Reformismo, neomarxismo y pensamiento ancestral

28/10/2015
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            Desde su surgimiento, en la mitad del siglo XIX, nada ha sido tan combatida como la ideología marxista, entendida como un conjunto sistemático de ideas que explican los fenómenos de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento (el ser humano). A pesar del embate furioso de las fuerzas ideológicas opuestas, el marxismo se mantiene en pie, lo que no quita que muchos de sus aspectos se hayan desactualizado en virtud de la evolución lógica de la sociedad, pero las columnas que sostienen el edificio permanecen de pie, imposible de ser derrumbadas por una oposición científico-política incapaz de crear para superarla. Todas son variaciones de un mismo pensamiento, el de la burguesía, que sigue fungiendo como ideología dominante.

 

            En lo económico, ni los enemigos del marxismo pueden negar la vigencia de la ley de la acumulación y ampliación del capital, sin la cual, cualquier interpretación de la realidad actual, carece de seriedad científica[i]. La ley del valor, implícita en la de la acumulación, es la única que explica cuál es el origen de la desigualdad social. Actuar en contra de ellas o, cerrar los ojos a sus efectos, se convierte en un acto político consiente que va en contra de los intereses de la humanidad. La acumulación sin control sólo puede devenir en catástrofe y quizás, a estas alturas, haya comenzado a ser demasiado tarde.

 

            En lo político, la lucha de clases sólo ha variado el escenario local por el de la “aldea global”, en el cual se tensan ahora las fuerzas del capital y el trabajo, ya no como la lucha entre obreros y burgueses, sino  entre una humanidad al borde de la muerte y el poder mundial de un reducido grupo de capitalistas. La propia naturaleza del capital va preparando el escenario de su destrucción. La “democracia occidental” terminará convirtiéndose en el agente destructor y, a la vez, la tumba del sistema.

 

            Los marxistas del siglo XXI no estamos preocupados por estas verdades evidentes que fueron incorporadas a la cultura humana desde el siglo XIX -así como las leyes de la física mecánica fueron incorporadas al acerbo científico de la humanidad desde finales del siglo XVII-, la principal preocupación para nosotros gira en torno a rescatar el instrumento de análisis más valioso que heredamos del Marx verdadero, me refiero al método materialista dialéctico raigalmente alejado del hegelianismo y que se constituye, no en una doctrina, sino en un método de investigación y una guía de acción, no sólo científica sino, y sobre todo, política[ii].

 

            Todas las corrientes de pensamiento contrarias a Marx han ignorado este aspecto del marxismo, lo han ocultado o, simplemente, lo han negado, con lo cual han convertido al marxismo revolucionario en un constructo teórico inofensivo, despojado de su inmenso poder revolucionario. Igualmente las corrientes revisionistas que han actuado desde adentro, han tratado de corroer el marxismo. Veamos.

 

La socialdemocracia

 

            En el siglo XIX el marxismo como ideología se desarrolla en medio de una lucha frontal contra sus enemigos de clase, pero también en contra de aquellos sectores que se decían socialistas. Las corrientes positivistas atacan de frente al marxismo, pero las posturas seudo socialistas tratan de minarlo revisando sus más importantes postulados.

 

Después de haber saldado cuentas con el “hegelianismo de izquierda”, Marx y Engels tuvieron que luchar contra el proudhonismo, para luego afrontar la lucha contra el anarquismo de Bakunin que culminó con su expulsión de la Segunda Internacional;  luego tuvieron que lidiar con filosofías seudo científicas como la de Dürihng. En la década de los años ochenta del siglo XIX el marxismo había llegado a ser el pensamiento dominante del movimiento obrero europeo[iii]. Se iba constituyendo en una fuerza incontrolable para el capital y, por lo tanto, en su mayor enemigo. Después de la Comuna de París, en 1871, para el capital era imprescindible encontrar un dique que contuviera la fuerza del proletariado europeo. Del seno del propio marxismo surgió el remedio en la figura y las tesis del revisionista Eduardo Bernstein[iv].

 

            El revisionismo de Bernstein no surge por generación espontánea. Después de la Comuna de París el eje de la lucha proletaria se trasladó a Alemania y para 1896 la socialdemocracia alemana ya se había unificado sin tomar en cuenta las tesis insurreccionales planteadas por Marx y Engels en El Manifiesto Comunista y priorizando la visión legalista de la lucha parlamentaria y electoral. El nervio político central de la socialdemocracia alemana fue considerar que se podía hacer la revolución si se tenía mayoría en las urnas. Si así sucedía se tendría mayoría en el parlamento y se podría decretar la abolición del capitalismo e iniciar la construcción del socialismo.

 

            El revisionismo de Bernstein partía de considerar erróneas algunas de las tesis de Marx, sobre todo en lo relacionado a su pronóstico de que el capitalismo estaba a punto de derrumbarse. Bernstein creía que eso no era posible porque la sociedad estaba evolucionando y, de manera inevitable, la sociedad capitalista terminaría convirtiéndose en socialista. La ideología de la clase obrera estaba para garantizar ese fin.

 

            Las ideas de Bernstein recibieron la réplica de Kautski, primero y, luego, de Rosa Luxemburgo[v], en una polémica que no se ha zanjado hasta hoy. El revisionismo socialdemócrata de ayer se encarna ahora en el reformismo latinoamericano que ha lanzado la escalofriante tesis de que, para hacer la revolución socialista, primero es necesario fortalecer el capitalismo. La postura teórica de Rosa Luxemburgo fue suficiente, entonces, para rebatir a Bernstein y, sigue siéndolo, para desenmascarar el reformismo contemporáneo.

 

            La revolución bolchevique de octubre fue la deriva práctica de las tesis revolucionarias de Marx que se enriquecen con el pensamiento de Lenin, desgraciadamente el peso del reformismo alemán dividió al movimiento proletario internacional y permitió la represión brutal del mismo. Ya en el seno de la revolución rusa comenzaba a despuntar la polémica de si era posible el socialismo en un solo país o tenía que internacionalizarse. El reciente capital monopólico de comienzos del siglo XX mandó al matadero a millones de obreros europeos y aprovechó para reprimir la lucha proletaria internacional. Lenin tuvo que encapsular la revolución de Octubre para impedir que muriera en la cuna y León Trotski se fue convirtiendo en el profeta de un internacionalismo proletario que no acababa de llegar.

 

            Así, pues, el reformismo socialdemócrata de Bernstein tuvo su epílogo en la masacre brutal de la Primera Guerra mundial. La tesis reformista de la evolución inevitable del capitalismo hacia el socialismo se demostró falsa por los cuatro costados. Quedaban en pie las tesis revolucionarias tal como Marx las había planteado en El Manifiesto Comunista[vi] y como Lenin las había demostrado en la práctica: la toma del poder, cuando se agotan los recursos “democráticos”, sólo es posible por medio de la violencia revolucionaria.

 

            En 1929 el capitalismo monopólico sufrió la primera crisis de sobreproducción de su historia. Todo el sistema se convulsionó con estertores de muerte. Las potencias europeas y los Estados Unidos alimentaron el capital alemán que encontró en Hitler a su brazo ejecutor. El cálculo era destruir la Unión Soviética por su intermedio. La realidad demuestra que la Unión Soviética tuvo que sacrificar más de veinte millones de sus hijos para evitar que la demencia del Fuhrer se los tragara a todos. El innecesario holocausto de Hiroshima y Nagasaki inauguró la era de la guerra fría y, en medio de ella, el escenario de la lucha revolucionaria contra el capitalismo se trasladó al sur. Primero China, Vietnam y Corea, luego Cuba en América Latina, llenaban de esperanza a la humanidad irredenta.

 

            En la Unión Soviética reinaba el pensamiento único del partido y su líder, habiéndose llegado al extremo de cosificar la ideología marxista y convertirla en razón de Estado, con lo cual Stalin y el partido pretendieron meter la realidad en un molde inventado por ellos, ignorando el método materialista. Menos de un siglo duró el formidable salto histórico que se inició con Lenin. El estalinismo desfiguró el marxismo y oculto las ideas verdaderas de Marx tras los moldes inventados por su dogmatismo. De todas las corrientes que surgieron con la intención de “rescatar” a Marx, merece atención especial la del Neomarxismo de posguerra, sobre todo por la interpretación que en él se hace de los problemas del llamado “tercer mundo”. Veamos

 

El neomarxismo

 

Monthly Review  fue el órgano periodístico de difusión del neo marxismo en el Continente Americano. Marcuse, Paul Baran y Sweezi sus principales animadores. Junto a la llamada escuela de Frankfurt en Europa (Pollock, Horkheimer, Adorno), se propusieron, no sólo rescatar el marxismo del dogmatismo estalinista, sino enriquecerlo considerando los problemas del llamado “tercer mundo” o mundo subdesarrollado.

 

            No es en el diagnóstico donde están las limitaciones del neo marxismo, puesto que en ese aspecto logran hacer una acertada exposición de los problemas del subdesarrollo y demuestran, creativamente, la imposibilidad de que el “tercer mundo” llegue a desprenderse de la cadena mundial de explotación imperialista, considerando, sobre todo, los límites de los mercados nacionales, la baja productividad de esos países y la competencia desigual del capitalismo central que obliga a la periferia a vender materias primas baratas y comprar productos industrializados caros.

 

            Para los neo marxistas (sobre todo para el egipcio Samir Amin)[vii], la única solución es propiciar una alianza de las burguesías nacionales con el imperialismo, supeditando, en esa alianza, a los trabajadores a la burguesía nacional, mientras se alcance fortalecer el sistema tanto económico (por medio de la transferencia de tecnología que de otra forma sería imposible), como político, suponiendo que la clase política desarrollará la claridad ideológica suficiente para tomar distancia de los explotadores internacionales y luchar por la liberación nacional.

 

            Ninguna de estas propuestas de los neo  marxistas se han hecho realidad a lo largo de estos últimos cincuenta años. El nacionalismo de Nasser en Egipto, por ejemplo, sólo fortaleció la dominación, igual el populismo latinoamericano. Hoy las tesis del neo marxismo se encarnan en el “progresismo” latinoamericano, recurriendo a tesis de Samir Amin, sobre todo.

 

            Amin plantea como alternativa a las limitaciones de los mercados internos la unión en bloques de los países del tercer mundo, es decir, la integración económica. Si este proceso llegara a consolidarse se produciría, lo que él llama, la “desconexión” de los países atrasados del capitalismo central, con lo cual se alcanzaría autonomía en el desarrollo y, por lo tanto, la anhelada “liberación nacional” de los países dependientes.

 

            En el fondo, y sólo con variaciones formales y de aplicación en el tiempo, son las mismas fórmulas teóricas del reformismo decimonónico asumidas por el “progresismo” latinoamericano bajo la consigna irresponsable de que, para llegar al socialismo, hay que fortalecer, primero, el régimen capitalista.

 

Nucanchic socialismo plantea una nueva solución

 

            Quinientos años después de la llegada de los europeos al continente del Abya-Yala los habitantes de estas latitudes todavía tenemos que lidiar con la visión eurocentrista de que somos pueblos salvajes e inferiores. La polémica sostenida en el siglo XVI entre el Bartolomé de las Casas y fray Ginés de Sepúlveda[viii], se mantiene, la única diferencia es que los herederos de Sepúlveda hoy no pueden actuar tan libremente en razón del avance de la lucha por los derechos humanos y civiles del ser humano, pero siguen actuando desde el poder político y económico que han conservado desde entonces. Ese poder, para sentirse seguro, considera que tiene que “blanquear” al otro, asimilarlo, convertirlo en igual, en el mejor de los casos; o, simplemente, mantenerlo  segregado y controlado. Ninguna solución económica, política o social, será válida si se parte de esa concepción.

 

            No han sido válidas las fórmulas de desarrollo planteadas por ese poder político desde la independencia, en el caso de América Latina. Ni el poder terrateniente, ni las variaciones del poder liberal, ni el socialismo clásico, ni el reformismo socialdemócrata, hasta la actualidad, han resuelto los problemas del desarrollo y, no lo han podido hacer, por ese colonialismo genético que el poder dominante lleva en la sangre. Ñucanchic Socialismo, nuestro socialismo, invierte los términos en la comprensión del problema del poder y plantea soluciones posibles.

 

            Si usamos como método de análisis el materialismo dialéctico heredado de Marx estaremos en capacidad de comprender la invalorable riqueza de la “alteridad”, del ”diferente” que, durante más de quinientos años, ha sido invisibilizada por el poder político dominante. Esa sabiduría, que está recogida en fuentes como los pocos códices que se salvaron del fuego colonialista, en los testimonios de los mismos conquistadores, en las ruinas arqueológicas y en la presencia viva de los pueblos aborígenes sobrevivientes, es la que puede romper el círculo vicioso de las fórmulas del desarrollo occidental[ix]. Ignorar esta realidad es seguirle haciendo el juego al colonialismo dominante.

 

            A estas alturas, no basta condenar la barbarie, se impone la tarea de rescatar la filosofía ancestral de los pueblos andinos, sin caer en la trampa de pararnos a discutir si tiene o no esa jerarquía. Sí la tiene y, no reconocerla, significa mantener, desde adentro, las cadenas mentales que nos consideran inferiores a la filosofía occidental, lo que no quiere decir que no se reconozca su valía. La “alteridad” debe considerarse en igualdad de condiciones a cualquier concepción filosófica del mundo, condición intrínseca para encontrar las soluciones[x].

 

            Pero, ¿podemos cerrar la página de la dominación y comenzar desde cero? No es posible. Quinientos años de agresión es tiempo suficiente para  haber cimentado un ser social cargado con las ideas dominantes del sistema y haberlo convertido en su soldado defensor. La irrupción del pensamiento ancestral andino se convierte, así, en el acto revolucionario más importante de comienzos del siglo XXI porque, al tener a los pueblos originarios de protagonistas, la filosofía del “otro” se eleva a un nivel transformador, punto en el cual se fusiona con lo mejor del pensamiento revolucionario de occidente que es, precisamente, el marxismo. El “pachamamismo” ciego confunde a los pueblos con una idílica propuesta de regresar a los tiempos precolombinos y, los otros, con negarle validez a la “alteridad”.

 

            Ñucanchic Socialismo, nuestro socialismo, sabe que la “alteridad”, a un nivel filosófico, es la lógica del oprimido, su concepción del mundo, su ética y su estética, rasgos que, habiendo estado sojuzgados durante cinco siglos, ahora emergen para servir de base a una nueva sociedad y a una nueva civilización[xi].

 

            Esa lógica, la de los pueblos originarios,  tiene su piedra angular, no en la armonía  del ser con la naturaleza, sino en la noción del equilibrio[xii]. Ese equilibrio, que se perdió en América con la llegada de los europeos, hay que recuperarlo como condición intrínseca para volver a la armonía. Se trata de un equilibrio estructural.

 

            Pero no se puede recuperar el equilibrio si antes el poder político no pasa a manos de una vanguardia político-espiritual que encarne la filosofía de la “alteridad”. Esa vanguardia es, por primera vez, diferente a las vanguardias políticas que han existido hasta hoy y la diferencia está en haber llegado a recuperar la memoria de que estamos hechos de los cuatro elementos, fuego, tierra, agua y aire y que, si no somos capaces de cuidarlos y preservarlos, no hay futuro para la humanidad. No es una vanguardia proletaria, como pensaba Marx, tampoco una élite en el sentido liberal y, mucho menos, una casta aristocrática, es una vanguardia político-espiritual conformada por todos los que han abrazado la filosofía de la “alteridad”.

 

            Como ya dijimos en otro documento: “El último acto de la democracia burguesa será, precisamente, permitir, por ley, la participación de las masas organizadas en la disputa electoral, representadas por una vanguardia político-espiritual que, luchando junto a ellas, sintetice sus aspiraciones. Ñucanchic Socialismo, nuestro socialismo, se está construyendo como esa vanguardia, no de forma clandestina, sino abierta, prevalido del derecho que la democracia burguesa le da. Para nuestro socialismo una democracia dinámica significa la movilización permanente de las masas, antes para alcanzar el poder y, después, para construir la nueva sociedad.”[xiii] Si el poder establecido impidiera el triunfo de esta vanguardia, entonces se justificarían  otras formas de lucha para alcanzar el poder, que, siendo insurgentes, serían absolutamente legítimas.

 

            Ese equilibrio estructural del que hemos hablado se inicia después de la toma del poder por parte de la vanguardia político-espiritual que representa los intereses de la humanidad, sólo entonces es posible iniciar el proceso de construcción de la sociedad del Sumak Kawsay, lo que sólo será posible si se implanta un nuevo régimen de propiedad.

 

Las sociedades pre colombinas se construyeron sobre la base de la propiedad comunitaria de la tierra que, para Ñucanchic Socialismo, significa la verdadera transformación de la matriz productiva. Somos partidarios de un socialismo agrario que, en la práctica, significa romper el círculo vicioso del desarrollo burgués. La “desconexión” de la que nos habla Samir Amin si es posible, siempre y cuando rompamos la estructura productiva del capital. Marx entendió “que la humanidad debía volver  al régimen de propiedad comunitaria en un momento superior del desarrollo de las fuerzas productivas, lo que engarza dialécticamente con los fundamentos civilizatorios de las sociedades del Sumak Kawsay Revolucionario.”[xiv]

 

            Un régimen de propiedad comunitaria de los medios de producción no significa el monopolio de la propiedad por parte del Estado, lo que generaría un nuevo desequilibrio. Ni el emprendimiento individual, ni la mediana y pequeña propiedad, pueden ser eliminadas por decreto, porque desde el advenimiento de las sociedades clasistas se han arraigado profundamente en la conciencia humana; pero si pueden coexistir con las formas de propiedad comunitaria, todas las cuales pueden, perfectamente, ser controladas por el Estado hasta el fin del nuevo siclo, después de lo cual, en un nivel superior (un nuevo Pachacutik), se volverá a reajustar esa estructura, en un proceso cíclico infinito.

 

            Como se puede ver, este es el análisis y planteamiento de Ñucanchic Socialismo, nuestro socialismo, que nada tiene que ver con la fraseología barata de los “demócratas” defensores del sistema que creen que el mérito está en escupir el rostro del mandatario de turno para aconsejarle cómo debe proceder, en un cacofónico discurso que ha terminado convirtiéndose en tribuna del ego y la vanidad; peor con la izquierda ortodoxa, incapaz de salirse de los moldes estalinistas, menos con la izquierda “arrepentida” que, habiendo sido durante décadas una izquierda reformista ahora se autocalifica de revolucionaria y, mucho menos, con la “izquierda” correista, embustera y mentirosa que sigue usando el poder para mantener la dominación burguesa y colonialista.

 

            Ñucanchi Socialismo, nuestro socialismo, el de Nuestra América, el de la “alteridad”, el de la filosofía de nuestros ancestros fusionado con lo mejor del pensamiento revolucionario de occidente, invita a todos los ecuatorianos al gran “temazcal” de la Patria en el cual iremos forjando la vanguardia político-espiritual que, desde el pueblo, construirá un nuevo Ecuador y aportará con su ejemplo para salvar a la Humanidad.

 

Quito, 24 de octubre de 2015   

 

 

 

[i] Hedz, Sebastian y Deytha, Alan: El capitalismo y la economía científica, versión electrónica, cap. I.

[ii] Weil, Simone: Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social, Ediciones Godot, Buenos Aires, 2014.

 

[iii] Véase Lenin: Marxismo y revisionismo, Obras Escogidas, Edit Progreso, Moscú, s/f, T. I.

[iv]: Eduard, Bernstein: Socialismo evolucionista, Introducción de Rafael Argullol, Edit. Fontamara, s/f.

[v] Luxemburg, Rosa: Reforma social o revolución, en: Escritos políticos, Grijalbo, Barcelona, 1970.

[vi] Marx y Engels: El Manifiesto Comunista

[vii] Amin, Samir. Geopolítica del imperialismo contemporáneo, en libro: Nueva Hegemonía Mundial. Alternativas de cambio y movimientos sociales.  Atilio A. Boron (compilador). CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires, Argentina. 2004,  p. 208.

[viii] Ginés de Sepúlveda sostenía que los nativos americanos no tenían alma, motivo por el cual no eran propiamente humanos.

 

[x] Véase Dussel, Enrique: Filosofía de la liberación, s/edit, Bogotá, 1980.

 

[xi] Véase Roig, Arturo Andrés: Caminos de la filosofía latinoamericana, Universidad de Zulia, Venezuela, 2001.

 

[xii] Véase: Oviedo Rueda, Jorge: Del Estado, la izquierda y la revolución en el Ecuador, Letramía Editorial, Quito, 2015, pg. 90 y ss.

 

[xiv] Oviedo Rueda, Jorge: Del Estado, la izquierda y la revolución en el Ecuador, Letramía Editorial, Quito, 2015, pg. 94.

https://www.alainet.org/es/articulo/173293
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