y los aparatos represivos (ejército y árbitros penales) de los Estados Unidos, ejerzan su jurisdicción al interior de todas y cada una de las naciones del mundo entero.

 

Frente a esa situación y frente a la desproporcionada ofensiva estadounidense, no solamente en el Oriente Medio, sino en la aparentemente abandonada Latinoamérica, uno se pregunta cuál es el delito para merecer semejante embestida.

 

A juzgar por los hechos, la respuesta es que el imperialismo no necesita razón alguna para desestabilizar gobiernos extranjeros en general. No importa que los movimientos revolucionarios accedan al poder por la vía electoral y que expresen manifiestamente que no están por la lucha armada, no importa que se mantenga la economía de mercado y la hegemonía económica del capital transnacional, no importa que los gobiernos revolucionarios mantengan buenas relaciones con el capital privado, la iglesia católica y que respeten la libertad de prensa y los derechos humanos. No importan que los partidos socialistas de corriente socialdemócrata acepten la doctrina neoliberal y hasta la implementen cuando están en el gobierno. Más aún, ni siquiera importa que los gobiernos sean de derecha o de izquierda: no importa que los movimientos políticos sean amigos o adversarios de los Estados Unidos.

 

Hay gente que piensa que la agresividad del gobierno de los Estados Unidos es debido a nuestras malas calificaciones en diferentes aspectos consagrados por el actual orden económico internacional. Anteriormente se nos decía que el problema de la izquierda es que solamente accede al poder por las armas y que no gobierna con una mayoría política. Posteriormente, sobre todo después de haber alcanzado el triunfo electoral varias veces, se nos dice que el problema es que nos peleamos con el capital y la iglesia; pero cuando un movimiento accede al gobierno y mantiene buenas relaciones con la iglesia y con el capital, se nos dice que el problema es que no hemos resuelto el problema de la inflación, el pleno empleo o el endeudamiento externo, como si todos los gobiernos del mundo han resuelto este problema. Finalmente, cuando gobiernos progresistas obtienen un resultado inmejorable en cuanto a las cuentas nacionales, se nos dice que el problema es que somos amigos de los chinos y de los rusos; sin embargo, existen gobiernos de derecha amigos de los Estados Unidos que mantienen relaciones políticas y económicas con los chinos, como Panamá y Costa Rica, por ejemplo, sin que el gobierno de los Estados Unidos los acuse de criminales.

 

Entonces, nos preguntamos nosotros: ¿cuál es el verdadero delito para padecer las políticas de desestabilización del gobierno norteamericano para con los gobiernos de izquierda o progresistas? Aparentemente solo queda como respuesta que para tener la simpatía del gobierno de los Estados Unidos, hay que ser un gobierno de derecha, huérfano de toda soberanía nacional; sin embargo, cuando observamos el tratamiento del actual gobierno de los Estados Unidos para con México, también se nos cae tal hipótesis. El presidente de los Estados Unidos, principal portavoz del gobierno gringo es mucho más crudo al manifestar y constatar que los Estados Unidos no tienen amigos, sino intereses, políticos, ideológicos, económicos y culturales. Pero qué pasa, insistimos, con aquellos países donde los intereses de los Estados Unidos están garantizados, como el caso de México. En ese caso, la respuesta del presidente de los Estados Unidos es que todos estos países situados al sur del Río Bravo «son países de mierda» a quienes hay que odiar como ellos odian a los negros, latinos o árabes.

 

Frente a tal constatación, solo nos queda poner en agenda de nuevo la revolución, sin apellido ni franquicia alguna. Una revolución que empieza como empezaron todas las revoluciones, como una lucha por la soberanía nacional, sin caer en la ingenuidad de creer que algún día el gobierno norteamericano estará tan interesado en nuestra soberanía como lo está en la suya.

 

Ahora bien, poner en agenda la revolución, bajo cualquier método o circunstancia, implica, en primer lugar, un acertado diagnóstico de lo que ha pasado y de lo que está pasando. En segundo lugar, implica unir nuestros esfuerzos a nivel continental, tanto al interior de América Latina y el Caribe, como con las fuerzas progresistas al interior de los Estados Unidos. En tercer lugar, diseñar una estrategia que permita alterar la correlación de fuerzas, desde el discurso, las formas organizativas, la estrategia para debilitar a las fuerzas locales de la derecha, la política de alianzas que nos permita avanzar en la hegemonía política nacional y continental. En cuarto lugar diseñar y popularizar un programa de opinión y de participación que cuestione todas las lacras del sistema, desde la explotación económica hasta la corrupción de funcionarios públicos en contubernio con los empresarios.

 

Socializar las experiencias, los logros y errores, por parte de las organizaciones políticas y sociales, es lo que esta antología se propone. Intentando enriquecer y afinar la agenda para continuar el debate y la lucha.

 

Orlando Núñez Soto es director Centro para el Desarrollo Rural y Social Promoción, Investigación y Desarrollo (CIPRES) de Nicaragua.

 

Este artículo fue publicado en la antología Los gobiernos progresistas y de izquierda en América Latina, Roberto Regalado (compilador), Partido del Trabajo de México, Ciudad de México, 2018.

 

Foto: Sergio Ferrari

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/191985
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