Nos bloquean porque nos quieren

30/01/2018
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Luz Escarrá, citando a alguien, me planteaba que la situación venezolana parecía un ciclo de violencia de género. Yo no me impresioné ni me detuve en el planteamiento. Si no lo hice es porque hace ya varios años que yo vengo trabajando la desigual afectación de la Guerra Económica en función del género y de la carga doméstica. Sin embargo, como suele ocurrir cuando uno escucha sin mucha atención a los días mi valoración cambió.

 

Por eso, los invito a almorzar conmigo.

 

Estamos en una atestada sala para comer, decenas de funcionarios pelean contra el tiempo y con ese fastidio que dan los últimos mordiscos que nos separan de volver a la máquina. Es un lunes y aunque el martes sea la quincena calendario, ya el pago se hizo el jueves, ya la gente acudió al supermercado y volvió las cuentas y las bolsas vacías. Es comienzo de mes y los servicios privados de educación ya convocaron a reunión de padres, es decir, anuncian que anunciarán nuevos precios. Como todavía es comienzo de año está la pereza. Es comienzo de, lo que sea que viene antes, de una campaña electoral y esa noche llegarán los voceros a la famosa mesa de diálogo.

 

Es decir, que no les estoy hablando de un almuerzo en la pradera sobre un mantel de cuadros rojos con manzanas y pan con pepinillos. No, hablo de viandas de arroz con apuro y tedio.

 

Los que no están en Venezuela pueden imaginar cómo transcurren estos días, en un estado que tiene un tanto de pánico y otro de hipnosis. Sólo hay un tema de conversación aunque ya tanto escándalo hace que nadie se escandalice; sólo se habla de los precios.

 

En el mundo de los precios, con sus infartos, hipotensiones y taquicardias el asunto se ha ido reduciendo. Raro será quien ahora le hable del precio de los zapatos. Esas cosas de piel que cubren los pies y que han aguantado ¡Cuánto han aguantado! ¡Hay que hacerle un monumento a los zapateros y a los zapatos que aguantan o que los hacemos aguantar!

 

La gente habla de comida. No imagine usted cualquier comida. Ya incluso el jamón y el queso se han disipado, el tema va de huevos, harina y café. Ya la leche, el azúcar, la carne, ya nos han preocupado tanto que nadie los nombra.

 

Yo almuerzo con el mismo desgano. Me he convencido que debo leer al mediodía y correr por las tardes. Me niego a doblar mi vida hasta el tamaño de un billete, pienso, que esa es ya su máxima victoria: la gente vive dentro de un billete que se hace cada día más pequeño, que tiene menos espacio, que compra menos cosas…

 

Entonces yo ando por allí, quizás como Heidi. En la nube de que existe otra ciudad, que el cielo lo habitan aves maravillosas, que no existe la tierra prometida y que el pasado también tenía sus asuntos.

 

Ella se sienta delante de mí absolutamente irritada. Toda su frustración, lo ha decidido, tiene que soltarla conmigo porque además, yo, Ministra de nada, responsable de nada, he decidido seguir hablando porque temo el silencio, he defendido que esto que estamos viviendo es producto del experimento malicioso de otra gente.

 

Ella entonces tomó aire tras tragar. Me miró a los ojos pero yo no sostenía la mirada y dijo “esto es culpa de nosotros. Si nosotros hubiésemos hecho las cosas distinto…”, sin dejar de ojear el libro repliqué “¿qué cosa?” “Esto, la Revolución. Hemos debido advertir que el imperio se venía en contra y prepararnos. Hay cosas que no hicimos”. Repetí “¿qué cosa?” Insistió había algo en todo esto que debía ser culpa de nosotros y yo pregunté “¿nosotros, quiénes?” “¿la gente, ella y yo, el gobierno, Chávez?” Realmente allí me interesé ¿cuál es el nosotros culpable de todos los males?

 

Me gusta pensar en esto como poetizaba Machado porque yo, como él, he andado y en todas partes he visto virtuosos trabajadores que levantaron escuelas donde antes sólo hubo ruinas, ancianas de ochenta años organizando elecciones, muchachos y niños haciendo jornadas, Ministros desvelados llegando a Hospitales y trabajadores ingeniándose como darle más uso a lo que ya estaba roto.

 

También he visto madres que le quitan el pan a sus hijos de la boca a cambio de monedas y jóvenes vestidos de la vinotinto vendiendo billetes. Galpones donde se dejaron vencer toneladas de leche para niños, empleadores que compran la complicidad de todos sus empleados a cambio de un “beneficio” adicional. He visto políticos impresentables y las dolorosas transformaciones de aquellos que uno siguió en seres de rapiña.

 

Por eso siento que he visto un pueblo multiforme que ha aguantado y cambiado sus maneras de vivir, que ha votado, que ha inventado. Que soporta una burocracia absurda que frustra y otras veces abusa, y, algunas contadas veces he visto la burocracia transformarse y echar una mano.

 

¿Pero es este asunto así, es de ese pueblo, en su conjunto la culpa? El pueblo venezolano tiene la culpa de la mujer insultada por cambiar la foto de sus redes sociales. Lo he visto en las que piden perdón antes de recibir una golpiza por no servir el desayuno. Se parece entonces en algo el asunto a la idea que cargaba Luz Escarrá.

 

También se parecen los victimarios. Si usted tiene una duda si un abusador, un violador o un golpeador realmente lo es fíjese que siempre le hablara primero de su bienestar con Dios y su extrema generosidad con los necesitados. Su bondad será tanta que le sobrará para ayudar a los vecinos y ser el hijo ejemplar.

 

…Tranquilo que como a aquella mujer le pegan porque la quieren, a nosotros nos bloquean las rutas de barco y los movimientos de banco porque se preocupan qué podremos comer, así son las cosas, imagino.

 

30 de enero de 2018

https://www.alainet.org/es/articulo/190724
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