La historicidad del “ciclo progresista” actual. Cinco tesis para el debate

27/12/2015
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Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 510: ¿Fin del ciclo progresista? 03/12/2015

¿Cómo se relacionan los procesos políticos de América Latina y el Caribe con los mecanismos de acumulación global, la dinámica de poder internacional y las resistencias populares ante la exclusión capitalista?

 

Con esta pregunta enmarcaré las reflexiones siguientes sobre el  supuesto “fin de ciclo” de los llamados gobiernos “progresistas” o “posneoliberales” en América Latina y el Caribe[1].  Para ello, voy a esbozar algunas tesis de discusión para divisar posibles escenarios que permitan salir al paso a las polarizaciones teóricas y políticas innecesarias que dividen las fuerzas de la izquierda, desdibujando el proyecto de transformación conjunto que encarnan sus diversas expresiones.

 

La construcción de nuestra unidad política pasa también por el debate sincero, abierto y crítico, con argumentos e ideas, enfrentando tensiones y contradicciones que sólo podrán resolverse en la praxis misma.  Como dicen por ahí, la derecha la “tiene fácil”, porque sus intereses mezquinos nunca varían; por su parte la izquierda debe mantener los mismos objetivos históricos, pero con diversas tácticas y estrategias particularizadas que responden a distintas visiones dentro de la misma lucha.  El reto está en la conjugación de éstas en los puntos fundamentales para el avance analógico hacia aquellos objetivos, y no en la fragmentación según las opciones individuales.  “¡Unidad, unidad, o la anarquía os devorará!”, sabias palabras del Libertador.

 

1. El período de hegemonía del modelo neoliberal a nivel mundial en la actualidad se encuentra en pleno proceso de consolidación[2].

 

Esto implica que las vinculaciones con los procesos de acumulación global ejercen una atracción sobre los procesos nacionales que no pueden evadirse con esquemas de control legales.  Con lo cual, antes de existir gobiernos puramente neoliberales o posneoliberales, existe más bien una disputa entre fuerzas, no siempre definidas, que conllevan un conflicto permanente entre las clases nacionales e internacionales, pero el terreno de esta disputa continúa siendo el terreno de acumulación capitalista signado por el modelo neoliberal.

 

Este conflicto alcanza el ejercicio del poder en los gobiernos llamados de izquierda que ocupan una parte del Estado, como también al metabolismo de las bases sociales, con lo cual, las dinámicas de lucha anti-neoliberal arriban a nuevas confrontaciones a lo interno de las mismas fuerzas de la izquierda, expresadas en tensiones entre los modos de redistribución de la renta, los mecanismos de acumulación que sostienen dicha redistribución y la permanencia de los procesos políticos a nivel gubernamental vía elecciones.  La agudización de dichas tensiones no significa ni un “fin de ciclo” o un “retroceso”, tampoco la incomprensión del momento histórico por parte de las corrientes “ultraradicales”.  Implica, sí, un auge de las confrontaciones hacia tensiones entre la desarticulación de la base organizada, el movimiento de las correlaciones de fuerzas y el mantenimiento de la unidad en la corrección de los errores cometidos para la actualización de las estrategias.

 

2. En la actualidad, los gobiernos latinoamericanos, en general, lograron una estabilización del capitalismo en la región, pero con signos políticos distintos que causan disputas en la dirección que se debe seguir[3].

 

Para los gobiernos conservadores, se trata de una estabilización mediante la gobernabilidad, es decir, la represión sistemática a través de métodos legales o ilegales con diversos niveles de violencia, que permiten la máxima acumulación de capitales con las menores trabas sociales posibles.  Para los gobiernos de izquierda y centro-izquierda, se trata de apalancar la estabilidad política como espacio necesario para la construcción de nuevas alternativas.  Dicha estabilidad política es necesaria como margen de acción que permita avanzar en dirección a transformaciones más radicales, pero implica una tensión permanente con el mismo modelo capitalista en que se basa, así como el asedio continuado de las clases económicas dominantes en alianza con el imperialismo estadounidense.

 

Sin la dirección adecuada la estabilidad política también puede significar un “favor” al capitalismo, al mantener las condiciones de acumulación.  El ¿cómo hacer? (más que el “qué hacer”) retoma aquí una prioridad estratégica, puesto que implica la discusión sobre la instrumentación de las mediaciones necesarias que permitan una acumulación de fuerza suficiente para avanzar en dirección a un horizonte postcapitalista.

 

3. El actual orden global está signado aún por la hegemonía imperialista de Estados Unidos, única potencia que tiene alcance mundial a nivel financiero, político, cultural y militar de manera simultánea.

 

La crisis global del capitalismo está lejos de implicar un desplome del sistema o de su centro imperialista; la acumulación global viene siendo apuntalada por los nuevos ejes de acumulación en el Pacífico y Euroasia, pero dichos ejes aún no cuentan con la capacidad de subordinar y controlar la totalidad del metabolismo social mundial, por lo que la funcionalidad de Estados Unidos continúa siendo determinante.

 

4. El sistema internacional en la actualidad está organizado en base a la permanente desestabilización de la periferia como control necesario para la estabilidad de los centros de acumulación.

 

Ello demuestra la poca probabilidad de una confrontación abierta entre las grandes potencias y el imperialismo estadounidense en sus propios territorios, pero conlleva a la confrontación con otras fuerzas en la periferia.  En la actualidad, Oriente Medio es la principal zona de conflicto de la periferia; sin olvidar la sangrante África subsahariana.  Estas confrontaciones en la periferia toman diversas expresiones y no son “evitadas” por algún otro polo de poder, sino negociadas entre las potencias mundiales cuando se tensan sus intereses estratégicos.  América Latina y el Caribe se divisa como una zona que, por su dimensión geoestratégica, en las próximas décadas estará en el centro de los conflictos periféricos, cuya intensidad no disminuirá sino, por el contrario, aumentará en el mediano y largo plazo histórico.

 

Por su parte, las fuerzas internas del sistema: mecanismos de producción-apropiación-realización del valor, y externas: la resistencia/subordinación del trabajo vivo, que dan movimiento a todo el sistema, estarían entrando, así, en la consolidación de una dinámica compleja cuya expresión, en la actualidad, parece estar apuntando a un fetichismo geopolítico mundial radicalizado, es decir, a la emergencia de una dinámica de poder mundial radicalmente separada  (fetichizada) de las relaciones conscientes de sus propios creadores, sobreponiéndose sobre la propia voluntad de los mismos.

 

Las grandes potencias continúan actuando como vigilantes de los mecanismos de acumulación, los Estado-Nación como sus garantes; y los procesos de producción (económica), organización (cultura) y control (política) de los valores de uso en todo el mundo, están en su totalidad subordinados a la lógica de acumulación del capital, teniendo como fin e inicio del mismo proceso metabólico la propia subordinación del consumo de dichos valores de usoEsto supone la revisión de las categorías con que pensamos la totalidad de las relaciones del sistema-mundo actual para la compresión de sus procesos y de los actores que en ellas intervienen con una perspectiva geohistórica que vaya más allá de la actual coyuntura[4].

 

5. Los procesos políticos continentales denominados de izquierda que tienen una base material en el extractivismo, aunque requieran mantener esta base por un período de tiempo prolongado, deben reconocer que los límites de dicho modelo impiden la consolidación del proyecto emancipatorio que los grupos dirigentes adelantan desde los gobiernos[5].

 

Los límites del extractivismo atentan contra los mismos logros que se hacen posible en determinado momento.  Es decir, pese a que este modelo permite una redistribución social de la renta hacia sectores más excluidos, con la recuperación previa de la soberanía política del Estado-Nación, no elimina la polarización inherente al capitalismo y, tarde o temprano, su dinámica encuentra un tope en la misma redistribución y las necesidades de la población que no puede suplir.  En este sentido, dicho período no puede ser concebido a manera de “etapismo” porque, pese a la posible necesidad de sostener el extractivismo en un momento dado, este no constituye el paso previo hacia otra forma de acumulación no mercantil (postcapiatlista), sino la condición propia de la dependencia económica de la región con respecto a los centros de acumulación.

 

Asimismo, se debe recordar que los gobiernos de izquierda o centro-izquierda que han accedido electoralmente al ejercicio del poder desde el Estado, nunca ocupan en totalidad dicho Estado.  Es comprensible que la lógica de los Estados, sumergido en el fetichismo geopolítico global, imponga y mantenga -directa o indirectamente- relaciones de subordinación a los mismos gobiernos que sean funcionales a la acumulación global.  En este sentido, la lucha a lo interno de las mismas instituciones es relevante por cuanto la concentración histórica de poder que poseen los Estados-Nación es fundamental para poder enfrentar las expresiones más agresivas del capitalismo.

 

Por su parte, tampoco se puede pretender ver a los “movimientos sociales” como organizaciones monolíticas que en sí mismas ejercen un poder liberador.  El mismo metabolismo capitalista subordina también las relaciones de estos movimientos, y no siempre sus luchas particulares avanzan más allá de los límites impuestos por el capital, por más necesarias y loables que estas reivindicaciones sean.  Por lo demás, la alienación entre Estado (como institucionalización moderna del poder histórico de una comunidad) y Pueblo (entendido como el conjunto de las clases populares trabajadoras, asalariadas o no), es impuesta y sostenida por el fetichismo del metabolismo capitalista; con lo cual, su mantenimiento como premisa práctica, sea desde el mismo Estado o desde las Organizaciones de Base, es, a todas luces, funcional al mismo sistema capitalista.

 

Igualmente, la permanencia de las condiciones de producción mercantil, como la inversión extranjera y la propiedad privada (así sea en forma cooperativista), imposibilita la construcción de relaciones poscapitalista, puesto que su presencia afianza la subordinación fetichista a la lógica de acumulación y, bajo ella, no hay decisión “autónoma” que valga.  La limitación del sector privado por parte del Estado no limita la acumulación capitalista y la exclusión/dominación que le acompaña.  Por ello, el proceso de construcción de un mundo poscapitalista va más allá de las dicotomías con las que se enfrentan los diversos sujetos políticos y la interpretación que se hacen de las coyunturas

 

Podría enumerar muchas otras tesis, pero considero que lo expuesto me permite entrar en la primera ronda de debates.  Por cierto, habiéndose cumplido un nuevo año del asesinato del Che, valdría la pena recuperar la discusión que él impulsó en torno a la posibilidad de establecer un control planificado de la producción de valores de uso suprimiendo las categorías mercantiles.  Allí, considero, hay unas cuantas claves para los problemas actuales.

 

- Roger Landa es filósofo venezolano

 

[1] Versión elaborada para ALAI en base a la reflexión en tres artículos titulada: “La historicidad del actual ciclo progresista.  Sus nudos problemáticos”, disponibles en: http://www.humanidadenred.org.ve/?autor=roger-landa

[2] Esta relación debe ser enmarcada dentro de la construcción histórica desde la cual se lee la historicidad de los procesos de lucha de la región, así como la comprensión del proceso de expansión del neoliberalismo, en cuya fase de consolidación nos encontramos en la actualidad.  Véase: http://www.humanidadenred.org.ve/?p=951

[3] El dilema entre estabilidad política y gobernabilidad que planteamos se enmarca en el giro conservador que impulsó la estabilización del capitalismo en la región.  Véase: http://www.humanidadenred.org.ve/?p=951

[4] Esta constatación de un fetichismo geopolítico mundial radicalizado, supone la discusión con dos posturas, las que argumentan que nos dirigimos hacia una “balanza de poder mundial”, y las que afirman que nos movemos hacia un “mundo multipolar”.  Véase: http://www.humanidadenred.org.ve/?p=1063

[5] Esto implica retomar la discusión sobre la economía política en la transición, así como lo que se ha llamado el dilema sobre el desarrollo.

https://www.alainet.org/es/articulo/174624
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