El fuerte apache de Alan García

07/06/2009
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El fin de semana del 5 al 7 de junio, los peruanos de bien, que somos la inmensa mayoría, hemos vuelto a conocer el horror y la angustia de comprobar lo fácil que es destruirnos entre nosotros mismos. Hermanos policías muertos. Hermanos selváticos muertos. Unos a manos de otros. Todos, pobres y marginados. ¿Quién los enredó en un abrazo asesino? ¿Quién propició los hechos de sangre?¿Por qué nadie respondió a tiempo a las numerosas advertencias del mal camino que tomaba la protesta indígena, por las intransigencias de ambos bandos? El Comercio, ayer, reporta que la Dirección de Inteligencia del Ministerio del Interior –con dos semanas de anticipación- notificó sobre preparativos para oponer violencia a la fuerza pública, en Amazonas. Pero había sólo 38 policías para enfrentar centenas, en la estación 6 del Oleoducto Norperuano. Los policías habrían sido sorprendidos a plena luz (qué extraño) y abominablemente masacrados.

He aquí una parábola que viene a cuento: Un coronel del ejército, en desgracia, recibe una segunda oportunidad en el comando. Un grupo de indios, liderados por el jefe Cochise, se ha rebelado contra los abusos del oficial de gobierno para asuntos indígenas. Ese monstruo, que los explota y viola a sus mujeres, les ha vendido alcohol y armas de fuego. El nuevo comandante envía a un capitán donde los indios revoltosos, con un mensaje: “Si regresan en paz, dialogaremos”. Cochise acepta. Cochise presenta sus quejas, veraces, legales, razonables. También profiere una amenaza: “Si no recibimos justicia, atacaremos.” El coronel, sediento de gloria y ansioso por reivindicarse, decide romper la palabra empeñada por el capitán, injuria al líder indio y arguye que con bárbaros no hay honor que valga. Lanza sus tropas al matadero y en la confusión de la muerte consigue lo que busca: satanizar a los indios, provocar un exterminio y quedar como un héroe. Este es el argumento del clásico del cine western “Fuerte Apache”. Y es así, en verdad, sobre los cadáveres de indios y soldados mal armados y peor pagados, que se “civilizó” el Lejano Oeste. Lo mismo quiere hacer un Presidente ansioso en el peruano Oriente, en nombre de un sagrado “desarrollo”.

No es necesario romperse la cabeza sobre cómo será ese desarrollo, porque sobran ejemplos a la mano. En La Oroya, el desarrollo es un contrato con una empresa espantosa, Doe Run, y la destrucción lenta de miles de niños envenenados por el aire que respiran. En el río Corrientes, son treinta años de empresas petroleras virtiendo tóxicos impunemente en el agua donde pescan y beben los nativos. En Cerro de Pasco, es la necesidad de evacuar la ciudad y ponerla en cualquier otra parte. En el Sur, donde los grandes proyectos de desarrollo avanzan sin mayor oposición (Camisea, la Interoceánica, la represa de Inambari, Sierra Exportadora), los niños del altiplano mueren de frío junto a sus alpacas, y los mineros ilegales y los narcotraficantes mandan en la jungla. Los campamentos auríferos de Madre de Dios y Puno son territorios sin ley donde miles de niños y adolescentes son víctimas de estupro, labor forzada y homicidio: Nada que valga la pena defender, ni que amerite enviar ninguna tropa. En Lima, capital del desarrollo, el caos vehicular y la contaminación del aire son atendidos extendiendo el permiso de importar autos de desecho. Entre los pueblos nativos de la selva, el desarrollo es un conjunto de leyes inconsultas y poco inteligibles, que amenaza lo único que tienen: sus territorios, la condición de su supervivencia física y cultural. Habría que estar loco o muy corrupto para no denunciar este falso desarrollo.

A quienes oponemos razones a la codicia y el desgobierno, en ejercicio de nuestros derechos, rechazando toda violencia, se nos injuria: “Perros del hortelano”, “enemigos del desarrollo”, “conspiradores contra el TLC”. Igual, el coronel del filme llamó cobarde a su capitán honesto, estamos súper-bien acompañados (por John Wayne, gringo republicano, nada menos). Yo me pregunto si el Sr. Obama y sus demócratas verán las muertes de policías y nativos, en la selva peruana, como algo bueno para el TLC; una mejor solución que consultar la adecuación legal con los indígenas, respetando el derecho que internacionalmente les asiste. Un antecedente histórico no podría ser más ominoso: Antes que ahora, la matanza de policías e indígenas en la selva fue ejercida por Sendero Luminoso. El argumento contra los indígenas fue el mismo que ahora enarbola el Presidente: no querer civilizarse, oponerse a la imposición de una mejor sociedad, al interés nacional y al bien mayor. Entonces, deben ser exterminados.

En mi barrio, el guardia civil fue alguna vez bondadoso y amigo de los niños; recibí la noticia de la masacre de los policías con el corazón en un puño. La versión oficial es puesta en duda por varios testimonios locales. Hay amigos indígenas que todavía no son encontrados. Algo negro y pesado, como petróleo crudo, inunda el pecho. Las lágrimas, la indignación, son un pobre desahogo. Extraño privilegio, del que carecen nuestros gobernantes, de dolernos por todos los peruanos. Extraña perspectiva, ver más allá de cálculos venales, a la persona humana desnuda e indefensa, cuya vida y dignidad deben ser protegidas.

En términos concretos, no tengo dudas sobre lo correcto: El gabinete Simon debe renunciar. Pizango debe entregarse a la justicia. La hipótesis abominable, que la oposición y el oficialismo cocinaron en dupla irresponsable un baño de sangre, es muy factible. En consecuencia, una comisión independiente debe investigar qué ocurrió en Amazonas, quiénes tomaron cuáles decisiones, en qué orden cronológico, y recoger el testimonio de los demás ciudadanos de la selva, atrapados entre dos fuegos y sin nadie que quiera escucharlos. Las injurias de miembros del gobierno contra los indígenas (“bárbaros”, “conspiradores”, “sediciosos”, “terroristas”) deben cesar, porque anuncian violencia genocida: No queda nada decente que ganar. La prensa y los intelectuales debemos revelar en voz mucho más alta la verdadera historia de nuestra selva y su gente, la historia de esos peruanos que vienen resistiendo al exterminio más de quinientos años. Y unos derechos específicos de la policía deben ser instituidos, para que nadie nunca los vuelva a confundir con carne de machete.

Fuente: Asociación Servicios Educativos Rurales (SER), Perú
http://www.ser.org.pe/

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