Perspectivas en el Siglo XXI: China y América Latina

18/08/2011
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La primera década del siglo XXI profundiza cambios estructurales que venían estableciéndose desde las últimas décadas del siglo XX, marcadas por el avance de la revolución científico-técnica y de la multipolaridad, lo que abre un escenario de grandes posibilidades en el mundo contemporáneo.
 
La crisis de largo plazo de la economía mundial iniciada en 1968-73 y concluida en 1992-94 puso fin a la Guerra Fría y estableció la primera etapa de la crisis de hegemonía de los Estados Unidos en el sistema mundo. La reducción de los diferenciales de productividad con Europa Occidental y Japón, la elevación salarial producida por los años de pleno empleo y los gastos de la Guerra de Vietnam provocaron la caída de la tasa de ganancia, la crisis de financiación de la balanza de pagos estadounidense y la ruptura del patrón oro-dólar. Las políticas de fluctuación del dólar que se siguieron llevaron a su devaluación en la década de 1970, pero propiciaron la fuga de capitales de Estados Unidos y un escenario de gran liquidez mundial que se relacionó con la pérdida del liderazgo político internacional estadounidense, cuyas mayores expresiones fueron la derrota en Vietnam, la Revolución Iraní y la Revolución Sandinista en Nicaragua. La política del dólar fuerte se inició al final del gobierno Carter, pero fue consolidada en los gobiernos republicanos de Reagan y Bush Padre, que la ligaron al proyecto neoliberal de apertura comercial y financiera y a la segunda guerra fría. El objetivo era atraer capital a Estados Unidos, desplazar la acumulación hacia el sector financiero a través de la deuda pública impulsada por altas tasas de intereses, reducir los salarios reales a través del desempleo, contener la expansión económica y política del tercer mundo y su aproximación al bloque soviético, este último presionado por una nueva carrera armamentista y la ofensiva de aislamiento ideológico.
 
Pero el costo de la implementación del proyecto neoliberal fue muy alto para sus líderes. Si, de un lado, culminó en el fin de la URSS -una potencia regional-, contuvo los proyectos de modernización en la periferia y el espectro de la revolución en América Central, de otro lado, aumentó drásticamente la deuda pública estadounidense y sus déficits comerciales y en cuenta corriente. La tentativa de contener los desequilibrios cambiarios y financieros dio lugar a una triple estrategia por parte del Gobierno Clinton: primero, la reanudación del espíritu de los Acuerdos del Plaza[1], en este caso, para contener la revaluación del dólar a través de una sobrevaluación del yen japonés; segundo, la reducción de la tasa de intereses en Estados Unidos, que combinada con las innovaciones tecnológicas generadas en los años 1970/80, permitió el establecimiento de un ciclo largo de expansión que se desarrolla en la economía mundial a partir de 1994-98; y tercero, la reducción de los gastos militares como forma de contener el gigantesco déficit público dejado por los años de neoliberalismo ortodoxo liderado por los republicanos. Esta estrategia centrada en la pretensión de manejar los desequilibrios de la economía mundial a través de una gestión Trilateral o del G-7 de la economía mundial, abrió las ventanas de oportunidades para que China se establezca como un actor internacional clave en la economía mundial. Este hecho puso en jaque las pretensiones unilateralistas estadounidenses al incorporar a ésta un nuevo centro de acumulación de proporciones gigantescas, que escapaba a la capacidad de control de Estados Unidos o el G-7. China aprovechó el espacio dejado por Japón y devaluó el yuan, acoplándolo al dólar. Al hacerlo, dirigió hacia el mercado internacional parte del esfuerzo altamente dinámico de desarrollo que realizaba internamente. La tentativa del Japón de retroceder posteriormente en su revaluación no desplazó a China de la posición estratégica que alcanzó en el mercado estadounidense, generando la crisis asiática que afectó a los países de la región cuyo equilibrio de la balanza de pagos dependía del mercado o la dinámica de la economía estadounidense, como es el caso de Corea del Sur, Tailandia, Indonesia, Malasia y Filipinas.
 
La emergencia de China se asentó en la combinación de procesos sucesivos. El primero fue la revolución socialista que eliminó la sobreexplotación del trabajo y elevó las condiciones de vida, principalmente en salud y educación. El segundo, los cambios de organización establecidas a partir de la “era Deng Xiao Ping” desde 1978, que buscaron responder a las presiones por la democratización que emergieron en la revolución cultural, y las orientaron hacia la descentralización gerencial al crear las empresas de aldeas y municipios, de carácter comunal, ni estatales ni privadas, que se convirtieron en la gran palanca empresarial de la modernización y el dinamismo económico chino. El tercero fue la articulación de este proceso con el capital proveniente de la diáspora china en Asia, concentrada sobre todo en Hong Kong y Taiwán, que se benefició de la transferencia de tecnología y de capitales desde Estados Unidos y Gran Bretaña, en función de una gestión política del capitalismo asiático, dirigida hacia la creación de polos de desarrollo capaces de contener la expansión socialista en la región. Finalmente, el cuarto proceso es la entrada de capital extranjero orientada a la exportación de productos al mercado estadounidense y posteriormente al mercado interno chino.
 
Desde 1994, cuando el yuan es devaluado, hasta 2010, la participación de China en las exportaciones mundiales se multiplica, pasando del 2,3% a 9,1%, mientras que la participación de Estados Unidos cae del 12,8% al 9,9%. Este proceso no se hace en detrimento del mercado interno, puesto que las importaciones chinas saltan en el mismo periodo del 2,2% al 8,9% de las importaciones mundiales -aproximándose a Estados Unidos, que redujo su participación del 14% al 9,9% entre 1998 y 2009-; la participación de sus exportaciones en el PIB no rebasa el 26% y su tasa de inversión se eleva de la franja del 40% del PIB para rebasar el 50%, después de la crisis de 2008, cuando la caída de las exportaciones fue compensada por un importante programa de gastos públicos dirigidos al mercado interno.
 
El éxito chino supera las ventanas de oportunidades creadas por las fallas de gestión macroeconómica promovida por el G-7. En la base de su ascenso está un esfuerzo sistemático para la creación de un sistema nacional de innovación capaz de incorporar la tecnología extranjera al desarrollo de la capacidad local de innovar. Esta trayectoria incorpora aceleradamente la revolución científico-técnica a los procesos productivos y societarios, elevando la producción china a los niveles tecnológicos internacionales más avanzados. De esta forma, se establece una ventaja competitiva china frente a los grandes centros de acumulación occidentales: éstos, presionados por el pleno empleo en los años 1960 y por el aumento del valor de la fuerza de trabajo producido por la revolución científico-técnica, recurrieron al neoliberalismo como forma de elevar el desempleo y transferir valor al capital -sin la mediación de la producción-, por medio de la deuda pública. El resultado ha sido la reducción de las tasas de inversión en Estados Unidos y Europa Occidental; la transferencia de cadenas productivas hacia países periféricos, como China, que ofrecen una fuerza de trabajo más barata, pero calificada; y la decadencia de estos centros tradicionales en la jerarquía de la cadena de valor de la división internacional del trabajo.
 
A. Latina: ¿cuál estrategia de inserción internacional?
 
La emergencia de China como gran actor del comercio exterior provoca impactos significativos en América Latina. En la primera década de este siglo, representaba aproximadamente el 10% de las importaciones de nuestra región, impactando significativamente en su estructura de precios. Se revirtió, a partir de 2003, el tradicional deterioro de los términos de intercambio entre productos primarios y productos manufacturados, lo que permitió a América Latina atravesar la crisis cíclica provocada por la salida de capitales extranjeros, entre 1999 y 2009, con relativa tranquilidad, puesto que, en el periodo 2003-08, ingresaron por el comercio exterior US$ 322 mil millones de dólares, gracias a la modificación en los términos de intercambio entre productos primarios y manufacturados. Este proceso ha provocado una fuerte reprimarización del modelo exportador de los países latinoamericanos, entre ellos Brasil, y en varios casos ha implicado el fortalecimiento del sector primario-exportador de la burguesía en el control de nuestros Estados. Sin embargo, conviene alertar sobre este tipo de estrategia de inserción internacional y redefinición interna de las relaciones de poder.
 
Es poco probable que el cambio en los términos de intercambio, en beneficio de los productos primarios, sea sostenible. La propia China diseña su futuro buscando la inserción en una estructura productiva de alta tecnología. La elevación de los precios primarios es impulsada por una demanda proveniente de una población que aún tiene necesidades básicas que satisfacer y de un país que no desarrolló plenamente su industrialización, pero también por el desequilibrio entre el volumen de importaciones de China y su volumen de inversión directa; éstos, restringidos por el hecho de que gran parte de la inversión extranjera china se orienta hacia los títulos de la deuda pública estadounidense.
 
Sin embargo, China viene incrementando fuertemente su inversión extranjera directa para contener el alza de las commodities, reduciendo su vinculación al dólar por las incertidumbres crecientes relacionadas a este patrón monetario, al tiempo que su población tiende a alterar el perfil de su demanda, en la medida en que va elevando su estándar de vida y el nivel de ingreso per cápita. Por este motivo, es profundamente aventurero insertarse en las nuevas rutas del comercio exterior abiertas por China impulsando una estrategia primario-exportadora. Los ejemplos de debacle en nuestra historia son muchos y los ejemplos de Argentina y Uruguay el siglo XX son bastante ilustrativos.
 
La mayor parte de las importaciones chinas se dirige a productos de alta tecnología, que en 2009 representaban el 70% de las mismas. La capacidad de América Latina de aprovechar estas posibilidades depende, como demuestra la historia china, de un esfuerzo interno de elevación del valor del trabajo, lo que requiere gastos en educación, salud, ciencia y tecnología, además de la superación de las carencias básicas que afectan los niveles de vida de nuestras grandes masas. A Brasil le corresponde un rol clave en este proceso: desvincular su Estado del control que sobre él ejerce el sector financiero; abandonar la economía política neoliberal que sobrevive en las políticas económicas de la centro-izquierda que dirige el país y construir un modelo de desarrollo basado en la reducción de las asimetrías regionales, en la erradicación de la pobreza y en el fortalecimiento de la integración latinoamericana. De esta forma, serán muchas las oportunidades para que la región pueda crear con China una relación de colaboración sostenible, capaz de impulsar un mundo multipolar en el siglo XXI, que avance hacia grandes transformaciones.
 
Carlos Eduardo Martins es profesor adjunto del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, Coordinador del Laboratório de Estudos sobre Hegemonia e Contra-hegemonia -LEHC/UFRJ- e investigador de la REGGEN.
 

Publicado en América Latina en Movimiento, Ajustes y desbarajustes, No 466
junio de 2011



[1] NDLE: Los Acuerdos del Plaza se refiere al último gran acuerdo para gestionar los tipos de cambio, en septiembre de 1985.
https://www.alainet.org/es/active/48855
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