Quid pro quo

20/02/2013
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De Wikipedia, la enciclopedia libre:
 
Quid pro quo (latín: “algo por algo” o “algo a cambio de algo”;1 en latín medieval, también quiproquo) es una expresión que originalmente se refería al error de confundir dos términos similares. La locución se refiere, literalmente, a la confusión producida al usar el pronombre interrogativo/indefinido singular de género neutro en caso nominativo (quid) cuando debiera usarse en caso ablativo (quo). El sentido original de la locución es, pues, cometer un error gramatical. Se usaba figurativamente para indicar un error conceptual, o la confusión de una persona por otra semejante.
 
En la cultura anglosajona, la expresión quid pro quo se toma en el sentido de sustituir algún bien con otro o para referirse a la reciprocidad en un trato explícito o implícito, en un intercambio de favores, o en cualquier tipo de relación social o interpersonal, especialmente en las negociaciones en las que debe haber beneficios o cesiones equivalentes por cada parte; del modo en que se usan las expresiones castellanas “toma y dame” o “toma y daca” y las expresiones inglesas “a favor for a favor”, “what for what”, “give and take” y “This for That”. La expresión latina que más propiamente refleja ese sentido es do ut des (doy para que des: quid pro quo).
 
***
 
Esta cita, que no pretende ser un “latinazgo” más, es más bien una alusión a lo que vivo estas últimas semanas en nuestra ciudad en relación con el tema de la revocatoria a Susana Villarán.
 
Desde ese momento entro en confusión total, en un país donde los políticos, con honrosas excepciones, nos han defraudado, robado, maltratado y engañado; de pronto surge, de la nada, una propuesta ABSURDA como la revocatoria de Villarán.
 
¿Por qué? ¿Cómo? ¿Para qué? ¿Los anteriores alcaldes fueron mejores o peores? Ni siquiera recuerdo bien, y tampoco creo que sea el punto. Lo que sí me conmueve es, luego de la emérita Anita Fernandini de Naranjo, tener una mujer en la alcaldía. Mujeres detrás del trono, sí, varias; pero dirigiendo y teniendo el cargo y encargo, no.
 
Entonces estuve reflexionando largamente sobre qué estaba ocurriendo. ¿Es un ataque de género? Es una reacción de exclusión a una mujer que junta signos diversos que para algunos no son digeribles: blanca, decente, burguesa, “de buena familia”, madre, abuela, cristiana, progresista e incluso izquierdista, si ajustamos el argumento.
 
Y allí reside un punto importante: creo que Susana Villarán reúne ingredientes novedosos. Se trata de una novedad en Lima, producto de muchas cosas que mencionamos líneas arriba, y otras como el cambio importante de los años 70 con Velasco, para bien o para mal.
 
Teníamos, más o menos, 25 años y creíamos que debíamos ser más justos, equitativos, y que la política debería servir para ayudar a los más necesitados. Los cambios fundamentales de los 60 en Occidente, y, por supuesto, el tufo del ‘68 parisino nos había llegado a muchos muy cercanamente: Seamos realistas: pidamos lo imposible… Hagan el amor y no la guerra…
 
Bellos grafitis que nos alimentaban y sostenían con fuerza, sobre todo con un sentido lúdico y aguerrido: tiempos hermosos, románticos e irreales.
 
Pero la llegada de Villarán a la alcaldía ha sido, me pregunto, una manera de rescatar los aspectos positivos de ese espíritu juvenil, justo y con su toque romántico, y eso no ha gustado a algunos. Por eso esa actitud tan negativa, poco tolerante y más bien punitiva, rabiosa y exagerada.
 
Y de pronto con errores mayores y menores, más producto de la inseguridad y poca experiencia, surgen los dinosaurios de las cavernas (no platónicas, por cierto) para atacar, destruir, borrar del mapa de Lima cualquier muestra de romanticismo, justicia social e inclusión. Había que desplazarse un poco y tratar de borrar a los intrusos progres y sacarlos de donde fuera, de malas maneras —y con malas artes, sobre todo.
 
Cuando se pregunta a los que quieren la revocatoria, suelen contestar: “No me gusta su pañuelo”, “su sonrisa es falsa”, “no ha hecho nada”. Se trata de palabras que no definen argumentos de ningún tipo, menos aún valiosos y justos.
 
A Barrantes —Frijolito—, las mismas clases que rechazan ahora a Villarán lo adoraban ¿Por qué? ¿Porque era mestizo? ¿Bajito? ¿Provinciano?
 
Estamos ante una reacción grupal emocional que denota, creo, sentimientos de exclusión, odios y envidias guardadas de siglos, de la cual la alcaldesa Villarán, sin saberlo ni quererlo, es tributaria gratuita. Nuevamente tenemos la ciudad dividida: los de A, B, C (más o menos), la apoyan; los de D, E y F la rechazan, pero los argumentos son emocionales: si hizo 120 escalones en lugar de 1.200, si los pintó de amarillo y no de verde.
 
Amigos y familiares desde fuera me preguntan: ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto rechazo? Yo me he quedado sin palabras, ya que, aparte de lo que me dijo un especialista local sobre los ingredientes “repulsivos” que suponía constituían el rechazo casi visceral a Villarán —clase alta de origen e izquierdista de ideología— no sé qué razones dar, ni cómo explicarme, salvo sintiendo que hay muchos afectos negativos y ‘rechazantes’ pero que no tienen ningún argumento real y probable.
 
Villarán nos representa a muchas y muchos en el Perú. Somos una generación con defectos y dificultades, por cierto, pero muy perseverante y trabajadora. Yo creo que hubiese esperado una conducta más justa, pero eso es una ingenuidad en la política en general y en la peruana en particular.
 
Quid pro quo… amigos; la falsa idea que doy para que me des. ¡Falso!
 
No existe esa reciprocidad: lo que existe y prevalece es el odio, la envidia, la ingratitud y la rivalidad. Y siento que es preocupante para la salud de nuestra joven democracia. Tenemos que ser más tolerantes y justos. Que no se permita trabajar y terminar con los que elegimos, y que luego, al terminar, se evalúen los aciertos y errores. ¿Por qué tanta cólera y apuro?
 
Así no creo que podamos hacer patria para nadie…
 
- Matilde Ureta de Caplansky es psicoanalista-
 
 
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