El cha cha chá y la sinfonía

08/06/2015
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Tal vez el ritmo negro más puro conservado en Latinoamérica sea el Candombe hoy Patrimonio Cultural de la Humanidad, reconocida y legítima creación afrouruguaya herencia de la diáspora esclavista. Los tambores son sello de identidad de la nación Oriental del Uruguay a nivel mundial. Un poco de justicia social no viene nada mal…

 

Existen incontables rítmicas provenientes de mezclas de las tres vertientes étnicas actuantes en épocas de la invasión de Europa en el llamado “Nuevo Mundo” que no era nuevo para quienes lo habitaban: mambo, xotis, kizomba, cumbia, rumba, etcétera. Están también las danzas tradicionales criollas como los pericones o los “gatos”. En sus orígenes eran reservados a las elites y posteriormente las clases sometidas hacían su propia versión.

 

De salón, sociales o de competición; paradójicamente en tiempos actuales, estas expresiones musicales y danzarias profesionalizadas, han cruzado nuevamente los mares ya globalizadas, transformándose en éxitos incontestables en los primeros mundos y por donde sea que pasen.  Inevitablemente atacadas por el voraz capitalismo nacido europeo, estas disciplinas no dejan de ser resistencia y hasta por eso deberían ser defendidas ya que nacen con desventajas socio culturales centenarias.

 

Por citar un caso, el “cha cha chá” es un estilo musical cubano que surge del danzón franco-haitiano-afro derivado del baile llamado “contradanza” de origen francés.

 

Así el sucesor del mambo representa en gran medida al pueblo caribeño y latinoamericano pura alegría y movimiento. Sus raíces afro también nos integran y unifican.

 

Preponderando lo didáctico-objetivo a lo individual y casuístico, me pregunto sin otra intención que preguntar.

 

¿Por qué un Cha-cha chá valdría menos que una sinfonía -por ejemplo-?

 

¿Existen rangos entre las manifestaciones artísticas vinculadas a territorios y habitantes?

 

Las costumbres, especialmente las que muestran al arte de los pueblos vengan de donde vengan, no se categorizan en criterios de superioridad o inferioridad.

 

No hay jerarquías entre las culturas, solo son diferentes y nada menos.

 

Todas y todos en el planeta conformamos conspicuos ejemplares de la diversa vida humana y sus derechos inherentes.

 

Durante la colonización fue inevitable el sincretismo de poblaciones y no de la mejor manera, eso es seguro.

 

Somos hijos de la violación literal de imperios y monarquías sobre nuestras tierras y humanidades, estupradas y robadas sin escrúpulos a originarios, situación que arrojó sobre “indios” y “negros”, la desgracia legendaria del tráfico esclavista. Un dato de la realidad histórica vergonzante de asumir y aún no suficientemente revisado desde lo institucional.

 

Es estructural y sistémico; las sociedades de este lado del mundo cargamos con muchos estigmas discriminatorios antiguos, renovados y perennes focalizados en las huellas indígenas y africanas de nuestras comunidades.

 

Es importante no reproducir prejuicios aún no superados. El imaginario, la conciencia de nuestra sociedad aún está enferma de preconceptos y estereotipos. Se sobreentiende, acepta y normaliza que la hegemonía blanco-occidental y sus valores es modelo a imitar, determinando lo que es lindo o feo, mejor o peor. Se asocia siempre lo malo con “negro” y no deja de ser un resabio racista.

 

Es difícil transformar cimientos injustos. Resulta un desafío diario intentar cambios hacia la equidad, la integración y la convivencia armoniosa que necesitamos, sin que nadie sea humillado por su procedencia racial, color de piel, opción sexual, género o nacionalidad y tantos etcéteras.

 

Para que haya una “Patria para todos” y todas, también las relaciones humanas deben ser sustentables. Mas que tolerancia es imprescindible el respeto.

 

La salud plena de la democracia exige responsabilidad y compromiso.

 

Podremos lograrlo.

https://www.alainet.org/es/articulo/170211
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