Novela

Paisaje con Ángel Caído

30/08/2017
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UNO

 

Antes, cuando yo todavía no sabía quién era y me dedicaba a vivir sin preocuparme de nada, hacía las cosas porque sí, porque debía mantenerme despierto yendo de aquí para allá y de allá para acá como todo el mundo, de la calle a la casa y de la casa a la oficina, y de la oficina al mundo externo, siendo hijo malo y bueno a veces, como todos, teniendo amigos y persiguiendo muchachas y yendo al liceo y a la universidad y aprobando y desaprobando exámenes, y obteniendo mi grado y llevándolo a casa para alegría de mi madre y para el triunfo de la libido con chicas de varias pieles y cabellos. Con una de ellas me obsesioné y ella igual me echó de su vida; luego vino otra más tranquila y con dinero y con padres terribles que hicieron mi vida imposible, todo ello dentro de la mayor normalidad.

 

Me quedé tranquilo un tiempo, leyendo libros, novelas y cuentos, viendo películas americanas y yendo a exposiciones, descansando de tanto libro de administración de empresas, la carrera hacia la que mi madre me había encauzado, pues no había tenido padre que lo hiciera —él se separó de ella y nunca más volvió a verlo— y lo hice porque en verdad me gustaba cómo vivía mi madre, me gustaba su casa y su auto y su gato Platón y llevar una vida tranquila y fácil y gastar dinero y viajar, conocer el mundo y disfrutarlo por encima, nada de profundidades, nada de problemas, todo sencillo. Viendo objetivamente al mundo, éste era como un volumen amorfo, un amasijo de calamidades y tragedias, casi todo el planeta nadaba en un inmenso mar de sucesos inmundos, sólo unos pocos tenían ocasión de disfrutar de ciertos privilegios y yo quería ser uno de ellos, era cierto, y me parecía inútil luchar por cualquier otra verdad, por la justicia o por la libertad. Ser un hombre justo, bueno o caritativo me parecía tan difícil, me bastaba acaso ser buen hijo o tal vez buen padre o buen amante, y conducirme por la vida como si nada estuviese ocurriendo, aunque el universo se  estuviese desmoronando en mis propias narices; todos lo sabían, todos salían adelante con sus vidas, sobre todo esos pobres diablos de los suburbios: los he visto con mis propios ojos cuando me ha tocado la desgracia de ir a esos lugares, puedo calibrar cómo viven atascados en la superficie de su realidad miserable, cambiando esto por aquello, con el sueño de asquerosos billetes pegado a sus ojos, a sus dedos, a su conciencia. Pero no son los billetes sino esa sobrevivencia en crudo lo que inquieta, donde cualquier basurero puede contener una dosis de poesía, y el beso de una madre llevar dentro un negocio torcido. La justicia no puede existir sino en un sentido mínimo, de pequeñas transacciones o gestos minúsculos, nunca como algo grande.

 

Texto completo de la novela en el PDF adjunto

 

Paisaje con ángel caído

Gabriel Jiménez Emán

1ª Edición 2016, Ediciones Fábula

Ilustración de portada: Paisaje con la caída de Ícaro, de Peter Brueghel

Diseño y coordinación editorial: Gabriel Jiménez Emán

https://www.alainet.org/es/articulo/187729
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