Cartas y memorias del exilio chileno

Un exilio para mí

10/09/2013
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Prólogo
 
Erase una vez una niña curiosa, inteligente y metiche que vivía en un país lleno de sol. Un día le cayó el cielo sobre la cabeza. Para comprender lo que sucedía se propuso escribir un diario que debía ser su más íntimo compañero durante muchos años. Allí puso sus temores más horribles y sus más grandes victorias, allí dejó correr sus peores angustias y estallar sus alegrías más sutiles. A su diario le contó cómo creó con sus propias manitas el documento de identidad que le permitió visitar a su padre en el campo de concentración en el que intentaban matarle a fuego lento. Su dibujito fue un lazo de vida que tendió con ingenuidad entre la esperanza y la infamia, el argumento imparable para el perro guardián que le negaba cinco minutos de amor a quienes ya no tenían sino el consuelo de saber que seguían siendo una familia. Ese diario fue creciendo junto a quién llenaba sus páginas.
 
Allí cupieron muchas vidas, diferentes países, amigos y enemigos, dudas, pasiones, esperan­zas y desconsuelos: el exilio. El exilio y la vida de otros, lo que revela una infinita generosidad en la niña curiosa, inteligente y metiche. Su país se le fue borrando de a poco, remplazado por la imagen ideal que atesoran quienes ya no lo ven sino con el corazón. El diario fue albergan­do culturas diversas, idiomas disparates, niñas portadoras de velos, un conejo católico debi­damente bautizado, locos simpáticos y patéticos, desgarros del alma, cantos que ganaban el pan cotidiano y que fueron cobrando calidad de salmos de religión pagana. Recuerdos imbo­rrables y reminiscencias evanescentes, rebeliones juveniles, el amor de Los Beatles, imágenes atroces del país recuperado justo el tiempo de unas vacaciones, las dudas. Este libro es eso. Todo eso y mucho más. Una especie de factura elaborada minuciosamente por una niña atro­pellada por un ejército, por un imperio rufián, por los propietarios del Club privado que posee su país de origen, para que algún día se contabilicen en los libros de Historia los dolores nega­dos, las tragedias ignoradas, los sufrimientos despreciados, las esperanzas traicionadas. Solo que en medio de la muerte, de la oscuridad y el infierno, surgen la alegría, los afectos, los sen­tidos que perciben los olores, los sabores, las texturas, es decir la vida. En este cuento, nadie se casa para ser muy felices y comer perdices. Porque este cuento no se acaba. No se acabará nunca. Seguirá alargándose por siglos en las vidas de los que volvieron, de los que se quedaron sembrados afuera, de los que ya no saben si son de aquí, o de allá, o de ningún sitio. O simple­mente, desafortunadamente, atrozmente, vivan donde vivan, vivirán para siempre en el exilio.
 
Luis Casado
 
Santiago de Chile, julio 2011
 
Indice
 
A modo de introducción
Incertidumbre y espera. Los años de prisión
Un paseo demasiado largo
La vida en Bélgica
El colegio y la compañía de “turti”
Mis mejores amigas
Alemania y las bicicletas
Mi hermanita, o la aurora de la esperanza
Mi querido padrino
La religión y yo
La separación
Sola con papá
Somos una familia
Siempre cantando
Casi, casi en Chile
Un viaje extraordinario
Conociendo a mi país y mi familia
Las sorpresas culturales, mi Iquique
Tristeza, esperanza y adolescencia
El corazón late al lado izquierdo de mi pecho
Una muy triste historia mientras pensamos el regreso
 
A modo de introducción
 
Este libro es una recopilación de cartas, memorias y anotaciones de mis diarios de vida, que inicié a los 9 años en Alemania Federal, en el exilio. Es un testimonio de las vicisitudes de una familia chilena, de clase media, de la cual uno de sus miembros, mi padre, fue víctima directa de la persecución que realizó la dictadura militar contra los dirigentes de los partidos de la Unidad Popular. Mi papá, profesor universitario en Iquique, fue arrestado en el mismo aciago mes de septiembre de 1973, y desde la cárcel partió al exilio, en enero de 1976, cuando yo tenía cinco años. Ya antes de salir de Chile, según me cuenta mi madre, compartíamos la cárcel de papá. Luego compartiríamos su ostracismo fuera de nuestro país.
 
La difícil decisión de desnudar mi historia familiar se debe a mi convicción que aún no hemos logrado la tan anhelada “transición a la democracia” en nuestro país. Algunos no quieren hablar del “tema”; otros insisten, pero con gran dificultad, porque no es fácil comprender al “otro” cuando su historia es una historia de sufrimiento y terror. Me asiste también la convicción que la literatura tiene el poder de crear una relación catártica con el que lee, y por lo tanto, logra crear, aunque sea por un instante, la solidaridad necesaria para entender al otro.
 
Veremos que el exilio no lo sufre solamente el exiliado. Lo sufre su familia entera, sus hermanos, padres, abuelos, tíos, y hasta sus amigos más cercanos. Por cierto, el exilio de un hombre o una mujer puede causar inmensas penas y daños, muchas veces irreparables, como sé que demues­tra este testimonio.
 
Pienso, sin embargo, que de las malas experiencias podemos aprender mucho. El exilio me ha enseñado una gran lección: He aprendido a convivir, respetar y valorar profundamente la dife­rencia. Tuve la suerte de crecer en un ambiente multi-cultural, y por ello, desarrollar, desde muy pequeña, habilidades sociales para comunicarme y entenderme con todo el mundo. Los temas actuales sobre inmigrantes y refugiados no me son desconocidos ni ajenos.
 
Inicié mi diario de vida en 1979, a los nueve años. Por supuesto, lo hice en alemán, el primer idioma en que aprendí a escribir. Luego, casi sin darme cuenta, llevar mi vida a mi diario se hizo parte de mi rutina diaria, hasta el día de hoy. Recuerdo que una vez, inspirada por la tragedia de Ana Frank, pensé que algún día podría publicarlo. Mi idea era dejar un testimonio real sobre lo que es el exilio desde la mirada y los sentimientos de una niña. Desde el primer día que llegué al destino de nuestro destierro, supe, y mientras pasaba el tiempo con más y más fuerza, que el exilio era un especie de acto de venganza extremadamente cruel.
 
 
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