Discurriendo y bregando

República fallida

02/08/2009
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Toda comunidad, en su formación, abraza el deseo enorme de lograr satisfacción plena para sus integrantes, con naturales ilusiones para su prosperidad. Pero cuando esos ensueños contrastan con una realidad distinta y distante de esa quimera, éstos muchas veces se convierten en alegorías frustradas y por consiguiente se adopta una experiencia funesta que trasunta con un devenir prácticamente estropeado. Entonces esta comunidad se convierte en una comunidad fallida.
 
El nacimiento del Perú como República, luego de la colonia, está rodeado de mitos y leyendas, de ilusiones y ensueños. Era tanta la expectativa que se había creado por este feliz nacimiento que hasta lágrimas de alegría brotaron de los habitantes de ese entonces; esta fiebre de felicidad se justificaba, toda vez que se producía la liberación del yugo español, por los tantos años de sometimiento y esclavitud. Así está registrado en nuestra historia, se hablaba mucho de una sociedad nueva y próspera que surgiría luego de la independencia, inclusive se aspiraba y se “respiraba” el fenómeno de La Promesa. Se vivía un ambiente de esperanza, existía un ideal de progreso y desarrollo tanto en lo individual y en lo colectivo.
 
La primera moneda nacional de la República llevaba impreso como lema: “Firme y feliz por la Unión”, que expresaba claramente el anhelo y la realización de un sueño grandioso. Y el escudo nacional graficaba plenamente ese mismo sueño hermoso en sus símbolos, especialmente con la cornucopia o “cuerno de la abundancia” que sellaba esa visión de futuro promisorio, por la exuberante riqueza mineral en el territorio peruano. Desde aquel pasaje inicial de nuestra historia hasta nuestros días, desde el primer presidente del Perú (José de la Riva Agüero) hasta el último (Alan García Pérez), la gran mayoría de los peruanos sufrimos sucesivas frustraciones; he ahí la experiencia de nuestra patria como República fallida.
 
El Perú de hoy
 
Hoy una vez más se pone de manifiesto -por los últimos acontecimientos en la capital y en la selva peruana - la absurda fragmentación del país, mal permanente de nuestra sociedad, que durante toda la historia republicana, los distintos gobernantes de turno no han podido resolver; peor aún, hubieron gobernantes que acentuaron más esa brecha social en la nación.
 
El actual gobierno, lejos de revertir este mal de siempre, ha promovido, con su necia postura, entre otros aspectos, caldear los ánimos de las comunidades indígenas amazónicas, con normas inconstitucionales que con antelación fueron advertidas por la clase política y las organizaciones civiles. Estas mismas comunidades indígenas inclusive, señalaban tales normas como atentatorias a su territorio y a sus intereses de vida. El resultado de esta mala política es el fatal desenlace del enfrentamiento entre peruanos (policías e indígenas), muertos en un vano enfrentamiento en Bagua, Región de Amazonas, hecho que fue responsabilidad directa del primer ministro Yehude Simon y la ministra del Interior Mercedes Cabanillas, por una mala política de atención a las justificadas demandas de las comunidades indígenas. Demandas que el ejecutivo se vio obligado a atender luego de estas lamentables muertes al aceptar derogar los decretos legislativos  cuestionados, muertes que se hubieran evitado, de actuar convenientemente.
 
Esta práctica de gobierno es el corolario de tener un Estado ineficiente e incapaz, máxime si se cuenta con un poder ejecutivo y legislativo que se conducen con marasmo. El historiador peruano Jorge Basadre Grohmann, en una de sus obras nos recuerda esta deficiencia: “El Perú (…) tenía dos fallas esenciales que si continúan existiendo, pueden llevarlo a nuevas catástrofes frente a las grandes pruebas del futuro: la supervivencia del Estado empírico y la del abismo social”. Además nos ilustra convenientemente sobre el empirismo, de esta manera: “El Estado empírico quiere decir el Estado inauténtico, frágil, corroído por impurezas y por anomalías”. Queda claro entonces que la causa de esta fragmentación es este Estado empírico, responsable de la injusta brecha social existente en nuestro país desde mucho antes.
 
El Perú, por su inmensa riqueza natural, siempre ha sido motivo de embrollos egoístas por parte de expoliadores que solo les han interesado el “saqueo” de esas riquezas; a cierta clase le importaba más el acopio desmesurado de sus inversiones y a otros (muchos más poderosos) interesándoles incrementar su influencia geopolítica, sobre todo ampliar sus planes expansionistas. Este fenómeno de extracción y explotación siempre ha contado con la insana complicidad de gobiernos que han promovido un país fundamentalmente exportador de productos primarios, dependientes del capital transnacional, en un modo de gestión sin visión de país, importándoles poco el desarrollo integral y sostenido de la nación.
 
En un artículo denominado “El síndrome del perro del hortelano” publicado en el diario “El Comercio”, el Presidente de la República Alan García expone su intención de promover la explotación de la selva peruana por parte de los inversionistas, y esto se puede comprobar a la luz de los decretos ya señalados, y cuestionados por la mayor parte de la sociedad civil; además se encuentran ya registrados en los hechos luctuosos de Bagua, y los decretos han sido derogados como resultado de estos hechos. Se puede desprender claramente esta intención en párrafos como éste: “Hay millones de hectáreas para madera que están ociosas, otros millones de hectáreas que las comunidades y asociaciones no han cultivado ni cultivarán, además cientos de depósitos minerales que no se pueden trabajar (...). Así pues, hay muchos recursos sin uso que no son transables, que no reciben inversión y que no generan trabajo. Y todo ello por el tabú de
ideologías superadas, por ociosidad, por indolencia o por la ley del perro del hortelano”.¿No es acaso estas expresiones una clara intención de Alan García de promover el “saqueo” de nuestros recursos?, sin considerar que este estilo de opulencia va en desmedro de la flora y fauna de la selva peruana, uno de los recursos naturales más importantes del Perú y que pertenece incuestionablemente al ecosistema del planeta. La práctica de la extracción en los ecosistemas afecta de manera ostensible la base biológica de la vida.
 
El escritor Mario Vargas Llosa en su artículo “Victoria Pírrica” publicado por el diario “El Comercio” se ocupa de los acontecimientos de Bagua de este modo: ”…el Congreso peruano derogó los decretos legislativos que habían provocado una revuelta indígena de grandes proporciones en la Amazonía (…) Alan García Pérez, promotor de aquellos decretos, había hecho su autocrítica, lamentando no haberlos consultado previamente con las comunidades indígenas y explicando que este repliegue del Gobierno se hacía en aras de la paz y para poner fin al derramamiento de sangre”(…) “La responsabilidad de quienes, de manera tan insensata como demagógica, han utilizado a las comunidades indígenas movilizándolas en una guerra abierta contra unas medidas de las que hubieran sido las primeras beneficiarias, inculcándoles las estúpidas mentiras según las cuales aquellos decretos formaban parte del tratado de libre comercio firmado entre
 el Perú y Estados Unidos y querían privarlos de sus tierras (que nunca han tenido de verdad) es enorme”. Vargas Llosa se burla de la lucha encauzada por el movimiento indígena amazónico, llama “revuelta” a la movilización amazónica y se olvida de la “revuelta” organizada por la derecha y que él lideró, cuando el mismo Alan García dispuso la “estatización de la banca”, ambas “revueltas” (para llamarlo en su lenguaje) fueron por intereses, la diferencia es, que mientras uno fue de territorio y de vida; el otro de opulencia y de dinero.
 
Otro dato importante que debemos tomar en cuenta es el consabido alarde del mismo presidente, que según informe del INEI (Instituto Nacional de Estadística e Informática) el índice de pobreza ha disminuido, informe que expertos en la materia también han cuestionado por la forma cómo se podrían haber manipulado los índices mencionados. Además resulta risible este argumento frente a la ya conocida sobreganancias que las mineras han disfrutado. Sobreganancias que en otras latitudes hubieran sido gravadas con algún impuesto, pero que en nuestro país, a pesar que voces autorizadas reclamaban tal impuesto, el gobierno hizo oídos sordos. Se hubiera aprovechado esta bonanza para una mejor distribución de la riqueza.
 
El Perú que queremos
 
No habrá desarrollo integral si no se toma en cuenta estos pueblos para un proyecto de corte integral como país, José Carlos Mariátegui lo refiere en su obra Peruanicemos el Perú: “…aplazando la solución del problema indígena, la República ha aplazado la realización de sus sueños de progreso. Una política realmente nacional no puede prescindir del indio, no puede ignorar al indio. El indio es el cimiento de nuestra nacionalidad en formación. La opresión enemista al indio con la civilidad. Lo anula, prácticamente, como elemento de progreso. Los que empobrecen y deprimen al indio, empobrecen y deprimen a la nación”. Es pues importante reeditar estas enseñanzas de Mariátegui que hoy cobran vigencia en relación al problema indígena y más propiamente a nuestra nación y con mayor énfasis a nuestra peruanidad. Además certeramente nos ilustra de este modo: “El problema indígena no puede, pues, ser considerado hoy con el criterio  de hace pocos años. La historia parece marchar a prisa en nuestro país, como en el resto del mundo, de dos lustros a esta parte. Muchas concepciones, buenas y válidas hasta ayer no más, no sirven hoy casi para nada. Toda la cuestión se plantea en términos radicalmente nuevos, desde el día en que la palabra reivindicación ha pasado a ocupar el primer lugar en su debate”. Hacer caso omiso a esta cátedra significaría seguir ostentando una Patria fragmentada, una República fallida.
 
Toca entonces a los peruanos de buena voluntad auparnos en gran escala, aprender de nuestros errores y de nuestros aciertos. Sobre todo aprender a sostener nuestra convivencia entre los que anhelamos otra forma de vida, a pesar de nuestras diferencias; diferencias que a veces convertimos en trabas y luego van en desmedro de esa ansiada unidad, componente fundamental, para seguir bregando por una patria más inclusiva. Otra patria es posible, otro mundo es posible.
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