Obama ante otro fracaso: ¿Adiós a las Cumbres de las Américas?

09/04/2015
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Hasta hace pocas semanas, la Cumbre de Panamá se perfilaba como el escenario ideal para que Obama fuera aplaudido por sus pares por haber iniciado la ansiada distensión con Cuba. Sin embargo, el gobierno de Estados Unidos reafirmó su accionar imperial y se enfrenta nuevamente a un clima regional hostil.

 

Las Cumbres de las Américas nacieron en la década del noventa, cuando en la posguerra fría y en pleno auge del Consenso de Washington el presidente Bush lanzó la “Iniciativa para las Américas”. El viejo anhelo de un acuerdo para liberalizar el comercio continental, que ya había fracasado a fines del siglo XIX -entre otras razones, por la oposición argentina-, era ahora retomado con una nueva impronta: el ALCA era mucho más que un tratado de libre comercio -alentaba inversiones y atacaba la capacidad de regulación estatal-, era una ofensiva a gran escala del capital sobre el trabajo.

 

Para imponer ese proyecto hegemónico, Clinton auspició las Cumbres de las Américas, la primera de las cuales se llevó a cabo en Miami en 1994. Allí se reunían los presidentes de todos los países americanos, menos el de Cuba, excluida de la OEA desde 1962.

 

Si en las primeras tres cumbres el proyecto del ALCA avanzó sin demasiadas resistencias (salvo la de Chávez, en la reunión del 2001), fue en la IV Cumbre, aquella célebre que se realizó en Mar del Plata en noviembre de 2005, que la iniciativa estadounidense debió ser abortada. En realidad, el ascenso de las luchas sociales en Nuestra América al inicio del siglo XXI, la llegada al poder de gobiernos que renegaban del neoliberalismo y la coordinación de una resistencia contra el ALCA (Alianza Social Continental, Foro Social Mundial, Autoconvocatorias No al ALCA) permitió que Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay enfrentaran a Bush y “enterrarán” esa iniciativa. A partir de entonces, Estados Unidos debió cambiar la estrategia, optó por firmar Tratados de Libre Comercio (TLC) bilaterales.

 

Obama llegó a la presidencia en enero de 2009 y despertó esperanzas en algunos gobiernos regionales. A poco de asumir, en la V Cumbre de las Américas, prometió iniciar una nueva relación entre iguales con los países latinoamericanos. Esas expectativas se frustraron rápidamente cuando un golpe de Estado, con cobertura de Estados Unidos, derrocó a Manuel Zelaya en Honduras. Tampoco desmanteló la IV Flota del Comando Sur –reabierta por Bush en 2008-, ni cumplió la promesa de cerrar la cárcel de Guantánamo, ni terminó con las campañas de desestabilización de los gobiernos latinoamericanos que no le eran afines.

 

Tanta frustración se vio reflejada en la VI Cumbre de las Américas, realizada en Cartagena en 2012. Allí todos los países de América Latina le reclamaron la readmisión de Cuba en el sistema interamericano, votaron a favor del reclamo argentino para instar a Gran Bretaña a que retome las negociaciones por la soberanía de las Malvinas y rechazaron la llamada “guerra a las drogas”, ante su evidente fracaso. Los principales temas de debate, a diferencia de las cumbres anteriores, no los pudo imponer Washington.

 

Además, los países del ALBA casi abortan esa reunión, en reclamo por la negativa del Departamento de Estado a permitir la participación cubana. Muchos mandatarios, incluso de países que no integran el eje bolivariano, señalaron que no volverían a participar si no se invitaba al gobierno de La Habana.

 

Obama pareció tomar nota de su creciente aislamiento en el continente. Tras lograr su reelección, inició negociaciones secretas para normalizar las relaciones con Cuba, tema que fue anunciado en diciembre pasado junto con Raúl Castro. El reconocimiento del fracaso de la política agresiva contra la isla parecía un hito histórico que por fin morigeraría el sentimiento anti-yanqui que pervive en buena parte del continente.

 

El presidente estadounidense pretendía retomar la iniciativa a nivel regional, en una zona que históricamente consideraron parte de su patio trasero, pero que en los últimos tiempos avanza en una coordinación política (UNASUR, CELAC) e integración regional (ALBA) por fuera de las directivas de la Casa Blanca, a la vez que se relaciona cada vez más, desde el punto de vista económico, con potencias extra-hemisféricas, como China o Rusia.

 

La Cumbre de Panamá, entonces, parecía hasta hace pocas semanas como el escenario perfecto para que Obama relanzara las relaciones con América Latina y el Caribe, una vez resuelto el “escollo” que representaba el tema Cuba. Sin embargo, las negociaciones con la isla no avanzaron tan rápido y Estados Unidos no logró todavía abrir su embajada en La Habana -a horas del inicio de la Cumbre, el Departamento de Estado apuraba el trámite para retirar a Cuba de la lista de patrocinadores del terrorismo, con la expectativa de así lograr en Panamá un encuentro personal Obama-Castro y morigerar las críticas de sus pares-.

 

Además, a principios de marzo la Casa Blanca decretó que Venezuela representaba una amenaza a su seguridad nacional, en lo que muchos analistas reconocieron como el prólogo a un intento de golpe contra el gobierno que encabeza Nicolás Maduro. El rechazo continental, más el pedido del ALBA, la UNASUR y la CELAC para que derogue el decreto mostraron el fracaso del plan de los halcones del Pentágono y enrarecieron el clima regional, a poco de iniciarse la reunión de Panamá.

 

La máxima autoridad del Departamento de Estado para América Latina, Roberta Jacobson, tuvo que reconocer el viernes 3 de abril que estaba “decepcionada” con la falta de acompañamiento que obtuvo su gobierno. Aprovechó, además, para criticar el modelo económico argentino, lo cual le valió una respuesta enérgica por parte de la Cancillería, generando otro foco de conflicto a menos de una semana del inicio de la cumbre.

 

Así, lo que aparecía como el acontecimiento ideal para que Obama se luciera, premiara a sus aliados neoliberales e impulsara la Alianza del Pacífico -horadando la influencia que supo ostentar el eje bolivariano-, ahora se perfila como un escenario en el que volverá a ser denunciado por varios gobiernos de Nuestra América.

 

Además de las críticas que recibirá en la (contra) Cumbre de los Pueblos, seguramente muchos mandatarios en Panamá lo fustigarán por sus ataques a Venezuela y exigirán el fin del bloqueo económico, comercial y financiero que asfixia a Cuba hace décadas.

 

Algunos presidentes, como el ecuatoriano Rafael Correa, se preguntan públicamente qué sentido tiene mantener este tipo de cumbres. La invitación a Cuba, parece, no alcanzó para “lavarle la cara” a estos encuentros, ni para que Obama disipara las resistencias regionales que generan las actitudes imperiales de Estados Unidos.

 

@leandromorgen

 

- Leandro Morgenfeld es  Docente UBA. Investigador del CONICET. Autor de Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias panamericanas, de Relaciones peligrosas. Argentina y Estados Unidos y del blog www.vecinosenconflicto.blogspot.com

https://www.alainet.org/es/articulo/168826
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