¿Jugando a perder?

13/12/2017
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Como si en medio de una temporada de pelota un famoso equipo que tiene a su favor una buena barra decidiera abandonar el deporte puede describirse el año 2017 para la oposición venezolana.

 

Existen pocos adjetivos capaces de caracterizar las cosas que han ocurrido desde aquel 6 de diciembre de 2015 donde una triunfante oposición prometió hacer tambalear el sistema político que, en idéntica fecha, más de una década antes empezó a construirse.

 

Era la hora, dijeron, de todas las venganzas. Anunciaban que harían uso del control político del Parlamento, que se irían por una constituyente o una reforma o algún otro machete que cortara de un tajo un período presidencial en pleno ejercicio, que volarían a todos esos niches que ocupan los cargos de magistrados y de rectores tan requemados por el sol y desprovistos de un apellido difícil de pronunciar.

 

Pero más duró el gesto de Ramos Allup cortando con su dedo su propio pellejo que la decisión de la vía política pues a menos de seis meses ya se habían declarado único poder de la República, ignorado al Poder Judicial y declarado poco conveniente legislar porque se les notaba más de una costura.

 

Malvadísimo entonces el Tribunal Supremo de Justicia que detuvo en seco su pretensión de terminar de una pataleta con la República llevándolos a esta hora donde lo único evidente es que la oposición quiere demostrar que el juego para ellos no es ni político, ni democrático, ni republicano.

 

El asunto del abandono de la política se fue abandonando desde esas amenazas hasta el día de hoy cuando en un gesto inexplicable no tan sólo decidieron no aparecer frontalmente para las elecciones municipales sino que empiezan a halarse las orejas para ver qué van a hacer con las presidenciales.

 

Si tomamos estos hechos y miramos esta generación de nuevos presidentes vemos que la burguesía ha dejado de lado ese hábito de usar títeres. El poder ya no está en la controversia de ser de derecha o de izquierda, republicano o monárquico, democrático o dictatorial. El concepto del Estado como cosa pública, del país como concepto fundamental se viene borrando con la asunción de sujetos extraños, nunca antes vistos por el campo de lo político –salvo para cuadrar contratos y concesiones- que, desde su vida de jet set bajan para simular que pone reparo a todas las empresas mal administradas que serían las Presidencias.

 

Este macabro manual ha logrado imponerse desde los Estados Unidos hasta la Patagonia, pasando también por Europa donde un insípido Macron devela que el debate político francés hace mucho tiempo que se apagó.

 

¿Apagar la política? ¿Rotar el centro de las decisiones venezolanas de Caracas a Washington? ¿Limitar la vida de las personas a una situación que pueda hacer parecer que todo es un problema de inversión y libre empresa? ¿Propugnar el neoliberalismo como receta novedosa ante la corrupción del Estado? ¿Desmovilizar las clases alternas y convencerlas de su propia culpa y torpeza? ¿Crear condiciones para que toda la fuerza laboral de un país se convenza que su trabajo cada día vale menos independientemente de su esfuerzo?

 

Ya Henrique Capriles lanzó su primera advertencia recordando aquella propuesta que a comienzos de este año había hecho Lorenzo Mendoza que se presenta dispuesto a hacer el favorcito de ser Presidente después de este caos socialista. Curioso que la prensa que lo respalda, las televisoras que promocionan sus productos, los laboratorios de investigación de universidades privadas que lo apoyan no digan nada de las terribles denuncias de maltrato que han hecho los sindicatos de la empresa que Mendoza heredó que según cuentan, en algunos de sus capítulos, incluso ha terminado en extraños sicariatos que nadie ha explicado.

 

Los ricos cuando gobiernan no roban, dicen algunos como panacea de un país para superar la corrupción. Lástima que olviden una verdad que tiene menos excepciones que aquella idea que tan ruidosamente se ha demostrado como falsa y es el hecho que detrás de las grandes riquezas suele haber grandes crímenes.

 

Más allá de lo que significaría para un país que ha defendido con la vida el derecho a su bandera ser gobernada por gentes que se declaran amigos íntimos de potencias extranjeras, el rechazo de la política es un problema mayor puesto que sólo su ejercicio le permite a las personas existir y cuando se trabaja para convencer a un pueblo que la política es mala es porque se pretende privársele de sus más elementales derechos.

 

Fernando Savater leyendo su propia realidad es contundente cuando describe los fines de estos propósitos diciendo:

 

Los totalitarios siempre dicen: “Nosotros no nos mezclamos con los políticos, no hacemos política; lo que nos define es que somos de tal pueblo o raza, que somos como se debe ser frente a quienes no son lo que deben, hagamos lo que hagamos.” Para quien es puro, todo lo que hace se le convierte en puro y aceptable.

 

En la época franquista, nada estaba peor visto (ni resultaba más peligroso) que “meterse en política”. Lo decente era ser español, ser trabajador, ser “como es debido”… pero sin politiquerías. Lo estupendo era que uno podía ser gobernador civil, o director de banco, incluso ministro, sin dedicarse a la política ni contagiarse de ella. El propio Franco se lo dijo a un atónito confidente: “Haga como yo, no se meta en política.” Por lo visto, en esa época bienaventurada sólo hacían política quienes se oponían de algún modo al régimen establecido, fuesen periodistas, sindicalistas, obreros, jueces o profesores de universidad.

 

La pregunta fundamental del momento no es otra que esta ¿cuál es la motivación de la Derecha –o de los distintos planetas que quedaron en ella después del Big Bang de la MUD- que se empeñan en no participar en comicios electorales, que promueven las salidas sin elecciones y que ceden sus sillas en la mesa de diálogo a Fedecamaras? No es para ello un terreno desconocido porque fue justamente cuando decidieron hacer lo mismo que la Asamblea Nacional tuvo el espacio de fijar legalmente las bases del Estado comunal que soñó Chávez y que a ellos les produce urticaria.

 

Si intentamos razonar mirando el mapa observaremos que todos los elementos de lo político ahora están en manos del chavismo, esto a la vez que el problema fundamental de la gente es económico. Es decir, que sólo una fracción del país se puede equivocar mientras la totalidad del país sufre la crisis de abastecimiento y especulación.

 

Una materia donde querrán perfilar que se requieren expertos y extranjeros. Ambos, como impolutos personajes que llegan a la escena política desde algún Panteón, todo mientras el elemento de oposición goza de las fotos impresas en papel glasé que se distribuyen desde el exterior.

 

Cuando uno observa el aparato que es la Administración Pública venezolana, central y descentralizada, nacional, estadal o municipal se observa que su función es utilizar los recursos existentes de manera racional para satisfacer las necesidades que se tengan en su nivel de gobierno en el marco de sus competencias. Es decir, hacer con lo que hay.

 

La Administración no es responsable de los imposibles. Así no funciona en la ley, en la Constitución ni siquiera en la visión del Estado que hemos defendido desde el 98. Tan consciente de ello estaba Chávez que sus principales proyectos no dependieron de ninguna Alcaldía, Gobernación o Ministerio. Chávez creó las misiones y como tanto lo dijo, fue el alcalde de todos los pueblos.

 

Esto lo sabe la oposición que desde aquél momento de julio de 2016 decide renunciar al ejercicio del Poder Legislativo y darle con todas sus fuerzas a hacer del arte del gobierno una función imposible al dinamitar las relaciones internacionales del país, promover las acciones de desestabilización interna y finalmente boicotear el proceso electoral.

 

Con una oposición turisteando, el asunto se mantiene en la necesidad del chavismo de resistir lo que requiere la difícil enmienda de soportarnos, corregirnos y entendernos. Las nuevas autoridades deben abandonar las viejas fórmulas de gobierno, limitadas al arte de administrar, burocráticas y carcomidas, contradictorias y atacadas. Deben trabajar con pocos recursos y muchas necesidades, revolucionar el concepto de subsidiariedad en uno de cercanía y seguimos insistiendo, explicar las causas del momento actual buscar soluciones de aguante y trazar un futuro.

 

Es el tiempo de cambiarlo todo porque lo que antes teníamos ya no lo tenemos y porque en definitiva ahora todo lo malo será achacado a un sueño que tenemos diecinueve años defendiendo.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/189839
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