Repensar lo que pasa en Medellín

19/11/2012
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Es muy doloroso que la muerte de la gran mayoría de seres en esta guerra pase inadvertida. Cientos y miles de seres humanos mueren en esta guerra fratricida como NN. Tienen que ser asesinados los agentes de Policía y los raperos, para que la ciudad y el país recuerden esa guerra silenciosa y arraigada que se vive en el día a día de las comunas de Medellín, de Cali, en San Andrés, en muchos otros lugares que importan a muy pocos. No son los ricos los que mueren, ni los dirigentes los que están en riesgo; son las comunidades más pobres las que están de manera infame sitiadas por los propios vecinos, por su familiares y amigos, que convertidos en carne de cañón por quienes saben que la necesidad, la ignorancia y la ambición tienen cara de perro. Ellos cercan a sus propias madres y hermanos, haciendo aún más difícil su desempeño social y laboral, ellos cobran vacunas a los tenderos y vendedores ambulantes, que pueden ser sus padres o tíos, y cobran vacuna a los transportadores y mercados, que les acercan la ciudad y los insumos. Pero eso importa a muy pocos. E importa menos preguntarse por qué esa guerra entre hermanos se hace tan próspera y extendida, qué hay en la base de esas comunidades que la oportunidad y el futuro se pinta de armas y poder  mercenario, sin ideales, jugándose la vida en nombre de capos a quienes tampoco les importa su vida.
 
La ciudad como en los 90s está otra vez sitiada, pero los aprendizajes de esos años no se traen a cuento. Tal vez porque quienes gobiernan hoy la ciudad no vivieron o vivieron muy de lejos esos días aciagos, o porque están demasiado interesados en la imagen de la ciudad, y brillarla ocupa su tiempo. Y cuando se ocupan de la guerra es para coger los capos, los jefes de las bandas y de los combos, o los simples carritos (quienes portan las armas), lo que está bastante bien y hay que decir, que sin el mandato Uribista, hay mayor disposición a perseguirlos. Pero, esa es la estrategia.
 
No aparece una respuesta a ese otro que sufre esta guerra, como víctima o victimario, es igual, por las condiciones que la hacen tan propicia, por la protección a la vida y al desempeño en libertad de quienes tienen que vivir aterrorizados y silenciosos en esas casas que se apeñuscan en la montaña.
 
La respuesta es más Policía, está bien, pero no solo eso. Muchas veces también la policía acorrala y maltrata a la comunidad, especialmente a los jóvenes, los ha convertido en sospechosos, lo que para nadie es un secreto, pero no se puede nombrar, no hay quien escuche estos reclamos. La repuesta es que avanza Buen Comienzo, una gran estrategia de atención integral a niños de 0 a 5 años, pero mientras es ese largo plazo pasa, ¿cuál es la respuesta a ese 50% de desempleo en las comunas de Medellín? Cuál es la respuesta a sus necesidades sociales y culturales, más allá del apoyo a eventos, y de un presupuesto participativo que se restringe cada día más y no se opera por entidades comunitarias, porque ellas “no tienen la capacidad”, sino por “contratistas profesionales” cuya profesión no es por supuesto el trabajo humano, sino ganar contratos.
 
La conversación, los titulares de prensa, las estrategias, como herederos de la seguridad democrática, hablan de fuerza pública, de combatir el crimen, de capturar las cabezas. No recuerdo que en este año se haya convocado a los ciudadanos a hacer un frente colectivo por la vida digna de las comunidades afectadas, ni se haya hablado evidentemente de la necesidad de construir proyectos juveniles de fondo, o de la generación de oportunidades laborales o de ingreso para las comunidades, o de la importancia de fortalecer seriamente a las organizaciones sociales como estrategia de cohesión social. Hemos oído hablar de armas, de cámaras, de agentes. Retomando al azar declaraciones de la prensa, ilustro: “El concejal Juan Felipe Campuzano, del Partido de la U, considera que le falta coherencia a las políticas de seguridad de la Alcaldía para enfrentar el conflicto. “Eso está desencadenando que estos bandidos ya consideren que tienen el poder de Medellín; que pueden emboscar, asesinar y masacrar policías o población civil cada vez que se les antoja”, denunció.
 
“Eduardo Rojas, secretario de Seguridad, dijo que no desconoce que la ciudad está viviendo una situación compleja en materia de seguridad. Para él, entre otras medidas, hacen falta cerca de 3.300 agentes de policía en Medellín. Rojas contradice la visión del Concejal y resalta que uno de los principales logros de su Secretaría es la creación del Plan Integral de Seguridad y Convivencia, que articula a más de 10 instituciones del Estado en un plan, a tres años, para combatir la delincuencia, además de garantizar la inversión para el 2013 de más de 50.000 millones de pesos en seguridad.  Aún para Carlos Arcila, miembro de la Mesa de Derechos Humanos del Valle de Aburrá, “la Policía ha hecho una tarea importante en ganarles terreno a los ilegales.  os policías son atacados porque los 'combos' han ganado tanto poder que ya no respetan ni a la Fuerza Pública”. Tal vez quienes más han dicho públicamente que la solución es lo social y no las armas, es justamente la policía. El viernes, en el Concejo de Medellín se debatieron las razones del desbordamiento de la violencia, y hubo dos conclusiones, diametralmente opuestas: que el recrudecimiento del conflicto se debe a que las autoridades están 'pisándoles los talones' a las organizaciones delincuenciales y que falta autoridad para combatir al crimen organizado. El Alcalde ha dicho que es necesaria más institucionalidad, eso está bien, pero con programas estratégicos y con las comunidades.
 
Y mientras tanto, muchas, muchísimas de la entidades sociales (ONG´S Y OSC) y organizaciones comunitarias están al borde del cierre, luchando por no morir, pues los programas sociales ya no se hacen con el apoyo de estas organizaciones -que piensan y deliberan, lo que no es deseable- sino con contratos precarios a personas que no constituyen un equipo, ni construyen conocimiento. Basta ver la circular en la que se le pide la devolución de comodato de los locales que por años asignó el municipio a las organizaciones comunitarias que tiene ya callo de poner su pecho a las balas y a las amenazas en los barrios para quietarle espacio a la guerra y darle vida a la vida; porque ya no pueden pagar los servicios ni la seguridad. Pero lo hicieron por años, entonces, porque no preguntarse, ¿qué les falta para permanecer ahí con todo su saber u su coraje? No hemos hecho la cuenta, porque es imposible hacerla, pero estas organizaciones le han ahorrado tantas, tantísimas vidas a la ciudad, nos han enseñado de planeación local, de participación, de convivencia, que estamos en deuda con ellas, somos nosotros los que les debemos. Alguien deberá hacer saber de esta deuda.
 
Estamos en tiempos pretéritos. Hemos extrañamente olvidado esas guerras que nos acorralaron pero que también nos enseñaron de modo incuestionable que lo importante es la defensa de la vida, pero de la vida plena. No se trata solo de medir los homicidios como señal de pérdida o ganancia, sino de medir el número de chicos que pueden sacarle el cuerpo a la tentación de ese negocio efímero pero deslumbrante, que no es otra cosa que su propia destrucción. Pero para ello es necesario que de nuevo pensemos juntos el conflicto, permitamos que se hable públicamente de él, que se convoque como en otros tiempos a las comunidades afectadas, junto con la dirigencia y los expertos, a pensar las soluciones. Así lo hicimos en los 90s cuando la Consejería Presidencial para Medellín y con ella, líderes sociales, nos permitieron comprender que era necesario nombrar, analizar y visibilizar las causas para poder dar una solución, reconocer el valor de las organizaciones ciudadanas, darles voz y protagonismo, para que desde su lugar asuman un papel protagónico en la solución de los conflictos. En ese momento; en el marco de los Encuentro de Alternativas y Estrategias de Futuro para Medellín, por primera vez, gobernantes, empresarios y comunidad construyeron una agenda ciudadana cuyo más grande valor fue el capital social que nos dejó de herencia, esa que hoy expira por falta de cuidado, de valoración.
 
Volvemos a necesitar una propuesta de liderazgo que se pregunte por lo fundamental. Es muy posible que necesitemos ayuda nacional e internacional, porque esta guerra se instala de manera subrepticia en los barrios, en las comunidades, y ha cooptado, puedo decir, casi todo el territorio.  Es necesario tener humildad; reconocer que este mal tiene muchas raíces históricas, que cuando se reclama la atención integral no es una crítica, sino, tal vez, un lamento; es necesario decir que la reedición del paramilitarismo vuelve a hacer metástasis en Medellín y en Antioquia de manera brutal, porque este es un pueblo con muchas necesidades sin resolver, pero sobre todo, uno que no se resigna a la miseria y la oferta está en el camino de la delincuencia y en una doble moral que nos habita desde hace muchos años.
 
Innegables también son los avances de esta ciudad, no solo en infraestructuras; metro cables y metro plus, escaleras eléctricas y bibliotecas, mega colegios, y becas para la universidad, atención plena a la primera infancia y cobertura para la educación básica y secundaria, servicios públicos de gran cobertura y calidad para todos, pero algo más hace que este terreno esté abonado para el enriquecimiento de delincuentes que trafican armas y droga y dinero poniendo en jaque la vida y los derechos de las comunidades pobres.
 
Todos, Gobierno, empresarios y sociedad civil tenemos que reclamar a una voz que miremos de frente y con coraje esta tragedia y no dejemos morir solos  a tantos hermanos.
 
El promedio de muertes diarias en el área metropolitana es de siete seres humanos con rostro, sueños y familia. Van 135 muertos este año en la Comuna 13, pero solo hemos sabido de la muerte los hiphoperos, porque su gran valor es que se han dado a sí mismos un lugar y un nombre y por lo tanto no mueren como NN. Por ellos, por su voz silenciada y en nombre de todos los demás, pedimos un alto en el camino, un espacio para la construcción conjunta de soluciones de fondo, que difícilmente puede ser liderada por otro distinto al Gobierno Municipal, pero que para ser efectivo tiene que parar también la muerte de las organizaciones sociales y comunitarias, a quienes tanto debemos, a quienes debemos en esta ciudad muchas vida y la conciencia ciudadana.
 
Por último, esta guerra sólo se hace realmente visible en Medellín, pero se incuba en muchas regiones del país. ¿Cuál es la propuesta de la Nación para combatir este flagelo? ¿Cuál es el papel de la Iglesia, que en otros tiempos fue compañía; formación y aliento de las comunidades? y ¿Cuál el papel de los organismos internacionales frente al conflicto urbano?
 
- Lucía González Duque es Arquitecta, Colaboradora Caja de Herramientas
 
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 329
Semana 16 al 22 de noviembre de 2012
Corporación Viva la Ciudadanía
 
https://www.alainet.org/es/active/59727

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