¿Hacia donde va el proceso de cambio? (I)

08/10/2010
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El anterior fin de semana (19-09-2010) el vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia en una larga entrevista que tuvo con los conductores de un programa radial que también es transmitido por el principal canal de televisión del Estado, dijo muchas cosas relativas al plan económico que el gobierno está implantando y piensa implantar en breve. Él estaba muy entusiasmado con los planes que iba describiendo poco a poco a lo largo del programa, como el relativo a la posible industrialización del país. Mientras él iba exponiendo los planes, programas y proyectos poco a poco iba mostrando, no sé si con intención o no, el contenido de esos programas y proyectos, los cuales tienen poco que ver ya con el sentido con el cual fue creada la nueva constitución política de nuestro Estado Boliviano.
 
El preámbulo de la nueva constitución dice explícitamente que; dejando en el pasado el Estado colonial, republicano y neoliberal, asume el reto de construir un Estado de derecho Plurinacional y comunitario. Esto mismo es reafirmado en el primer artículo de la nueva constitución boliviana cuando dice que: Bolivia se constituye en un Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario… intercultural, etc., [que] Bolivia se funda en la pluralidad y el pluralismo político, económico, jurídico, cultural y lingüístico…
 
Desde la concepción moderna de Estado, ningún estado moderno se caracterizaría como se ha caracterizado este nuevo Estado Plurinacional y comunitario, porque por definición el Estado moderno no es comunitario, sino social. No es plurinacional, sino nacional, es decir, el Estado moderno no se define como la afirmación de la diversidad, sino como su negación, por eso este Estado es monocultural, uninacional, social, etc., porque afirma una sola forma de agrupación humana, monolinguística, y monojurídica, es decir, afirma sólo a la justicia moderna como su correlato.
 
Si esto es así es justo decir que esta nueva constitución no define al Estado boliviano como moderno, sino como un Estado que no tiene las características del Estado moderno. Si esto es así, entonces mal podríamos querer entender a este nuevo Estado desde la concepción moderna de Estado, esto es, las teorías o concepciones modernas de Estado, no servirían ya para poder entender la especificidad de nuestro estado. Si esto es así, entonces estamos ante una nueva idea o concepción de Estado, que no se define a sí misma como Estado moderno, pero tampoco como Estado premoderno. Algunos despistados le llaman posmoderno, pero, no lo es, sino, algo distinto.
 
Si la nueva constitución política del Estado nos define como un Estado no moderno, esto tendría que expresarse no sólo en las políticas que se impulsan a partir de esta nueva carta magna, sino también en las políticas económicas, porque si no fuese así, entonces el preámbulo de la nueva constitución, los dos primeros artículos y muchos de los que le siguen serían meramente formales y discursivos, o sea, sin contenido, digamos un adorno meramente formal, es decir que, si las nuevas políticas que está impulsando este gobierno no están acordes con el espíritu de la nueva constitución, entonces estaríamos literalmente dando marcha hacia ese estado que queríamos superar, o si no estaríamos repitiendo lo mismo que habíamos criticado antes. Esto ahora se puede ver claramente en la política económica que el nuevo gobierno está impulsando y del cual el actual vicepresidente se vanagloria.
 
Veamos entonces el caso. En esa última entrevista, el vicepresidente no estaba diciendo algo nuevo respecto de la política económica, sino que estaba reafirmando lo que desde el principio de este nuevo quinquenio ya estaba proyectando hacer este gobierno, que es básicamente industrializar al país. Lo cual en sí mismo no es malo, lo problemático está en el cómo se pretende hacer ello y con qué tipo de concepción, es decir, ya no basta con afirmar que el país necesita una industrialización, lo cual es cierto, sino que aparte de ello hay que aclarar con entendimiento, no sólo el cómo se pretende realizar este proyecto, sino también la concepción o idea de industrialización con la cual se quiere industrializar al país, o dicho de otro modo, ¿para qué querer industrializar al país? Si nuestro país fuese o tuviese una historia o cultura moderna, europea y occidental la respuesta sería obvia, pero da la casualidad que ni nuestra historia, ni nuestra memoria cultural tiene una matriz europea, occidental o moderna, sino una muy distinta a ella y esto es precisamente lo que está contenido en nuestra nueva constitución política, por eso ella no se define como moderna en sí misma, sino como algo distinto.
 
El presidente Evo Morales en muchas ocasiones y foros ha insistido mucho en que el capitalismo es un literal enemigo, ya no sólo de las naciones empobrecidas por el capitalismo, sino de la humanidad toda y hasta del planeta, lo cual es cierto, pero, si esto es así, no se entiende por qué su gobierno está empeñado en seguir desarrollando este tipo de economía en nuestro nuevo Estado. El problema en nuestra perspectiva no está en que la burguesía o la derecha esté en las instituciones estatales gobernando o conduciendo los destinos de nuestro país, sino en que a nombre de los pobres, de los obreros, de los campesinos, y naciones originarias se esté gobernando ahora este nuevo Estado con la misma ideología o concepción que la burguesía capitalista moderna ha desarrollado para mantener este nuevo desorden mundial en el cual nos hallamos hoy.
 
Para ilustrar lo que decimos vamos a analizar una idea que el vicepresidente sostuvo a modo de ejemplo para mostrar a la audiencia el criterio con el cual el gobierno está industrializando al país. Él decía que habían decidido entablar relaciones con el gobierno iraní para instalar en el país una fábrica procesadora de lana de alpaca y vicuña, porque no era posible que nuestra lana como materia prima se vaya al Perú, para que desde allá nos la vendan ya procesada para producir nuestras chompas, sacos, etc., lo cual es cierto. Eso se debería de haber hecho desde el principio, porque tener una fabrica o planta procesadora de lana de vicuña, alpaca o llama, no requiere una gran inversión como por ejemplo una planta industrializadora del gas o del hierro. Luego dijo que eso ya no se podía hacer con las telas, porque su producción a nosotros nos saldría muy caro, porque lo produciríamos con mucho valor, en cambio los chinos que tienen una industria muy desarrollada al respecto, la producen casi a la mitad de lo que a nosotros nos costaría producir lo mismo. Ergo, no tiene sentido industrializar las telas en nuestro país, porque en el mercado saldríamos perdiendo porque no somos competitivos. Lo cual es cierto. Cualquier economista capitalista o burgués estaría plenamente de acuerdo con él, porque el capitalista o el economista moderno, tienen como único criterio de la producción al mercado y no al ser humano.
 
Cuando uno escucha este tipo de afirmaciones a uno se le paran los pelos de punta, porque es el mismo argumento con el que el capitalista y el neoliberal orientan la producción, es decir, el vicepresidente está razonando con la misma lógica con la cual razonaría cualquier capitalista. Si quienes estuviesen gobernando el país fuesen burgueses o capitalistas, se entendería perfectamente su argumentación como lógicamente coherente con el proyecto que tienen para sí mismos y para cualquier país moderno, pero entrarían automáticamente en contradicción con la nueva constitución, porque ella no nos define como país o Estado capitalista o moderno, sino como algo distinto. Pero da la casualidad de que quienes están en el gobierno nunca se han declarado capitalistas, sino contrarios y hasta enemigos de ese modelo de economía y sociedad, además el gobierno declaró desde el principio de esta nueva gestión que el modelo que pretendían desarrollar como proyecto para el país, era de un Socialismo Comunitario. Cuando le escuchamos al vicepresidente desarrollar las ideas que tenía al respecto a principios de este año, sabíamos que tenía poca idea de lo que estaba hablando, pero eso no es pecado, porque aclarar las grandes ideas cuesta mucho, especialmente al principio. Lo que significaba o no el Socialismo Comunitario para ellos, se iba a ver en las políticas que ellos mismos como gobierno iban a impulsar, lo cual ahora estamos viendo, tienen de cualquier cosa, menos de socialismo, y peor de comunitario.
 
Varias veces dijo el vicepresidente que tenía como libros de cabecera a El Capital de Marx y también a la Ciencia de la Lógica de Hegel, a Lo Nacional Popular en Bolivia de Zavaleta Mercado y a otro que no recuerdo. Que los tenga como libros de cabecera es muy posible, pero que los haya leído a los dos primeros está muy difícil, y si los ha leído, que los haya entendido peor aún. Porque Marx en El Capital aclara muy bien este problema que el vicepresidente estaba señalando como problema y obstáculo para el país. Repasemos entonces el argumento de Marx. Dice Marx que cuando hay competencia entre capitales, la tendencia es a que el capital con mayor composición orgánica (o sea, superior tecnológicamente hablando) devore al capital de menor composición. Cuando sucede esto, los países que tienen capitales o industrias de menor composición orgánica tienden a proteger su comercio e industrias para que estos puedan desarrollarse localmente, antes de ingresar en la competencia misma del mercado mundial. Para ello, los capitales nacionales suelen requerir de un “Estado proteccionista” para que proteja su mercado e industria, es decir para que se pueda desarrollar una producción y un consumo acorde al grado de composición del capital en cuestión. Dicho en cristiano esto quiere decir que si el gobierno quisiese desarrollar la industria textil en Bolivia, lo primero que tendría que hacer sería proteger a la industria y al consumo textil, es decir proteger nuestro mercado interno para que se pueda desarrollar. Esto se puede lograr subvencionando en parte la producción de telas o textiles hasta que esta rama o sector de la industria pueda desarrollarse, lo cual tendría que estar acompañado por medidas que restrinjan la importación de telas altamente competitivas como la china por ejemplo, o las telas chilenas, brasileñas y hasta colombianas. Esto lo sabe cualquier burguesía con conciencia nacional, pero también cualquier Estado protector de su propia economía.
 
Dicho de otro modo, si el actual gobierno tuviese la voluntad de crear o desarrollar la industria textil en el país (lo cual se debería hacer), tendría que aclararse primero el criterio con el cual va a decidir cuál ramo o sector de la producción va a impulsar. El criterio tiene que ver con la concepción con la cual se va a crear, impulsar o desarrollar tal o cual ramo o sector de la producción, cuál proteger, o sino cuál suspender y hasta impedir. Este criterio de industrialización ¿va a ser el mismo de siempre? Es decir, ¿vamos a seguir guiándonos por el criterio capitalista o burgués de la producción? O es que vamos a cambiar de criterio. En El Capital, Marx muestra muy bien que para el capitalista (y esto vale para cualquier capitalista, sea clásico, neoclásico o neoliberal), el criterio de la producción lo define y decide el mercado, es decir, si es que la producción de tal o cual producto es rentable económicamente hablando, entonces tiene sentido producirlo, pero si no es rentable, no. La racionalidad de tal o cual acción lo decide el mercado. Dicho de otro modo, el criterio de la producción en el capitalismo está orientado por la ganancia, por eso es que el mercado decide en última instancia qué es lo que se debe o no producir. Como dice Hinkelammert, para el capitalista si no es rentable producir abrigos o chompas, no hay que producirlos, aunque la gente se muera de frio, o también, si no es rentable producir papa o chuño, no hay que producirlo, aunque la gente se muera de hambre. En esta lógica de razonamiento, ¿cuál es el criterio? El mercado y no así el ser humano. Hasta aquí el razonamiento burgués, capitalista, o sea moderno.
 
Ahora bien, ¿qué pasa cuando nos salimos de esta lógica? Aquí es cuando Marx viene en nuestro auxilio, nos saca de la tautología del mercado y nos permite salir de su entrampe. Marx explica muy bien que cuando el criterio de la producción está orientado por la ganancia, lo que produce es un desequilibrio irracional en casi todos los sectores de la sociedad, porque el centro de la producción y el consumo está orientado por el ritmo o modo de ser del mercado, al cual no le interesa el ser humano, por ello es que el primer sacrificado es el propio ser humano, pero en este caso, el pobre, el que no tiene recursos como para ingresar libremente en el mercado. Cuando Marx ve este problema, es decir, cuando analiza las consecuencias que produce esta forma de acción y de racionalidad, entonces descubre el lado irracional de esta forma de producción, porque al tener el capitalismo al mercado como el centro de toda la producción, el ser humano como ser de necesidades aparece literalmente fuera de este sistema, excluido como tal y por eso negado en su humanidad. Una de las famosas inversiones de Marx consiste en tomar al ser humano como el centro o criterio de la producción, lo cual no es posible en el capitalismo, por eso vislumbra Marx otra forma de relación social en la cual sea posible producir teniendo al ser humano real de carne y hueso, es decir al necesitado, como el centro o criterio de la producción. A eso le llama Marx socialismo. El criterio de la producción ahora lo definen las necesidades de la sociedad o de la población y no así el mercado, aunque no sea rentable la producción de tal o cual sector de la producción, porque de lo que se trata es de satisfacer las necesidades humanas, y no así la necesidad de más ganancia del capital.
 
Dicho de otro modo, si el vicepresidente hubiese leído y entendido El Capital de Marx, sabría entonces que el mercado no puede ni debe definir cuál ramo o sector de la producción se debe impulsar o desarrollar, sino que son las necesidades humanas y radicales de nuestra propia población, de nuestro pueblo, las que ahora debieran decidir o servir de criterio de discernimiento. Sabría entonces que en Bolivia tenemos que desarrollar nuestra propia industria textil para que la población nuestra pueda vestirse con nuestras propias telas, aunque ello no sea rentable. Pero también sabría que esta no rentabilidad se puede compensar con la rentabilidad de otras ramas de la industria, donde sí somos y seremos muy rentables, como el litio por ejemplo.
 
Pero también sabría que no es nomás comprar maquinaria industrial del país que sea, porque cuando nos limitamos a comprar tecnología, no sólo transferimos plusvalor, sino que producimos otro tipo de dependencia tecnológica, por ello cuando hablamos de desarrollar nuestra propia industria, ello no equivale a comprar sólo tecnología de punta, sino también a desarrollar la propia, a partir de las técnicas ancestrales que hasta el día de hoy se han mantenido, lo cual implicaría dar trabajo no sólo a tantos técnicos, ingenieros y diseñadores nacionales de telas, y productores de lana, sino también aprender a recuperar nuestros propios colores y tinturas naturales. Por la historia sabemos ahora que cuando llegaron los españoles al mundo andino, encontraron que nuestras ñustas vestían ropa íntima de lana de vicuña que por su calidad y textura se parecía mucho a la seda china. Siempre hay que recordar que las primeras máquinas industriales propiamente dichas, fueron creadas no en Inglaterra o Francia, sino en las plantaciones azucareras del Caribe y en las minas de Potosí, Huancavelica y Zacatecas por negros esclavos y por indios. Hasta aquí el razonamiento de Marx.
 
Sin embargo nos encontramos en una situación en la cual ni Marx ni los marxistas imaginaron nunca, ni en sus más elevadas abstracciones, porque no sólo que el nuestro ahora es un estado plurinacional y comunitario, sino que el gobierno ha insistido muchas veces en que el nuestro es o va a ser de un Socialismo comunitario. Eso no lo pensó Marx nunca, ni en sus discusiones con los populistas, pero tampoco los marxistas del siglo XX. Si esto es así entonces nos toca a nosotros pensar el modo de resolver este problema.
 
Muchas veces ha insistido el compañero Evo que nuestro Estado se va a conducir con la política del mandar obedeciendo, lo cual otra vez, no define la política moderna ni lo va a hacer, porque los modernos mandan mandando, sin escuchar al pueblo, o sea sin obedecerlo, por eso la política moderna es una política de dominación. El mandar obedeciendo implica no sólo escuchar al pueblo cuando éste tiene demandas, reclamos o quejas, sino consultarle a él cuando se quieren emprender grandes políticas, especialmente las que definen al Estado como proyecto, ya sea de desarrollo, o como proyecto de nación. Mandar obedeciendo implica también saber escuchar las historias olvidadas o negadas que el pueblo produjo y que el Estado oligárquico y racista negó y silenció sistemáticamente.
 
Cuando se llegan a estas grandes encrucijadas de la historia, donde se va a definir lo que puede o debiera ser el Estado, especialmente cuando se quiere construirlo como nuevo: escuchar, o sea obedecer al pueblo y sus historias es fundamental, porque si no se lo hace, lo más probable que suceda es que se vuelva a recaer en aquello que supuestamente se quiere superar, o sino que se vuelva a repetir la misma historia, pero ya no como tragedia, sino como burla y hasta engaño.
 
Volvamos entonces a una de esas historias olvidadas y negadas por la historiografía oficial y que el propio compañero Evo quiso rememorar, pero que parece que no conoce bien aún. Nos referimos a la insurrección de Tupaj Katari. Como bien se sabe ahora, el levantamiento de Katari no empezó en el altiplano norte, sino en el altiplano sur, donde hoy es Potosí, con los comunarios liderados por Tomás Katari. Una de las consignas (entre tantas) con las cuales nació ese levantamiento fue el de la recuperación de la ancestral vestimenta propia, la cual los españoles las habían negado y prohibido, obligando inclusive a los comunarios del Alto y Bajo Perú a vestirse con telas importadas por los españoles, las que no sólo eran caras, sino de inferior calidad que las que nuestros comunarios producían. Por la historia ahora sabemos que los comunarios que siguieron a Tomás y Tupaj Katari no sólo llamaban a todos sus hermanos a recuperar la vestimenta propia, sino inclusive obligaron a los españoles criollos y a los mesticillos serviles, a vestirse con ropa de indios. ¿Por qué? Porque la ropa (lo mismo que el alimento, y la lengua), es parte fundamental de la cultura e identidad propias. Eso lo sabían muy bien los comunarios de nuestras comunidades originarias y hasta el día de hoy no lo han olvidado.
 
Hace pocos meses, unos comunarios de una comunidad cercana al río desaguadero fueron entrevistados en un programa del canal estatal, en el cual ellos mostraban con mucho orgullo que no necesitaban nada del mercado moderno para poder vivir en comunidad, porque todos los alimentos que ellos consumían, lo producían en la comunidad, pero que también todo lo que ellos llevaban como vestido lo hacían también ellos con sus propias manos, con su propia técnica y tecnología (ancestral por supuesto). ¿Qué quiere decir esto? Que cuando un país, o grupo humano que ha sido colonizado, negado en su propia historia, memoria o identidad, quiere recuperarlo, la recuperación de la identidad cultural, y de la memoria histórica, no sólo tienen que ver con la recuperación de las historias y saberes, sino también con la recuperación del sistema propio de los alimentos, y luego del sistema o modo de vestir. La producción y reproducción de la vida de la comunidad humana empieza con la producción del sistema de los alimentos y de la forma de la vestimenta. Si afirmamos que el mundo andino amazónico fue un sistema civilizatorio es porque fue capaz de crearse a sí mismo, creando y produciendo su propia forma de alimentación, su propia lengua, su propio sistema de conocimientos y su propio modo de vestir. Esto sucedió por ejemplo con la papa andina, o con la hoja de coca y luego con el poncho y el lluchu (Gorro andino). El mundo andino como forma de vida no se puede entender sin la domesticación, cultivo y desarrollo de la cultura de la papa, cultura con la cual contribuyó no sólo a la dieta de la humanidad, sino inclusive al desarrollo del capital. Sin la papa o patata como le llaman los europeos, no hubiesen aguantado éstos el hambre que produjeron la primera y la segunda guerra mundial.
 
Pero lo mismo podríamos decir de la vestimenta de los habitantes de nuestras comunidades, los cuales hasta ahora mantienen, pese a la constante “modernización” que impulsa no sólo el mercado capitalista, sino también los medios de comunicación “modernos”. Si en países como Bolivia existen aún comunidades de pueblos originarios, es porque no sólo han mantenido su forma de vida, lengua, alimentación y cultura, sino también su forma de vestimenta. Recuperar ahora la identidad cultural propia tiene que ver también con la recuperación no sólo del sistema de los alimentos sino también del espíritu con el cual nuestros pueblos produjeron su sistema o forma de vestimenta. Si antes el gobierno español nos imponía la forma de vestir, ahora quien nos sigue imponiendo esa forma es el mercado, esto es, ¿vamos a seguir siendo colonizados también en cuanto a la vestimenta? O es que vamos a producir y elegir nosotros, no sólo qué vestirnos, sino con qué lanas y telas. Esto tiene que ver no sólo con la producción, sino también con el consumo, porque como bien dice Marx, un tipo específico de producción, produce también un tipo de consumo. Pero es mucho más compleja la cosa, porque un tipo de consumo, produce también un tipo de subjetividad. A la producción moderna le corresponde no sólo un consumo moderno, sino también un sujeto moderno, acorde a ese consumo. En nuestro caso, si queremos descolonizarnos y como pueblo desarrollarnos ya no de acuerdo a la imagen y semejanza que los pueblos modernos proyectan, nuestra producción y consumo no pueden pretender ser modernos, porque entonces estaríamos reproduciendo la misma subjetividad que queremos superar: la subjetividad del sujeto moderno, esto es, la egocéntrica, ególatra y egoísta, la cual piensa sólo en función de sus intereses privados y particulares y no así en la sociedad, menos en la comunidad, y peor en la naturaleza.
 
 
 
Visto desde esta perspectiva, impulsar o no la industria de las telas en Bolivia (la cual ahora está declarando que ella es un Estado Plurinacional y Comunitario y que tiene como proyecto el de constituirse en un Estado de tipo Socialista y comunitario), no es un problema banal, y esto, no puede definirlo o decidirlo el mercado moderno, sino que tiene que ser definido o decidido por quienes nos vamos a vestir con esas telas, que somos el pueblo. Entonces ya no es sólo el intento romántico de recuperar industrias claves para el desarrollo nuestro como lo fueron la Forno o Said, sino que ahora tiene que ver con la idea de recuperar la autonomía o libertad de elegir qué tipo de lanas y telas producir, para poder elegir el tipo de ropas que ahora vamos a vestir, e inclusive, qué tipo de moda propia vamos a desarrollar, que sea acorde con el tipo de seres humanos y comunidades humanas que queremos ser, más allá de la imposición homogenizante que el mercado moderno impone en el vestir al ciudadano moderno. 
 
Sin embargo el problema es más complejo aún, porque como bien muestra Marx, la producción capitalista despersonaliza de tal modo la producción que todo producto/mercancía capitalista tiene como único fin realizarse como ganancia, esto es, todo producto o mercancía capitalista se lo hace para lograr ganancia, o sea se lo produce por dinero y nada más. Esto es, el criterio de la producción no es el bienestar o satisfacción del consumidor, el cual es sólo una mediación para la reproducción del capital, sino el incremento de las ganancias o sea del capital. Por este motivo es que la alimentación moderna no alimenta, porque su objetivo no es alimentar, sino lucrar, pero tampoco abriga o protege la vestimenta moderna, porque también está hecha no para abrigar o proteger sino para vender. En el mundo moderno, el alimento no alimenta, sino que enferma, pero lo mismo con la ropa y el vestido, no viste, ni abriga, porque no está hecha para ello, sino sólo para ser lucida de acuerdo al criterio de la moda. Si la ropa ya no está de moda, ya no se la viste, aunque abrigue. Por eso es que el moderno desprecia a la ropa o vestimenta producida por los pueblos campesinos o comunitarios porque no están hechos a la moda. El criterio de la vestimenta ya no lo da la vida, sino la moda. Por ello no es casual que en la zona altiplánica la ropa moderna, o sea la importada, no abrigue tanto como la ropa hecha con lana producida en nuestra propia tierra. El uso de las telas sintéticas en la vestimenta, a la larga produce enfermedades no sólo en la piel, sino también en el cuerpo, como pasa con el enorme incremento de inflamación de riñones en las jóvenes y adolescentes que visten a la moderna, lo cual no sucedería si se empezara a producir y a vestir con “bayeta de la tierra” por ejemplo.
 
¿Qué hacer entonces con la industria de las telas en Bolivia? Hacer lo mismo que hicieron los países del medio oriente, desarrollar nuestra propia tecnología e industria para procesar nuestras lanas no sólo de vicuña y alpaca, sino también de llama y de oveja, las cuales se pueden industrializar muy bien. No tanto para producir para la exportación a lejanos mercados, sino para lo fundamental, para poder vestir con nuestras propias telas y nuestras propias ropas, con nuestra propia moda a nuestro pueblo. Porque la recuperación de la identidad y memoria cultural también pasa por la recuperación de nuestras lanas, telas y vestimentas. Para empezar a consumir no sólo nuestro propio alimento, sino también para empezar a vestirnos con nuestras propias telas, elaboradas a partir de nuestras propias lanas, producidas no sólo por nosotros, sino también diseñadas por nosotros.
 
 
 
Nunca hay que olvidar que la revolución hindú empezada por M. Gandhi empezó por la recuperación de sus propias telas, de su ancestral tecnología telar, la cual era infinitamente superior a la calidad de las telas inglesas cuando los ingleses colonizaron a la India. Gandhi instaba a sus seguidores no sólo a hilar y producir las propias telas, sino a consumir las telas de los hindúes, esto es, a no comprar telas de los ingleses, las cuales no sólo eran parte del instrumento de opresión, sino que tampoco servían para la vida de los hindúes en la India. Porque no estaban hechas para los hindúes, sino para el mercado. Tampoco hay que olvidar que el proceso de industrialización en Inglaterra se dio con un fuerte impulso a la producción textil y hasta Engels quien administraba una fábrica de sus padres se dedicaba a la industria textil.
 
Si vamos a recuperar la memoria de Tupaj Katari, recuperemos también las razones por las que él y sus comunarios lucharon, las cuales fueron no sólo porque ellos pudiesen liberarse del gobierno de los españoles y sus caciques mesticillos, porque ellos sabían que su forma de gobierno era superior y mucho más racional que la traída por los españoles, sino también para recuperar la forma de alimentarse y de vestirse, la cual no por ser antigua, sino por ser acorde a nuestra propia historia y cultura, es más acorde a nuestra forma de vida. Esto no quiere decir que todos los bolivianos debamos vestirnos como indios, no, sólo que debemos aprender a comer lo que producimos, pero también a vestirnos con lo que producimos. Si recuperamos estas dimensiones de la vida tan fundamentales, entonces es posible que lo que dice la nueva constitución de que somos un Estado libre, independiente y soberano sea cierto, de lo contrario serán meras palabras bonitas, carentes de contenido, o sea falaces.
 
El país que no es capaz de producir su propio pan, ni su propio vestido, no puede llamarse a sí mismo independiente o liberado. Pero el país colonizado que afirma estar en proceso de descolonización y que no ha sido capaz de recuperar su propio sistema de alimentos y de vestimenta, tampoco se puede decir que se haya descolonizado. Esto quiere decir que ya es tiempo de que los descolonizadores se vayan descolonizando.  
 
Ahora entonces el “criterio” de la producción y el consumo y hasta de la industrialización no debiera ser el mercado mundial, sino la vida del ser humano y de la madre naturaleza, y en el caso nuestro, el criterio es y debería ser el pueblo boliviano.
 
 México, 3 de Octubre de 2010
 
Juan José Bautista S.
Autor de “Crítica de la Razón Boliviana”
Ed. Rincón Ediciones. La Paz – Bolivia
 
https://www.alainet.org/en/node/144714
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