Segunda reelección: los enemigos que ayudan

13/09/2009
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Resulta ya un lugar común afirmar, como lo han demostrado la Psicología Social y la sociología del poder, que tener o inventar un enemigo externo aumenta la cohesión de un grupo social cualquiera ([1]).
 
En esa lógica, tener un enemigo interno, en este caso las FARC como personificación de los grandes demonios creados, “el terrorismo y el narcotráfico”, y que más allá de los métodos criminales y violatorios del DIH de las guerrillas, ha sido de gran utilidad para el respaldo que el presidente Uribe tiene.
 
Dicho de otra manera, esos métodos explotados mediáticamente, han logrado una parte importante de la cohesión de la sociedad colombiana en contra de las FARC y alrededor de la política de seguridad democrática. Esa construcción inicial, permite además demonizar a los opositores, asociándolos de una forma u otra a las FARC, atacar a las organizaciones sociales o a cualquiera que disienta del presidente, o a quien haga legítima defensa de los derechos humanos, acusándolos de ser “bloque intelectual de las FARC”, “nostálgicos del terrorismo” y muchas otras expresiones utilizadas repetidamente por el presidente Uribe.
 
La aprobación en el Congreso de la ley que permitiría convocar un referendo para una eventual segunda reelección de Uribe; violatoria de la Constitución, ilegal en su trámite, llena de politiquería y de los peores vicios y corruptelas de la política en Colombia, es una excelente motivación para el discurso de las FARC, acerca de la ilegitimidad del Mandatario y la necesidad de la lucha armada para poder enfrentar ese fenómeno, ya que la democracia colombiana en su ejercicio legal de la política no pudo hacerlo.
 
Grave daño a la democracia le hace esa doble validación, las FARC al discurso de Uribe por sus actuaciones y Uribe al discurso de las FARC por esa misma razón. En conclusión, para muchos colombianos y colombianas la segunda reelección es necesaria para contener a las FARC.
 
Pero tener un enemigo interno no es suficiente. En esa perversa forma de hacer política y de manejar el gobierno que ha impuesto en Colombia el Presidente, donde cualquier medio sirve y puede ser utilizado, tener enemigos externos, en el vecindario, también es útil.
 
En efecto y mas allá de la intima convicción del presidente Uribe, de que él tiene la misión histórica de oponerse a lo que el llama “regreso a las viejas formas de Estado”, como una denominación general que ha acuñado para referirse a los diferentes procesos que se dan en América Latina en países como Bolivia, Ecuador y Venezuela para mencionar algunos de los que le preocupan, el presidente sabe que es rentable internamente, tener un enemigo externo.
 
Por eso les cayó como anillo al dedo la convocatoria a las movilizaciones en contra de Chávez, que llamaron, “no más Chávez”. A pesar de lo raquítica de la respuesta; los niveles de organización observados, el respaldo de los grandes medios masivos de comunicación resulta significativo en tanto sirve para que se insista en la caracterización de los gobiernos de América Latina, con orientaciones distintas a las del Gobierno colombiano, como enemigos del país, y se llame por consiguiente al respaldo del proyecto del presidente Uribe.
 
Este aspecto no sería importante, no pasaría de ser una anécdota, de no darse en medio del enturbiamiento de las relaciones internacionales que se deriva de la decisión del Gobierno colombiano de firmar un acuerdo que amplía la operación de naves, tropas y medios de inteligencia de los Estados Unidos en siete bases militares colombianas.
 
Esa decisión, ha puesto la alerta en toda América del Sur. Excepto Alan García el resto del subcontinente exige que la utilización de las bases solo se haga para operaciones en territorio colombiano y eso es precisamente lo que no puede garantizar el Gobierno colombiano y quienes podrían hacerlo, los Estados Unidos, no están interesados en hacerlo.
 
Esta situación paradójicamente añade un motivo de autojustificación adicional a las FARC y que se traduce en poder levantar un discurso nacionalista y/o antiimperialista de muy buen recibo en América Latina en los tiempos que corren.
 
Para los demócratas es imperativo, salir de esta trampa de justificación de los discursos de los guerreristas, defensores de la arbitrariedad e insistir en la defensa de la Constitución de 1991 y del Estado Democrático de Derecho y en la discusión de los asuntos centrales de la sociedad. Eso implica en primer lugar levantar una agenda significativa de los temas que la reelección y los enemigos internos y externos no dejan ver y que constituyen autenticas tragedias nacionales y que son entre otras:
 
La tragedia económica signada por los perversos efectos de la aplicación del neoliberalismo, la inequidad económica, la pérdida de soberanía alimentaria y la excesiva concentración de la riqueza y de la tierra que nos ha llevado a ser uno de los países en el mundo con mayor desigualdad y exclusión económica y social. La destrucción de parte importante del parque industrial del país, y la creciente dependencia de la explotación y exportación de productos primarios.
 
La tragedia social, marcada por el aumento atroz de la pobreza, la miseria y la exclusión que afecta a gran parte de la población colombiana pero que se acentúa en población femenina, jóvenes, afrodescendientes e indígenas; el crecimiento rampante del desempleo, la pauperización del trabajador colombiano ante la pérdida de garantías laborales, las reformas legislativas para adecuar la institucionalidad y normatividad a los intereses de los inversionistas y con ello el desmonte sistemático de los derechos pensionales y laborales y una criminal política agroindustrial y de megaproyectos que liquidara al campesinado y lo destinará a aumentar los cordones de miseria de las grandes ciudades.
 
La tragedia del conflicto armado interno. Un Gobierno decidido a la solución militar del conflicto armado, que no tiene ni procura una política de paz, que realiza centenas de crímenes de Estado (mal llamados falsos positivos), violaciones de derechos humanos, millares de detenciones masivas y arbitrarias, que tolera o prohíja u omite acciones para evitar los asesinatos masivos y sistemáticos contra poblaciones indígenas, campesinos y pobladores del campo y afro-colombianos. Una guerrilla sin legitimidad popular que recluta forzadamente a niños y niñas, llena el país de minas antipersona, que invade territorio de los vecinos y que ya ni siquiera a su población original de campesinos puede representar, que sigue utilizando el secuestro con fines económicos y políticos, ataca las misiones médicas y los bienes protegidos y viola territorios indígenas, etc. Un conjunto de actores armados ilegales desde los paramilitares que no se desmovilizaron nunca ni real ni ficticiamente, hasta los desmovilizados que se rearmaron, desde los ejércitos privados del narcotráfico, hasta los de los megaproyectos.
 
La tragedia humanitaria que del conflicto se desprende, que contabiliza más de cuatro millones de personas víctimas del desplazamiento forzado, miles de desaparecidos; violaciones aberrantes contra los derechos de las mujeres, niñas y niños en medio del conflicto, persecución y homicidios a líderes sindicales, políticos, comunales, campesinos y defensores de derechos humanos, todo ello en el marco de la política de “seguridad democrática y confianza inversionista”.
 
La tragedia política. Montada sobre la pérdida del equilibrio de poderes, la injerencia indebida del Ejecutivo en las otras ramas del poder público y los organismos de control, su animadversión frente a las Altas Cortes cuando estas no se comportan de acuerdo con su deseo, la pérdida de institucionalidad y la recentralización que destruyen importantes avances de la sociedad y el Estado colombiano en los últimos 25 años, todo esto atravesado además por la toma del Estado y los partidos por paramilitares, mafias del narcotráfico y bandas criminales que han llevado hasta hoy a involucrar a 81 parlamentarios en el proceso de la parapolítica, a tener municipios e incluso departamentos enteros bajo el dominio militar y criminal de las mafias y a tomarse organismos como el DAS y la fiscalía y ponerlos al servicio del hampa, en detrimento de los derechos de los ciudadanos que deberían proteger. La ausencia de partidos verdaderamente democráticos, o la ausencia de discusión política y programática dentro de ellos y de ellos con la sociedad, dedicados a la mecánica electoral y a las pequeñas ambiciones de poder.
 
La tragedia de la soberanía. Un Gobierno entregado a las necesidades norteamericanas y dispuesto a toda costa a garantizar los intereses de los Estados Unidos, hostil con los vecinos y comprometido con la fallida guerra mundial a las drogas y la arbitraria guerra contra ese comodín que es el “terrorismo”, a través de la “guerra preventiva”. En permanente observación por parte de la comunidad internacional gracias a su actitud refractaria a los temas de DD.HH, a la negación de la existencia del conflicto, a la cuestionada negociación con los paramilitares y a su visión de la transicionalidad supuesta en que se encuentra Colombia.
 
La tragedia de los cambios en los imaginarios, con la difusión y aclimatación en el país de una ética que permite todo tipo de medios para alcanzar los fines, incluidos el asesinato y la mutilación del “enemigo” por recompensas, de legitimación de la habilidad para hacer negocios aprovechando, no necesariamente de manera ilegal, la cercanía con el poder; de la pendencia y el autoritarismo como comportamientos deseables; de la vigilancia policiva, la delación y la desconfianza social en todas las actividades de la sociedad.
 
En segundo lugar esto debe hacerse convocando a una gran Alianza Ciudadana que como la propuesta por los Constituyentes de 1991, convoque a las “reservas democráticas del país” que ven como se desmorona, aceleradamente la Constitución y se orada día a día el Estado de Derecho.
 
- Antonio Madariaga es Director Ejecutivo Corporación Viva la Ciudadanía
 

Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 175, Corporación Viva la Ciudadanía. www.vivalaciudadania.org



[1] Lewis Coser, quien ha estudiado las funciones del conflicto social sostiene que la búsqueda de un enemigo externo al grupo aumenta la cohesión dentro del grupo, y la búsqueda de un “enemigo” interno ayuda a mantener la estructura interna del poder, impidiendo que los verdaderos conflictos puedan plantearse dentro del mismo. “Les Luthiers” en una memorable pieza llamada “Himnovaciones”, parodian a un grupo político que busca incorporar al himno de su país un “enemigo” a quien el “pueblo pueda odiar y a quién echar culpas si algo sale mal” y luego, al encontrar un enemigo con quien no se pueden encontrar causas lógicas de conflictos sostienen “total el pueblo qué sabe… ¿si pudimos inventar un enemigo cómo no va a ser posible inventar un conflicto?...
https://www.alainet.org/es/active/33013
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