Pobreza política y miserias mediáticas

20/10/2010
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En las recientes elecciones municipales y regionales del 3 de octubre, así como durante la campaña previa, que se intensificó en septiembre pasado, los arteros y canallescos ataques con propósitos de demolición contra la candidatura de centro-izquierda de Susana Villarán descansaron en tres modalidades.

Colonialidad del discurso

1.       El cuento de hadas del progreso y la modernidad propalado principalmente desde la tribuna electoral, por Lourdes Flores Nano y su Partido Popular Cristiano, en el hipotético caso que fuera elegida alcaldesa de Lima Metropolitana.

2.       El cuento de la caperucita roja (destinado a mentalidades con nivel educativo parvulario, de las que hay muchísimas en el Perú) que desde cierta prensa (diarios Correo, Expreso, La Razón) presentaba a la candidata de Fuerza Social como una mujer ingenua, por aliarse con los “lobos” de Patria Roja y otros “extremistas”.

3.       El cuento de la cripta del terrorismo cuyo fin discursivo era excluir, polarizar, asustar e inocular el miedo [[1]] a cientos de miles de incautos. En suma, estimular la histeria colectiva que tan buenos réditos políticos diera en los procesos electorales de años anteriores (1990 contra Mario Vargas Llosa; 2006 contra Ollanta Humala).

No está demás señalar que esa campaña fue compartida por toda la derecha económica, política y mediática; los poderes empresariales, financieros y tecnocráticos; contando, por si fuera poco, con la complicidad del régimen aprista encarnado en un ególatra.

En esos tres pilares –que podemos resumir en las “3C”— se condensó, a nuestro entender, el mensaje ideológico propalado por los dominadores con sus operadores políticos y mediáticos; siendo inevitable que se vuelva a repetir con contenidos renovados en la contienda que se avecina para la elección presidencial del 2011, más aun si dentro de un plazo relativamente inmediato se lograra concretar dos requisitos básicos para enfrentar con algún éxito electoral a los candidatos(as) de la derecha y/o proclives a la perpetuación del status quo socioeconómico: i] una candidatura presidencial unitaria y de consenso anti-neoliberal; ii] un amplio frente político, popular y democrático.

La efectividad de esos mensajes con sus correspondientes contenidos radica en el completo control que ejerce la burguesía criolla, oligárquica y dependiente de los poderes transnacionales sobre la casi totalidad de los medios masivos de comunicación convencionales (prensa, radio, televisión), pero también –y esto no es menos importante— por su plena hegemonía sobre la producción de la subjetividad colectiva y toda forma de creación cultural a través de esos medios.

La contrapartida de ese control pleno sobre los medios, de esa hegemonía cultural en la producción de subjetividad, así como de significados, símbolos y sentidos, consiste en la subalternización del pensamiento y la capacidad de respuesta política organizada de los oprimidos y dominados, que es el otro lado de la ecuación. Porque el ejercicio del poder desde las instituciones y/o a través de los medios, en países cuyos líderes –como el Dr. Alan García— aspiran y hasta sueñan con llevarnos hacia el olimpo del “primer mundo”, descansa en una relación de colonialidad. Aquí radica para nosotros el secreto de las “locuras del poder” que vivimos actualmente en el Perú.[[2]]

La colonialidad de la re-clasificación social

Mirado desde lo que ha sido y es permanentemente “excluido” o “marginalizado”, aun subordinado, la colonialidad del poder en el terreno de la producción de subjetividad y conocimiento, implica la re-clasificación social de todos y todas en dos grandes bandos: quienes están a favor –y proclaman su fe en ello— con lo que es considerado ideológica y culturalmente “correcto” en torno al crecimiento, el mercado, la democracia, que son los valores “universalistas” celosamente cuidados con unción en el altar del mundo euro-norteamericano/anglosajón. Léanse sino los artículos de Mario Vargas Llosa, uno de los grandes “illuminatti” cuya pluma se encarga de asegurar que la pureza universal de esos valores no sean contravenidos desde ningún rincón del globo, especialmente si son contradichos desde América Latina y el mundo hispano (este fue el motivo de fondo por el que recibió el Premio Nobel de Literatura 2010).

En el segundo bando están considerados “los diferentes”, cuyas subjetividades y producción de ideas “alternativas” son irremediablemente condenadas como arcaicas, jurásicas, “pasadistas”, anti-modernas, y otras sandeces parecidas. En este segundo bando entran desde indígenas amazónicos hasta zapatistas; desde el fundamentalismo religioso musulmán hasta el separatismo vasco o irlandés; desde guerrillas como las FARC en Colombia hasta las luchas de resistencia del pueblo palestino; los/las ecologistas que entregan su vida para defender nuestro planeta de la voracidad del capital; las feministas que pelean en desiguales condiciones por la igualdad de derechos de los géneros en todos los ámbitos de la existencia social; todos los movimientos sociales contestatarios, todas las expresiones del “altermundismo” y del “anticapitalismo” que se expresan en los Foros Sociales Mundiales, y una larga lista de etcétera.

En el medio de esos dos bandos está la inmensa masa (la mayoría de la “humanidad”) de los indiferentes, apolíticos, los políticamente indecisos; no desean meterse en política y menos contra el poder de turno; quienes viven dedicados a sus propios asuntos privados; solamente quieren trabajar y están dispuestos a dejarse explotar por muy miserable que sea el pago, con tal de tener algo de dinero con qué vivir; para quienes los asuntos comunes, sociales, colectivos o públicos son de exclusiva incumbencia de los políticos profesionales y las instituciones estatales (no va con ellos y ellas), porque para eso son elegidos.

Esa burda y grotesca re-clasificación social y política del mundo en dos grandes bandos, con un centro amorfo y siempre manipulable desde los centros de poder (incluso si es un poder mafioso y narcotizado); re-clasificación efectuada por los capitalistas desde su peculiar concepto de modernidad, con la finalidad de facilitar la dominación, cualquiera sea la escala territorial en la que esta se aplique, tiene como premisa histórica la apropiación de los productos, medios y condiciones materiales del trabajo social, así como de las mismas capacidades (físicas, mentales, intelectuales) de todo trabajo humano; la apropiación de todas las fuerzas productivas que hacen posible la generación de esos productos, medios técnicos, condiciones materiales y capacidades; la apropiación de territorios, regiones extensas, países, continentes, así como los diversos modos de producción y de vida allí existentes; la posesión privada de los recursos naturales, ecosistemas y toda forma de biodiversidad en el planeta que tenga algún aprovechamiento rentable, metamorfoseado en mercancía (valor de cambio). Porque a esto se reduce precisamente, a final de cuentas, la modernidad del capital: convertir al mundo en mercancía constituye su único norte, su “santo y seña”.

La colonialidad del poder asienta sus raíces en los procesos históricos de explotación y acumulación originaria del capital, que desde los albores del capitalismo ha sido –y sigue siéndolo— un proceso perenne, inacabado, mientras existan “recursos”. En su estudio fundacional del capitalismo, Marx mostró que la producción de plusvalor lleva aparejada la enajenación de los trabajadores; es decir, la reducción del individuo a fuerza de trabajo (“factor de producción”), separado/despojado de las condiciones materiales de producción (maquinaria y otros medios técnicos, tierra y otros recursos naturales) y de reproducción social en general; condiciones que son apropiadas por los capitalistas, que estos imponen ante el resto de la sociedad como fuerzas extrañas para succionarle más valor y asegurar el crecimiento económico in perpetuum movile, pero cuya fórmula secreta es acumular por acumular. Parte vital del funcionamiento a perpetuidad de este engranaje endemoniado y a la vez fatídico es el permanente sometimiento del “trabajo” al fetichismo del dinero y del salario; en la esfera de la sociedad (el “mercado” en el pequeño mundo de los neoliberales) ello se traduce en la producción de una ciudadanía enajenada de cualquier cosa que implique autonomía, emancipación y verdadera libertad humana; ciudadanos alienados de si mismos y de toda relación social que se disimula con hipocresía y cinismo mediante la seudo libertad burguesa de los mercados. Sobre este conjunto de condiciones histórico-estructurales se asienta entonces la colonialidad del poder.[[3]]

La digresión que acabamos de hacer sobre las conexiones entre la colonialidad del poder y los procesos de enajenación/alienación,[[4]] a través de las relaciones de producción en el capitalismo histórico, nos sirven necesariamente para entender por qué en un país como el Perú la candidata a la presidencia, Keiko Fujimori, encabeza las preferencias de intención de voto; o por qué los sectores populares se dejan embaucar por las promesas e ilusiones de liderazgos que representan la continuidad del estatus quo respecto del cual existen evidencias más que suficientes indicando saturación, malestar y hartazgo. También nos permite desmenuzar, en términos de las categorías de colonialidad y/o enajenación, cada una de las modalidades (las “3C”) en que se materializó el reciente discurso unívoco, monocorde y vulgar desde el poder político y mediático. En este artículo solamente nos ocupamos del primer discurso.

El fetichismo del progreso y la modernidad

El analfabetismo en los países pobres suele medirse en función del acceso a la escuela, el aprendizaje de contenidos en el “idioma oficial” –así como el dominio de este último— y los niveles educativos alcanzados. Pero ¿qué se enseña y aprende en la escuela básica (desde las más alejadas en zonas rurales, hasta las situadas en ciudades metropolizadas), en el colegio, el instituto técnico superior, la universidad? Pues contenidos y valores propios de la cultura occidental, considerada el epicentro de la modernidad y luz del mundo.[[5]] A los alumnos de toda edad y condición se les inculca que Occidente es el “centro del mundo”, la fuente de donde surge e irradia lo “moderno” referido al conocimiento, la tecnología, los valores morales, los bienes materiales, la riqueza, la buena sociedad, el crecimiento económico, etc. ¿Y qué es Occidente? Esencialmente, Estados Unidos y Europa occidental. El resto como Japón en Asia, Canadá en América del Norte, Israel en Oriente medio y países que –como los “tigres asiáticos”— mediante la frenética carrera por el desarrollo, buscando asimilarse a los anteriores, son sociedades occidentalizadas. En este proceso se encuentran también muchos de los países “de reciente industrialización” (Brasil, Rusia, India y China, los BRIC) y los llamados “emergentes”, provenientes de las canteras del Tercer Mundo o “en vías de desarrollo”.

Todos, en consecuencia, quieren parecerse a Occidente, ser como Occidente, vivir como se vive en Occidente. Occidente es el norte, el gran paradigma civilizatorio que todos imitan y al que –políticos y gobernantes—quieren igualarse. Opio moderno y permanente de los pueblos. Ese querer ser o parecernos a lo que en realidad nunca fuimos, pero al que los poderes omnímodos inducen y nos pretenden llevar (existir a imagen y semejanza de Occidente y de la civilización burguesa), a las buenas o malas, urbi et orbi, acaso constituye una poderosa fuente para la producción (material y espiritual) de todo proceso (económico, social, político, cultural) concerniente al “extrañamiento”, al dejarnos “fuera de sí”, y a la “privación [pérdida] de [la propia] realidad”. La crítica fundacional de Marx en El Capital a la economía burguesa, no solamente de su tiempo sino a los fundamentos sobre los que dicha economía se asienta, es la mejor prueba de lo que estamos hablando. El obrero y su prole nunca serán, ni tendrán ni vivirán como el buen burgués y su familia; lo mismo podríamos decir de los pobres y excluidos en general con respecto a los “ricos”; los campesinos respecto de los trabajadores urbanos mejor pagados; la masa de asalariados respecto de la aristocracia obrera; los habitantes precarios de barrios populares con relación a los habitantes de barrios residenciales; los empleados con respecto a la burocracia dorada y la alta tecnocracia; los ciudadanos comunes y corrientes (“de a pie”) con relación a los poderes públicos en las altas esferas del estado, y así sucesivamente. En cada polaridad, así como en el conjunto social, hay una lucha desigual por alcanzar o reducir distancias con “la cumbre”, que empero es sistemáticamente ocultada con las pomposas palabras de modernidad y progreso, inversiones y “obras”.

La economía burguesa disfrazada de economía académica o “teoría económica” presta justamente un valioso servicio a esa labor de ocultamiento, que se ve reforzada cada vez que desde las esferas de poder divulgan por diversos medios los indicadores del crecimiento, atribuibles al “modelo económico” y su respectiva gestión macroeconómica; sin reconocer de ninguna manera que obedecen realmente a la explotación de los trabajadores, así como a la apropiación privada de toda forma de excedente social. El fetichismo de la mercancía es una forma efectiva de ocultamiento de las relaciones sociales entre productores, que en el mercado son presentadas como relaciones alienadas entre cosas. Cualquiera que sea la composición y número de variables y ecuaciones, el “modelo” que refleja este mundo ficticio erigido en base a supuestos cuestionables, modelo proporcionado por la economía matemática, no solamente refuerza dicho fetichismo; potencia asimismo la hegemonía cultural e ideológica de todo discurso que hace de los mercados, las inversiones y la propiedad privada los modernos demiurgos. Se completa de esta manera lo que Bensaïd llamaba el “círculo infernal de la cosificación”.[[6]]

 

Artículos del autor relacionados:

-          La batalla por Lima (ALAI, 2010-09-09), http://alainet.org/active/40740

-          Movilizarnos contra el posible fraude derechista (ALAI, 2010-10-07), http://alainet.org/active/41424



[[1]]  Sinecio López, “Discursos excluyentes e inclusivos”, La República, Lima, 1 de octubre 2010, www.larepublica.pe/el-zorro-de-abajo/01/10/2010/discursos-excluyentes-e-inclusivos#20

[[2]] La colonialidad del poder propicia, entre otras cosas, situaciones de anomia colectiva y pasividad social: “El nivel de hipocresía al que ha llegado nuestro país para admitir que puede ser normal que cada día la elección de Lima avance alrededor de 0.05%, y que se lean estos resultados como gran cosa, y los diarios hablen de las ventajas de los candidatos que aumentan y disminuyen, y sobre todo que aquí nadie debe protestar sino que se debe creer en las instituciones que no creen en sí mismas; o que a nadie escandalice que después de un encuentro Alan-Ivcher se cierre el programa de Bayly, es tremendamente nauseabundo.” (Raúl Wiener, «Locuras del poder», La Primera, 17 de octubre 2010, www.diariolaprimeraperu.com/online/columnistas/locuras-del-poder_72308.html).

[[3]] Los comentarios de Fernando Dorado y Tito Pulsinelli en sus “Tesis sobre la lucha latinoamericana. Aprendiendo de la experiencia del Ecuador” son desafortunados en cuanto a comprensión, y desacertados en la crítica que hacen a «la teoría de la “Descolonialidad del poder” de Aníbal Quijano» (ALAI, 2010-10-14, http://alainet.org/active/41572&lang=es); teoría a la que tipifican –junto con otras—de “idealistas y atemporales”. Nada más lejos de la manera de pensar de Quijano, como podrá constatar cualquiera que conozca sus escritos sobre el tema de la (des)colonialidad. Que el discurso sobre este tema, emanado de dicho autor, haya tenido por principales interlocutores a los movimientos indígenas del Abya Yala, en los Foros Sociales Mundiales y otros eventos parecidos, es algo muy diferente a hacer de dicha “teoría” un factor de aislamiento, porque según ellos esa y otras teorías “terminan aislando a los pueblos indígenas del resto de población afrodescendiente, mestiza y blanca”. Tan descentrado y fuera de foco es este argumento que desconoce reflexiones como la de Rodrigo Montoya quien, por el contrario, reconociendo “la contribución de teoría política ofrecida por Aníbal Quijano y otros autores sobre la colonialidad del poder”, propuso en el caso peruano y tras los sucesos de Bagua (5 de junio 2009): “Lo ideal sería que a partir de la rebelión amazónica se crease un movimiento político de largo plazo en el que confluyan numerosas fuerzas desde abajo y que en el paso a paso del camino vaya formándose un nuevo liderazgo con nuevos rostros, otros apellidos y mejores ideas para que al fin contemos con una dirección que defina la líneas gruesas de otro horizonte. Lo importante es el mediano y largo plazo y la tarea de construir a partir de las luchas concretas a nivel local, regional y nacional.” (R. Montoya, «Puentes para unir los fragmentos», ALAI, 2010-07-06, http://alainet.org/active/3954).

[[4]] Para más detalles véanse nuestros trabajos: «De la crítica de la economía política al cuestionamiento de la sociedad burguesa y el Estado (la tarea pendiente)», Globalización, octubre 2009 (http://rcci.net/globalizacion/2009/fg895.htm); «Alienación y fetichismo: bases para la crítica de la sociedad burguesa y el Estado clasista a escala global», Globalización, agosto 2010 (http://rcci.net/globalizacion/2010/fg1034.htm). La sociología de los procesos de enajenación (la sociedad alienada), en sintonía con las luchas políticas y de clase, existentes en las formaciones sociales del capitalismo histórico (véase a manera de ejemplo la nota 4), constituyó una veta inexplorada y abandonada por el pensamiento socialista, debido sobre todo a la influencia de Louis Althusser y su escuela. Fueron autores marxistas como el húngaro Itsván Mészáros, el polaco Adam Schaff, en los años 70, y, en años más recientes, el argentino Néstor Kohan entre los latinoamericanos, quienes rescataron del ostracismo la categoría de alienación/enajenación (Entfremdung), que fuera condenada por el “marxismo ortodoxo” de raigambre estalinista.

[[5]] Leamos una interesante interpretación sobre el mito contemporáneo de la escuela en los andes peruanos : “Los campesinos de las comunidades están convencidos que al ser analfabetos viven en el mundo de la noche. En oposición, el mundo del día es el mundo occidental y criollo. Está en la noche quien es monolingüe quechua o aymara, quien participa y reproduce las tradiciones de sus comunidades, y se viste con el viejo estilo de las antiguas comunidades. Forma parte del mundo del día quien habla castellano, vive en la ciudad, tiene una experiencia limeña, y se viste según la moda occidental y cristiana. Entre ambos mundos, el de la noche y el del día, hay una fase del despertar y para los campesinos despertar significa ir a la escuela, abrir los ojos. Vivir en la noche es tener los ojos cerrados y vivir en el día es tener los ojos abiertos. En consecuencia, ir a la escuela es despertar y abrir los ojos. Para los campesinos de las comunidades, la escuela tiene una importancia capital.” Más adelante, al tiempo de reconocer que la lucha por la escuela formó parte de las reivindicaciones campesinas en la lucha política contra el gamonalismo, el autor señala: “Pero, por otro lado, la escolarización significa también renunciar a las costumbres tradicionales de la comunidad, perder aun más la identidad andina en proceso de perdición a lo largo de siglos de dominación.” (Rodrigo Montoya, «Comunidades campesinas: Historia y clase», Sociedad y Política Nº 9, Lima, julio 1980, ambas citas en la pág. 35).

[[6]]  Daniel Bensaïd, Marx intempestivo. Grandezas y miserias de una aventura crítica. Buenos Aires: Ediciones Herramienta, 2003, pág. 18 [1ra. ed. en francés, 1995].

https://www.alainet.org/es/active/41765
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