47 días del golpe de Estado

Los gorilas lanzan una escalada represiva

12/08/2009
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  • Opinión
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* 1978. Argentina ganaba su primer Mundial. Yo tenía 15 años, y en mi mente quedó marcada para siempre la imagen de los dictadores celebrando en las gradas del estadio, mientras en todo el país se torturaba, desaparecía y asesinaba a miles y miles de personas.
 
* 2009. Mientras en las calles de Tegucigalpa y San Pedro Sula corría nuevamente la sangre del pueblo en resistencia, las universidades eran militarizadas, los hospitales se llenaban de heridos, los detenidos eran golpeados y torturados en el sótano del Congreso y el olor acre de los gases lacrimógenos se esparcía por doquier, el Presidente de facto auguraba la victoria para la selección de fútbol de Honduras que se enfrentaba a la de Costa Rica, las calles se vaciaban y las cámaras enfocaban las gradas repletas de fervorosos espectadores.
 
Después de la gran Marcha Nacional del martes 11 que llenó las calles de las dos principales ciudades del país, y de los enfrentamientos en los alrededores de la Universidad Pedagógica en Tegucigalpa, estaba latente el riesgo de que en esta nueva jornada de movilización los aparatos represivos del gobierno de facto pudiesen aprovechar la atención captada por el partido entre ambas selecciones de fútbol para desatar una nueva oleada represiva.
 
Ya en la noche del martes 11 la Policía y personas de civil habían brutalmente atacado los locales de la Universidad Pedagógica, donde descansaba la gente que había marchado por más de 120 kilómetros, disparando y lanzando gases lacrimógenos desde las calles y desde un helicóptero.
 
Ese mismo día, varios provocadores infiltrados por la Policía en la Marcha protagonizaron la destrucción de diferentes negocios comerciales, involucrando a la gente ya enardecida después de 46 días de resistencia pacífica. Los mismos provocadores habían introducido varios cócteles molotov en la Universidad, seguramente con la intención de que fueran el pretexto desencadenante de la represión. La emboscada del día siguiente ya estaba montada.
 
“Salimos de la Universidad hacia los semáforos del Hotel Clarión, cerca de Casa Presidencial, pero algunas personas comenzaron a exigir que había que ir al Congreso, azuzando a la gente, y creemos que no eran personas de la resistencia sino infiltrados –dijo Juan Barahona, integrante de la conducción colegiada del Frente Nacional Contra el Golpe de Estado–.
 
Llegando cerca del Congreso, estas mismas personas empezaron a enardecer a la gente. Sorprendentemente -nadie entiende ahora cómo y por qué- apareció allí el vicepresidente del Congreso, Ramón Velásquez Nazar, quien resultó agredido cuando alguien le dio una bofetada. Este fue el hecho que desencadenó la brutal represión. Como respondiendo a una señal premeditada, la Policía y el Ejército comenzaron a disparar gases lacrimógenos, balas y a golpear a la gente, a perseguirla por las calles aledañas y a tomar muchos prisioneros.
 
Hay muchos heridos y detenidos –continuó Barahona–, y sabemos que hasta el diputado del partido Unificación Democrática (UD), Marvin Ponce, fue salvajemente golpeado y está en el hospital. Es un momento muy delicado. Los ánimos están muy caldeados y para los provocadores es más fácil lograr su objetivo que es generar los disturbios.
 
“Vamos a analizar esta situación para devolverle a la resistencia su carácter pacífico. No podemos permitir que se eche a perder el esfuerzo de tantos días”, concluyó el dirigente popular.
 
Mientras las fuerzas represivas se ensañaban contra la población en la capital, en San Pedro Sula las miles de personas que permanecían en las calles y en el Parque Central eran violentamente desalojadas, dejando un saldo de decenas de heridos y detenidos.
 
Violaciones descaradas
 
En Tegucigalpa, después de la violenta represión, el Ejército militarizó la Universidad Pedagógica acatando una orden de la Fiscalía que pidió una investigación criminal por la presunta presencia de cócteles molotov pertenecientes a las personas que permanecían en el lugar.
 
Estos mismos artefactos –una decena de botellas– habían sido secuestrados más temprano por el servicio de disciplina del Frente Nacional Contra el Golpe de Estado, que presentó denuncia formal del hecho ante la Fiscalía y la Dirección de Investigación del Crimen.
 
En menos de media hora estas pruebas de la infiltración en el movimiento de resistencia fueron transformadas en elementos de acusación contra los mismos denunciantes. En el momento en que se está redactando esta nota, alrededor de 50 personas están todavía retenidas en el interior de la Universidad, ocupada y rodeada por una enorme cantidad de militares.
 
Golpeados y torturados
 
Sirel logró ingresar al Hospital Escuela para constatar el estado de las decenas de heridos quienes, a lo largo de todo el día, no sólo tuvieron que procurar ser curados de sus heridas, sino también evitar ser arrestados allí en el Hospital.
 
“Estaba cerca del Congreso. Llegaron los policías, me golpearon y me arrastraron dentro del Congreso –cuenta Rosa María Valeriano tendida en una cama de la Emergencia del Hospital –.
 
Me dijeron que me iban a desaparecer. Una mujer policía y un gordo de nombre Muñoz seguían golpeándome mientras estaba en el suelo y me fracturaron una costilla. ‘Perra’, me decían, me amenazaban, y me gritaban: ‘Dile al presidente Zelaya que venga a buscarte ahora’. Me pegaban y al final me desmayé”, concluyó.
 
Una enfermera que no quiso identificarse relató a los periodistas allí presentes que unas horas antes había ingresado un señor de 54 años severamente golpeado y torturado con cadenas en el sótano del Congreso, presentando fuertes contusiones y heridas en su cabeza, espalda y piernas.
 
Asedio al STIBYS
 
Mientras algunas de las personas que habían logrado escapar de la persecución acudían a las instalaciones del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Bebida y Similares (STIBYS), llegó la noticia de que el Ejército y la Policía estaban preparando un operativo para desalojar este histórico lugar.
 
Atrincherados detrás de los portones que habían sido cerrados con candados, unas 50 personas, entre ellos varios sindicalistas y trabajadores de esta organización, se preparaban a resistir pacíficamente un eventual ataque.
 
A los pocos minutos llegaron más de 30 efectivos de la Policía y del Ejército, quienes se apostaron frente a la entrada del edificio, registrando a todas las personas que salían y apuntando los números de las placas de los vehículos.
 
Las calles cercanas al edificio estaban cerradas por otro contingente de militares, y el temor de una incursión era latente entre los que estábamos allí encerrados.
 
Fue sólo gracias a una nutrida presencia de periodistas nacionales e internacionales, abogados y miembros de organizaciones de derechos humanos, quienes acudieron al llamado de la organización sindical, que se pudo romper el cerco y abandonar sin consecuencias el lugar.
 
En las semanas pasadas el edificio del STIBYS había sido objeto de un atentado con un artefacto explosivo, mientras que en la noche del martes 11, personas no identificadas habían lanzado a su interior una bomba lacrimógena con una clara intención intimidatoria.
 
Al fin de la jornada, integrantes del Frente Nacional Contra el Golpe de Estado analizaban las modificaciones a introducir en el sistema de disciplina y seguridad interno para contrarrestar la nueva táctica de la represión, montada a partir de los provocadores infiltrados cuyo objetivo es lograr que las manifestaciones y las marchas pierdan su carácter completamente pacífico, justificando así una escalada represiva.
 
 
Giorgio Trucchi - Rel-UITA
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