A propósito de las olas y tsunamis de la emancipación en América Latina

04/12/2012
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Prólogo al libro América Latina y la tercera ola emancipadora (Ocean Sur, 2012) de Hugo Moldiz
 
 
En el momento de cumplirse 500 años del inicio de una aventura que dio como resultado la constitución del primer sistema-mundo de dimensión planetaria, a 500 años del inicio del mayor genocidio conocido en la historia de la humanidad, la calma provocada por el vaciamiento de sentidos que llegó con el neoliberalismo y el llamado fin de la historia empezó a verse perturbada por rebeliones pequeñitas, variadas, humildes y silenciosas pero imperturbables, que salían de los subterráneos mostrando las huellas de una larga resistencia a la opresión.
 
Hace un poco más de 500 años América nació como el nudo conflictivo desde donde se fraguaba la globalidad capitalista. Una globalidad que surgía de la combinación de lo diverso, negándolo y sometiéndolo pero nutriéndose de su versatilidad. Una globalidad hegemonizada que derramaba tragedias. La globalidad de la guerra infinita, de las muertes inocentes, del saqueo y la depredación. La globalidad del pensamiento único, de la modernidad y la occidentalización, la globalidad del blanqueamiento.
 
El libro que nos ofrece Hugo Moldiz relata una larga historia de luchas con tres momentos centrales, que aluden a las distintas modalidades de colonización o sometimiento que se implantan en las tierras del Abya Yala, en las tierras de los mayas, taínos, mexicas, incas y tantos otros pueblos arrasados, aunque no borrados. Modalidades de colonización que alimentan un proceso largo de acumulación, desposesión y lucha en el que el sujeto hegemónico se transforma y cambia incluso de centro geográfico.
 
    La hegemonía se estructuró sobre una política de exterminio —nos dice Moldiz— […] es completamente falso que los indígenas se rindieron rápidamente por una mezcla de temor y admiración.
 
Las luchas de resistencia a la invasión, a la Conquista, al genocidio étnico, al arrasamiento cultural y territorial no han parado desde hace ya más de 500 años, pasando por las guerras de Independencia, que además de dar lugar en muchos casos a una nueva institucionalidad, jurídicamente descolonizada, fueron un escenario continuado de las guerras por una descolonización integral. Tanto los pueblos originarios de esta región del mundo como los pueblos implantados acá provenientes de otras, mayoritariamente de África, después de tres siglos de colonización seguían peleando por mantener sus costumbres, tradiciones y modos de vida. Por vivir de acuerdo con sus concepciones y prácticas, por volver a ser libres y autónomos. Su participación no fue secundaria en las guerras de independencia, fue fundamental; no fue «intuitiva» —como en algún lugar sugiere el texto—, fue deliberada, a pesar de que el desenlace y la reconstrucción societal subsiguiente correspondió más a los proyectos de las cúpulas del poder arraigado localmente que a las aspiraciones emancipatorias de los pueblos sometidos tanto por esas cúpulas como por los representantes de la Corona.
 
No se puede desconocer, sin embargo, que las Independencias constituyeron un paso adelante en esa larga lucha por la descolonización y la emancipación plena, de la que Moldiz asegura, parafraseando a Marx, que ocurrirá cuando «se pase del reino de la necesidad al reino de la libertad» y que tiene un nuevo momento de concentración de tensiones y potencialidades transformadoras alrededor del reciente salto de milenio.
 
La colonización europea fue sucedida paulatinamente por una relación casi de exclusión con Estados Unidos, amparada en la idea de Monroe que definió las políticas hacia el continente.
 
El largo siglo XX estuvo caracterizado por la expansión de Estados Unidos y por su consolidación como la mayor potencia mundial, punta de lanza del sistema-mundo capitalista. El american way of life se fue implantando tanto como el cristianismo en los tiempos de la Colonia, modificando las formas y las concepciones pero manteniendo la política de exterminio como estandarte hasta llegar al momento actual, el del cambio de milenio, en que, de acuerdo con Moldiz, experimentamos una nueva ofensiva imperial mientras, simultáneamente, se levanta una nueva oleada emancipatoria.
 
Curiosamente la reflexión de Moldiz no da un espacio del mismo nivel a la otra importante oleada emancipatoria que vivió América alrededor de los años sesenta y setenta. No desperdiciaré la oportunidad que me da este prólogo de ser la primera en discutir con el autor para destacarlo, con cierta sorpresa. No solo por la relevancia de la Revolución Cubana en la historia de Nuestra América, que logró llegar al punto de plantearse la construcción de formas de vida y de gobierno distintas y disidentes del modelo hegemónico, y que por cierto Moldiz reconoce abundantemente, sino porque no fue un caso aislado o particular, como quizá puede afirmarse de la Revolución Mexicana a inicios de siglo. Hubo varias experiencias de gobiernos nacionalistas que, guardando las proporciones históricas, habían emprendido una lucha similar a la de algunos de los casos emblemáticos de la actualidad (Venezuela, Bolivia y Ecuador) y un espíritu libertario y guerrillero se extendía por todo el continente buscando la subversión de las condiciones existentes, tomando como aliciente la experiencia de Cuba.
 
En un contexto en que golpes de Estado recurrentes imponían gobiernos antipopulares marcadamente represivos internamente y complacientes hasta la exageración con los intereses de Estados Unidos, dos vertientes de lucha, coincidentes en la búsqueda pero diferentes en los caminos adoptados, empujaban hacia una Nuestra América más libre y soberana. Organizaciones revolucionarias emulaban el proceso cubano y lo reinventaban a partir de sus propias condiciones. Había una efervescencia emancipadora absolutamente contagiosa que tuvo en la región del Cono Sur su experiencia más lograda y más ambiciosa con la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR), constituida por el MIR de Chile, el ERP de Argentina, los Tupamaros de Uruguay y el ELN de Bolivia.
 
Una organización de organizaciones que trascendió las fronteras políticas impuestas en el momento de conformación de las naciones a resultas del proceso independentista, que ganaba terreno y adherentes en la medida que crecía su autoridad moral, y que estuvo a punto de generar una amplia región socialista en América del Sur.
 
Como sabemos la siniestra Operación Cóndor abortó los sueños libertarios de miles de luchadores que se agrupaban en torno a la Junta. Solamente en Argentina este episodio costó el aniquilamiento de una generación completa y una cifra de 30 mil muertos, que se acompañaban de los de Brasil, Paraguay, Chile, Bolivia y tantos otros lugares donde guerrilleros por la libertad, contra el colonialismo y el imperialismo entregaron sus esperanzas, sus ilusiones y sus vidas intentando construir un mundo mejor. La tre-menda derrota que estos operativos coordinados significaron y el vacío que se instaló en cada uno de los fantasmas vivientes que quedaron sobre los escombros, no cancela la apuesta ni la capacidad organizativa que se desplegó, y mucho menos el horizonte utópico que la movía. Las organizaciones revolucionarias más importantes de la época habían logrado crear una organización que trascendía los cercos nacionales impuestos por las clases dominantes y se movía con las únicas fronteras de sus horizontes de lucha, que estaban abiertos al futuro.
 
La segunda vertiente libertaria de este momento, con características muy distintas, fue protagonizada primordialmente por estudiantes universitarios. Como tsunami planetario inició en Francia en mayo de 1968, en el París de la Sorbona, y se desparramó hacia todos los puntos de la geografía.
 
El episodio de mayor relevancia en América, tanto por la profundidad y duración de la lucha como por el salvajismo del desenlace, fue el de México. El movimiento creció, se extendió y se profundizó. Los jóvenes reclamaban libertad para pensar, para amar, para circular y opinar; recorrían los mercados y las fábricas en la ciudad, se adentraban en el cinturón rural en diálogo con los campesinos y lograron sacudir la realidad y los sentidos comunes, los miedos y la resignación. Dos meses de movilizaciones y trans-gresión de las normas sociales asfixiantes de la época fueron suficientes para desatar la ira de los dueños o depositarios del poder. El movimiento fue arrasado, como el de la JCR en el Cono Sur, por las botas militares. Y a pesar de que la sociedad se hundió en un periodo depresivo después de la masacre de Tlaltelolco, los cambios fueron notables. En México Pinochet se llamaba Díaz Ordaz y reprimió con el mayor odio, como el otro, a los jóvenes que pedían libertad, que querían leer a Marx y Marcuse, que se ahogaban en el oscurantismo. Y después de la masacre, que todos llevamos estampada en las conciencias, nunca pudimos vivir y entender el mundo de la misma manera que antes.
 
Con todo y el costo sangriento del movimiento estudiantil y del trágico desenlace, las voces del 68 cambiaron la dinámica política y cultural de la época. Nada echó atrás la lucha, ni en Francia, ni en México, ni en ninguno de los otros lugares donde las manifestaciones de inconformidad y de búsqueda ocurrieron.
 
Dos caminos muy distintos, pero con un horizonte confluyente, modificaron definitivamente el paisaje nuestroamericano. La construcción del socialismo en Cuba y las luchas en el resto del continente plantearon una fuerte confrontación con las modalidades abiertamente imperialistas que asumía el nuevo hegemón. La Alianza para el Progreso, el bloqueo a Cuba, la Operación Cóndor, el trabajo de la USAID penetrando y controlando poblaciones y auspiciando golpes de Estado y el despliegue de la CIA entre las iniciativas más destacadas, anunciaban que esos nuevos tiempos serían duros y que la autodeterminación y la emancipación cuestan. Sin las movilizaciones populares de esos momentos todos nuestros países se hubieran convertido en las Repúblicas bananeras que tanto gustaban al Tío Sam. Papa Doc y Somoza hubieran reinado en todas nuestras tierras. Sin embargo, a pesar del arrasamiento de una generación completa en algunas regiones y de la persecución y cooptación generales, la idea de que el socialismo era posible y la apertura de espacios democráticos y de florecimiento de las ideas fue instalada por estos movimientos.
 
El neoliberalismo se ocupó nuevamente de irlos cerrando o pervirtiendo. Las universidades intentaron ser disciplinadas por el pensamiento único y las sociedades devastadas por el mercado único, que anulaba la diversidad local para imponer una diversidad estandarizada global y pretendía privatizar hasta el agua de la lluvia, empezando por la que cae en Cochabamba.
 
Pero la larga noche neoliberal encuentra nuevamente sus límites en la fuerza y la dignidad de los pueblos. Moldiz ubica bien, ahora sí, el momento de esta, para él tercera, oleada emancipatoria: el levantamiento zapatista en Chiapas, que inicia una serie de rebeliones y experiencias de distinta envergadura y estilo pero que abarca casi todos los rincones del continente y que tiene una tonalidad distinta por la calidad de sus protagonistas.
 
De la rebelión y resistencia a la invasión y a la colonialidad se pasó a lo largo de estos 500 años a la lucha por el socialismo y, ante la evidencia de la catástrofe ambiental, a la reivindicación de la Pacha mama y a la rebelión en las cosmovisiones y formas de vida. La modernidad se desontologizó y apareció como producto histórico, abriendo los horizontes de los caminos que permiten trascenderla evitando el suicidio del planeta.
 
Los pueblos de Nuestra América, como en el momento de las luchas de Independencia, son nuevamente punta de lanza, pioneros, de los nuevos procesos de descolonización y desenajenación.
 
Tres vertientes ubica Moldiz en esta nueva oleada: la reiterada e insistente lucha por el socialismo; la búsqueda de reacomodo en la división internacional de poderes; y la búsqueda por refundar la sociedad entera mediante la recuperación de la Pacha mama como razón y sentido general expresada en el concepto/proyecto-político del Sumakqamaña o del Sumakkawsay.
 
El primer caso, el de la búsqueda del socialismo, inicia en Cuba y sigue por las correas de algunos gobiernos y organizaciones políticas la mayoría de las veces con una trayectoria que data por lo menos de mediados del siglo XX. En principio esta opción no debería estar reñida ni despegada de la última mencionada, que propone una subversión total y la reconstrucción de los pilares sobre los que se construye el proceso social. No obstante, en muchos casos esta corriente o bien tiene urgencias pragmáticas que la contienen, o no logra traspasar la frontera epistemológica de la modernidad y eso limita sus posibilidades de dislocamiento o subversión del capitalismo como sistema de ordenamiento tanto de la realidad como del entendimiento del mundo. Es quizá cuestión de tiempo. El camino del socialismo tiene que ser profundizado para confluir con el que podríamos agrupar genéricamente como el del Sumakqamaña.
 
La segunda ruta que Moldiz destaca como parte de las alternativas realmente existentes es la que se ha querido llamar del posneoliberalismo y que busca sobre todo un reposicionamiento con respecto a los poderes hegemónicos. Ensayando nuevamente algunas fórmulas desarrollistas que en otros tiempos ayudaron a dar un salto no ilusorio pero sí temporal, posible mientras el momento de inestabilidad sistémica que acompaña la reestructuración de los modos de acumulación, apropiación y organización social con los que el capitalismo recrea sus condiciones de posibilidad.
 
El capitalismo es un sistema de organización social, productiva y territorial global y globalizante. Constituye una totalidad articulada que tiende a la posesión exhaustiva e integral. El capitalismo absorbe y ordena la diversidad; la admite en la medida que la controla y no da cabida a la diversidad libre o autónoma ni cuando de capitalismos se trata, en caso de ser eso posible.
 
El capitalismo del sur, el capitalismo andino, el capitalismo asiático y cualquier otro que las ilusiones desarrollistas pretendan construir como entidad con vida propia es una ficción. Resolver las contradicciones del capitalismo supone trascenderlo, no darle otra imagen, ni sucumbir ante la seducción de un juego de fuerzas que efectivamente existe y permite reacomodos dentro de ciertos márgenes, pero sin modificar las reglas que intrínsecamente portan esas contradicciones. Las diversidades son posibles, por supuesto. El sistema las sigue reproduciendo y aprovechando. Lo que sucede es que cada vez más se convierten en diversidades funcionales, diversidades re-creadas que se parecen a las diversidades emancipadas o independientes solo como el ropaje del emperador.
 
En el tiempo corto, que no es el de los horizontes emancipatorios, pueden efectivamente generarse cambios que, como no implican un distanciamiento —y mucho menos una ruptura— con respecto al ethos de la modernidad capitalista, vuelven a colocar las aguas en su nivel aunque, tal vez, con el desplazamiento de algunos peces de un lado hacia el otro.
 
En esta ruta, nos dice Moldiz:
 
    Si bien existen algunas señales de crítica radical al desarrollismo de la modernidad y una convocatoria a pensar en una manera de articular la desarticulada relación entre fuerzas productivas y naturaleza —enajenadas a ritmos acelerados por el desarrollo del capitalismo—, al mismo tiempo los gobiernos más radicales del continente impulsan megaproyectos que merecen el cuestionamiento de los pueblos indígenas.
 
La tercera ruta señalada por Moldiz, la del Sumakqamaña o Sumakkawsay, destaca indudablemente por su novedad con respecto a luchas anteriores, por los sujetos que la enarbolan y por la perspectiva histórica sistémica que la anima. Propuesta cuyo horizonte hinca raíces en pasados milenarios mirando claramente desde un presente convulso, mestizado y en gran medida catastrófico, hacia un futuro de emancipación de amplio espectro.
 
Ni rescate bucólico de un paraíso natural, ni fundamentalismo étnico, ni vuelta al pasado. El horizonte trazado por el Sumakqamaña parte de la constatación de la insustentabilidad del capitalismo, de la insensatez del progreso y por lo tanto de la inviabilidad del «desarrollo» como metodología de reproducción de la vida material. La experiencia ha comprobado que la línea recta no es el mejor camino para la felicidad.
 
Reconocimiento de la plurinacionalidad como reconocimiento de una diversidad equilibrada en la que ninguna nación podría colocarse por encima de las otras es un primer desafío de deconstrucción de las jerarquías del poder. No obstante, si bien la plurinacionalidad apunta hacia la intersubjetividad, el entendimiento de la integralidad de la vida conduce a desenterrar las raíces del capitalismo para hundir las otras que sostienen a la madre del universo: la Pacha mama.
 
No se trata de trasladar el eje del ser humano, criatura suprema de acuerdo con el pensamiento moderno, hacia la naturaleza. Sino de trasladarlo hacia la vida en toda su amplitud y complejidad. El centro es el edificio tridimensional y multitemporal en el que habitan todas las criaturas en interacción. La complementación atraviesa todas las relaciones marcando diadas entrecruzadas y lo mismo efímeras que de tiempo largo: noche-día; montaña-valle; hombre-mujer; agua-fuego.
 
La esencia es la vida de la madre del universo, la Pacha mama, la que hace posible la vida y en la que somos con todos los otros.
 
Pero la traducción política de estos principios es la parte complicada. Es un desafío a la impaciencia de los actores sociales cada vez más acosados por el pragmatismo del tiempo cero; es un desafío a la imaginación práctica y a los ritmos de reconstrucción marcados por los tiempos de la naturaleza y el pensamiento profundo; es un desafío a la colonialidad epistemológica que dificulta el pensar y el hacer si no se ciñe a los criterios y modos de la visión del mundo impulsada por la modernidad capitalista; es un desafío al atrevimiento de pueblos largamente sometidos; es un desafío a la consecuencia de las visiones que se reclaman respetuosas y defensoras de la diversidad, de la democracia, de la independencia, de la autogestión, de la autodeterminación, del respeto a la vida en su completud y del poder del colectivo.
 
Pasar del reino de la necesidad al de la libertad, de acuerdo con el postulado marxiano que Moldiz retoma, supone crear condiciones de vida plena construyendo la ivimaraei o tierra sin mal de la que hablan los tupí-guaraníes. Utopía que no tiene condiciones de posibilidad en el capitalismo que se erige sobre la negación del otro. Utopía perseguible en ese otro mundo evocado por el sumakqamaña. Horizonte inagotable y a la vez plan de ruta de la reconstrucción societal.
 
Un proyecto político de tal naturaleza, organizado en torno a la búsqueda de una emancipación de espectro completo, conduce a la invención de una nueva institucionalidad y a la deconstrucción o vaciamiento de la que corresponde a las estructuras de dominación.
 
En varios de sus textos Moldiz ha reiterado una reflexión que sorprende viniendo de alguien que nunca ha sido cercano a las ideas anarquistas:
 
    …si la ecuación del neoliberalismo es cada vez menos Estado y cada vez más mercado —como el espacio idealizado que encubre las relaciones sociales antagónicas producidas por el capital, la ecuación emancipadora será más bien cada vez menos Estado, cada vez más comunidad.
 
Reflexión contaminada seguramente por el habitus comunitario que en Bolivia se respira por todas partes, pero elabora a partir de un análisis cuidadoso de la realidad y sus alternativas.
 
La emancipación «…será plena cuando exista ese “no Estado”» nos dice Moldiz. ¿Será que los caminos adoptados por Nuestra América nos llevan por esos rumbos? ¿Confluirán por ahí los múltiples sujetos y las diversas rutas emprendidas? ¿Podremos en esta oportunidad por fin desprendernos de la sumisión intelectual y política?
 
Moldiz nos provoca pero nos hace fácil la tarea. Coloca muchas piezas y nos deja en libertad de moverlas y acomodarlas para construir las explicaciones. Invitación al debate que motiva la discusión tanto de la interpretación histórica como de las disyuntivas políticas o civilizatorias que dibuja. Reflexiones ineludibles para hacer del presente un camino hacia la utopía.
 
El futuro tiene que ser construido con cuidado, paciencia y sensatez, pero sin perder ni un minuto en complacencias.
 
Más información sobre este libro en
 
https://www.alainet.org/es/active/60104
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