Palinodias

08/11/2015
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No es verdaderamente impío el hombre que niega los dioses que la multitud venera, sino aquél que afirma de los dioses lo que la multitud cree de ellos

Epicuro de Samos

 

 “Está listo para acabar con toda democracia con sólo apretar un botón”. La grave acusación fue pronunciada, poco después de su sonora dimisión en julio pasado, por Yanis Varoufakis, exministro griego de finanzas, y el avieso liberticida no era ningún salvapatrias con galones sino el todopoderoso Banco Central Europeo. Tan contundente aserto describía el golpe de estado (“no hay nada más fácil en el mundo que un Banco Central provoque una fuga de depósitos y el pánico bancario subsiguiente cuya prevención justificó su creación”) que el guardián del euro habría perpetrado, en una suerte de ahogamiento progresivo, de water boarding financiero, hasta provocar el cierre por falta de liquidez de la banca griega. El fulminante “corralito” forzó la aceptación humillante (ignorando olímpicamente el rechazo popular expresado el 5 de julio en referéndum) de las draconianas recetas neoliberales impuestas por los halcones de la Troika y el Deutsche Bank para evitar la expulsión de Grecia del bloque del euro. El cobarde sadismo complacido con el que sus colegas del Eurogrupo celebraron a coro el paso por las horcas caudinas del revoltoso y “radical” gobierno heleno (ya sin el díscolo y odiado Varoufakis en su seno) reflejaba, no sin cierta brutalidad, la minuciosa pulcritud con la que habían cumplido las taxativas órdenes de sus amos.

 

Precisamente, en un curioso giro del destino, uno de ellos, Mister Draghi, el dueño, como presidente del BCE, del botón de eyección de Grecia de la moneda única, había sido (¡esas inocentes casualidades!) acusado de connivencia con el flagrante maquillaje de las cifras del déficit griego después de la incorporación in extremis del país al euro en 2001. En aquel momento, nuestro hombre fungía nada menos que como vicepresidente ejecutivo para Europa de Goldman Sachs, el principal banco de inversión estadounidense. Mediante artificios contables de trileros de las finanzas y a cambio de unos módicos 600[1] millones de euros (don Mario era socio de la firma y beneficiario directo de los réditos de sus chanchullos), sus diligentes subordinados  se afanaron en maquillar la ruinosa situación de la deuda griega para aparentar cumplir, cual alumno aventajado, los criterios de convergencia exigidos en Maastrich a los miembros del selecto club. De aquellos polvos de desenfreno especulativo (en lugar prominente, la completa ruina que supusieron para las maltrechas arcas públicas las Olimpiadas de Atenas de 2004), dopado con los euros “frescos” prestados profusamente por los bancos franceses y alemanes, vinieron estos lodos de miseria y desigualdad rampantes, bajo la bota de los “rescates” de la Troika. Mutatis mutandis, el presunto bombero-pirómano, sin temblar un músculo de su pétreo rostro, desmiente enérgicamente (desde su actual atalaya de guardián del euro) cualquier relación con la contabilidad “creativa” de la operación de birlibirloque desarrollada ante sus narices; así como excluye, faltaría más, cualquier conflicto de intereses que los delirantes “conspiranoicos” pudieran acaso encontrar entre sus dos conspicuos cargos (cual meigas de la Galicia profunda, las famosas puertas giratorias, nadie las ha visto, pero haberlas haylas).

 

En una palinodia, sin duda mucho menos honorable que la desarrollada a los pies del Partenón, de rendición incondicional ante el Gran Kan monetario europeo, el inefable expresidente Zapatero, en el verano de 2011, ante el embate furibundo de la armada de especuladores contra las inermes finanzas patrias, arriaba también aparatosamente el desvaído pabellón socialdemócrata. En respuesta a una impagable misiva conminatoria de Monsieur Trichet[2] (antecesor de Dragui como capo di tutti capi de las finanzas europeas), el representante “soberano” de la piel de toro ofrendaba en almoneda activos públicos, draconianas reformas laborales y lo que fuera menester a cambio de unas “piastras” de la suprema institución que salvaran al país de la quiebra. Con tal de aplacar la furia de la insaciable “deidad” de los mercados y aliviar la presión sobre la desbocada prima de riesgo, el sedicente socialista (autor de perlas tan memorables como la “prudente” afirmación de que España tenía el mejor sistema financiero de la comunidad internacional) se entregaba con armas y bagajes a las huestes neoliberales. La escueta pero lapidaria justificación (“dependíamos del BCE”) esgrimida posteriormente por “Bambi” (así era conocido Zapatero por su discurso buenista y conciliador) en sus memorias ilustró el aparatoso derrumbe de toda la tramoya de progresismo light de los tiempos de vacas gordas: “no tomaré ninguna medida que implique recortes sociales”.

 

La “triste cara de los suicidas” que, como agudamente explica Rafael Chirbes[3], mostraban, tanto Tsipras como Zapatero, en el instante de su inmolación, refleja, mejor que cualquier excusa vergonzante basada en el pragmatismo pseudopatriótico o en la inaplazable urgencia del momento, la futilidad manifiesta del intento de ponerle rostro humano-keynesiano a la “bestia” neoliberal. La frase inicial de la carta-ultimátum (estrictamente confidencial, por supuesto) de Trichet a Zapatero sustancia meridianamente la esencia del fascismo financiero hegemónico en el capitalismo del siglo XXI y el papel de comparsas que reserva a las instituciones democráticas del Estado-nación: “el consejo gobernante (del BCE) considera que para España la acción apremiante (sic) de las autoridades españolas es esencial para restaurar la credibilidad de la firma soberana en los mercados de capitales”. A pesar del envoltorio tecnocrático, un dechado de sutileza y todo un aviso para navegantes.

 

¿Quiénes son pues estos mercados, que exigen “credibilidad” (una forma nada velada de imponer las políticas proclives al business as usual) a los Estados, sometiéndolos, a través de las correas de transmisión de los “independientes” bancos centrales, al férreo corsé neoliberal de sus perentorios dictados?, ¿a través de qué procesos se forjaron las palancas del poder casi omnímodo ejercido por estas instituciones para la aplicación sistemática de políticas de apropiación y saqueo de lo público en perjuicio de las condiciones de vida de la masa laborante?, ¿cómo engarzan estos ejemplos de completa sumisión de las decisiones políticas a los poderes “en la sombra” con la evolución histórica reciente del capitalismo financiarizado? Si, en fin, al menos parte de la respuesta a estas cuestiones reside en que la democracia representativa y la soberanía popular han sido sacrificadas, sin apenas disimulo –la vergonzante reforma exprés de la Constitución española en agosto de 2011 para garantizar la ‘estabilidad presupuestaria’, hecha con “agostidad” y alevosía, es una prueba irrefutable-, en el altar de la sostenibilidad fiscal y las reformas estructurales, a mayor gloria de la “confianza de los mercados”, ¿se trata de un declive definitivo del Estado-nación o más bien de debilitar sus funciones redistributivo-asistenciales reforzando en su lugar su intervención activa para favorecer los intereses de los oligopolios, con protagonismo destacado del complejo militar-industrial, la privatización de servicios públicos y sus intrincadas ramificaciones financieras?

 

El que incluso algún eminente tiburón de las finanzas, con un resto de buena conciencia (Warren Buffet, autor de un artículo de título ilustrativo: “Dejad de mimar a los super ricos”[4]), afee a los “tribunos de la plebe” su absoluta postración ante los amos del dinero expresa, mejor que cualquier bienintencionada diatriba contra la descarnada deshumanización neoliberal, la futilidad del proceso político democrático. En las, nada sutilmente cínicas, palabras del “mago de Omaha” (“la lucha de clases sigue existiendo, pero la mía va ganando”; por goleada, habría que añadir) reside la cruda constatación de la impotencia de las palancas representativas para alterar, siquiera mínimamente, el statu quo. Pero quizás la violencia creciente con que las élites, ignorando el aviso de Buffet, aplastan cualquier mínimo intento “legal” de corregir el rumbo de la planificación económica de estirpe furibundamente neoliberal, pueda ser la mejor herramienta educativa que soliviante los resignados ánimos de la ciudadanía alejándola del  “espejismo de la papeleta”.

 

Y, en ese caso, puede que Tsipras y Zapatero, a su pesar, expresando su desoladora impotencia ante las fauces de la bestia, no hayan sido del todo inútiles.

 

Blog del autor: https://trampantojosyembelecos.wordpress.com/

https://www.alainet.org/es/articulo/173484

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