Quién perdió la calle?

04/03/2015
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El debate político nacional se cierne sobre el factor de la calle como termómetro de convocatoria y movilización por parte de las fuerzas políticas. Sobre esto han escrito desde Oscar Schémel hasta otros actores de la política que la han comentado, como Chúo Torrealba. Sobre ella ha hablado Maduro, recorriendo un barrio de Caracas o en un acto público. Unos escriben reseñándola y otros invocándola, otros la viven, otros la asumen, considerando que es un factor fundamental no sólo para exhibir músculo político, sino para también reencontrarnos con su valor simbólico.
 
La derecha, apoltronada históricamente en las cómodas sillas del elitismo, perdió la calle hace décadas. Aunque parezca sórdido, los adecos fueron alguna vez los autodenominados "amos" de las calles venezolanas. Chávez obligó a la derecha a salir a la calle y dar la cara ante la gente, esto pese a que muchos se confinaron a los medios y redes sociales como casi única forma de hacer política. En tiempos de revolución, el chavismo como fuerza política y social ha sido, desde todo punto de vista, una fuerza movilizadora más allá de lo electoral, ha sido una fuerza de muchedumbres.
 
El valor político de la calle es crucial para definir la política venezolana, la cual salió a la calle para más nunca irse de ella. Sobre ella viene la pregunta: ¿quién perdió la calle? Y es una pregunta que se nos atraviesa de frente justo en dos años consecutivos de convocatorias a "La Salida", años en los que se ha intentado generar una especie de estallido social, un acto de rebelión de las clases medias, en una estrategia de golpe continuado, desde la calle.
 
La perdieron y nadie se las va a devolver
 
La derecha venezolana, contando con todos sus recursos y su poder mediático de convocatoria, ha tenido sus altibajos de presencia en la calle. Tuvieron épocas de deslumbrantes marchas que lograban llenar los anchísimos espacios del distribuidor Altamira en el este de Caracas. Y han tenido frente a sí, como hoy, el fantasma de la desmovilización, expresado en tristes marchas como la de las "cacerolas vacías" (o mentes vacías) y la marcha de las camisas blancas, donde había más gente en tarima que abajo, siendo el tema de convocatoria uno que se consideraría de "sensibilización y movilización": Leopoldo López.
 
En era reciente, la derecha ha visto diezmada su capacidad de convocatoria. Chúo Torrealba y Capriles dijeron que anunciarían una serie de "acciones pacíficas de calle", actos políticos que no se dieron, nunca se anunciaron y los dos que se hicieron no tuvieron apoyo.
 
¿Qué pasó con el apoyo a la derecha venezolana en las calles? ¿Qué la ha desmovilizado? ¿Por qué siendo la fuerza electoral que son, la dirigencia no tiene el apoyo de su gente en sus convocatorias?
 
Los egoísmos y divisiones de la derecha no les permiten a las cúpulas dirigenciales amalgamarse en convocatorias unitarias de calle. Se le suma a eso el hecho de que en la "conciencia" opositora la calle es un factor electoral, coyuntural, y que tal cosa "no tiene sentido" si no es con ese propósito. Sucede también que muchos seguidores de la derecha no se identifican con ir a marchas donde personeros del oposicionismo asumen protagonismos; se trata de personas que acuden a marchas o apoyan a la oposición por su vocación antichavista, pero que no sienten ningún agrado por la demagogia opositora, ni por su dirigencia, que consideran "errónea e incapaz".
 
El opositor promedio, parcialmente activo, se reduce a la divulgación de su descontento, a expresar lo que rechaza, a estigmatizar al contrario, a quejarse y nada más. Si es un hecho que la mayoría de los opositores carecen de cualquier interés en militar, formarse en su ideología y organizarse, es obvio entonces que no reconocen en la calle el valor real que ella tiene, la consideran una perdedera de tiempo. Tampoco la asocian con líderes cercanos de la derecha, nunca los ven, no los reconocen como figuras cercanas que tengan los pies en la realidad del día a día.
 
La derecha no es creíble en "convocatorias pacíficas". Los seguidores de la derecha saben que esas convocatorias han sido preludios y pretextos del guarimbeo. La toma violenta de las calles por parte del fascismo arrinconó a los habitantes de las urbanizaciones en callejones #SinSalida política. Intentaron crear una matriz de miedo entre su propia gente, en el contexto de un golpe fracasado y un alzamiento militar frustrado, y consiguieron que la base de apoyo opositor se encerrara en sus casas teniendo miedo hasta de sus propios vecinos guarimberos.
 
Hablaron hasta la saciedad de atrincherarse como "autodefensas" en las urbanizaciones para esperar "colectivos sangrientos chavistas" que nunca llegaron. Sometieron a la base opositora a la violencia indiscriminada, confiscándole sus derechos, para luego afirmar que los guardias y policías obligados a levantar barricadas eran el enemigo. Era imposible que entre los habitantes de las urbanizaciones no se notara quiénes eran los verdaderos violentos.
 
He allí que entre la base opositora se crea una nueva relación con "la calle" como realidad subjetiva. Quienes hace años se prestaban para movilizarse en protestas en era de golpismo, se confinaron luego sólo a asistir a actos políticos. Ahora la situación ha empeorado para ellos, al punto en que la calle es interpretada por muchos con apatía, indiferencia y desconfianza, dado que la mayoría de los opositores no creen en la violencia como alternativa política.
 
La relación simbólica de la derecha con la calle, que nunca ha sido la misma que ha tenido el chavismo, ha cambiado al punto de convertir la movilización en una especie de factor desmovilizador. La calle, para la derecha, es escenario de frustración. Se asumieron como fuerza política que ha marchado durante 15 años sin lograr sus objetivos. Para ellos la calle no es celebración. Para ellos la calle ha significado una procesión de derrota. La violencia guarimbera, intermitente durante estos años, ha sido expresión de impotencia de algunos que creen que con la violencia lograrán lo que no se ha podido en votos o en concentraciones políticas. Terminaron arrinconando a su gente y deslegitimando la acción de calle como expresión de la democracia.
 
Los liderazgos opositores se desdibujaron y desmembraron llamando a la calle. Le pasó a Capriles mandando a "descargar la arrechera" y luego les pasó a La Sayona, al Monstruo de Ramo Verde y a otros. Crearon una relación subjetiva con la calle en la que parte de la base opositora violenta y minoritaria se atrinchera y coquetea con el fascismo. El centro de la acción política opositora se desplaza al golpismo y queda en el ostracismo, olvidada y desmovilizada la mayoría de la oposición, la que cree en los caminos electorales.
 
El chavismo
 
El chavismo, por otro lado, ha abrazado la idea colectiva, condensándola, de que la calle es en sí misma expresión de una identidad política. Hay un imaginario acerca de ella, el chavismo la hizo ímpetu desde antes de llamarse chavismo. La fuerza demoledora de febrero de 1989 pasó a ser fuerza creadora, de lucha, de conciencia. El chavismo se acostumbró a marchar lejos de cualquier ámbito electoral, en todas las circunstancias el pueblo venezolano ha tenido luchas que hacer y legados que defender.
 
El chavismo se ha movilizado para defender la revolución, para protestar contra el funcionario corrupto e incapaz así sea un "chavista", para crear comunas, para defender causas puntuales, para asumirse como sujeto político colectivo vibrante, activo, transformador.  
 
"Los que salieron a las calles no se irán de ellas más nunca", dijo Chávez una vez en medio de un baño de pueblo. La calle es el trabajo, es el esfuerzo, es el barrio, es el caserío, es la comunidad, es la comuna, es lo que hay que hacer cada día, todos los días, sin descanso, para construir nuevas realidades sociales en revolución.
 
El 28 de febrero pasado, Maduro apareció ante una marejada roja en las calles de Caracas. Se reprodujo otra de las paradojas a las cuales nos habituamos en revolución, cosas extraordinarias que se han hecho cotidianas, como diría el Che. A 26 años del Caracazo las calles de la capital se volvieron a teñir de rojo, pero esta vez en una situación dramáticamente distinta. El factor común entre aquellas calles de rojo y estas calles de rojo es que, a fin de cuentas, son las mismas calles y el heroísmo de aquellos en las calles, y de estos, de nosotros, es el mismo, pues somos la misma gente.
 
El chavismo se moviliza, se encuentra, se concentra en duras circunstancias de intervencionismo, de guerra económica y de golpismo fascista. Es otro de esos momentos en que demostramos de lo que estamos hechos. La dura guerra contra el pueblo apunta a su desmovilización, a que nos perdamos en los caminos de la inconciencia y la desmemoria, a que nos suscribamos a la derrota. Pero la sabiduría de nuestro pueblo forjada a fuego durante años envía otro mensaje: seguimos en las calles y seguimos defendiendo la revolución.
 
Para saber quién perdió la calle es necesario saber quién la ha tenido. Es necesario saber quiénes la han atesorado como espacio de lucha de manera consistente. La calle es de los que han tenido que salir históricamente a ganársela. Los que eran invisibles y que se hicieron visibles en ella, los que la fertilizaron a sudor, lágrimas y sangre, los de cada día, todos los días. Los que en medio de lluvias y soles construimos el ímpetu colectivo de la verdadera resistencia, la transformación y la revolución.
 
La calle es de quienes luchamos por reivindicaciones históricas, es marca de distinción política nuestra.
 
2 de 2015
 
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